El avance yilanè se quebró contras la pared de roca de los defensores. Las fargi murieron. El espíritu parecía haberlas abandonado, y el ataque no fue contundente. Era el último ataque del día porque el sol estaba ya bajo en el cielo, oculto por un banco de nubes, cuando las pocas supervivientes se retiraron.
Kerrick apartó de sí todo pensamiento de futuras batallas hasta que aquella hubo terminado. Se irguió en la cima de la barrera rocosa, observando los cuervos y buitres que ya empezaban a prepararse para el lujoso festín que les aguardaba abajo. Pronto sería oscuro. Ya no habría más ataques ahora puesto que las yilanè estarían montando su campamento nocturno y preparando sus defensas. Si sólo pudiera ver lo que estaban haciendo. Tenía que haber alguna forma de aguijonearlas después de la oscuridad. No debía permitirse que durmieran en paz, para prepararse por la mañana. Sus ataques hoy habían estado a punto de tener éxito: no debía permitirse que esto ocurriera de nuevo. La presa tenía que convertirse ahora en el cazador.
—Debemos hacer algo más que simplemente quedarnos aquí y esperar más ataques —le dijo a Herilak cuando el fornido cazador subió a reunirse con él.
Herilak asintió solemnemente.
—Debemos seguirles —dijo Kerrick.
—Los seguiremos.
—Bien…, pero no debemos seguirles en la muerte. Hoy ocurrió algo. Un dardo se clavó en la banda que Sanone lleva en la cabeza, pero no penetró en la retorcida tela. Los dardos no son como las flechas o las lanzas, son ligeros y no alcanzan hasta muy lejos.
—Pero matan igual. Basta una simple rozadura.
—Su efecto mortífero es claro —su mano barrió hacia la extensión de cadáveres y las aves carroñeras que se iban congregando en torno a ellos—. No deseo que nos unamos a ellos cuando vayamos tras los murgu. Pero piensa en esto: ¿Y si nos envolviéramos con tiras de tela enrollada, una tela lo suficientemente gruesa como para que los dardos no pudieran penetrarla? Si hiciéramos esto, las guardianas que tengan apostadas ahí fuera dispararán y revelarán su existencia y su posición. Ellas morirán, nosotros no. No pretendo enfrentarme a todo el enemigo. Sólo necesitamos acercarnos lo suficiente para observarlo.
Kerrick le contó aquello a Sanone, que apreció rápidamente su sugerencia y envió corriendo a dos manduktos en busca de la tela. La enrolló él mismo en torno a Kerrick, arreglando los pliegues y enrollándola apretadamente para detener cualquier dardo. Tras doblar un trozo más estrecho lo enrolló en torno a la cabeza y cuello de Kerrick, dejando solamente una rendija para que pudiera ver. Herilak tomó un dardo no disparado y lo lanzó con todas sus fuerzas contra la tela, a muy escasa distancia, sin poder alcanzar la piel de Kerrick.
—Esto es una maravilla, exclamó. Dile que me envuelva de la misma manera. Luego saldremos y echaremos una mirada de cerca a los murgu.
La envoltura era calurosa…, pero tolerable ahora que el sol ya casi se había puesto. Kerrick podía sentir el sudor en su frente pero la tela lo absorbía de modo que no resbalaba sobre sus ojos. Abrió la marcha descendiendo hacía la cara anterior de la barricada.
La única forma de alcanzar el suelo era trepando por encima de los cadáveres amontonados, que se agitaban bajo su peso de una forma muy poco agradable. Kerrick ignoró los ojos sin vida y las abiertas bocas con todas sus hileras de dientes y avanzó cuidadosamente hasta que finalmente alcanzaron terreno despejado. Se volvió y llamó a los guardias sobre la pared.
—Todos los murgu aquí están muertos. Aguardad hasta que hayamos pasado la revuelta de ahí delante. Luego podéis bajar y recoger todos los palos de muerte que han dejado atrás. Han recogido todos los que han podido, pero todavía quedan muchos que podemos utilizar.
Las yilanè, por supuesto, habían apostado guardianas. Cuando los cazadores envueltos en blanco giraron el recodo de la pared rocosa sonaron tres secas explosiones. Corrieron hacía delante mientras eran disparados más dardos, luego dispararon a su vez a las fargi entre las rocas. Dos de ellas murieron mientras la tercera saltaba en pie y huía, el dardo de Hérilak se clavó en su espalda y cayó. Entonces adelantó un brazo y extrajo cuidadosamente un dardo de la tela que cubría el pecho de Kerrick y lo arrojó a un lado.
—Esas envolturas son asfixiantes…, pero estamos vivos.
Kerrick tomó dos dardos de la tela que cubría al cazador antes de seguir adelante.
