CAPÍTULO 22

Cuando las grandes puertas se cerraron lentamente, los sonidos del ambesed se amortiguaron. El silencio llenó la estancia cuando acabaron de cerrarse. Vaintè apenas había notado anteriormente los detalles de las puertas, aunque había estado muchas veces en aquella estancia en el pasado. Su atención fue atraída ahora hacia ellas. Estaban intrincadamente labradas con una gran variedad de plantas y animales entrelazados, y estos a su vez habían sido adornados con incrustaciones de metales brillantes y gemas. Eran simplemente uno más de los lujos y placeres de aquella antigua ciudad que eran dados por sentados por las yilanè que vivían allí. Ella también hubo un tiempo que los dio por sentados. Qué diferente era aquello de la recién desarrollada Alpèasak, donde apenas había siquiera algunas puertas…, y las pocas que había aún estaban húmedas con la savia de su crecimiento. Todo allí era tosco y desarrollado aprisa, nuevo y verde, en directo contraste con esta culta ciudad, vieja y asentada. Era un atrevimiento para ella estar allí, la eistaa de una ciudad salvaje venida a enfrentarse a aquellas que gobernaban la eterna Inegban‹.

Vaintè rechazó al instante aquella línea de pensamiento. No había vergüenza en lo nuevo, no tenía necesidad de sentirse inferior allí en la gran ciudad. Inegban‹, antigua, rica…, pero inexorablemente condenada, de eso no había la menor duda. Aquellos árboles morirían, frías brumas y hojas muertas soplarían por la vacía ciudad, las imponentes puertas caerían bajo el puño del tiempo, se astillarían y se verían reducidas a polvo. Las yilanè de Inegban‹ podían burlarse ahora de la tosquedad de su distante ciudad…, pero sería su salvación. Vaintè atesoró aquel pensamiento, y le dio vueltas y vueltas en su cabeza, dejó que se apoderara de ella. Alpèasak sería su salvación…, y ella era Alpèasak. Cuando se volvió para enfrentarse a Malsas‹ y sus ayudantas, se mantuvo erguida con un orgullo que rozaba la arrogancia. Ellas lo captaron, y al menos dos se agitaron inquietas. Lekmelik y Melpon‹, que la conocían bien desde hacía muchos años, sabían su rango y esperaban alguna deferencia. No así Malsas‹, muy entusiasmada con aquella aparente falta de respeto. Cuando habló, su actitud fue firme e interrogadora.

—Pareces muy complacida, Vaintè, debes decirnos por qué.

—Es un placer para mí estar en Inegban‹ de nuevo, entre todas sus comodidades, hallarme entre efensele de mi efenburu. Es un placer para mí informarte que el trabajo que se me pidió que hiciera está progresando bien. Alpèasak crece y prospera, los campos son enormes, los animales muchos. Gensadi es una tierra rica y fértil. Alpèasak crecerá como ninguna otra ciudad ha crecido antes.

—Sin embargo, hay una sombra detrás de tus palabras —dijo Malsas‹—. Una vacilación y una infelicidad que están muy claras.

—Eres demasiado perceptiva, eistaa —dijo Vaintè—. Hay una sombra. Los ustuzou y todos los demás animales de aquella tierra son numerosos y peligrosos. No pudimos establecer las playas del nacimiento hasta que hubimos eliminado a los cocodrilos, animales muy similares a los que conocemos aquí, pero infinitamente más robustos. Hay especies de ustuzou que son deliciosas, tú misma las comiste cuando honraste nuestra ciudad con tu visita. Pero también están los otros ustuzou, aquellos que se yerguen sobre sus patas traseras como burdas copias de los yilanè. Causan mucho daño y son una constante amenaza.

—Comprendo el peligro. ¿Pero cómo pueden esos animales prevalecer contra nuestras armas? Si son fuertes ¿no es a causa de nuestra debilidad?

Había en aquello una abierta amenaza, que Vaintè echó instantáneamente a un lado.

—Así sería si fuese sólo mi debilidad. Entonces me echaría a un lado y dejaría que otra más fuerte presidiera en mi lugar. Pero observa cómo esos peligrosos animales alcanzaron incluso a lo más íntimo de tu rango y mataron a tu efensele, la fuerte Alakensi, la siempre vigilante Alakensi. La muerta Alakensi. Puede que sean pocos en número, pero tienen la rastrera astucia de los ustuzou de la jungla. Ponen trampas. Sokian y todas las que iban con ella murieron en una de esas trampas. Si una fargi muere, siempre hay otras para ocupar su lugar. ¿Pero quién puede reemplazar a Alakensi o a Sokain? Los ustuzou matan a nuestros ganados, pero podemos criar más. Pero los ustuzou matan también en nuestras playas del nacimiento. ¿Quién puede reemplazar a esos machos, a esas crías?

