CAPÍTULO 19

No se encontró nunca ningún rastro del grupo supervisor. La flecha era una lúgubre prueba de su destino.

Vaintè se dirigió a solas a su estancia, donde la colocó con los demás artefactos ustuzou que habían capturado, en los baúles que crecían de las paredes. Luego se sentó en su asiento de poder y envió a buscar a Vanalpè y Stallan, que llegaron con la omnipresente Alakensi a sus talones. Kerrick miró también dentro, pero se alejó ante su gesto. Vaintè no podía soportar la presencia de un ustuzou en aquellos momentos. Las tres conferenciaron largo rato con Stallan acerca de la seguridad de la ciudad. Se dispondrían más trampas, más guardianas…, y no habría más grupos de supervisión por el momento. Después de aquello las despidió, y llamó a una fargi que había promocionado recientemente para que la ayudara, la que podía hablar mejor.

—El uruketo estará aquí pronto. Cuando se marche quiero que te vayas con él. Quiero que regreses a Inegban‹ y busques a Malsas‹. Tienes que decirle lo que ahora te diré. Se lo dirás exactamente de la misma forma que te lo diga yo. ¿Has entendido?

—He entendido, eistaa. Haré como tú ordenas. —Este es el mensaje. Saludos, Malsas‹, te traigo un mensaje de Vaintè en Alpèasak. Es un triste mensaje lleno de ira y de gran preocupación. Algunas han muerto. Sokain ha muerto. Ella y las otras yilanè fueron asesinadas por ustuzou, el mismo tipo de ustuzou que masacraron las playas del nacimiento. No los hemos visto, pero nuestro conocimiento es exacto. Hallamos un arma de madera y piedra del tipo que utilizan ellos. Esos ustuzou tienen que ser encontrados y muertos. Merodean invisibles por las junglas en torno a Alpèasak. Tienen que ser encontrados, tienen que ser muertos. Todos muertos. Cuando el uruketo regrese a Alpèasak te pido que envíes con él a muchas fargi que sepan disparar bien, con hesotsan y provisiones de dardos. Considero imperativo que se haga esto. El destino de Alpèasak depende de la muerte de los ustuzou.

Luego Vaintè guardó silencio, oprimida por la veracidad y la tenebrosidad de sus palabras, mientras la fargi se tambaleaba delante de ella con temor ante el terrible mensaje que debía transmitir. Pero Vaintè tuvo la fortaleza de empujar la oscuridad a un lado, y luego ordenó a la fargi que le recitara el mensaje hasta que fue perfecto.

A la mañana siguiente de la marcha del uruketo, Vaintè fue a su estancia y envió a buscar a Kerrick. Habían transcurrido muchos días desde que este se había visto por última vez en su presencia, y se acercó a ella con un cierto temor. No había necesidad. Vaintè tenía muchas cosas importantes en su mente en aquellos momentos, pudo decirlo a la primera mirada, y en realidad pareció complacida por su presencia.

—Inlènu*‹ —llamó, y la gran criatura avanzó torpe y obedientemente—. Te situarás en la entrada, la llenarás con tu cuerpo, y no importa quién se acerque la despedirás. ¿Has entendido?

—La despediré.

—Sí, pero dilo fuerte: Vete, Vaintè lo ordena. Dilo.

—Vete, Vaintè lo ordena.

—Correcto. Ahora hazlo.

Inlènu*‹ resultó buena guardiana; hubo rumor de apresurados pasos ante su ominosa presencia. Vaintè se volvió hacía Kerrick y habló como eistaa impartiendo órdenes.

—Ahora me lo contarás todo acerca de los ustuzou, tu tipo de ustuzou. Habla.

—No comprendo el significado de las palabras de la eistaa.

Vaintè vio su miedo y confusión, Y se dio cuenta de que la pregunta era demasiado general. Debía ser más específica.

—¿Cuál es el nombre de tu ciudad ustuzou?

