CAPÍTULO 11

—Qué horribles son esas criaturas —dijo Vaintè—. Pero esa es aún más horrible que la mayoría.

Adelantó un pie e hizo girar la cortada cabeza con sus garras. Ahora había polvo en el rostro y pelo, apelmazado por la sangre seca del cuello.

—Diferentes también —dijo Stallan, aguijoneando la cabeza con su hesotsan—. Observa lo oscuro que es el pelaje. Es un nuevo tipo de ustuzou. Todos los demás tenían pieles blancas y pelaje blanco. Este es oscuro. Pero esas criaturas también tenían palos con piedras afiladas sujetas a ellos, y llevaban trozos de sucia piel en torno a sus cuerpos.

—Ustuzou —dijo Vaintè firmemente—. Con ansias de matar.

Despidió a Stallan con un movimiento de su brazo y miró a su alrededor, al organizado ajetreo de las fargi. El sol había descendido ya mucho en el horizonte, como ocurría siempre ahora cuando se detenían para la noche, porque había que hacer muchos preparativos. Mientras eran descargados y alimentados los uruktop, otras fargi colocaban las sensibles lianas en círculos en torno al lugar de acampada. Nada podía acercárseles ahora en la oscuridad sin ser detectado. Las criaturas luminosas habían sido adaptadas para ser mucho más luminosas ahora, y eran ligeramente sensitivas, de modo que señalaban la zona donde se había producido la alteración, barriéndola con una luz cegadora. De mayor interés eran los fajos de melikkasei que las fargi estaban desenrollando cuidadosamente más allá de las lianas. Un nuevo desarrollo plantas fotosensibles e inofensivas de manejar durante las horas diurnas. Pero después de oscurecer extraían sus afiladas púas venenosas de sus alvéolos, con la muerte a punto en sus agudos pinchos para cualquier criatura que las tocara durante la noche. Se retraían solamente cuando el cielo era de nuevo claro y brillante.

Una rechoncha yilanè se acercó lentamente a Vaintè, Okotsei, lenta y fea con la edad…, pero con un cerebro que nadie había igualado. Era Okotsei quien había desarrollado las criaturas que podían ver y grabar imágenes a la luz de las estrellas. Había mejorado el proceso desde entonces, de modo que ahora tenía a sus aves en el aire noche y día…, y las imágenes que traían de vuelta estaban disponibles casi tan pronto como regresaban. Okotsei extendió un puñado de planas hojas tan pronto como hubo llamado la atención de Vaintè.

—¿Qué es esto? —preguntó Vaintè.

—Lo que pediste, eistaa. Fueron tomadas esta mañana a primera hora.

Vaintè tomó las imágenes y las examinó atentamente. No había ningún cambio. Largas sombras se extendían de los conos de piel junto al río, así como de los mastodontes en el campo adyacente. Ningún cambio. Los temores que la habían poseído hacía tres días, cuando había sido descubierto el campamento vacío, habían demostrado ser sin fundamento. Los brutos no habían huido, sino que simplemente se habían trasladado de un lugar a otro. No estaban alarmados; la presencia de sus fuerzas de choque aún no había sido detectada.

—Muéstrame el mismo lugar en la imagen más grande —dijo.

Las aves volaban de noche y de día, cerca del suelo y muy arriba en el cielo. Ya no había escape para los ustuzou. Esta nueva imagen, tomada por una rapaz en vuelo alto, revelaba enormes extensiones del río, también el valle junto al río, y grandes extensiones de la región circundante. Okotsei señaló un punto con el pulgar.

—Este es el lugar donde dormimos la última noche. Esta es la madriguera ustuzou que fue destruida, de donde procede esta cabeza que hay en el suelo —su pulgar se movió. Ahora estamos en este punto. Los ustuzou que buscas están aquí, junto al río.

—¿Son los que busco, estás segura de ello?

—Sólo estoy segura de que son el único grupo en este lado de las montañas nevadas que llevan mastodontes consigo. Hay otros grupos de ustuzou aquí, aquí y aquí. Un grupo más grande está en este valle junto al río. Más al norte, fuera de la imagen, hay más de esas criaturas. Pero en ninguna parte, excepto en este lugar, hay mastodontes. En el lado oriental de las montañas sí, hay muchos grupos así. Pero en este lado…, sólo este.

—Bien. Llévalas a Stallan para que pueda planear el ataque por la mañana.

La fargi de servicio trajo a Vaintè la carne vespertina, y ella apenas se dio cuenta de cuando la tomó entre sus dedos y la comió, tan grande era su concentración en sus planes. Sus pensamientos estaban centrados en los multifacetados trabajos que las habían traído, a ella y a las fargi armadas, hasta aquel lugar en aquel momento. Una vez más revisó todas las partes para asegurarse de que no faltaba nada, ningún trabajo había quedado incompleto, ningún detalle había sido olvidado. Todo era tal como tenía que ser. Atacarían por la mañana. Antes de que se pusiera el sol Kerrick estaría muerto…, o en sus manos. Mejor en sus manos, sus pulgares se abrieron y se cerraron ante el pensamiento, mucho mejor en sus manos.