Melpon‹ lanzó una aguda exclamación ante aquel pensamiento. Era muy vieja y muy sentimental hacia las playas del nacimiento. Pero su exclamación habló por todas ellas, incluso por Malsas‹, que se sentía estrujada por los mismos sentimientos. Pero era demasiado experimentada para permitir que las emociones la dominaran.

—Hasta ahora parece que la amenaza ha sido contenida. Lo has hecho bien.

—Eso es cierto…, pero desearía hacer más.

—¿Qué?

—Déjame primero proporcionarte más información acerca de los ustuzou. Quiero que todas la oigáis de los labios del propio ustuzou cautivo. Malsas‹ meditó aquello, y al final señaló su aceptación.

—Si la criatura posee información que puede ser valiosa, la oiremos. ¿Puede realmente hablar…, responder a preguntas?

—Lo verás por ti misma, eistaa. Kerrick debía estar aguardando muy cerca, porque la mensajera regresó muy rápidamente con él. Inlènu*‹ se colocó mirando a la cerrada puerta mientras Kerrick se enfrentaba a la asamblea esperando silenciosamente órdenes, uno de los más bajos frente a algunas de las más altas.

—Ordénale que hable —dijo Malsas‹.

—Háblanos de tu manada de ustuzou —dijo Vaintè—. Dilo de modo que puedan entenderlo.

Kerrick miró rápidamente hacía Vaintè cuando ella dijo esto, y desvió con la misma rapidez la vista. Aquellas últimas palabras eran una señal. Ahora tenía que proporcionarles a las oyentes la información que ella había metido cuidadosamente en su cabeza.

—Poco hay que decir. Cazamos, cavamos el suelo en busca de insectos y plantas. Y matamos yilanè.

Un murmullo de ira y un rápido agitar de cuerpos siguió instantáneamente a aquellas palabras.

—Explica acerca de matar yilanè —ordenó Malsas‹.

—Es una reacción muy natural. Se me ha dicho que los yilanè sienten una repugnancia natural hacía los ustuzou. Los ustuzou reaccionan del mismo modo hacía los yilanè. Pero como son criaturas brutales, sólo desean matar y destruir. Su único objetivo es matar a todos los yilanè. Lo harán… a menos que ellos sean muertos antes.

Sonaba estúpido incluso mientras Kerrick lo estaba diciendo. ¿Quién podía creer una mentira tan obvia y maquinada? Pero la respuesta fue clara: iba a ser aceptada de inmediato por aquellas yilanè que eran incapaces de mentir. Retrocedió temeroso ante la amenaza de muerte en sus movimientos, y se sintió aliviado cuando se le ordenó que saliera de la estancia. Malsas‹ habló tan pronto como la puerta se cerró de nuevo.

—Los ustuzou tienen que ser eliminados de una vez por todas. Hasta el último de ellos. Buscados y destruidos. Perseguidos y muertos del mismo modo que ellos mataron a Alakensi, la que se sentaba más cerca de mí. Ahora, Vaintè, ¿puedes decirnos cómo puede conseguirse esto?

Vaintè no tenía intención de dejar traslucir el hecho de que había conseguido una importante victoria táctica. Guardando cuidadosamente sus pensamientos acerca de los planes que había hecho, se reclinó sólidamente hacia atrás sobre su cola y enumeró los pasos a la victoria.

—En primer lugar…, tiene que haber más fargi armadas. Nunca tendremos demasiadas. Guardan los campos, patrullan los senderos de la jungla, mantienen a raya a los ustuzou.

—Así se hará —aceptó Malsas‹—. Hemos estado criando gran número de hesotsan y entrenando a las fargi en el uso de esas armas. Cuando regreses, el uruketo llevará tantas fargi armadas como pueda contener. Se me ha informado que dos de los uruketo más pequeños están ya preparados para efectuar largos viajes. También transportarán fargi. ¿Qué otra cosa?

—Criaturas para espiar, criaturas para matar. Las yilanè no saben matar en la jungla, pero las científicas yilanè pueden desarrollar criaturas que lo hagan por ellas a la perfección.

