—¿Habla la criatura? —preguntó Vaintè, insistente—. Dímelo ahora mismo.
—No lo se —admitió Kerrick—. Quizá sí. No puedo comprender nada. Nada en absoluto.
—Entonces, los ruidos que emite…, son simplemente ruidos.
Vaintè estaba furiosa. Aquello era un retroceso en sus planes. Nunca hubiera debido creer a Enge, con su insistencia de que aquellas sucias bestias se comunicaban realmente entre sí. Debía estar equivocada. Vaintè descargó su ira sobre el ustuzou, apoyando su pie contra el rostro de la cosa y retorciéndolo duramente. Este gimió de dolor y exclamó algo con voz muy fuerte.
Kerrick inclinó la cabeza, escuchó intensamente antes de hablar.
—Eistaa, espera, por favor…, ahí hay algo.
Ella retrocedió un paso y giró para enfrentarse a él, aún furiosa. Él se apresuró a hablar antes de que ella descargara también su ira contra él.
—Lo has oído, ha emitido el mismo sonido…, muchas veces. Y sé, es decir, creo que sé, lo que estaba diciendo.
Guardó silencio, mordisqueándose el labio mientras buscaba entre recuerdos enterrados desde hacía mucho tiempo palabras olvidadas, silenciadas.
—Márag, eso es lo que ha dicho. Marag.
—Eso no tiene ningún significado.
—Lo tiene, sé que lo tiene. Es como…, tiene el mismo significado que ustuzou.
Ahora Vaintè estaba desconcertada.
—Pero la criatura es el ustuzou.
—No es eso lo que quiero decir. Para él, los yilanè son ustuzou.
—El significado no es completamente claro, y no me gusta la inferencia, pero entiendo lo que quieres decir. Sigue con el interrogatorio. Si crees que este ustuzou es yiliebe y no puede hablar bien te encontraremos otro. Empieza.
Pero Kerrick no pudo. El cautivo estaba silencioso ahora. Cuando Kerrick se inclinó para animarle a hablar, el ustuzou le escupió al rostro. Vaintè no se sintió complacida.
—Límpiate —ordenó, luego hizo un signo a una fargi—. Trae aquí a otro de los ustuzou.
Kerrick apenas se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo. Marag. La palabra daba vueltas y vueltas en su cabeza y despertaba recuerdos, recuerdos desagradables. Gritos en la jungla, algo aterrador en el mar. Murgu. Eso era más que un marag. Murgu, marag, murgu, marag…
Se envaró y se dio cuenta de que Vaintè le estaba llamando, furiosa.
—¿Te has vuelto de pronto yilenin tú también, tan incapaz de hablar como una fargi recién salida del mar?
—Lo siento, los pensamientos, los sonidos que emitía el ustuzou, mis pensamientos…
—No significan nada para mí. Habla con este otro.
Kerrick bajó la vista a unos grandes y aterrados ojos azules, una maraña de pelo rubio en torno a su cabeza. No había pelo en el rostro de la cosa, y su cuerpo bajo la envoltura parecía más hinchado y diferente. La asustada criatura gimió cuando Vaintè agarró una de las lanzas de madera con punta de piedra que habían sido arrebatadas a los ustuzou y golpeó con ella el costado del cautivo.
—Mírame —dijo Vaintè—. Esto está bien. Ahora te mostraré cuál va a ser tu destino si sigues guardando silencio como este otro y no hablas —el barbudo cautivo chilló roncamente cuando Vaintè se volvió hacía él y clavó la lanza contra su carne, una y otra vez, hasta que calló. El otro prisionero gimió agónicamente y se agitó tanto como se lo permitían las envolturas que lo retenían prietamente. Vaintè arrojó a un lado la lanza manchada de sangre.
—Libera un poco sus miembros y hazle hablar ordenó mientras se daba la vuelta.
No era fácil. El cautivo gimió, luego tosió fuertemente hasta que sus ojos chorrearon lágrimas y las mucosidades cubrieron sus labios. Kerrick se inclinó más cerca y aguardó hasta que se apaciguó un poco antes de pronunciar las únicas palabras que sabía.
—Marag. Murgu.
La respuesta llegó rápida, demasiado rápida para comprenderla, aunque reconoció murgu…, y algo más. Sammad. Si, sammad, el sammad haba sido aniquilado. Eso era lo que significaban las palabras. Todo el sammad había sido muerto por los murgu. Eso era lo que ella estaba diciendo.
Ella. Sin pedirla, la palabra afloró a sus labios. Hembra. Ella era linga, el otro muerto hannas. Macho y hembra. Él era hannas también.
La comprensión germinó en su cerebro, pero lentamente, una palabra, una expresión a la vez. Fue incapaz de comprender algunas de las palabras; el vocabulario de un niño de ocho años, todo lo que había llegado a aprender, no era el de una mujer adulta.
—Os hacéis ruidos el uno al otro. ¿Es eso comprensión?
Kerrick parpadeó a Vaintè, saltó en pie y permaneció con la boca muy abierta durante un largo momento antes de que el significado de su pregunta penetrara en el flujo de las palabras marbak que llenaban su cabeza.
—Sí, por supuesto, eistaa, eso es comprensión. Se mueve lentamente… pero se mueve.
—Entonces lo estás haciendo bien. —Las sombras eran largas, el sol estaba ya debajo del horizonte, y Vaintè se envolvía con una capa—. Atalo de nuevo para que no pueda escapar. Seguirás por la mañana. Cuando hayas perfeccionado tu comprensión, le harás preguntas al ustuzou. Preguntas que exigirán respuestas. Si la criatura se niega…, limítate a recordarle el destino del otro. Estoy segura de que ese argumento será convincente.