Intentó no ser emotiva al respecto, ser lógica pero había terminado ahora con la lógica y el odio se estaba apoderando nuevamente de ella. ¿Cuántas imágenes había visto? Incontables. Un grupo de ustuzou se parecía a cualquier otro, las propias criaturas eran difíciles de individualizar. Sin embargo estaba segura de que aquel a quien buscaba no estaba en ninguna de las imágenes anteriores de los grupos al este de las montañas. Sólo cuando contempló la imagen que revelaba los mastodontes, los únicos mastodontes al oeste de las montañas, tuvo la seguridad de que finalmente lo había encontrado. Mañana lo sabría seguro. Durmió con la llegada de la oscuridad…, como hacían todas las yilanè. Protegidas por sus cuidadosamente preparadas defensas. No hubo alarmas aquella noche, y su sueño no fue turbado. Con la primera luz empezaron a agitarse las fargi, y se iniciaron los preparativos para la marcha del día, la batalla del día. El sol todavía calentaba poco, y Vaintè conservaba la amplia capa de dormir envuelta en torno a su cuerpo cuando Stallan se reunió con ella mientras supervisaba la carga. Todo funcionaba perfectamente, con la auténtica organización yilanè, con los grupos y las jefas de los grupos cumpliendo con eficiencia sus tareas encomendadas. Agua, carne y las demás provisiones fueron cargadas en los uruktop pesados desarrollados especialmente para aquella misión. El placer de la operación se vio estropeado para Vaintè cuando se dio cuenta de que Peleine hacía signos llamando su atención.

—Vaintè, necesito hablar contigo

—Esta tarde, cuando haya terminado el trabajo del día. Ahora estoy ocupada.

—Esta tarde puede ser demasiado tarde para el trabajo que tal vez desees que no se haga.

Vaintè no se movió ni habló, pero un ojo se dirigió a Peleine, recorriéndola de arriba a abajo con un frío escrutinio, aunque Peleine parecía demasiado alterada para darse cuenta de su desagrado.

—Me gustaría que fuese de otro modo, pero se habla mucho entre las Hijas, y muchas están preocupadas. Empiezan a tener la sensación de que se ha cometido un error.

—¿Un error? Me aseguraste que ya no teníais que ser llamadas más las Hijas de la Muerte sino que ahora erais las Hijas de la Vida en todo. Auténticas ciudadanas de Alpèasak, con vuestros errores dejados atrás, listas para ayudar en todos los asuntos. Por ello hice que fueran restablecidos todos los derechos y honores a aquellas que te siguieran, y te elevé para que sirvieras a mi lado. Ahora ya es demasiado tarde para hablar de errores.

—Escúchame, poderosa Vaintè. —Peleine unió sus pulgares en inconsciente pesar, mostrando en sus palmas los colores correspondientes—. Hablar de asuntos y tomar decisiones es una cosa. Llevarlos a cabo es otra. Vinimos contigo por nuestra propia voluntad, cruzamos el mar, la tierra y los ríos contigo puesto que admitimos que lo que estás haciendo es correcto. Admitimos que los ustuzou son animales predadores que deben ser muertos del mismo modo que matamos a los animales de los que obtenemos la carne.

—Admitisteis esto.

—Admitimos esto antes de ver a los animales. Dos de las Hijas estaban en el grupo que encontró a ese grupo de ustuzou ayer.

—Lo sé. Fui yo quien las envié. —Para hacer que conocieran la sangre, pensó, eso fue lo que Stallan dijo. Para que conocieran la sangre. Stallan siempre hacía aquello con las fargi que querían convertirse en cazadoras. Había muchas a las que les costaba matar porque habían permanecido demasiado tiempo en las ciudades, demasiado tiempo lejos del mar, demasiado alejadas de sus orígenes para matar con rapidez y eficiencia. Una cazadora no piensa; una cazadora reacciona. Esas Hijas de la Muerte pensaban demasiado, pensaban todo el tiempo, y hacían muy poco más. Hacer que conocieran la sangre podía ayudar.

Peleine tenía dificultades en expresarse. Vaintè aguardó con paciencia apenas controlada.

—No tendrían que haber ido —dijo finalmente Peleine, ahogando el significado de sus palabras con innecesarios movimientos de sus miembros.

—¿Acaso pretendes cuestionar mis órdenes? —La cresta de Vaintè se erizó, temblando de ira.

—Están muertas, Vaintè. Las dos muertas.

—No es posible. La resistencia apenas existió, nadie resultó herida.

—Las dos regresaron. Hablaron del campamento ustuzou y dijeron que no era muy distinto a una pequeña ciudad, los ustuzou tenían también muchos artefactos extraños, y gritaban de dolor cuando morían. Cuando hablaron de todo esto en voz alta alguien dijo que ahora eran Hijas de la Muerte, no Hijas de la Vida, y aceptaron que eran portadoras de muerte. Así que murieron. Murieron exactamente igual que si la eistaa las hubiera despojado de sus nombres y les hubiera ordenado que salieran de la ciudad. Así es como murieron. Ahora que sabemos esto, sabemos que estábamos equivocadas en nuestras creencias. Matar ustuzou trae la muerte, no la vida. No podemos seguir ayudándote, Vaintè. No podemos matar por ti.

