CAPÍTULO 16

Se convirtió en una costumbre para Vaintè el visitar el modelo de Gendasi cada tarde, poco antes de anochecer. Entonces las constructoras ya se habían ido, terminado su trabajo del día, y ella podía disponer de la enorme y penumbrosa extensión para sí. Allí estudiaba los cambios que se producían cada día, descubría si las aves habían traído alguna imagen de interés. Era verano ahora, y los animales se movían, los grupos de ustuzou también. Vio que los grupos se reunían, luego se separaban de nuevo hasta que no se podía distinguir uno de otro. Puesto que ahora carecía de autoridad no podía ordenar vuelos, así que tenía que aceptar sin discusión cualquier información que las imágenes revelaran.

Stallan apareció una tarde cuando ella estaba allí, trayendo nuevas imágenes recién llegadas que deseaba comparar con el registro físico. Vaintè tomó ansiosamente las imágenes y las examinó con tanta atención como le fue posible a la débil luz. Aunque no hubo ningún acuerdo explícito, una vez Stallan descubrió que Vaintè estaba allí a aquella hora del día, acudía también la mayor parte de los días trayendo nuevas imágenes de los movimientos de los ustuzou. De esta forma Vaintè supo tanto como cualquier otra en la ciudad acerca de las criaturas que había jurado destruir. Puesto que Vaintè ya no poseía autoridad para ordenar vuelos, tenía que aceptar todo lo que llegaba. Cada vez que venían nuevas imágenes del valle ustuzou allá en el sur las examinaba con la máxima atención, no se sorprendió cuando un día los refugios de piel y los grandes animales desaparecieron. Kerrick no pensaba aguardar su regreso. Se había ido. Pero aparecería de nuevo, estaba segura de ello.

Durante todo aquel largo verano estudió el modelo, lo guardó en su memoria…, y esperó. Siguió los movimientos de los distintos grupos, vio que uno de los más grandes se estaba trasladando decididamente al este. Cuando finalmente aquel grupo de ustuzou abandonó el refugio de las montañas y se acercó a la orilla del océano aguardó y no dijo nada. Cuando se detuvo, muy al alcance de un ataque desde el mar, siguió aguardando. Su paciencia tenía que ser la más grande. Stallan informaba de preocupadas charlas entre las yilanè, con los ustuzou tan cerca, y de irritación también ante el hecho de que no fueran atacados. Malsas‹ tenía que estar al corriente también de aquellas charlas, debía ver las imágenes tenía que hacer algo. Las presiones gravitaban ahora sobre ella, no sobre Vaintè, y este hecho permitía a Vaintè controlar su impaciencia. De todos modos, resultaba muy difícil conseguirlo. Pero tenía todo que ganar y nada que perder. Cuando se presentó la fargi, ocultó su excitación tras una impasible inmovilidad.

—Un mensaje, Vaintè, de la eistaa.

—Habla.

—Tu presencia es necesaria inmediatamente en el ambesed.

—Regresa. Ahora voy.

Vaintè había pensado mucho en aquel momento, había considerado cuánto intervalo debía dejar transcurrir entre el mensaje y su partida. No demasiado; no había ninguna razón para irritar inútilmente a Malsas‹. Había pensado en aplicarse dibujos formales en los brazos, pero había rechazado la idea. No debía hacer una exhibición tan obvia. Simplemente se echó unas cuantas gotas de aceite aromático en las palmas, frotó unas cuantas más en su cresta para que brillara ligeramente, utilizó el resto en sus antebrazos y el dorso de sus manos. Con eso se sintió satisfecha. Entonces salió sin apresurarse, pero tomó el camino más corto al ambesed. Allá, en el corazón de la ciudad, se había sentado antes como eistaa. Ahora regresaba…, ¿como qué? ¿Penitente, suplicante? No, nada de eso, moriría antes de pedir un favor. Fue preparada para aceptar órdenes, para servir a Alpèasak, nada más. Aquella decisión estaba en todos los movimientos de su cuerpo mientras se dirigía hacía allá.

