CAPÍTULO 4

La llegada de Vaintè no había pasado inadvertida. Cuando el bote atracó junto al muelle, vio que había alguien de pie allí, estrechamente envuelta en una capa y aguardando obviamente su llegada.

—¿Quién es? —preguntó Vaintè. Inlenat siguió su mirada.

—He oído que se llama Vanalpè. Su rango es de los más altos. Nunca me ha hablado.

Vaintè la conocía, al menos conocía sus informes. Formales y profesionales, sin nunca una palabra acerca de personalidades o dificultades. Era la esekaksopa, literalmente la-que-cambiaba-la-forma-de-las-cosas, porque era una de las muy pocas que conocía el arte de alimentar plantas y animales hacia formas nuevas y útiles. Ahora era la que tenía la responsabilidad del diseño y crecimiento real de la ciudad. Mientras que Vaintè era la eistaa, la líder de la nueva ciudad y sus habitantes, Vanalpè tenía la responsabilidad definitiva de la forma física de la ciudad en sí. Vaintè intentó no dejar traslucir ahora la tensión momentánea: su primer encuentro era de vital importancia para modelar toda su futura relación. Y de esa relación dependía el destino y el futuro de la propia Alpèasak.

—Yo soy Vaintè —dijo, mientras pisaba la áspera madera del muelle.

—Te saludo y te doy la bienvenida a Alpèasak. Una de las fargi vio al uruketo y la llegada de este bote y me informó de ello. Mi mayor deseo era que fueras tú. Mi nombre es Vanalpè, una que sirve —dijo formalmente haciendo el signo de sumisión a un superior. Lo hizo a la manera antigua, el movimiento completo de la doble mano, no la forma habitual abreviada. Tras lo cual permaneció de pie, con las piernas firmes y sólidas, aguardando órdenes. Vaintè le hizo inmediatamente un gesto cálido y, en un impulso, aferro su mano en una demostración de amistad.

—He leído tus informes. Has trabajado mucho y duro por Alpèasak. ¿Te dijo la fargi alguna otra cosa…, te habló de la playa?

—No, sólo de tu llegada. ¿Qué es eso de la playa?

Vaintè abrió la boca para hablar…, y se dio cuenta de que no podía. Desde aquel único grito de dolor había mantenido sus sentimientos bajo un perfecto control. Pero tuvo la sensación de que ahora, si hablaba de la carnicería del macho y de los jóvenes, su rabia y su horror se abriría camino por encima de su control. Aquello no sería político ni ayudaría a la imagen de fría eficiencia que siempre había mantenido en público.

—Inlenat —ordenó—. Cuéntale a Vanalpè lo que encontramos en la playa.

Vaintè caminó de un extremo del muelle al otro, sin escuchar las voces, planeando el orden de todas las cosas que debía hacer. Cuando las voces callaron, alzó la vista y halló a las otras dos aguardando sus palabras.

—Ahora comprendes —dijo.

—Monstruoso. Las criaturas que lo hicieron tienen que ser halladas y destruidas.

—¿Sabes qué pueden ser?

—No, pero conozco a alguien que sí. Stallan, que trabaja conmigo.

—¿Es llamada cazadora a propósito?

—Y bien llamada. Es la única que se ha aventurado por la jungla y bosques que rodean la ciudad. Sabe lo que puede encontrarse allí. Sabiéndolo, he podido efectuar modificaciones en el diseño de la ciudad de las que debo darte detalles…

—Más tarde. Aunque ahora soy la eistaa los deberes menos urgentes deben aguardar hasta que se haya hecho algo respecto a las muertes. ¿La ciudad va bien…, no hay problemas inmediatos?

—Ninguno que no pueda esperar. Crece como debe hacerlo. Las fiebres han sido detenidas. Sólo unas pocas murieron.

—Deeste murió. ¿Será echada en falta? Vanalpè guardó silencio, los ojos pensativamente bajos. Cuando habló, resultó obvio que había considerado sus responsabilidades y sopesado muy cuidadosamente sus palabras.

—Han habido problemas en esta ciudad, y muchas dicen que Deeste fue la responsable de ellos. Estoy de acuerdo con esa opinión. Muy pocas la echarán en falta.

—¿Y esas pocas…?

—Asociadas personales. Descubrirás rápidamente quiénes son.

—Comprendo. Ahora haz llamar a Stallan y ordénale que se presente a mí. Mientras aguardamos, muéstrame tu ciudad.

Vanalpè abrió camino entre las altas raíces, luego empujó a un lado una colgante cortina que se estremeció a su contacto. La temperatura era cálida dentro, y dejaron caer sus capas sobre el montón que había al lado de la puerta. Las capas extrudaron lentos tentáculos que sondearon la pared hasta que olieron el dulzor de la savia y se aferraron a él.

Cruzaron las estructuras temporales cerca del muelle, planchas transparentes sujetas a los esqueléticos árboles de rápido crecimiento.