—Eso está previsto también —dijo Lekmelik—. Ya se ha efectuado mucho trabajo al respecto. Ahora que hemos tomado muestras del tejido de tu ustuzou, el trabajo llegará rápidamente a su conclusión. Ikemei, que supervisa todo ese trabajo, está aguardando aquí al lado a ser llamada. Ella os lo explicará.

—Entonces, todo lo que puede hacerse ya está hecho —dijo Vaintè, expresando placer y gratitud con cada movimiento de su cuerpo.

—Así es —dijo Malsas‹, pero había un toque de desagrado tras sus palabras—. Ha empezado, pero aún no ha terminado. Y el flujo del tiempo no es benévolo con nosotras. Aquellos que se preocupan de esas cosas han regresado pronto de Teskhets. Informan de un verano frío y un otoño próximo. Temen un largo y violento invierno. Siempre debemos actuar con cuidado…, pero debemos continuar.

El énfasis en sus palabras, la amarga ira y el miedo, eran tan fuertes, que aquellas que la escuchaban oscilaron hacía atrás en la oleada de emoción. Compartieron el miedo durante un largo momento antes de que Malsas‹ rompiera el silencio.

—Enviad a buscar a Ikemei. Oiremos lo que se ha hecho ya.

No iban a oír solamente los progresos de sus investigaciones, sino a ver también los resultados con sus propios ojos. Ikemei entró, seguida por una hilera de cargadas fargi, que se apresuraron a depositar sus bultos a la izquierda. Ikemei tiró de la cubierta de una caja lo suficientemente grande como para contener a una yilanè adulta.

—La dueña de los cielos —dijo orgullosamente, con su único ojo sobresaliendo más que nunca—. Una rapaz hábil, fuerte…, e inteligente.

La gran ave ahuecó las plumas y giró lentamente la cabeza para mirar a la concurrencia. El curvado pico estaba hecho para desgarrar la carne, las largas alas para volar alto, aprisa e incansablemente. Las patas del ave estaban rematadas con curvadas y afiladas garras diseñadas sólo para matar. No era agradable mirarla. Agitó las alas y chilló furiosa. Ikemei señaló un alargado objeto negro que se aferraba a una de las patas de la rapaz con apretados dedos.

—Este animal es un grabador neurológico de imágenes —dijo. Muy mejorado para ser utilizado aquí. Como estoy segura que sabréis, las imágenes de sus ojos son enfocadas sobre una membrana interna. Luego las neuronas almacenan la imagen en microganglios para su recuperación posterior. Puesto que sólo son almacenadas imágenes aisladas, no recuerdos de complejas series de movimientos, prácticamente no hay límite al número de esas imágenes que pueden ser grabadas.

—¿Imágenes de qué? —preguntó bruscamente Malsas‹, aburrida por la charla técnica, de la que entendía muy poco.

—Imágenes de cualquier cosa que deseemos registrar, eistaa —dijo Ikemei—. Esta ave es casi inmune al frío… está acostumbrada a volar a grandes alturas mientras busca sus presas. Después de completado su entrenamiento recibió instrucciones de volar al norte. El entrenamiento fue un éxito completo. Normalmente el animal no tiene interés en los dienteslargos, ustuzou carnívoros que moran muy al norte. No representan ninguna amenaza, y son demasiado grandes para atacar y devorar. Pero el ave está bien entrenada, y sabe que será recompensada si sigue las instrucciones. Esta voló muy hacía el norte. Y ahora podemos ver exactamente lo que vio.

Ikemei abrió otro de los bultos y tomó un puñado de imágenes. Eran granulosas, en blanco y negro, pero muy impresionantes. Las había dispuesto en un orden espectacular. Primero un campo blanco con puntos negros en él. Luego el picado, los puntos tomando forma, haciéndose más claros. Ustuzou de cuatro patas, cubiertos de pelo. Uno de ellos creció, llenó la imagen, alzó la vista enseñando los dientes, mostrando claramente los curvados caninos. Luego saltó al lado ante la amenaza del ataque del ave. Aquella última imagen era la más espectacular de todas, porque la sombra de la rapaz, con las alas extendidas, cruzaba el dienteslargos y la nieve que lo rodeaba. Cuando Malsas‹ hubo terminado de contemplarlas, Vaintè tomó las imágenes con manos ansiosas, sintiendo crecer la excitación a medida que las examinaba.

—¿Pueden ser entrenadas para buscar cualquier tipo de criatura?

—Cualquier tipo.

—¿Incluso a los ustuzou como el que traje de Alpèasak?

