CAPÍTULO 26

Había una consciencia del paso del tiempo; había una consciencia constante del dolor. Dolor que muy rápidamente se convirtió en lo más importante en la vida de Kerrick, una presencia abrumadora que lo pisoteaba sin compasión. Se deslizaba dentro y fuera de la consciencia agradecía los períodos de oscuridad como un escape a la fiebre y a la interminable agonía. En una ocasión fue despertado por el sonido de alguien gritando débilmente; eso fue un poco de tiempo antes de que se diera cuenta de que era él quien gritaba.

Lo peor de aquel tiempo paso lentamente. Los períodos de consciencia seguían siendo breves, pero durante ellos el dolor se había reducido a un sordo pulsar. Su visión era borrosa, pero el fuerte y frío brazo en torno a sus hombros, que le sostenía para que pudiera beber, sólo podía ser el de Inlènu*‹. Una constante ayuda, pensó, una constante ayuda. Se rio ante la idea, no supo por qué, y se sumió de nuevo en la inconsciencia.

Aquel período sin tiempo llegó a un indefinido final un día, cuando se descubrió consciente pero incapaz de moverse. No era que estuviera atado o inmovilizado de alguna manera, sino que una terrible debilidad le mantenía aplastado contra el suelo. Descubrió que podía mover los ojos, pero le dolieron cuando lo hizo, y se le llenaron de involuntarias lágrimas. Inlènu*‹ estaba a su lado, sentada cómodamente sobre su cola, mirando a nada con silencioso placer. Con un gran esfuerzo consiguió croar una sola palabra, agua, incapaz de hacer los movimientos corporales que la acompañaban para indicar que deseaba que le fuera traída un poco de agua. El ojo de Inlènu*‹ más cercano a él lo miró mientras consideraba el significado. Finalmente su intención resultó obvia incluso para ella, y se agitó y fue a traerle la calabaza. Le alzó para que pudiera beber. Dio un sorbo, tosió, y se dejó caer hacía atrás, exhausto pero consciente. Hubo un movimiento en la entrada y Akotolp apareció en su campo de visión.

—¿Le he oído hablar? —preguntó, e Inlènu*‹ señaló afirmativamente—. Muy bien, muy bien —dijo la científica, inclinándose sobre él para mirarle. Kerrick parpadeó cuando sus gordos rasgos, sus pesadas carnosidades oscilando, aparecieron ante su vista como una luna naciente.

—Tendrías que estar muerto —dijo con una cierta satisfacción—. Y estarías muerto si no hubiera estado aquí. Mueve la cabeza para indicar lo agradecido que estás por eso.

Kerrick consiguió efectuar un ligero movimiento de su mandíbula, y Akotolp lo aceptó.

Una terrible enfermedad, que devastó todo tu sistema: esas llagas en tu piel son la parte más pequeña de ella. Las fargi no querían tocarte, demasiado estúpidas para darse cuenta de que una infección como esta es específica, de modo que tuve que atenderte yo personalmente. Fue de lo más interesante. De no haber trabajado antes con ustuzou de carne caliente tu muerte hubiera sido segura.

Mientras hablaba principalmente en su propio beneficio Akotolp cambió los emplastos sobre su cuerpo. Aquello fue moderadamente doloroso, pero nada como el dolor que había sentido antes.

—Algunos de los ustuzou que capturamos tenían la misma enfermedad, aunque en un grado mucho menor. Anticuerpos de su juventud. Tú no tenías ninguno. Desangré completamente al más enfermo de ellos, hice un suero, te lo apliqué. Ahora ya ha terminado todo. Come algo.

—¿Durante… cuánto…? —Kerrick consiguió susurrar las palabras—. ¿Cuánto la comida? ¿Cuánto los anticuerpos? ¿Todavía estás delirando?

Kerrick consiguió agitar su mano en el movimiento que significaba tiempo.

