—Disculpa la interrupción de un trabajo tan importante por algo de tan poca consecuencia —dijo Krunat, dudando mientras se acercaba a Vaintè.
Vaintè estaba de pie delante del modelo de Gendasi concentrada y preocupada, con el futuro ataque llenando todos sus pensamientos. Su saludo fue automático, y necesitó un momento para situar a la intrusa. Se habían conocido antes, sí, aquella era Krunat, había ocupado el puesto de Sokain en el diseño de la expansión de la ciudad. Eran sus ayudantas las que habían construido aquel modelo de Gendasi, y Krunat había ayudado en la planificación. Ahora estaba de pie delante de Vaintè, humilde como la más baja de las fargi. Era una excelente diseñadora aunque tenía una opinión demasiado baja de su propia valía. Con un esfuerzo, Vaintè extrajo sus pensamientos del plan de campaña y forzó algo de calor en su habla, pese a su irritación ante la interrupción.
—Siempre es un honor hablar con Krunat. ¿En qué puedo ayudarte?
Krunat hojeó las imágenes que había traído consigo, con humildad en cada movimiento de su cuerpo.
—Primero mi más alta gratitud Vaintè, por tu desarrollo de la técnica de imágenes a través de aves. Ha sido de la más grande importancia en la planificación y expansión de la ciudad. Mi gratitud es interminable.
Vaintè se permitió sólo un breve signo de aceptación, puesto que no deseaba exhibir su creciente impaciencia. Krunat siguió hojeando las imágenes mientras hablaba.
—Al norte de Alpèasak hay bosques de pinos, pero el suelo es pobre y arenoso. He estado considerando la extensión de canales para llevar agua a la zona, quizá la creación de fangales para algunos de los animales para alimento más grandes. Así que he hecho tomar muchas imágenes de esta zona, todas las cuales por supuesto no tienen el menor interés para ti. Excepto, quizás, esta. Puede que sea de poco valor, pero estamos interesados en las formas de vida nativas para posible explotación, así que la hice ampliar…
La irritación de Vaintè era tan grande que no se atrevió a hablar, pero algo de sus sentimientos rezumó a través de ella cuando arrancó bruscamente la imagen de entre los pulgares de Krunat; la diseñadora retrocedió ligeramente.
Una simple ojeada cambió por completo la actitud de Vaintè.
—Buena Krunat —dijo cálidamente—, has hecho bien en traérmela. ¿Puedes señalar en este modelo el lugar donde fue tomada la imagen?
Mientras Krunat se volvía hacía el modelo, Vaintè examinó la imagen de nuevo. Un ustuzou, de ello no cabía la menor duda, con un palo con punta de piedra en una pata. Aquella estúpida había tropezado con algo de importancia.
—Aquí, Vaintè, es cerca del lugar donde está localizada la imagen.
¡Tan cerca! Era sólo un ustuzou, un animal, pero su presencia tan al sur era irritante. Incluso preocupante. Podía haber otros con él. Anteriormente habían sido asesinadas algunas yilanè por esas criaturas cerca de la ciudad. Hizo una seña a una fargi para que se acercara.
—Trae inmediatamente aquí a la cazadora Stallan. Y en cuanto a ti, juiciosa Krunat, mi agradecimiento y el agradecimiento de Alpèasak. Esta criatura no puede hacer ningún bien aquí, y tendremos que ocuparnos de ella.
Stallan se mostró tan preocupada ante la imagen como la propia Vaintè.
—¿Es esta la única imagen?
—Sí, las revisé todas antes de que Krunat volviera a llevárselas.
—La imagen tiene al menos dos días —dijo Stallan, luego señaló al modelo. Si él o los ustuzou siguen avanzando hacía el sur, en estos momentos pueden hallarse aquí. ¿Cuáles son tus órdenes, sarn'enoto?
—Dobla las guardianas en torno a la ciudad. Asegúrate de que las alarmas funcionan como deben. Luego cuéntame cómo es el terreno ahí. Si esas criaturas avanzan hacía Alpèasak, ¿puedes enfrentarte a ellas, detenerlas?