—Conozco a esta yilanè —dijo Kerrick, contemplando el tercer cadáver—. Es una cazadora, cercana a Stallan. Stallan tiene que estar aquí. Y Vaintè también. —Sus manos se cerraron fuertemente sobre el hesotsan ante el pensamiento de apuntarlo y disparar contra aquellas dos.
—Recogeremos sus palos de muerte cuando volvamos —dijo Herilak, examinando el terreno ante él, su arma preparada.
Cuando hubieron trepado la orilla del río hasta la llanura pudieron divisar el campamento yilanè, claramente visible en terreno abierto allí delante. Había gran número de animales de monta, así como montañas de provisiones. Y fargi, muchas más de las que habían atacado aquel día. Kerrick sintió la constricción del miedo ante aquel número, y se obligó a sí mismo a recordar que el ataque había sido detenido. Si volvían de nuevo… serían detenidas otra vez. Si Vaintè quería a todas las fargi muertas, entonces los tanu harían todo lo posible por complacerla.
Había más guardianas apostadas fuera del círculo, pero el sol estaba ahora por debajo del horizonte y se retiraron en el momento en que las dos figuras enfundadas en blanco aparecían en la creciente oscuridad entrando en el círculo de defensas por un estrecho paso dejado por las fargi que las habían colocado.
—Alarmas y trampas —dijo Kerrick—. ¿Ves dónde las han colocado sobre la hierba? Esos animales de largas patas detrás de la barricada deben producir la luz que brilló sobre nosotros aquella noche.
—Ahora todos están dentro y sellando la última abertura.
—Bien. Veamos lo cerca que podemos ir. No volverán a salir, siendo tan oscuro. Sólo quiero ver qué defensas tienen ahora.
Herilak dudaba de seguir avanzando contra aquel formidable ejército murgu, con sus cabalgaduras de ligeras patas que podían correr muchas veces más rápido que un cazador. Pero Kerrick siguió adelante, porque conocía bien a las yilanè, porque sabía que no saldrían de la seguridad de sus defensas vivientes durante la noche. Aún había suficiente luz cuando alcanzaron el círculo exterior de lianas para ver las espinas alzándose lentamente al aire.
—Envenenadas, puedes estar seguro de ello —dijo Kerrick—, y a esta distancia los dardos lanzados desde dentro pueden alcanzarnos aquí. Ya es lo bastante cerca.
—¿Por qué no nos disparan? —preguntó Herilak, señalando a los murgu con sus palos de muerte justo al otro lado de la barrera. Permanecían de pie silenciosas, mirando impasible a los dos cazadores. Tras ellas otras fargi iban de un lado para otro, comiendo, acostándose, sin parecer darse cuenta de la presencia del enemigo.
—No tienen órdenes de disparar —dijo Kerrick—. Las fargi nunca piensan por sí mismas, de modo que no hacen nada a menos que se les ordene. Supongo que se les ha dicho que disparen cuando las luces den la alarma. Obedecerán estrictamente a eso —había un montículo bajo cerca de ellos, y lo señalo. Ahora descubriremos qué tipo de bienvenida han preparado. Aunque los dardos lleguen hasta aquí, ese montículo nos ofrecerá una cierta protección.
Kerrick dio varias patadas al suelo hasta que arrancó un gran terrón de tierra, del que aún colgaban las largas raíces de la hierba. Agarró estas e hizo girar el terrón sobre su cabeza.
—Al suelo —dijo mientras lo lanzaba. El trozo de tierra voló alto y cayó entre las defensas. Al mismo instante de golpear la creciente oscuridad se desvaneció en un estallido de luz, y se produjo un inmediato crujir por todo el círculo, el sonido de muchos hesotsan siendo disparados a la vez: el aire sobre ellos zumbó con el paso de incontables dardos. Permanecieron apretados contra el suelo mientras eran disparados más dardos y sonaban fuertes voces. Pronto se calmaron, y al cabo de un rato las luces se fueron apagando y desaparecieron. Hasta entonces no se atrevieron a ponerse en pie, mirando a su alrededor y parpadeando los ojos aún deslumbrados por el resplandor. Aún había la suficiente luz para ver en torno a ellos…, para ver los enjambres de largos dardos clavados en el suelo.
—Algo nuevo —dijo Kerrick—. Esos dardos son más grandes que los que he visto nunca…, y observa lo lejos que han alcanzado. Dos veces la distancia de nuestros palos de muerte. Deben haber desarrollado palos de muerte más fuertes, que han sido entrenados para disparar automáticamente cuando sean tocadas las lianas de alarma. Si las lianas son molestadas, las luces se encienden sobre el lugar y esas cosas disparan. Incluso con las ropas que llevamos creo que será una buena idea apartarnos de ellas.