Kerrick fue a buscar una capa para él, luego regresó a sentarse en la arena al lado de la oscura forma de la mujer su cabeza estaba llena con un revoltillo de palabras, sonidos y nombres.
La mujer pronunció algunas palabras…, ¡y él se dio cuenta de que podía comprenderlas pese a que no podía ver sus movimientos!
—Tengo frío.
—Puedes hablar en la oscuridad… y yo puedo comprenderte.
—Frío.
Por supuesto El marbak no era como el yilanè. No dependía de lo que estaba haciendo el cuerpo. Eran los sonidos, simplemente los sonidos. Se maravilló ante aquel descubrimiento mientras desenrollaba algunas de las pieles manchadas de sangre que cubrían aún al hombre muerto y las echaba por encima de la mujer.
—Podemos hablar, incluso por la noche —dijo, y ella respondió, su voz era baja, todavía temerosa, pero curiosa también.
—Soy Ine, del sammad de Osho. ¿Quién eres tú?
—Kerrick.
—También estás cautivo, atado a ese marag. ¿Y puedes hablar con ellos?
—Sí, por supuesto ¿Qué estabais haciendo aquí?
—Buscando comida, por supuesto, que pregunta más extraña haces. Pero muchos murieron de hambre, tan al sur, una gran curiosidad.
—¿Cuándo? —era una pregunta difícil de contestar—. Debió ser hace muchos veranos. Pero era muy pequeño…
—Todos están muertos —dijo ella, recordando de pronto, luego empezó a sollozar— Esos murgu los mataron a todos, excepto a los pocos que capturaron.
Sollozó un poco más fuerte, Y hubo un repentino dolor en el cuello de Kerrick. Aferró su collar con ambas manos mientras era arrastrado hacía atrás. El ruido estaba molestando a Inlènu*‹ en su sueño y se apartaba de él arrastrando a Kerrick tras ella, después de eso no intentó hablar de nuevo.
Por la mañana le costó despertar. Sentía la cabeza pesada la piel caliente. Debía haber permanecido demasiado tiempo al sol el día antes. Encontró los contenedores de agua y estaba bebiendo, sediento, cuando Stallan se le acercó.
—La eistaa me ha informado que hablas con el otro ustuzou —dijo. Había un intenso odio tras el concepto de comunicación bestial que utilizó.
—Soy Kerrick, que se sienta cerca de la eistaa. Tu forma de hablar es un insulto.
—Soy Stallan, que mata a los ustuzou para la eistaa. No es ningún insulto llamarte lo que eres.
La cazadora estaba ahíta con las muertes del día anterior. Sus modales eran normalmente tan toscos como su voz, pero no tan venenosos. Pero Kerrick no se sentía o suficientemente bien como para discutir con la brutal criatura. No hoy. Ignorando sus movimientos de superioridad y desdén, se volvió de espaldas a ella, obligándola a seguirle mientras se dirigía al lugar donde yacía la mujer atada.
—Habla con él —ordenó Stallan.
La mujer se estremeció ante el sonido de la voz de Stallan, volvió unos asustados ojos hacía Kerrick.
—Tengo sed.
—Te traeré un poco de agua.
—Se agita y hace ruidos —dijo Stallan—. Tus ruidos son igual de horribles. ¿Qué significan?
—Quiere agua.
—Bien. Dale un poco. Luego haré preguntas.
Ine se sentía aterrada ante el marag de pie al lado de Kerrick. El marag la miró con una expresión fría y vacía, luego agitó los miembros y emitió sonidos. Kerrick tradujo:
—¿Dónde hay más tanu? —preguntó.
—¿Dónde? ¿Qué quieres decir?
—Estoy preguntando en nombre de ese feo marag. Quiere saber dónde hay otros sammads.
—Al oeste, en las montañas tú lo sabes.
Stallan no se sintió satisfecha con la respuesta. El interrogatorio prosiguió. Al cabo de un rato, incluso con su inconsistente conocimiento del lenguaje, Kerrick se dio cuenta de que Ine estaba evitando dar respuestas claras.
—No estás diciendo todo lo que sabes —señaló.
—Por supuesto que no. Este marag desea averiguar dónde están los otros sammads para exterminarlos. No se lo diré. Antes moriré. ¿Tú quieres que lo sepa?
—No me importa —respondió sinceramente Kerrick. Estaba cansado…, y le dolía la cabeza. Los murgu podían matar a los ustuzou, los ustuzou podían matar a los murgu, nada de aquello tenía que ver con él. Tosió, luego tosió de nuevo, profunda y cavernosamente. Cuando se secó los mojados labios vio que había sangre en su saliva.
—Pregunta de nuevo —dijo Stallan.
—Pregunta tú misma —dijo Kerrick de una forma tan insultante que Stallan siseó furiosa—. Quiero beber un poco de agua. Tengo la garganta seca.
Bebió agua, tragando ansiosamente, luego cerró los ojos para descansar un momento.
Más tarde fue consciente de que alguien tiraba de él, pero abrir los ojos resultaba un esfuerzo demasiado intenso. Al cabo de un momento lo soltaron, y encogió las piernas contra su pecho y las rodeó con sus brazos. Inconsciente, temblando de frío pese a que el sol era caliente sobre su cabeza.