El ambesed era más grande ahora, con toda Inegban‹ acudida para sumarse a las filas de la ciudad yilanè. Permanecían de pie en grupos, hablando, o yendo lentamente de grupo en grupo. Se dieron cuenta de su presencia, se apartaron casualmente para dejarle paso, pero ninguna enfrentó su mirada ni la saludó. Estaba allí… pero no estaba allí hasta que hubiera hablado con Malsas‹. El grupo en torno a la eistaa abrió un sendero para ella cuando se acercó, sin aparentar verla, pero echándose a un lado como por casualidad. Ignoró aquellos semiinsultos, caminó impasible hasta detenerse delante de Malsas‹. Stallan estaba al lado de la eistaa. La cazadora miró a Vaintè, y sus palmas se colorearon en reconocimiento. Vaintè devolvió el saludo, prometiéndose en silencio recordar el valor de aquel simple acto, cuando todas las demás se habían echado a un lado. Se detuvo delante de Malsas‹ y aguardó en silencio hasta que un ojo se movió en su dirección.

—Aquí estoy, eistaa.

—Sí, aquí estás, Vaintè —había una absoluta neutralidad en la afirmación, ni bienvenida ni rechazo. Vaintè aguardó en expectante silencio, y Malsas‹ prosiguió—: Hay ustuzou al norte, lo bastante atrevidos como para acercarse a la orilla, donde pueden ser localizados fácilmente y muertos.

—Lo sé, eistaa.

—¿Sabes también que he ordenado a Stallan que acuda allí y los elimine?

—Eso no lo sabía. Pero sé que Stallan es la primera exterminadora de ustuzou y sigue siendo la mejor.

—Me complace oírte decir eso. Pero Stallan no está de acuerdo contigo. Cree que carece de la habilidad necesaria para comandar y ser la sarn'enoto en persecución de los ustuzou. ¿Estás de acuerdo con eso?

La respuesta tenía que ser dada con exactitud. Había un gran peligro allí, y ningún margen para el error. Cuando Vaintè empezó a hablar hubo sinceridad en sus movimientos, seguida por firmeza de intención.

—Stallan posee una gran habilidad en matar ustuzou y todas nosotras hemos aprendido de ella. En cuanto a su habilidad para ser sarn'enoto…, no soy yo quien debe juzgar. Sólo la eistaa puede nombrar a una sarn'enoto sólo la eistaa puede desposeer a una sarn'enoto.

Bien, ya estaba dicho. No era una rebelión, ni un intento de discutir o halagar, sino la simple afirmación de un hecho. Como siempre, las decisiones tenían que ser tomadas por la eistaa. Las otras podían aconsejar; sólo ella podía decidir. Malsas‹ miró de la una a la otra mientras todas las demás observaban en silencio. Stallan permanecía impasible como un árbol, como siempre, dispuesta a obedecer las órdenes que se le dieran. Nadie que la viera creería que podía llegar a mostrarse nunca en desacuerdo con la eistaa. Si ella decía que no tenía la habilidad suficiente para servir como sarn'enoto, no habría discusión alguna.

Tampoco se estaba rebelando Vaintè contra las órdenes. Estaba allí para recibirlas. Malsas‹ las contempló a los dos y tomó su decisión.

—Los ustuzou deben ser destruidos. Soy la eistaa, y nombro a Vaintè sarn'enoto para llevar a cabo esa destrucción. ¿Estás dispuesta a realizar esto sarn'enoto?

Vaintè apartó de ella todo pensamiento de victoria, se obligó a no mostrar el júbilo que crecía en su pecho. En vez de ello se limitó a hacer el signo de simple aceptación del deber, luego empezó a hablar:

—Todos los ustuzou evitan ahora la costa donde otros de su especie fueron muertos. Pero en una ocasión un grupo de ellos fueron allí y nos prepararon una trampa. Cuando veo a ese nuevo grupo en la orilla veo esa trampa de nuevo. Esto significa que hay que hacer dos cosas. Evitar la trampa, y hacer que sean los ustuzou quienes caigan en ella.