—Comprendido. Durante cuánto tiempo has estado enfermo. Durante mucho tiempo. No he mantenido la cuenta. No es importante. Ahora bebe esto, necesitas proteínas, has perdido una tercera parte de tu peso, es deliciosa carne enzimada a líquido, muy digerible. Kerrick estaba demasiado débil para protestar. Aunque sintió náuseas ante el repulsivo líquido antes de conseguir engullir parte de él. Después de eso durmió, agotado. Pero aquel había sido el punto crítico. La enfermedad estaba vencida, se estaba recuperando. No tenía visitantes excepto la gorda científica, ni los deseaba. Recuerdos de la tanu con la que había hablado daban vueltas y vueltas en su mente. No, no tanu, ustuzou, degenerados asesinos de carne caliente. Carne de su carne. Tanu. El mismo pueblo, las mismas criaturas. Tenía una doble identidad que no podía comprender, y luchó por extraer sentido de ella. Por supuesto, él era tanu, puesto que había sido traído allí cuando era muy joven. Pero eso había ocurrido hacía tanto tiempo, y le había ocurrido tantas cosas desde entonces que todo recuerdo de aquello se había desvanecido de su memoria. Más bien le quedaba el recuerdo de un recuerdo, como si fuese algo que le había sido contado y no que hubiera experimentado por sí mismo. Aunque físicamente no era yilanè, nunca podría serlo, ahora pensaba como uno, se movía como uno, hablaba como uno. Pero su cuerpo seguía siendo tanu, y en sus sueños se movía entre su propia gente. Esos sueños eran inquietantes, incluso alarmantes, y se alegró de recordar muy poco de ellos cuando despertaba. Intentaba recordar más palabras tanu pero no podía, mientras incluso las palabras que había pronunciado en voz alta se deslizaban fuera de su mente mientras se recuperaba.

Aparte la perpetua y silenciosa presencia de Inlènu*‹, fue dejado completamente solo. Akotolp era su única visitante, y se interrogó acerca de ello.

—¿Todavía siguen fuera de la ciudad, todas aquellas que están matando ustuzou? —le preguntó un día.

—No. Han vuelto hace al menos veinte días.

—Pero nadie pasa por ahí fuera, ni siquiera las fargi, nadie entra excepto tú.

—Claro que no —Akotolp se apoyó sólidamente en su cola, sus cuatro pulgares enlazados entre sí y apoyados cómodamente sobre el grueso rollo de grasa de su cintura—. Sabes poco sobre los yilanè, sólo esto, el espacio entre mis pulgares —los apretó fuertemente entre sí—. Vives en medio de nosotras pero no sabes nada.

—No soy nada. No se nada. Tú lo sabes todo. Sería un placer que me iluminaras.

Kerrick sentía realmente lo que decía, no era mera educación. Vivía en una jungla de misterios, un laberinto de preguntas no respondidas. La mayor parte de su vida la había vivido allí en aquella ciudad de secretos. Había suposiciones y conocimientos sobre la vida yilanè que todo el mundo parecía conocer…, pero de lo que nadie hablaba. Si los halagos podían conseguir respuestas de aquella gorda criatura, se contorsionaría a cualquier posición de obediencia.

—Los yilanè no enferman. Las enfermedades sólo golpean a los animales inferiores, como tú. Puedo suponer que hubo un tiempo en que las enfermedades también nos afectaban. Pero hace mucho que fueron eliminadas, como la fiebre que mató a algunas de las primeras yilanè que llegaron aquí. Pueden producirse infecciones como consecuencia de heridas traumáticas; son vencidas fácilmente. Así que tu enfermedad desconcierta a las estúpidas fargi, que no pueden comprenderla o aceptarla, de modo que la ignoran…, y a ti. De todos modos, mi habilidad en tratar a todo tipo de formas de vida es tan grande que soy inmune a tales estupideces.

Expresó gran satisfacción hacía sí misma, y Kerrick se apresuró a mostrarse de acuerdo con gran detalle.

—No hay nada desconocido para ti, Altísima —añadió—. ¿Puede este estúpido hacer uso de tu inteligencia para formularte una pregunta?

Akotolp señaló su aburrido permiso.

—¿No hay tampoco ninguna enfermedad entre los machos? Se me dijo en el hanale que muchos de ellos mueren en las playas.

—Los machos son estúpidos y dicen muchas estupideces. Las yilanè tienen prohibido discutir estas cosas.