Peleine detuvo sus nerviosos movimientos cuando dijo esto, porque todo lo que tenía que decir ya estaba dicho, todo lo que tenía que hacer ya estaba hecho. La decisión había sido tomada. No, no tomada, había sido forzada. Lo que ocurriera a continuación ya era cosa de Vaintè.

Vaintè permaneció tan inmóvil pensando como Peleine anticipando. Se miraron la una a la otra en completa inmovilidad, los ojos fijos, los pies separados. Silenciosas.

Aquello era rebelión, pensó Vaintè, y debía ser detenida de inmediato. Pero con el pensamiento le llegó la realización de que no podía ser detenida, que aquellas rebeldes criaturas se negarían a buen seguro a tomar las armas en el futuro. La muerte no era su enemiga. Aquellas hembras equivocadas habían visto a dos de sus miembros morir, y creían que eso mismo les ocurriría a todas ellas. Bien, estaban en lo cierto. La muerte iba a caer con toda certeza sobre ellas ahora. No lucharían, pero aún podían morir. No había lugar para las no combatientes en aquella guerra. Habría que ocuparse de ellas.

—Quedas destituida —dijo—. Ve a tus Hijas de la Muerte y diles que han avergonzado su ciudad. Sus hesotsan les serán retirados. Trabajarán…, pero no se les pedirá que maten.

Peleine hizo signo de agradecimiento mientras se daba la vuelta y se alejaba apresuradamente. Hubiera debido quedarse para escuchar, porque Vaintè aún no había terminado de hablar.

—No se les pedirá que maten. Pero se les requerirá que mueran. —Hizo que le trajeran su tarakast, indicó a la fargi que lo llevaba que se inclinara para montar al animal subiéndose sobre sus hombros. Le hizo dar la vuelta y le ordenó que trotara, pasando junto a las fargi y los uruktop hasta la cabeza de la columna que avanzaba ya para guiar su marcha.

Las yilanè armadas montadas en los tarakast más rápidos se adelantaron al grueso del ejército, mientras otras cabalgaban a cada lado protegiendo los flancos. Stallan había estudiado atentamente las imágenes, como siempre, y señaló el camino. Era un recorrido fácil hasta la parada planeada junto al río, y Vaintè señaló alto en el momento en que una de las exploradoras regresaba apresuradamente.

—Se han ido —dijo simplemente la exploradora, dando a entender en sus movimientos: grupo grande y ustuzou.

—Deben haber trasladado de nuevo su campamento —dijo Vaintè, expresando esperanza en sus movimientos.

—Es posible —dijo la exploradora. Seguí el rastro cuando regresé hasta el lugar donde habían estado antes. Las huellas proseguían a lo largo del río y penetraban en el valle del río, y entonces decidí volver a comunicártelo.

—¿No dieron la vuelta o hicieron alguna maniobra para intentar escapar por algún otro camino? —preguntó Stallan, con una rígida atención en el ángulo hacía delante de su cuerpo

—Imposible. Lo seguí hasta que las paredes de roca se alzaron muy arriba a mis lados, y no había ningún otro camino que pudieran seguir.

—¡Atrapados! —dijo Stallan con exultación, acercando su montura a la de Vaintè a fin de pasarle una imagen—. Mira esto, sarn'enoto, mira la trampa donde se han metido. El valle del río es amplio pero las paredes son altas con esta única entrada a lo largo del río. El río sale por aquí sobre rocas y con una serie de rápidos. No hay salida por este lado.

Sarn'enoto un antiguo título de un medio olvidado pasado, ahora revivido. Un líder en un conflicto armado… al que todos obedecían. Ahora tenía que pensar como un líder así. Sujetó la imagen y la tocó con un pulgar.

—Aquí, en este lado, tú misma me señalaste un lugar por donde bajar al valle.

—Un lugar que puede ser bloqueado. Puede enviarse una fuerza allí para sellar la salida, mientras la fuerza principal puede permanecer aquí para atacar.

—Así se hará. Da las órdenes. En esas otras imágenes veo más ustuzou en el valle.

—Más ustuzou que morirán en el valle —fue la rápida respuesta de Stallan, mientras aguijoneaba con sus afiladas garras los costados de su tarakast para que retrocediera, siseando de dolor. Lo controló fácilmente, se volvió y se alejó a toda prisa.

El sol acababa de cruzar el cenit cuando Okotsei tendió a Vaintè las últimas imágenes, aún húmedas y calientes. Las examinó atentamente, luego las paso una a una a Stallan, que permanecía a su lado.

—Todo está ya a punto —dijo Stallan, cuando hubo mirado la última—. No hay escapatoria —sus pulgares se cerraron con un chasquido, y las imágenes se arrugaron y rompieron—. El camino del risco está protegido y sellado. Aguardamos tus órdenes, sarn'enoto.