Stallan señaló con los pulgares unidos al modelo, hacia el terreno boscoso más allá de la ciudad.
—Arbustos de espinos y maleza densa por aquí, casi imposible de atravesar a menos que se sigan los senderos de la caza. Conozco muy bien esos senderos. Dejemos volar las rapaces, que los búhos hagan todo lo posible, y descubramos dónde están los ustuzou. Cuando estén localizados, tomaré mis mejores cazadoras y tenderemos una trampa.
—Hazlo. —La cresta de Vaintè estaba erecta, vibrando—. Creo que Kerrick está ahí fuera. Sólo él puede tener la temeridad de venir tan cerca de Alpèasak y traer a otros ustuzou con él. Mátalo por mí, Stallan. Traéme su piel. Clávala con espinos a esta pared, donde pueda verla secarse.
—Tus deseos son mis deseos, Vaintè. Quiero su muerte tanto como tú.
—Esta es la última carne ahumada —dijo Kerrick, usando una rama para limpiar las larvas del duro pedazo. A unos pocos cazadores les queda algo de ekkotaz, pero no demasiado tampoco.
Herilak masticó firmemente su correoso trozo de carne, larvas incluidas.
—Hay caza cerca de la ciudad. Entonces tendremos carne fresca.
Incluso allí, a la sombra de los pinos, el aire era bochornoso. Las moscas zumbaban en torno a sus cabezas, se posaban en las comisuras de sus ojos. Había sido una larga marcha, y agotadora también. Sin embargo, pese a lo cansados que estaban los cazadores, no había quejas. Sólo unos pocos de ellos eran visibles entre los árboles, el resto estaban fuera de la vista. Pero Kerrick sabía que estaban allí en el bosque, atentos y preparados. Su único temor era que los estuviera conduciendo a una muerte cierta. Aquel mórbido pensamiento acudía cada vez con más frecuencia a su cabeza cuanto más cerca estaban de la ciudad.
—Sigamos —dijo Herilak, poniéndose en pie y deslizando el arco en su hombro, donde se apoyó en el hesotsan en su bolsa. El fornido cazador se sentía más seguro con su lanza en la mano mientras caminaba.
Kerrick hizo una señal al cazador más cercano, que paso la orden. La marcha se reanudó, con Herilak a la cabeza, como siempre. Le siguieron a través de la ondulante llanura cubierta de arbustos, luego a lo largo del borde de una boscosa marisma de la que se alzaban nubes de insectos picadores. La marisma tenía allí su desembocadura, a través de una garganta entre bajas colinas. Herilak frenó su marcha, dilatando las aletas de su nariz, luego señaló alto. Cuando fue transmitida la orden retrocedió unos pasos y se sentó junto a Kerrick bajo la sombra de un sauce a la orilla del agua.
—¿Has visto los pájaros de ahí arriba? Han trazado círculos sobre los árboles, luego se han alejado sin percharse.
—No, Herilak, no me he dado cuenta.
—Debes observarlo todo en el bosque si deseas seguir con vida. Ahora huele, respira profundamente. ¿Qué es lo que hueles?
—A marisma —sonrió Kerrick, pero el rostro de Herilak siguió mostrándose hosco.
—Los huelo allí delante. No te vuelvas a mirar. Murgu.
Kerrick sintió que su corazón latía alocadamente, y necesitó un esfuerzo para no volver la cabeza.
—¿Estás seguro?
—No hay la menor duda.
—¿Qué hacemos?
—Matarlos antes de que ellos nos maten a nosotros. Quédate aquí. Aguarda hasta que te avise, luego avanza lentamente hacía el interior del valle. Ten preparado tu palo de la muerte.
—¿Debo ir solo?
—No. Los sasku irán contigo. Los cazadores irán conmigo. Ellos saben cómo acechar.