Akotolp miró a Kerrick con un ojo interrogador, mientras hacía girar al mismo tiempo el otro hacía Inlènu*‹, vuelta estólidamente de espaldas, como si reconsiderara sus palabras.

—Pero no veo ningún mal en decírtelo. No eres yilanè, y eres macho…, así que te lo contaré. Lo expresaré de una forma simple, porque sólo alguien de mis grandes conocimientos puede comprenderlo realmente. Voy a describirte los íntimos y complicados detalles del proceso de la reproducción. En primer lugar, tienes que darte cuenta de tu inferioridad. Todas las criaturas machos de carne caliente, incluido tú, evacuáis esperma…, y esa es toda vuestra implicación en el proceso del nacimiento. Esto no ocurre con las especies superiores como la nuestra. Durante el acoplamiento, el huevo fertilizado es depositado dentro de la bolsa masculina. Este acto desencadena un cambio metabólico en el macho. La criatura se vuelve torpe, gasta pocas energías y engorda. Los huevos eclosionan, los jóvenes se alimentan en la protegida bolsa y se hacen fuertes, emergiendo tan sólo cuando son lo suficientemente maduros como para sobrevivir en el mar. Un hermoso proceso que libera a las superiores hembras para dedicarse a deberes más importantes.

Akotolp hizo chasquear hambrientamente los labios, tendió una mano, tomó la no terminada calabaza de carne líquida de Kerrick y la vació de un solo sorbo.

—Superiores en todos los sentidos. —Eructó placenteramente—. Una vez los jóvenes han entrado en el mar, el papel del macho en la reproducción ha terminado. Algo muy parecido, podría decirse, es el caso de un insecto llamado mantis, donde la hembra devora al macho mientras están copulando. Invertir el cambio metabólico del macho no es eficiente. Aproximadamente la mitad de ellos mueren en el proceso. Aunque presumiblemente resulta incómodo para el macho, no tiene ningún efecto en la supervivencia de la especie. No tienes ni idea de lo que estoy hablando, ¿verdad? Puedo decirlo por la bestial vaciedad de tus ojos.

Pero Kerrick lo comprendía demasiado bien. Una tercera vez a las playas, una muerte segura, se dijo a sí mismo.

En voz alta expresó:

—Cuánta es tu sabiduría, Altísima. Aunque yo hubiera vivido desde el huevo del tiempo, sólo hubiera podido llegar a saber una pequeñísima parte de lo que tú sabes.

—Por supuesto —admitió Akotolp—. Las criaturas inferiores de carne caliente son incapaces de sufrir cambios metabólicos importantes, y es por eso por lo que son pocos en números y capaces de sobrevivir solamente en el borde del mundo. He trabajado con animales en Entoban‹ que se encajan en el lodo del fondo desecado de los lagos durante la estación seca sobreviviendo de este modo hasta que llegan las próximas lluvias, no importa el tiempo que pueda transcurrir hasta entonces. En consecuencia, incluso tú serás capaz de comprender que el cambio metabólico puede causar tanto la supervivencia como la muerte.

Los hechos encajaron entre sí, y Kerrick dijo en voz alta, sin pensar:

—Las Hijas de la Vida.

—Las Hijas de la Muerte —dijo Akotolp de la manera más insultante—. No me hables de esas criaturas. No sirven a su ciudad, ni mueren decentemente cuando son arrojadas de ella. Son las buenas las que mueren —cuando miró a Kerrick entonces había una fría malicia en sus gestos—. Ikemei ha muerto, una gran científica. Tú tuviste el honor de conocerla en Inegban‹ cuando tomó muestras de tus tejidos corporales. Ese fue su error. Algunas estúpidas situadas en altos lugares deseaban que ella encontrara una forma biológica de destruiros a vosotros, los ustuzou. Ella no quería hacerlo, no podía hacerlo, no importaba lo duramente que lo intentara. Así que murió. La científica preserva la vida, no la destruye. Como yilanè rechazada por su ciudad, murió. Tú eres un insensato animal macho y no voy a hablar más contigo.