—Particularmente esos ustuzou. Los buscará y los encontrará, y luego regresará. Una vez hecho esto, pueden localizarse fácilmente utilizando las imágenes de su vuelo para trazar un mapa.

—¡Esta es el arma que necesito! Los ustuzou se mueven en pequeños grupos, y la región es grande. Encontramos un grupo y lo destruimos fácilmente. Ahora encontraremos los otros…

—Y los destruirás del mismo modo —dijo Malsas‹.

—Lo haré. Te lo prometo…, lo haremos. —Me siento complacida. Vaintè, quédate. Las demás, retiraos.

Malsas‹ permaneció sentada en inmóvil silencio hasta que las pesadas puertas se hubieron cerrado tras las espaldas de las demás. Sólo entonces se movió, y mientras se volvía para enfrentarse a Vaintè expresó infelicidad y algo más que un atisbo de temor. ¿La eistaa de Inegban‹ infeliz y temerosa? Sólo podía haber una causa. Vaintè comprendió, y sus movimientos hicieron eco a los de Malsas‹ cuando habló.

—Se trata de las Hijas de la Muerte, ¿verdad?

—Así es. No mueren…, y su número crece.

—Tampoco mueren en Alpèasak. Al principio sí, el trabajo era duro y los peligros muchos. Pero ahora que hemos crecido y prosperado no es lo mismo. Algunas resultan heridas, algunas mueren. Pero no las suficientes. Te llevarás a algunas de las peores contigo en el uruketo cuando regreses. Aquellas que hablan en público, que hacen conversas.

—Lo haré. Pero cada una que me lleve significa una fargi armada menos. En Alpèasak esas criaturas inmortales son un lastre porque no ayudan en la destrucción de los ustuzou. Son una carga.

—Lo mismo que en Inegban‹. —Me las llevaré conmigo. Pero sólo en el nuevo uruketo que aún no ha sido probado.

El signo de asentimiento de Malsas‹ tenía pequeñas inflexiones de respeto.

—Eres dura y peligrosa, Vaintè. Si el joven uruketo no consigue cruzar el océano, su fracaso será también un éxito.

—Eso es exactamente lo que pienso.

—Muy bien. Hablaremos de nuevo de todos estos asuntos antes de que regreses a Alpèasak. Ahora…, estoy cansada, y el día ha sido largo.

Vaintè hizo el más formal gesto de despedida…, pero una vez la puerta se cerró a sus espaldas tuvo que luchar para impedir que su exaltación brotara de todo su cuerpo. Estaba henchida con pensamientos de futuro mientras cruzaba la ciudad, y su cuerpo se movía como un espejo de esos pensamientos. No sólo era exaltación, sino que la muerte estaba también muy presente, tanto que las fargi que pasaban por su lado se apartaban de ella rápidamente. Tenía hambre ahora, y se dirigió al lugar de comida más cercano. Había muchas aguardando, y les ordenó que se apartaran de su camino. Vaintè comió bien, luego lavó la carne de sus manos y fue a sus aposentos. Eran a la vez funcionales y cómodos, pero también muy decorados con telas mostrando elaborados dibujos.

Las fargi se apresuraron a marcharse ante su brusca orden. Todas excepto una, a la que hizo seña de que se acercara.

—Tú —ordenó—. Busca a mi ustuzou con la traílla en el cuello y tráelo aquí.

Tomó algún tiempo porque la fargi no tenía la menor idea de dónde buscar. Pero habló a todas las fargi a las que encontró, las cuales hablaron a otras, y la orden recorrió el entramado viviente de la ciudad hasta que alcanzó a una que vio a Kerrick.

Vaintè había casi olvidado la orden cuando Kerrick llegó, y estaba meditando profundamente en sus planes de futuro. El recuerdo volvió instantáneamente a ella cuando lo vio entrar.

—Este ha sido un día de éxito, el día de mi éxito —dijo. Hablando para sí misma, sin saber ni importarle lo que él respondió. Inlènu*‹ se instaló confortablemente sobre su cola, contemplando el elaborado tejido de la pared, gozando de sus dibujos a su propia manera estúpida.

Vaintè empujó a Kerrick contra el suelo debajo de ella y arrancó las pieles que lo cubrían. Riéndose cuando él intentó apartarse de ella, excitándose mientras le excitaba.

Kerrick ya no se asustó de lo que ocurrió. Era tan bueno. Cuando todo hubo terminado y ella lo apartó, lo lamentó. Y deseó que volviera a ocurrir otra vez, y otra y otra.