—Los ustuzou no tienen ciudades. Esta es la primera ciudad que he visto nunca. Los ustuzou viven en… —buscó en su memoria en vano. Había pasado tanto tiempo desde que había oído o hablado marbak que las palabras no brotaban. Decidió hacer una descripción—. Estructuras blandas hechas con pieles, colgadas sobre palos. Esas pieles son desmontadas y los palos son llevados por… grandes animales con pelo.

—¿Por qué son desmontadas? ¿Por qué se trasladan los ustuzou?

Kerrick se encogió de hombros, luego se agitó con el esfuerzo de reunir dispersos fragmentos de recuerdos.

—Así es la forma en que se hacen las cosas. Se caza en un lugar, se pesca en otro. Así es como se hace.

El interrogatorio suscitó nuevas preguntas. Los ustuzou parecían vivir en grupos, como el grupo que habían masacrado, y había otros grupos, pero ninguna indicación de cuántos. Los recuerdos del muchacho eran vagos e inciertos. Vaintè se cansó finalmente del interrogatorio y lo detuvo con un simple gesto. Ahora venía la parte importante. Usaría el miedo y la recompensa, entrenaría a este ustuzou a hacer lo que había que hacer. Su actitud cambió y habló ahora como eistaa, la que controlaba la vida de la ciudad y sus habitantes.

—Puedo matarte o hacer que te maten al instante…, lo sabes muy bien.

—Lo sé. —Kerrick tembló suplicante, confuso por el repentino cambio de tono.

—También puedo elevarte, hacer que seas honrado y dejes de seguir siendo un ustuzou, el más bajo de entre todos los bajos. Te gustaría esto, ¿verdad? Sentarte a mi lado, ordenar que trabajen por ti. Puedo hacer eso…, pero a cambio tú tienes que hacer algo por mí. Algo que sólo tú puedes hacer. Tienes que hacer por mí lo que sólo tú puedes hacer.

—Haré lo que tú pidas, eistaa, pero no comprendo lo que estás diciendo. No sé de lo que estás hablando.

—Se trata de lo que haces cuando hablas de una cosa y piensas en otra. Eso es lo que hiciste con Stallan. Le dijiste que te estabas ahogando y no era cierto. —No se lo que quieres decir —murmuró Kerrick, irradiando estupidez y falta de conocimiento, inocencia.

Vaintè se agitó alegre.

—¡Maravilloso! Lo estás haciendo de nuevo. Lo estás haciendo cuando hablas de cosas que no han ocurrido como si hubieran ocurrido. Admítelo…, o te mataré aquí mismo.

Se amilanó ante el brusco cambio en el talante de Vaintè, el movimiento de matar con la boca abierta, el rostro cerca del suyo, aquellas hileras de mortíferos dientes justo delante de sus ojos.

—Hice eso, sí. Lo admito. Lo hice para escapar.

—Muy bien. —Retrocedió de nuevo, Y el momento de peligro paso. Esta cosa que haces y que ninguna yilanè puede hacer, lo llamaremos mentir. Sabía que mentiste, y se también que me mentirás sin duda en el futuro. No puedo impedirlo…, pero Inlènu*‹ velará porque tus mentiras no te permitan escapar. Ahora que sabemos que mientes, aprovecharemos esas mentiras. Mentirás para mí. Lo harás por mí.

—Haré lo que la eistaa ordene —dijo Kerrick, sin comprender, pero feliz de aceptar.

—Eso está bien. Harás lo que yo ordene. Nunca hablarás de esta orden…, porque si lo haces estás muerto. Ahora…, esta es la mentira que quiero que digas, y debes decirla de una forma muy excitada. Debes decir: ¡Aquí, en los árboles, un ustuzou, lo he visto! Esas son las palabras. Ahora repítelas.

—Aquí en los árboles vi a un ustuzou.