—¿Cómo piensas hacerlo?

—Abandonaremos la ciudad en dos grupos. Stallan mandará el primero, que avanzará hacía el norte en botes para atacar a los ustuzou de la misma forma que lo hemos hecho en el pasado. Su grupo pasará la noche en la orilla antes del ataque por la mañana. Yo llevaré el segundo grupo, en uruketo rápidos, mar adentro, fuera de la vista de la orilla. Desembarcaremos al norte de los ustuzou y golpearemos bruscamente antes de que ellos tengan conocimiento de nuestra presencia.

Malsas‹ hizo signo de comprensión…, pero también de desconcierto.

—Eso nos librará del grupo de ustuzou, pero ¿cómo prevenir que otros ustuzou que puedan estar escondidos ataquen y maten a Stallan y sus fargi durante la noche, mientras duermen en las playas?

—La eistaa muestra su sabiduría en esa importante cuestión. Cuando los ustuzou observen el desembarco de Stallan sólo verán descargar carne y agua. Hasta después de oscurecer no serán abiertas esas provisiones, revelando nuestras nuevas armas nocturnas. Una vez hecho esto, las yilanè que son expertas en esta operación abordarán los botes entrenados para viajar de noche. Si se produce el ataque los botes partirán; sólo la muerte quedará en la playa. Malsas‹ pensó en aquello, luego hizo signo de aceptación.

—Hazlo de este modo. Es un plan bien meditado. Veo que le has dedicado mucho pensamiento, Vaintè.

Había una nota de suave reconvención en aquello, señalando que Vaintè, cuando estaba aún en duda acerca de su estatus, había estado haciendo ya planes. Pero era un comentario muy leve, y además merecido, y Vaintè no objetó. Era sarn'enoto de nuevo…, eso era todo lo que importaba. Manteniendo aún su excitación bajo control, habló tan calmadamente como le fue posible.

—Hay algo más acerca de la fuerza bajo las órdenes de Stallan que debo decirte. Mientras estábamos desarrollando las armas nocturnas descubrimos que había tan sólo unas pocas yilanè que podían operarlas en la oscuridad, incluso con luces. Son esas especialistas quienes prepararán las armas, luego seguirán las señales de luz hasta los botes. El resto de las fargi deberán permanecer en la orilla. Si se produce un ataque, hay muchas posibilidades de que todas ellas resulten muertas.

—Eso no me gusta —dijo Malsas‹—. Demasiadas fargi han muerto ya.

—Lo sé, eistaa; yo, de entre todas, soy quien más lo sé. En consecuencia, mi mayor deseo es no ver más muertes de fargi. De modo que sugiero, puesto que no se espera de ellas que luchen, que reemplacemos las fargi por las Hijas de la Muerte. Así, esos parásitos de los recursos de nuestra ciudad servirán para algo.

Malsas‹ se apresuró a mostrar su apreciación hacia aquella sugerencia, y el color de sus palmas se tiñó de placentero amarillo.

—Eres sarn'enoto, Vaintè, porque produces ideas de esta naturaleza. Hazlo, y hazlo inmediatamente.

—Todo quedará dispuesto este mismo día, las provisiones cargadas. Las dos fuerzas partirán al amanecer.

El tiempo era corto, pero Vaintè había estado planeando aquel asalto desde hacía días, sin saber si sería capaz alguna vez de ordenarlo, pero preparada por si surgía la oportunidad. Los apresurados preparativos fueron realizados con la eficiencia de todas las aventuras cooperativas yilanè, con sólo Enge causando dificultades. Insistió en hablar con Vaintè, se mostró fieramente decidida a aguardar hasta que le fuera concedida la audiencia. Se sorprendió cuando su petición fue aceptada al instante.