—Esta técnica es nueva —explicó Vanalpè—. Esta es la primera ciudad que se funda en mucho tiempo. Desde la última fundación los días han sido sabiamente empleados, y se han realizado grandes mejoras en el diseño. —Ahora estaba animada, y sonreía mientras palmeaba con sus manos las quebradizas planchas—. Yo misma he desarrollado estas. Una crisálida de insecto enormemente ampliada. Mientras las crisálidas estén bien alimentadas en su estadio larval, producirán gran número de estas planchas. Son separadas de ellas y unidas entre sí mientras aún son blandas. Se endurecen con la exposición al aire. No es un recurso malgastado. Mira, llegamos ya al árbol de la ciudad.

Señaló hacía la red de gruesas raíces que formaban ahora las paredes, envolviendo y digiriendo las planchas translúcidas.

—Las planchas son carbohidratos en estado puro. Son absorbidas por el árbol y constituyen un valioso aprovisionamiento de energía.

—Excelente. —Vaintè se detuvo debajo de una luz que se agazapaba junto a un calentador que había extendido sus membranosas alas. Miró a su alrededor con no fingida admiración—. Soy incapaz de decir lo complacida que me siento. He leído todos tus informes. Sabía que estabas haciendo grandes cosas aquí, pero el ver la solidez del propio crecimiento es algo completamente distinto. Es impresionante, impresionante, impresionante. —Acentuó la última repetición prolongando la palabra—. Mi primer informe a Entoban‹ dirá exactamente esto.

Vanalpè giró la cabeza en silencio hacía otro lado, sin atreverse a hablar. Toda su vida había trabajado en el diseño urbano, y Alpèasak era la culminación de ese trabajo. El franco entusiasmo de la eistaa era abrumador. Transcurrió un largo momento antes de que fuera capaz de hablar. Señaló al calentador.

—Esto es tan nuevo que ni siquiera lo has visto en los informes. —Acarició el calentador, que retiró por unos momentos sus colmillos de los conductos de la savia, giró unos ciegos ojos hacía ella y emitió un débil chillido. Los he estado desarrollando experimentalmente durante años. Ahora puedo informar sin faltar a la verdad que los experimentos han sido un éxito. Viven largo tiempo, y no necesitan más alimentación que los azúcares de la savia. Y comprueba la temperatura corporal; es superior a cualquier otra.

—Sólo puedo sentir admiración.

Vanalpè abrió camino de nuevo llena de orgullo, entre las cortinas de enmarañadas raíces. Se inclinó para pasar por una abertura, sujetando las raíces hacía arriba para que Vaintè pudiera entrar también. Luego señaló hacía el grueso tronco que formaba la pared de atrás.

—Este es el lugar donde planté la semilla de la ciudad. —Se echó a reír y adelantó una mano, con la palma hacía arriba—. Estaba aquí en mi mano, tan pequeña que parecía imposible creer en los días y días de trabajo que habían sido necesarios para preparar las cadenas de genes mutantes que la componían. Y nadie estaba absolutamente segura hasta que creció de que nuestro trabajo fuera a verse coronado por el éxito. Hice limpiar esta zona de árboles y maleza, y también de insectos, luego yo misma fertilicé y regué el terreno, hice un agujero en el con mi pulgar…, y planté la semilla. Aquella noche dormí a su lado, no podía abandonarla. Y al día slguiente pude descubrir el más verde de los brotes. No puedo describirte lo que sentí. Y ahora…, aquí está.

Vanalpè palmeó con gran orgullo y felicidad la gruesa corteza del gran árbol que se alzaba allí. Vaintè se acercó y se detuvo a su lado, tocando ella también la madera y sintiendo la misma alegría. Su árbol, su ciudad.

—Aquí es donde me quedaré. Dile a todo el mundo que este será mi hogar.

—Este será tu hogar. Serán plantadas paredes para rodear el hogar de la eistaa. Me voy a buscar a Stallan y la traeré aquí.

Cuando se hubo ido, Vaintè se sentó en silencio hasta que una fargi pasó y miró hacía ella; la envió a buscar algo de comida. Pero cuando regresó, la fargi no estaba.

—Me llamo Heksei —dijo la recién llegada de la más formal de las maneras—. Ha corrido la voz de vuestra llegada, gran Vaintè, y me he apresurado a recibiros y a daros la bienvenida a tu ciudad.

—¿Cuál es tu trabajo en esta ciudad, Heksei? —preguntó Vaintè, con la misma formalidad.

—Intento ser una ayuda, auxiliar a las demás, ser leal a la ciudad…

—¿Eras amiga íntima de la ahora muerta eistaa, Deeste?

Se trataba más de una afirmación que de una pregunta, y la otra picó el anzuelo.

—No se lo que habréis oído. Algunas se muestran celosas de otras, difunden historias…

Se interrumpió bruscamente cuando regresó Vanalpè, seguida por otra que llevaba una honda colgada de un hombro, de la que pendía una hesotsan. Vaintè observo el arma, luego apartó la vista, sin decir nada pese a que su presencia estaba prohibida por la ley.