Se alejó anadeando, pero Kerrick apenas fue consciente de su marcha. Por primera vez estaba empezando a comprender algo de lo que estaba ocurriendo a su alrededor. Había aceptado estúpidamente el mundo tal como lo veía. Había creído que animales como el hesotsan y los botes eran completamente naturales. ¿Cómo era posible? Los yilanè habían modelado su carne de a una manera desconocida…, debían haber modelado cada planta y animal de la ciudad. Si la gorda Akotolp sabía cómo realizar tales cosas sus conocimientos estaban realmente mucho más allá de cualquier cosa que él pudiera imaginar. Por primera vez la respetó sinceramente, respetó lo que sabía y lo que podía hacer. Ella había curado su enfermedad.

Hubiera muerto de no ser por sus conocimientos. Entonces se durmió, y gimió en su sueño ante las visiones oníricas de animales y carne cambiando a todo su alrededor, de su propio cuerpo fundiéndose y cambiando también.

Pronto estuvo lo bastante recuperado para sentarse. Después de eso, apoyándose en Inlènu*‹, consiguió caminar unos cuantos y arrastrantes pasos. Poco a poco, sus fuerzas fueron volviendo. Cuando fue capaz de ello, se aventuró fuera de su estancia y se sentó contra una hojosa pared al sol. Una vez allí, y aparentemente como siempre, su presencia fue permitida de nuevo. Las fargi acudían cuando las llamaba y le traían frutas, que era todo lo que deseaba conseguir para eliminar de su boca el sabor de la carne cruda licuada.

Sus fuerzas siguieron volviendo a él hasta que finalmente, deteniéndose a menudo para descansar, consiguió incluso aventurarse fuera y llegar hasta el ambesed. Antes de su enfermedad hubiera sido una corta caminata. Ahora fue una expedición, y se reclinaba pesadamente en Inlènu*‹ y estaba empapado en sudor antes de alcanzar su meta. Se dejó caer contra la pared del ambesed, jadeando en busca del aliento. Vaintè le vio llegar y ordenó que acudiera a su presencia. Se puso trabajosamente en pie y obedeció tambaleándose. Ella observó su inseguro avance.

—Todavía estas enfermo —dijo, expresando preocupación con sus palabras.

—La enfermedad ha pasado, eistaa. Sólo queda la debilidad. Akotolp, la de interminables conocimientos, me ha dicho que coma mucha carne para que la carne regrese a mi cuerpo, y con ella mis fuerzas.

—Haz lo que ella ordene esa es también mi orden. La victoria fue con nosotros al norte, y destruimos a todos los ustuzou que encontramos. Hicimos prisioneros a unos pocos. Mi deseo era que hablaras con ellos, que obtuvieras información.

—Como la eistaa ordene —dijo Kerrick. Aunque habló con humilde cortesía, se sintió poseído por una repentina excitación; su piel enrojeció y se echó a temblar. Sabía que odiaba a las desagradables criaturas. Sin embargo, aún ansiaba comunicarse con ellas.

—Hablarás, pero no con aquellas que trajimos con nosotras. Están muertas. Recupera tus fuerzas. Cuando el cálido sol regrese al norte, iremos allí de nuevo para una matanza aún mayor.

Kerrick hizo signo de súplica, interrogándose acerca de su repentina decepción.

Por ahora era suficiente con tenderse al sol, dejar la enfermedad tras él y contemplar cómo regresaban sus fuerzas. Transcurrieron muchos días antes de que Akotolp enviara a por él. La fargi le condujo a una parte de la ciudad que nunca antes había visitado, a un panel sellado y extrañamente familiar. Se abrió para revelar una cámara aún húmeda.

—Esta es una entrada de agua…, ¡exactamente igual a la de Inegban‹! —Inlènu*‹ agitó afirmativamente su recio cuerpo.

—Duele en los ojos.

—Entonces manténlos cerrados, gran estúpida —Y cerró rápidamente sus ojos mientras el cálido líquido lo bañaba de pies a cabeza. Akotolp se volvió de su trabajo cuando entraron, tendió una mano y pellizcó la carne de Kerrick entre sus pulgares—. Bien. Ya has cubierto tus costillas. También tienes que hacer ejercicio. Esta es la orden que te transmito de la eistaa. Está muy preocupada por saber si podrás ir al norte con las otras.