—¿Qué son esas órdenes que has dictado, Vaintè? ¿Qué piensas hacer con las Hijas de la Vida?

—Soy la sarn'enoto. Dirígete a mí con ese título.

Enge se irguió…, luego se dio cuenta de que el orgullo personal no era importante ahora.

—De la más baja a la más alta, hablo apresuradamente, sarn'enoto. Por favor, infórmame de la naturaleza de tus órdenes.

—Tú y tus compañeras seréis enviadas al norte en botes. No se os requerirá que utilicéis armas ni que matéis. Sólo deseamos vuestro trabajo en ayuda de la ciudad.

—Hay más que eso. No me has dicho todos tus planes.

—No, no lo he hecho. Ni lo haré. Coméis la comida de Alpèasak, sois protegidas por aquellas que están dispuestas a morir por Alpèasak. Cuando es necesaria vuestra ayuda, haréis lo que se os ordene.

—Hay algo que no me gusta aquí. ¿Y si nos negamos?

—Iréis igualmente. Atadas las unas a las otras si es necesario, pero iréis. Ahora abandona mi presencia. La elección es tuya, y la decisión no tiene la menor importancia para mí. Vete. Tengo mucho que hacer.

La firmeza de mente de Vaintè —y la indiferencia hacía su decisión— debió convencer a Enge de que las Hijas serían atadas y embarcadas de aquel modo si no hacían lo que se les había ordenado. A la primera luz del amanecer las Hijas de la Vida cargaron las provisiones a bordo de los botes, luego se embarcaron sin ninguna protesta.

La propia Vaintè se aseguró de que todas las defensas nocturnas estuvieran allí, pero se apartó al instante cuando apareció apresuradamente Stallan con un fajo de imágenes aferrado entre sus pulgares.

—Estas son las imágenes ampliadas que ordenaste, sarn'enoto.

—¿Las has visto? ¿Está él en el grupo?

Los movimientos de Stallan eran ambiguos.

—Hay una criatura que podría ser él, pero todos tienen pelo, todos me parecen iguales.

Vaintè tomó las imágenes y las revisó rápidamente, arrojándolas al suelo una a una… hasta que encontró lo que deseaba. Alzó la imagen con aire de triunfo.

—¡Aquí está, sin lugar a dudas, es Kerrick! Su pelo ha crecido como has dicho, pero ese rostro…, no hay ningún error. Está ahí, en esa orilla, y no debe escapar. ¿Sabes lo que tienes que hacer?

—Lo sé. Es un buen plan —tras lo cual Stallan se permitió una de sus raras demostraciones de buen humor—. Un plan que nos va a reportar mucha felicidad. Es la primera vez que doy la bienvenida a un ataque ustuzou.

Una vez efectuada la carga, Stallan condujo los botes hacía el norte. Sólo al final del día descubrió que todos los esfuerzos habían sido en vano. Aunque lo hicieron todo como habían planeado, navegando durante todo el día para alcanzar la playa elegida al anochecer, descargando y preparando la trampa, no sirvió de nada. Con las últimas luces del día apareció entre las olas un uruketo, con los enteesenat que lo acompañaban girando a su alrededor. Una yilanè llamó su atención desde la gran aleta. Stallan ordenó a uno de los botes nocturnos que la llevara hasta allí. Cuando estuvo cerca la yilanè indicó:

—Hablo por Vaintè. Dice que debéis regresar a Alpèasak por la mañana. Volved a cargarlo todo. El ataque no proseguirá tal como estaba planeado.

Aquello era lo último que esperaba Stallan. Hizo gesto de interrogación y desánimo.

—La razón —dijo la yilanè— es que los ustuzou se han ido. Han abandonado la playa y han regresado tierra adentro tan rápido como pueden arrastrarse. No ha quedado ninguno para que lo podamos destruir.