—Bastante bien. No lo olvides. Y dilo solamente cuando yo te ordene que lo hagas. Te haré un movimiento así.

Kerrick se apresuró a asentir. Era algo fácil de hacer, aunque no podía ver la razón de hacerlo. Las amenazas habían sido lo suficientemente reales, de todos modos, así que hizo un esfuerzo especial por no olvidar las palabras y el signo murmurándolas para sí mismo mientras se alejaba a través de la ciudad.

Habían transcurrido muchos días desde que Kerrick había visto por última vez a Enge. Raras veces pensaba ya en ella, porque su recién hallada libertad ocupaba cada momento de sus días. Al principio había dudado en aventurarse solo, e incluso sintió un cierto placer ante la estúpida presencia de Inlènu*‹ como una medida de seguridad. Apenas abandonó su estancia descubrió muy rápidamente lo estratificada que era realmente la estructura social yilanè. Pronto comprendió que su posición estaba en algún lugar cerca de la cima, puesto que había sido visto a menudo en presencia de la eistaa, sentado cerca de ella. Para las fargi sin nombre aquello era suficiente prueba de lo alto que se alineaba él por encima de ellas y, por tosco que fuera, su respeto quedaba claramente representado en la forma en que se dirigían a él.

Caminando por los verdes corredores, vio la forma en que aquellas fargi con la inteligencia y habilidad suficientes para dominar su lenguaje eran encajadas rápidamente en la vida ciudadana. Se convertían en guardianas, preparadoras de comida, carniceras, supervisoras de equipos de trabajo, agricultoras, un gran número de ocupaciones de las que sabía muy poco. Hablaba con esas yilanè de una forma neutra, tomándolas como iguales, o ligeramente inferiores y ellas lo aceptaban fácilmente.

El habla respetuosa la reservaba para las líderes. Su posición era obvia, aunque lo que hacían no siempre resultaba claro, puesto que siempre llevaban un cortejo de ayudantas y asistentas, las cuales iban seguidas a su vez por fargi ansiosas de ser promovidas, ansiosas de encontrar un estatus fijo en el orden de la ciudad.

Con tanto que ver, Kerrick había tenido poco tiempo de echar en falta las visitas diarias de Enge. La ciudad era un hormiguero industrioso, y ocasionalmente deseó que ella estuviera allí para explicarle algunos de los aspectos más desconcertantes de la vida en Alpèasak. Preguntó por ella algunas veces, pero el seco corte a su pregunta le enseñó a no proseguir con aquel tema. Pero la respuesta le hizo sentir curiosidad. Cuando Enge y Vaintè habían hablado entre sí lo habían hecho como iguales. Así que, ¿por qué aquella forma de eludir incluso el mencionar su nombre? Consideró, luego rechazó, la posibilidad de preguntar a Vaintè al respecto. La eistaa había dejado siempre muy claro que ella era la que iniciaba y terminaba las conversaciones.

Vio de nuevo a Enge por puro azar. Estaba cerca del ambesed, de donde Vaintè lo había despedido de su presencia, cuando se produjo una excitada agitación entre las fargi. Se estaban haciendo preguntas entre sí, mientras todas corrían en la misma dirección. Movido por la curiosidad, las siguió justo a tiempo de ver pasar a cuatro yilanè, llevando entre ellas a una quinta. No pudo acercarse en el tumulto, y decidió no llamar la atención ordenando que se apartaran. Estaba a punto de marcharse cuando las mismas cuatro yilanè regresaron, caminando ahora lentamente, las bocas muy abiertas. Sus pieles estaban manchadas de tierra, sus piernas costrosas de barro rojo. Entonces Kerrick vio que una de ellas era Enge. La llamó, y ella se volvió para mirarle. Estaba atenta, pero no habló.

—¿Dónde has estado? —preguntó Kerrick—. No te he visto.

—Mis habilidades con el lenguaje ya no son necesarias, así que mis encuentros contigo han terminado. Ahora trabajo en los nuevos campos.

