CAPÍTULO 12

—Un ataque rápido a lo largo del río —dijo Vaintè—. Primero un barrido rápido por encima de la barrera rocosa, matando a todos los ustuzou que pueda haber ocultos allí. Luego al interior del valle. Ordena a las fargi que avancen, pero no las dirijas tú misma. Hay una posibilidad de que los ustuzou sepan nuestros movimientos. Si es así, entonces las primeras atacantes morirán. Empieza.

La masa de fargi avanzó a lo largo de la orilla del río. Se apretaban de tal modo para pasar por la angosta entrada que algunas de ellas vadeaban en el agua. Vaintè las contempló alejarse, luego se apoyó en su cola y aguardó con inmóvil paciencia el resultado. Tras ella el resto de las fargi desmontaron y empezaron a descargar las provisiones. Apenas habían terminado cuando Stallan salió tambaleante del valle y caminó lentamente hacía la silenciosa Vaintè.

—Estaban ocultos —dijo Stallan—. Disparamos, pero no hubo forma de saber si le dimos a alguno. Las primeras atacantes murieron, como dijiste que podía ocurrir. Recuperamos los hesotsan de las muertas, tantos como pudimos, antes de retirarnos. He preparado una línea defensiva fuera del alcance de sus armas y he venido inmediatamente a comunicártelo.

Vaintè no pareció sorprendida ante aquel desagradable información.

—Sabían que veníamos. Por eso fueron al valle. Examinaré por mí misma la situación.

Stallan abrió camino entre las apiñadas fargi, ordenando que se apartaran para dejar paso a su sarn'enoto. Delante de ellas el río trazaba una curva en torno a la cara rocosa, y era allí donde Stallan había situado su posición defensiva. Algunas fargi estaban agazapadas detrás de las rocas, las armas preparadas, mientras otras cavaban trincheras protectoras en la blanda arena. Stallan alzó su hesotsan y apuntó hacía la curva.

—A partir de aquí hay que tomar precauciones. Yo iré delante.

Avanzaron lentamente, luego se detuvieron. Stallan hizo un gesto a Vaintè para que se reuniera con ella.

—Desde aquí puedes ver la barrera.

Vaintè avanzó cuidadosamente, y el primero de los cadáveres apareció a la vista. Había muchos más diseminados en la base de las rocas, mientras algunas habían conseguido subir algunos pasos antes de caer. El río trazaba su curva en torno a la barrera, espumeando vivamente a través del estrecho paso. Allí también había otros cadáveres de fargi, algunas tendidas medio dentro y medio fuera del agua. En la parte superior de la barrera se distinguían rápidos movimientos. El enemigo aguardaba a la espera. Vaintè alzó la vista hacía el sol, aún alto en el cielo, antes de retroceder.

—Atacaremos de nuevo. Si recuerdo correctamente, los hesotsan pueden sobrevivir bajo el agua.

—Pueden sobrevivir. Sus aletas nasales se cierran cuando están sumergidos.

—Eso creía. Entonces eso es lo que haremos. Iniciaremos un ataque sobre la barrera. No quiero que se detenga cuando resulten muertas algunas fargi.

—No será fácil. Habrá muchas muertes.

—Nada es fácil, Stallan, o de otro modo todas seríamos eistaa, sin fargi que nos sirvieran. ¿Sabes que las Hijas de la Muerte no van a luchar?

—Les he retirado sus armas.

—Bien. Pero aún pueden servir de otra forma. Ellas encabezarán el ataque contra la barrera.

Cuando comprendió el significado de aquellas palabras, los labios de Stallan se distendieron lentamente para exhibir hileras de afilados dientes, expuestos para mostrar la agudeza de la decisión y su gran apreciación de la misma.

—Eres la primera y más sabia en todo, gran Vaintè. Sus cuerpos atraerán muchos de los dardos de muerte de modo que las fargi armadas podrán cruzar. Eres la única capaz de hallar una forma tan exacta de conseguir que unas criaturas tan molestas como estas rindieran un tan gran servicio. Se hará como has ordenado. Los ustuzou y las Hijas de la Muerte morirán juntos. ¡Qué compañeros más adecuados para este destino!

—Hay más en el ataque que eso. Podemos ganarles de este modo, pero las pérdidas serían enormes. Mientras se desarrolla este ataque, quiero a fargi armadas en el agua, cruzando a nado esa abertura. Atacarán a los defensores por detrás, los matarán, los distraerán. Entonces podremos franquear la barrera y destruir al resto.

Las moscas zumbaban ya en enjambres sobre los cuerpos caídos en las rocas de abajo. Nada se movía excepto las moscas, zumbando pesadamente en el silencio. Kerrick tomó un puñado de dardos y empezó, a meterlos, uno tras otro, en el hesotsan.

—Se han retirado —dijo Sanone, alzando cuidadosamente la cabeza para mirar.