Retrocedieron rápidamente, más allá del lugar donde habían caído los últimos dardos, luego se volvieron para contemplar la oscura y silenciosa masa del campamento enemigo. Kerrick chorreaba sudor ahora, y desenrolló con lentitud algo de la tela, inspirando profundamente el frío aire del anochecer. Mirando y pensando con gran intensidad.
—Dime, Herilak, tú eres un arquero fuerte. ¿Podrías alcanzar el campamento desde aquí?
Herilak se quitó la tela que rodeaba su cabeza y se frotó el sudoroso rostro con ella contemplando el montículo que habían abandonado, luego más allá, hacía las lianas y los larguiruchos animales de luz.
—No es fácil. Dándole mucha tensión a la cuerda podría enviar una flecha hasta allí, pero sería difícil acertar a un blanco en particular a esa distancia.
—La puntería no importa, siempre que alcance más allá de las defensas. Y los sasku, con sus lanzadores de lanzas…, creo que también podrían llegar hasta tan lejos.
—Planeas bien, margalus —dijo Herilak, riendo en voz alta—. Los murgu están apretados ahí dentro como semillas en una vaina. Imposible no acertar a ninguno con una lanza o una flecha. —¡En vez de dormir profundamente, creo que los murgu tendrán otras cosas en que pensar esta noche! Señalemos este lugar donde situarnos para que podamos encontrarlo cuando regresemos.
—¡Con arcos y lanzas!
Herilak había calculado bien. Una flecha tensada al máximo de la cuerda, y apuntada alto, fue mucho más allá de las luces y halló su blanco dentro del campamento. Hubo un agudo grito de dolor y los cazadores rugieron a carcajadas, palmeándose los hombros unos a otros. Se apaciguaron solamente cuando Sanone encajó una lanza en su lanzador observó intensamente mientras se inclinaba hacía atrás…, luego enviaba el arma silbando a través de la oscuridad. Una animal chilló, y supieron que su punta había hallado también su blanco. Una repentina luz cegó sus ojos, y retrocedieron ante la nube de dardos que apareció repentinamente. Todos hicieron corto. La batalla nocturna unilateral había empezado.
Pese a lo que Kerrick les había dicho, los demás no creían realmente que el enemigo permaneciera tendido en silencio y muriera sin contraatacar a sus atormentadores: estaban preparados para correr hacía la oscuridad cuando eso ocurriera. El ataque nunca llegó. Sólo hubo luces parpadeantes de algún tipo, luego movimientos dentro del campamento cuando las fargi intentaron retroceder de las lanzas y flechas que caían sobre ellas.
La provisión de estas no era ilimitada, y Herilak ordenó rápidamente un alto. Las luces se apagaron, los murgu volvieron a instalarse en su sueño…, y las flechas empezaron de nuevo. Aquello prosiguió durante toda la noche, con cazadores de refresco acudiendo a tomar el relevo de los cansados. Kerrick y Herilak durmieron un poco, luego despertaron y ordenaron a los cazadores que regresaran a la barricada de piedra a la primera luz gris del amanecer.
Estuvieron preparados durante todo el día esperando el ataque, algunos montando guardia mientras los otros dormían. La mañana transcurrió y el ataque nunca se produjo. Por la tarde, aún sin ningún murgu al ataque, Herilak fue abordado por voluntarios que deseaban explorar las posiciones enemigas. Los rechazó a todos. No iba a ganarse nada perdiendo más vidas. Cuando llegó el anochecer —aún sin el menor signo de ataque—, él y Kerrick se envolvieron de nuevo en las telas. Salieron cautelosamente, las armas preparadas, pero no había nadie aguardándoles esta vez. Siempre con la misma cautela, se arrastraron subiendo la orilla del río y alzaron sus cabezas envueltas en tela sobre el reborde, observando a través de la rendija ante los ojos.
La llanura estaba vacía.
Tan rápidamente como había venido, el enemigo se había desvanecido. Sus huellas y los excrementos de los animales señalaban hacía el horizonte.
—Se han ido. ¡Les hemos vencido! —rugió Herilak, agitando victorioso su puño hacía el cielo.
—No vencido —dijo Kerrick, repentinamente aturdido por la fatiga. Se dejó caer con las piernas cruzadas al suelo, arrancándose la sofocante tela de su rostro y mirando hacía las huellas que se alejaban—. Han sido derrotadas aquí, empujadas hacía atrás. Pero son como espinos venenosos. Los cortamos en un lugar y crecen más fuertes en otro.
—Entonces arrancaremos de raíz esos espinos de una vez por todas. Los destruiremos para que no puedan volver a crecer y regresar.
Kerrick asintió solemnemente.
—Eso es lo que debemos hacer. Y ahora sé exactamente cómo puede hacerse. Convocaremos a los sammads y a los manduktos de los sasku. Ha llegado el momento de barrer a los yilanè del mismo modo que ellos han intentado desarraigarnos y matarnos.
Iremos a presentarles batalla.