—Oigo y obedezco —los ojos de Kerrick se paseaban por aquella extraña habitación mientras hablaba, intentando, sin conseguirlo, comprender lo que veía—. En una ocasión, en la lejana Inegban‹, estuve en un lugar como este.

—Eres listo en tu estupidez. Una laboratorio es igual a cualquier otro.

—Cuéntame qué hacéis aquí, oh grande —Akotolp hizo chasquear sus labios y su gruesa carne tembló con la fuerza de sus sentimientos.

—¡Y quieres que te lo diga, criatura de inconmensurable estupidez! Aunque vivieras diez vidas no podrías empezar a entenderlo. Desde que los yilanè salieron por primera vez del mar hemos desarrollado nuestra ciencia, y desde entonces no ha dejado de crecer y madurar. La ciencia es el conocimiento de la propia vida, de ver dentro de la vida, de ver las células que forman toda la vida, de ver dentro de las células hasta llegar a los genes, de ver la espiral allá donde puede ser cortada y empalmada y cambiada hasta que seamos dueñas de toda la vida. ¿Has comprendido una palabra de lo que he dicho, vil y reptante criatura?

Kerrick se mostró vil y reptante en su respuesta:

—Muy poco, tanto es tu inconmensurable conocimiento, pero lo suficiente para saber que eres la dueña de la vida.

—Eso es cierto. Al menos tienes la suficiente inteligencia para apreciarlo, aunque no puedas entenderlo. Observa con maravilla esta criatura —Akotolp empujó a un lado a una de sus ayudantas e hizo un gesto hacía una criatura multicolor, llena de nudosidades y púas, que permanecía agazapada delante de una sección transparente de la pared. La brillante luz del sol resplandecía contra lo que parecía ser un gran ojo en su costado. Desconcertantemente, tenía otro ojo en la parte superior de su cabeza. Akotolp indicó a Kerrick que se acercara, luego rio burlonamente ante su reluctancia.

—¿Le tienes miedo?

—Esos ojos…

—No pueden ver, estúpido. Es ciega e insensible, los ojos han sido modificados para nuestro uso, lentes para doblar la luz a fin de que podamos ver lo invisible. Mira aquí, en esta platina transparente. ¿Qué es lo que ves?

—¿Una gota de agua?

—Sorprendente observación. Ahora observa cuando la sitúo dentro del sanduu.-Akotolp pinchó con el dedo a la criatura hasta que apareció una abertura en el costado del sanduu, luego deslizó la platina por ella. Después frunció los ojos sobre el ojo superior, gruñendo para sí misma mientras seguía pinchando con el dedo al sanduu al tiempo que le daba instrucciones. Satisfecha, se enderezó e hizo una seña a Kerrick de que se acercara.

—Cierra un ojo. Mira ahí dentro con el otro. Dime lo que ves.

No vio nada. Sólo una luz borrosa. Parpadeó y movió la cabeza…, y entonces los vio. Criaturas transparentes con tentáculos que se movían rápidamente. No pudo comprender, y se volvió hacía Akotolp en busca de ayuda.

—Vi algo, criaturas moviéndose. ¿Qué eran?

—Animales diminutos, ahí en la gota de agua, con sus imágenes aumentadas por las lentes. ¿Sabes de lo que estoy hablando?

—No.

—Exactamente. Nunca aprenderás. Tu inteligencia es igual a la del otro ustuzou que está detrás de ti. Vete.

Kerrick se volvió, y jadeó cuando vio al silencioso tanu barbudo de pie en un nicho en la pared. Entonces se dio cuenta de que era tan sólo un animal montado y rellenado. No significaba nada para él, y se marchó rápidamente.

Sin embargo, se sintió extrañamente inquieto mientras caminaba de regreso, con el sol calentando sus hombros, Inlènu*‹ anadeando pacientemente detrás. En pensamiento y habla era yilanè. En forma era ustuzou. Lo cual significaba que no era ni lo uno ni lo otro, y se sintió trastornado pensando en aquello. Era yilanè, sí, de eso no cabía ninguna duda.

Inconscientemente, mientras se repetía eso una y otra vez, sus dedos pellizcaron su cálida carne tanu.