—La lucha todavía no ha empezado —dijo Kerrick—. Sólo estaban probando nuestras fuerzas. Volverán —se volvió para mirar a Sanone, y se inmovilizó—. ¡No te muevas! Quédate donde estás.

Alzó una mano firme y retiró el dardo del pañuelo que cubría la cabeza de Sanone.

—Si hubiera llegado a atravesarlo, ahora estarías muerto.

Sanone contempló tranquilamente la mortal punta de espino y la hoja.

—Nuestra tela tiene cualidades en las que nunca llegué a pensar. No detendrá una lanza…, pero es a prueba del veneno murgu. Quizá debiéramos envolvernos más completamente con ella y sobrevivir de este modo.

Kerrick arrojó el dardo a un lado.

—Por eso estamos a salvo detrás de estos peñascos. Sólo cuando los dardos vuelen como hojas en otoño estaremos en peligro.

Se volvió para examinar a los cazadores diseminados a lo largo de la parte superior de la barrera. Todos estaban armados con hesotsan y habían hecho buen uso de ellos, conservando sus flechas y lanzas. Los sasku armados con lanzas estaban en la retaguardia de la barrera y en el suelo, preparados para dar su apoyo si era necesario. Ahora todo lo que podían hacer era esperar.

Herilak se puso en pie en la cima de la pared rocosa y fue el primero en ver a las atacantes.

—¡Vienen de nuevo! —gritó, y luego se apresuró a ocultarse.

—No malgastéis los dardos —ordenó Kerrick—. Esta vez dejemos que se acerquen más antes de disparar.

Sabía que aquello era lo correcto. Cuando se había iniciado el primer ataque, algunos habían disparado sus hesotsan demasiado pronto, cuando los murgu estaban aún fuera de alcance, y los demás les habían seguido. Aquello era malgastar los proyectiles: la provisión de dardos era abundante, pero los hesotsan se cansaban y no reaccionaban tan rápidamente cuando eran utilizados demasiado. Esta vez los defensores aguardarían hasta que las fargi estuvieran trepando las rocas.

Ya estaban más cerca ahora…, y Kerrick se dio cuenta de pronto de que las que iban en primera línea estaban desarmadas. ¿Qué significaba aquello? ¿Era un truco de alguna especie? No importaba, de hecho era mejor, porque así resultaban más fáciles de matar.

—¡Ahora, disparad ahora! —gritó, apretando su hesotsan y enviando la muerte a morder la piel de la más cercana atacante. Los tanu gritaron y dispararon y el enemigo siguió avanzando. Había algún grito ocasional, pero en su mayor parte morían en silencio. Eran los defensores quienes producían casi todo el ruido, de modo que Kerrick no oyó al principio la voz que le llamaba. Luego captó las palabras.

—¡El río, ahí, en el agua!

Kerrick se volvió, miró, retrocedió. Puntos negros en la rápida corriente, más y más de ellos, algunos siendo arrastrados hacía la orilla. Yilanè, nadando por el río, sujetando varillas oscuras en sus manos, hesotsan, alcanzando la orilla…

—¡Lanzas, flechas, matadlas en el agua!

Herilak saltó de la barrera y gritó, con su enorme voz dominando todos los demás ruidos:

—¡Kerrick, quédate aquí con los palos de muerte! ¡Ahora atacarán con toda su fuerza! ¡Deténlos aquí!

Kerrick se volvió con un esfuerzo, vio que Herilak, había adivinado correctamente las intenciones del enemigo. Detrás de las atacantes desarmadas, apiladas ahora en montañas de cadáveres, aparecieron más y más fargi disparando a medida que se acercaban.

—¡No las dejéis pasar! —gritó Kerrick—. ¡Quedaos aquí, seguid disparando! —Disparó él también, y disparó de nuevo, con una fargi tan cerca que vio el dardo asomar bruscamente en su garganta, vio sus ojos abrirse enormemente mientras caía de espaldas y rodaba ladera abajo.

Ahora las vivas estaban trepando por encima de las muertas, utilizándolas para cubrirse, disparando también. La batalla ya no era unilateral. Un cazador resultó alcanzado, luego otro. El hesotsan de Kerrick se estremeció en sus manos cuando lo apretó, y necesitó un largo momento para comprender que estaba vacío de dardos. Y no había tiempo de recargarlo. Agarró una lanza, clavó hacía arriba contra la fargi que se había subido al montón, la envió cayendo de espaldas y chillando de dolor.

Era la última, el ataque había sido vencido por el momento. Se dejó caer con la espalda contra la piedra, jadeando en busca de aliento, obligando a sus dedos a moverse con precisión mientras volvía a meter dardos en el hesotsan. Los demás habían dejado de disparar también por falta de blancos; se permitió echar una rápida mirada al rio.