—Esta es Stallan, de la que te hablé —dijo Vanalpè, pasando su mirada por encima de Heksei como si no existiera.

Stallan hizo el signo del saludo formal, luego retrocedió hacía la puerta. —He cometido un error —dijo hoscamente, y Vaintè observó por primera vez la larga cicatriz que fruncía su garganta—. Sin pensarlo he traído mi arma. Hasta que me he dado cuenta de que la mirabais no he comprendido que hubiera debido dejarla atrás.

—Espera —dijo Vaintè—. ¿Siempre la llevas contigo?

—Siempre. Estoy tanto tiempo fuera de la ciudad como dentro de ella. Esta es una ciudad nueva, y hay peligros.

—Entonces sigue llevándola, Stallan, si la necesitas. ¿Te ha hablado Vanalpè de la playa?

Stallan hizo el signo de sí en un hosco silencio.

—¿Sabes de qué criatura puede tratarse?

—Sí… y no.

Vaintè ignoró el gesto de incredulidad y desdén de Heksei.

—Explícate —dijo.

—Hay pantanos y junglas en este nuevo mundo, grandes bosques y colinas. Hacia el oeste hay un gran lago y más allá está de nuevo el océano. Hacia el norte bosques interminables. Y animales. Algunos muy parecidos a los que conocemos en Entoban‹. Algunos muy distintos. La diferencia es más grande a medida que se avanza hacía el norte. Allí he encontrado más y más ustuzou. He matado algunos. Pueden ser peligrosos. Muchas de las fargi que me llevé conmigo resultaron heridas, algunas murieron.

—¡Peligroso! —esta vez Heksei rio en voz alta—. ¿Un ratón debajo del suelo, peligroso? Tendremos que enviar a buscar un elinou para que se haga cargo de tu peligro. Stallan se volvió lentamente hacía Heksei.

—Tú siempre te ríes cuando hablo de este asunto del que no sabes absolutamente nada. Ha llegado el momento de detener esta risa —había una frialdad en su voz que no permitía ninguna respuesta. Aguardaron en silencio mientras ella salía para regresar unos momentos más tarde con un gran fardo envuelto—. Hay ustuzou en estas tierras, criaturas peludas que son más grandes que los ratones debajo del suelo de los que te ríes. Puesto que este es el único tipo de ustuzou que conocíamos antes de llegar a esta nueva orilla, seguimos creyendo que todos los ustuzou tienen que ser una insignificante plaga dañina. Ha llegado el momento de que abandonemos esta idea. Las cosas son distintas aquí. Aquí tenéis a esta bestia sin nombre, por ejemplo.

Desenvolvió el fardo y lo abrió en el suelo. Era la piel de un animal, un animal peludo, y se extendía de pared a pared. Hubo un impresionado silencio cuando Stallan tomó uno de sus miembros y señaló la pata que lo remataba, las garras de que estaba provista, cada una de ellas tan larga como su mano.

—He respondido si y no a vuestra pregunta, eistaa, y aquí está el porqué. Aquí hay cinco garras. Muchas de las criaturas peludas más grandes y peligrosas tienen cinco dedos. Creo que los asesinos de la playa fueron ustuzou de algún tipo, de una especie jamás encontrada antes.

—Creo que tienes razón —dijo Vaintè, apartando con el pie una esquina de la piel e intentando no estremecerse ante su blando y odioso contacto—. ¿Crees poder encontrar a estas bestias?

—Las rastrearé. Hacia el norte. Es el único camino que pueden haber tomado.

—Encuéntralas. Rápido. E infórmame. Luego las destruiremos. ¿Partirás al amanecer?

—Con vuestro permiso…, partiré ahora mismo.

Vaintè se permitió una expresión de ligera incredulidad, suficiente para ser interrogativa pero no despectiva ni insultante.

—Pronto se hará oscuro. ¿Puedes viajar de noche? —preguntó—. ¿Cómo es posible algo así?

—Sólo puedo hacerlo cerca de la ciudad, donde la línea de la costa es muy regular. Hay grandes capas, y poseo un bote nictálope. Seguirá la línea de la costa, de modo que al amanecer habré recorrido un buen trecho de mi camino.

—Eres realmente una cazadora. Pero no deseo que te aventures a solas, enfrentándote a esos peligros con tus únicas manos. Necesitarás ayuda. Heksei acaba de decirme que está aquí para ayudar a las demás. Irá contigo y estará a tu servicio.

—Será un viaje agotador, eistaa —dijo Stallan, con voz hueca e inexpresiva.

—Estoy segura de que sabrá sacar provecho de la experiencia —dijo Vaintè, dándose la vuelta e ignorando las desdichadas y frenéticas señales de atención—. Espero que vuestro viaje sea provechoso.