La bandada de cuervos revoloteaba en amplios círculos allá arriba, graznando fuertemente antes de posarse entre los árboles. Había un poco de viento, y la tarde era sofocante. Bajo los árboles se estaba un poco más fresco, porque las hojas de los abedules y robles eran tan densas sobre sus cabezas que sólo finas agujas de luz se filtraban hasta el suelo del bosque. Los rayos del sol trazaban movedizas manchas de luz sobre las tres figuras tendidas en la suave hierba. Incluso las enormes fuerzas de Herilak se habían agotado; sus heridas habían vuelto a abrirse, y la sangre apelmazaba su pelo y barba y descendía húmeda por su costado. Permanecía tendido de espaldas, los ojos cerrados, respirando honda y entrecortadamente. Inlènu*‹ estaba tendida al otro lado, su posición una burla inconsciente de la suya, con la boca muy abierta para refrescarse tras el duro ejercicio en medio del calor. Kerrick no estaba tan agotado como ellos dos, así que era muy consciente de lo que estaba ocurriendo, de dónde estaban. En las colinas vecinas un poco por encima de la orilla. Habían huido, corriendo hasta que Inlènu*‹ ya no pudo seguir corriendo, y cuando ella se tambaleó y cayó Herilak, cayó también. Mientras habían estado corriendo el pánico de Kerrick había ido esfumándose lentamente…, pero había sido reemplazado por un miedo capaz de paralizar su corazón.
¿Qué había hecho?
La pregunta se respondía a sí misma. Sabía lo que había hecho. Se había destruido a sí mismo. Había asesinado a la eistaa. Ahora que las emociones se habían agotado, no podía comprender lo que le había poseído para hacer aquella locura. Con aquel simple golpe de la lanza había cortado hasta el último lazo que le unía a los yilanè, había puesto a todos los yilanè en su contra. La vida que había conocido hasta entonces había terminado, estaba tan muerta como la propia Vaintè. Ya no podría regresar a las comodidades de Alpèasak, a la vida fácil que hasta entonces había conocido allí. Frente a él sólo había vacío e incertidumbre, sin más seguridad que la propia muerte. Estremeciéndose con aprensión, se volvió y apartó un matorral para mirar ladera abajo. No se movía nada. No había ninguna señal de persecución. Todavía no…, pero seguramente les seguirían. No iban a permitir que el asesino de la eistaa escapara sin castigo.
No podía volver. No después de lo que había hecho. El pasado estaba muerto. Ahora era un exiliado, un yilanè entre ustuzou. Más solo de lo que nunca había estado antes.
La voz penetró en sus pensamientos, y paso un largo momento antes de que pudiera comprender las palabras.
—Lo hiciste muy bien, Kerrick, un golpe fuerte y preciso. Mató al marag que estaba al mando.
La voz de Kerrick sonó apagada por la pérdida.
—Algo más que la que estaba al mando. La líder, la jefa de la ciudad, la sammadar de la ciudad.
—Mejor aún.
—¿Mejor? ¡Su muerte significará mi muerte!
—Espera. ¿«La»? ¿Has dicho «la»? ¿Ese horrible marag era una hembra? Es difícil de creer.
—Todas son hembras. Los machos son mantenidos encerrados.
Herilak se apoyó trabajosamente sobre sus codos y miró fríamente a Inlènu*‹.
—¿Ese también es una hembra? —preguntó.
—Todas ellas.
—Dame la lanza. Así tendremos una menos.
—¡No! —Kerrick apartó la lanza antes de que los tanteantes dedos de Herilak pudieran cogerla—. No Inlènu*‹. Es inofensiva, es tan prisionera como yo. No la matarás.
—¿Por qué no? ¿No fueron los suyos quienes aniquilaron mi sammad, los mataron a todos, hasta el último? Dame la lanza. La mataré, y entonces serás libre. ¿Cuánto tiempo crees que vas a poder seguir atado de esta forma a ella?
—No le harás ningún daño, ¿entiendes? —Kerrick se sorprendió ante la calidez de sus sentimientos hacía Inlènu*‹. Ella no había significado nada para él antes de esto. Había sido consciente de ella sólo como un estorbo para sus movimientos. Pero ahora su presencia constituía algo tranquilizador.
—Si no quieres matarla, entonces utiliza el filo de la punta de la lanza. Corta esa cosa que os une.
—Esa traílla no puede ser cortada. Mira, el filo de la piedra ni siquiera le hace una rozadura —intentó aserrar la lisa y dura superficie, sin el menor éxito—. Algunos de los de tu sammad escaparon —hablar de aquello podía hacer que Herilak olvidara a Inlènu*‹ por el momento.
—Eso me dijeron. También me dijeron que estaban siendo perseguidos.
—¿Sabes quiénes eran?, ¿cuántos?
—No. Sólo que algunos consiguieron huir.