Un buen número de fargi habían alcanzado la orilla, pero estaban muertas. Junto con un cierto número de defensores, porque había sido una batalla casi cuerpo a cuerpo. En el agua, en un lugar poco profundo, la oscura figura de un sasku estaba cruzada sobre el cadáver de una yilanè en un obsceno abrazo. Otros cadáveres, acribillados de flechas, flotaban alejándose en la corriente. Sanone dijo algo y Kerrick se volvió hacía él, lo vio de pie en la parte superior de la barrera, protegiéndose los ojos contra el sol poniente.

—¡Han retrocedido! —exclamó—. ¡Han cesado el ataque! ¡Hemos ganado!

Hemos ganado, pensó Kerrick, mirando a su alrededor, a los tanu muertos. ¿Qué es lo que hemos ganado?

Hemos matado algunas fargi en un mundo que hormiguea de fargi. Algunos de los nuestros han muerto, y seguiran atacando hasta que estemos todos muertos. Las hemos contenido, pero no hemos ganado nada. Aunque las venzamos esta vez, volverán. Nos odian tanto como nosotros las odiamos a ellas. Pueden encontrarnos nos ocultemos donde nos ocultemos, así que no podemos ocultarnos.

—Nos seguirán allá donde escapemos, así que no podemos escapar.

No nosotros, se dio cuenta entonces. Yo. Si todo lo que desearan fuera matar tanu, había grandes cantidades de ellos al otro lado de las montañas. La rapaces y las aves nocturnas podían verlo todo, espiar cualquier cosa. Sin embargo aquella gran fuerza había venido hasta allí, golpeando directamente aquel valle como una lanza arrojada desde lejos. ¿Por qué? Porque él estaba allí; era un pensamiento estremecedor. Vaintè, tenía que ser ella, aún viva, aún buscando venganza.

¿Qué podía hacer? ¿Dónde podía escapar? ¿Qué defensa posible tenían?

La ira lo poseyó, agitó su cuerpo, lo envió de un salto en pie, blandiendo el hesotsan sobre su cabeza, gritando:

—¡No puedes hacer esto, Vaintè, no puedes matarnos a todos! ¡Lo intentarás, pero no puedes! ¡Esta es nuestra tierra, aquí vivimos, y no puedes cruzar el océano con tus frías criaturas y arrojarnos de ella! ¡No vencerás aquí y volverás arrastrándote a casa con tus pocas supervivientes tan pronto como te des cuenta de ello! Pero entonces volverás de nuevo…

Kerrick se dio cuenta de que Sanone le estaba mirando desconcertado, sin comprender ni una palabra de lo que estaba diciendo. Sonrió irónicamente al mandukto y habló en sasku.

—Hoy los has visto por primera vez. ¿Te gustan? ¿Te gusta ver a los murgu matar a nuestra gente? Debemos ponerle fin a esto…, de una vez por todas.

Kerrick se detuvo entonces, respirando pesadamente. Contemplando el enorme montón de cadáveres, el puñado de vivos. ¿Podían ser detenidos los yilanè? Y si era así…, ¿cómo?

Sólo podía haber una forma. Ya no podían retirarse más, esconderse más.

Tenía que ser planteada batalla al enemigo. Esa era la respuesta, una clara y decidida respuesta, y una respuesta inescapable.

Sanone miró sorprendido ahora a Kerrick cuando habló. No, no estaba hablando, porque los sonidos que emitía no eran como nada que jamás hubiera oído antes. Y mientras hablaba movía su cuerpo, arrojaba la cabeza hacía atrás y sus brazos se agitaban como si sufriera un ataque.

Kerrick vio la expresión en el rostro de Sanone y se dio cuenta de que había hablado en yilanè porque estaba pensando en los yilanè…, y pensando ahora como un yilanè. Analizando fría y salvajemente lo que había que hacer, examinando los hechos y luego llegando a una solución. Cuando habló de nuevo fue en sasku, cuidadosa y claramente.

—Haremos la guerra a los murgu. Iremos a buscarles a su ciudad, allá lejos al sur. Los encontraremos allí y los mataremos allí. Cuando ese lugar que ellos llaman Alpèasak haya desaparecido, ellos también habrán desaparecido. Conozco esa ciudad y sé cómo destruirla. Eso es lo que haremos.

Se volvió y llamó en marbak a Herilak al borde del agua.

—Tendrás el deseo que te fue mostrado en tu sueño, Herilak. Nos marcharemos de aquí e iremos al sur, y tú serás el sacripex de todos los tanu que vengan con nosotros. Los murgu morirán y tú nos dirigirás. Ahora sé que hay que hacer esto y cómo hay que hacerlo…, y cómo destruirlos a todos. ¿Qué dices a eso, gran cazador? ¿Nos dirigirás?

Herilak oyó la autoridad en la voz de Kerrick, supo que no hablaría de este modo si no supiera que podía hacerse. La esperanza inundó a Herilak, y su rugido sin palabras fue suficiente respuesta.

—¡Vienen de nuevo! —exclamó Sanone.

La batalla empezó otra vez y todos pensaron que el futuro quedaba olvidado en la amenaza del presente.