Herilak retrocedió silenciosamente por el sendero y dijo unas rápidas palabras al cazador sentado allí. Ambos desaparecieron entre los árboles Poco después de eso apareció Sanone encabezando a sus sasku armados con lanzas.
—¿Qué ocurre? —preguntó—. Herilak nos hizo señas de que siguiéramos adelante y pronunció tu nombre. ¿Dónde han ido él y los cazadores?
—A dispersarse a lo largo del sendero —dijo Kerrick—. No os amontonéis.-Luego, en voz baja, le dijo a Sanone lo que ocurría. El mandukto no se mostró feliz.
—Entonces, ¿somos el cebo para una trampa? Cuando nos hayan matado, ¿serán sus muertes nuestra venganza?
—Creo que podemos confiar en Herilak para que se deslice hasta ellos por entre los árboles. Lo ha hecho antes.
Aguardaron en silencio, mirando a su alrededor al oscuro muro de la jungla que ocultaba peligros desconocidos. Algo se movió y Kerrick alzó su arma antes de darse cuenta de que era uno de los cazadores de Herilak. El cazador les hizo seña de que siguieran adelante antes de desaparecer de nuevo entre los árboles.
Kerrick abrió la marcha, intentando ignorar el miedo que se había apoderado de todos ellos. La oscura garganta parecía amenazadora; un ejército de yilanè podía estar escondido allí. Con las armas listas, apuntadas, dispuestas para disparar… Avanzó paso a paso, lentamente, aferrando tan fuertemente el hesotsan que lo sintió agitarse entre sus manos.
Entonces se oyó un repentino grito de dolor entre los árboles, luego otro, seguido instantáneamente por el seco chasquido de un hesotsan. Kerrick dudó; ¿debían seguir adelante? ¿Qué estaba ocurriendo en la garganta? Hizo señas a los sasku de que se agacharan, les ordenó que se pusieran a cubierto y tuvieran listas sus armas.
Hubo el sonido de ramas rompiéndose, pasos corriendo hacía ellos. Kerrick alzó su arma cuando una figura oscura apareció ante su vista por entre los árboles allá delante, pareciendo estallar a la luz del sol.
¡Una yilanè! Apuntó, disparó, falló cuando el dardo fue desviado por un arbusto. La yilanè se volvió y le miró directamente.
El tiempo se detuvo. Estaba lo suficientemente cerca como para ver el rápido movimiento ascendente y descendente de su pecho mientras intentaba recuperar el aliento, la boca enormemente abierta y las hileras de dientes. Miró su rostro y la reconoció. Hubo reconocimiento también en los ojos de ella, un cambio de postura que reveló un desnudo odio.
El momento terminó cuando una de las lanzas sasku golpeó contra un árbol a su lado. Hizo una finta de costado y se desvaneció entre los árboles antes de que Kerrick pudiera apuntar de nuevo su arma y disparar otra vez.
—¡Stallan! —exclamó—. ¡Es Stallan!
Se abalanzó alocadamente tras ella, oyó a los susku que le seguían, pero se detuvo de nuevo cuando vio lo densa que era la maleza. Nunca la encontraría ahí dentro…, aunque ella sí podía encontrarle a él. Regresó al sendero de caza justo en el momento en que aparecía Herilak corriendo al trote corto. Empapado en sudor, pero sonriendo y agitando victoriosamente su lanza.
—Les hemos golpeado desde atrás, estúpidos murgu. Estaban tendidos, ocultos, y ni siquiera se movieron hasta que caímos sobre ellos. Están todos muertos.
—Todos menos uno. La que los conducía, Stallan. Le disparé, pero fallé.
—Eso ocurre a veces. No importa. Saben que estamos aquí, pero es poco lo que pueden hacer al respecto. Y ahora estamos advertidos, de modo que no podrán acercarse tanto una segunda vez.
—¿Qué vamos a hacer?
—Tomar sus palos de muerte. Seguir adelante. Creo que la batalla contra esta ciudad ha empezado.