—Ahora tengo que pensar. Estén donde estén, no irán hacía el sur. Son más listos que eso. Regresarán por el camino por el que vinimos. Sí, eso es lo que harán. Retrocederán hasta el agua más próxima, el arroyo donde acampamos la noche pasada. Tenemos que ir también allí —miró a Kerrick—. ¿Hemos sido seguidos?
—He estado observando. No creo que ninguna de ellas nos viera escapar. Pero vendrán. Son buenas rastreadoras. No me permitirán escapar después de lo que hice.
—Te preocupas sin necesidad. Todavía no están aquí. Pero no estaremos seguros hasta que estemos bien lejos de la orilla. Aún pueden encontrarnos en estas colinas si, como dices, lo saben todo acerca de seguir rastros —intentó alzarse trabajosamente, y sólo consiguió ponerse en pie con la ayuda de Kerrick. Se restregó la sangre coagulada de sus ojos y miró a su alrededor—. Iremos en esta dirección siguiendo este valle. Si vamos al norte y cruzamos esas colinas, llegaremos al campamento junto al arroyo. Vámonos.
Avanzaron lentamente durante todo el resto de la tarde, puesto que se veían obligados a caminar al cojeante paso de Herilak, pero no dejaron de andar pese a que no había señal alguna de persecución. Estaban abriéndose camino subiendo un herboso valle cuando Herilak se detuvo bruscamente y alzó la cabeza para oler el aire.
—Ciervos —dijo—. Necesitamos comida. No creo que estemos siendo seguidos…, pero aunque nos sigan tenemos que correr el riesgo. Conseguirás un cervatillo de buen tamaño, Kerrick.
Kerrick miró la lanza, sopesó su peso en su mano.
—Nunca he arrojado una lanza desde que era un muchacho. Ya no tengo la habilidad.
—Volverá a ti.
—No hoy. Tú tienes la habilidad, Herilak. ¿Tienes también las fuerzas?
Tendió la lanza, y Herilak la cogió.
—Cuando pierda las fuerzas para cazar estaré muerto. Id al arroyo de ahí al lado, debajo de los árboles, vigilad y aguardad mi regreso.
La espalda de Herilak se enderezó mientras comprobaba el equilibrio de la lanza, luego se alejó trotando rápida y silenciosamente. Kerrick se volvió y abrió la marcha hasta el pequeño arroyo, donde bebió hasta saciarse, luego arrojó puñados de agua sobre su polvoriento cuerpo. Inlènu*‹ se arrodilló y chupó ruidosamente agua entre sus puntiagudos dientes, luego se sentó cómodamente en la orilla, con la cola metida en el agua.
Kerrick envidió su paz mental, su estabilidad en todo momento. Debía ser agradable ser tan estúpida. No cuestionaba en absoluto su presencia allí, no pensaba en lo que podía ocurrirle.
Kerrick sabía lo que había dejado atrás…, pero el futuro era una incógnita. Debía llegar a un acuerdo con él: pero aún era demasiado pronto para hacerlo. ¿Cómo podía vivir lejos de la ciudad? No sabía nada acerca de aquel tipo de dura existencia. Sus recuerdos de muchacho no le bastaban para la vida tanu. Ni siquiera era capaz de arrojar una lanza.
—Viene una yilanè —dijo Inlènu*‹, y Kerrick saltó en pie, aterrado. ¡Stallan y sus cazadoras! Aquello era su muerte. Retrocedió hasta los matorrales…, luego se tambaleó aliviado cuando Herilak se abrió camino llevando un cornudo cervatillo sobre los hombros. Lo dejó caer pesadamente y se derrumbó a su lado.
Kerrick se volvió furioso para reprocharle a Inlènu*‹… luego se dio cuenta de que no era culpa suya. Para Inlènu*‹ todo lo que hablaba era yilanè. Lo que realmente había querido decir, aunque no sabía cómo expresarlo, es que alguien, alguna persona, se acercaba.
—He visto murgu —dijo Herilak, y el miedo de Kerrick regresó. Estaban en el siguiente valle, de regreso al mar. Creo que han perdido nuestro rastro. Ahora comeremos.
Herilak utilizó la lanza para abrir y limpiar el aún caliente cervatillo. Puesto que no tenían fuego cortó primero el hígado, lo partió y tendió un trozo a Kerrick.
—No tengo hambre, no ahora —dijo Kerrick, contemplando el fláccido y sangrante trozo de carne cruda.
—Pero la tendrás. Guárdalo. Inlènu*‹ mantenía la vista apartada de ellos, pero su ojo más cercano seguía cada uno de los movimientos que hacía Herilak. Él se dio cuenta de ello y, después de comer, apuntó un ensangrentado dedo hacía ella.
—¿Come carne esa cosa?
Kerrick sonrió ante la pregunta y habló rápidamente, ordenándole a Inlènu*‹ que abriera la boca. Ella lo hizo, moviendo solamente su mandíbula. Herilak contempló las hileras de resplandecientes y puntiagudos dientes y gruñó.
—Come carne. ¿Debo darle de comer?
—Sí, me gustaría que lo hicieras.
Herilak cortó una de las patas delanteras y la despellejó casi totalmente, luego se la tendió a Kerrick.
—Dale tú de comer. No me gustan esos dientes.
—Inlènu*‹ es inofensiva. Sólo es una estúpida fargi.
Inlènu*‹ cerró sus pulgares en torno a la pata del cervatillo, luego masticó lenta y poderosamente la consistente carne, mirando inexpresivamente a la distancia.
—¿Qué has dicho que era? —preguntó Herilak.
—Una fargi. Es…, bueno, no puedo explicar lo que significa la palabra. Algo así como la que está aprendiendo a hablar, pero aún no es muy buena en ello.
—¿Tú eres un fargi?
—¡No! —Kerrick se sintió insultado. Soy yilanè. Es decir, aunque soy tanu, hablo como un yilanè, así que soy considerado uno de ellos. Era considerado uno de ellos.
—¿Cómo ocurrió eso? ¿Lo recuerdas?
—Ahora sí. Pero no lo recordaba, no lo recordé durante mucho tiempo.
Se detuvo, resultaba difícil pronunciar las palabras, porque estaba expresando en voz alta por primera vez lo que le había ocurrido al sammad de Amahast. Revivió la carnicería, la cautividad, el miedo de una muerte cierta y el inesperado aplazamiento. Luego se detuvo porque las palabras que estaba pronunciando no parecían capaces de describir sus años desde aquel día.
Herilak guardó silencio también, comprendiendo muy poco de lo que le había ocurrido al muchacho Kerrick que había conseguido seguir viviendo allá donde todos los demás habían muerto. Un solitario superviviente que de algún modo había hallado una forma de llegar a un acuerdo con los murgu. Que había aprendido su lenguaje y había aprendido a vivir entre ellos. Ahora era muy parecido a ellos, aunque él no fuera consciente de ese hecho. Se agitaba mientras hablaba, luego permanecía sentado inmóvil cuando había terminado. Le habían hecho algo; no había pelo en su cuerpo. Y llevaba aquella especie de bolsa, hecha de modo que parecía su propia piel, como si le hubieran privado también de su masculinidad. Los pensamientos de Herilak fueron interrumpidos por un repentino chapoteo de agua.
Kerrick lo oyó también, y el color desapareció de su rostro.
—Nos han encontrado. Estoy muerto.
Herilak le hizo seña de que guardara silencio mientras tomaba la lanza, se ponía en pie y se enfrentaba a la corriente de agua. Hubo más chapoteos, el sonido de la maleza siendo apartada junto al otro lado del recodo. Alzó la lanza, y entonces apareció el cazador.
—Es Ortnar —dijo, y le llamó.
Ortnar retrocedió ante el sonido, agazapándose, luego se enderezó de nuevo y devolvió la llamada de reconocimiento. Estaba cerca del agotamiento. Se apoyó pesadamente en su lanza mientras se aproximaba. Solo cuando estuvo cerca vio a Inlènu*‹. Alzó la lanza para arrojársela, se detuvo únicamente ante la orden de Herilak.
—Quieto. El marag es un prisionero. ¿Estás solo?
—Sí, ahora. —Se dejó caer pesadamente al suelo. Dejó su arco y el vacío carcaj a un lado, pero mantuvo la lanza en su mano y miró furioso a Inlènu*‹—. Tellges estaba conmigo, cazábamos cuando atacaron los murgu, estábamos regresando al sammad. Luchamos hasta que nos quedamos sin flechas. Entonces se lanzaron contra nosotros con sus palos de muerte. No había nada más que pudiéramos hacer. Todos detrás nuestro estaban muertos. Le dije que huyéramos, pero él se fue rezagando, no corría lo bastante rápido. Nos siguieron, y se volvió para luchar. Cayó. Me quedé solo. Ahora dime…, ¿qué son esas criaturas?
—No soy ninguna criatura, soy un tanu —dijo Kerrick, furioso.
—Nunca he visto nunca a un tanu como tú. Sin pelo, sin lanza, atado a ese marag…
—Silencio —ordenó Herilak—. Este es Kerrick, hijo de Amahast. Su madre era mi hermana. Ha sido prisionero de los murgu.
Ortnar se frotó la boca con el puño.
—Hablé apresuradamente. Este ha sido un día de muerte. Soy Ortnar, y te doy la bienvenida. —Su rostro se crispó con una expresión de hosco humor—. Bienvenido al sammad de Herilak, muy reducido en número. —Alzó la vista hacía el cielo, que empezaba a oscurecerse—. Esta noche habrá muchas estrellas nuevas.
El sol estaba muy bajo, y el aire era frío a aquella altitud. Inlènu*‹ dejó a un lado el mondo hueso y miró en dirección a Kerrick.
—Humildemente pregunto, de inferior a superior, ¿dónde están las capas?
—No hay capas, Inlènu*‹.
—Tengo frío.
Kerrick temblaba también, pero no por el frío.
—No hay nada que yo pueda hacer, Inlènu*‹, nada en absoluto.