—¿Tú? —Había sorpresa, incluso desánimo y falta de comprensión en la palabra.

—Yo. —Las otras tres se habían detenido al hacerlo ella, y les hizo signo de que continuaran, pidiéndole a Kerrick que hiciera lo mismo—. Tengo que volver al trabajo.

Se alejó, y él se apresuró a ir tras ella y situarse a su lado. Había un misterio allí que deseaba averiguar, pero no sabía cómo empezar.

—Esa a la que transportabais. ¿Qué ha ocurrido?

—Una mordedura de serpiente. Hay muchas allá donde trabajamos.

—¿Por qué tú? —Ahora no podían oírles mientras caminaban, la anadeante Inlènu*‹ no contaba—. Hablas con la eistaa de igual a igual. Y sin embargo ahora haces un trabajo que haría mejor la más baja de las fargi. ¿Por qué?

—La razón no es fácil de explicar. Y tengo prohibido por la eistaa hablar de ella a ninguna yilanè.

Incluso mientras lo decía, Enge se dio cuenta de la ambigüedad del significado de sus palabras. Kerrick no era una yilanè. Señaló a Inlènu*‹.

—Ordena a esa que camine delante nuestro, siguiendo a las otras tres.

Tan pronto como esto estuvo hecho, Enge se volvió hacía Kerrick y habló con una intensidad que este no le había visto nunca antes.

—Estoy aquí, esas otras están aquí, porque tenemos intensas creencias personales con las que no están de acuerdo aquellas que gobiernan. Se nos ha ordenado que las abandonemos…, pero no podemos. Una vez has descubierto la verdad, no puedes volverle la espalda.

—¿De qué verdad estás hablando? —preguntó Kerrick, desconcertado.

—La ardiente y turbadora verdad de que el mundo y todas las cosas que hay en él contienen más de lo que puede verse. ¿Has pensado alguna vez en esas cosas?

—No —respondió, con toda sinceridad.

—Deberías. Pero eres joven…, y no eres yilanè. He pensado mucho en ti desde que empezaste a hablar, y tu existencia sigue desconcertándome. No eres yilanè, y sin embargo no eres tampoco un bestial ustuzou, puesto que puedes hablar. No se lo que eres ni cómo encajarte en el esquema de las cosas más grandes.

Kerrick estaba empezando a lamentar el haber encontrado a Enge. Poco de lo que ella le decía tenía algún sentido para él. Pero ahora que estaba hablando, para sí misma más que para él, nada podía detenerla.

—Nuestras creencias tienen que ser verdaderas, porque hay una energía en ellas que supera la comprensión de la no creyente. Fue Ugunenapsa quien primero llegó a esa comprensión, y paso su vida ordenando su mente, obligándose a sí misma a comprender. Traer una nueva cosa al mundo allá donde antes no había habido ninguna. Habló con otras acerca de su creencia y se le rieron. La noticia de su extraño modo de pensar llegó a la eistaa de su ciudad y fue llamada ante ella, que le ordenó que hablase. Y lo hizo. Habló de la cosa que hay dentro de todas nosotras y que no podemos ver, de la cosa que nos permite hablar y nos distingue de los animales no pensantes. Los animales no tienen esa cosa dentro, y es por eso por lo que no pueden hablar. En consecuencia, el habla es la voz de la cosa que tenemos dentro, y esa cosa que tenemos dentro es la vida y el conocimiento de la muerte. Los animales no tienen conocimiento ni de la vida ni de la muerte. Son, Y luego no son. Pero los yilanè saben…, y ahora tú sabes. Lo cual es un gran enigma que no puedo aprehender. ¿Quién eres? ¿Qué eres? ¿Dónde encajas en el diseño?

Enge se volvió para enfrentarse a Kerrick, miró directamente a sus ojos como si esperara hallar allí la respuesta a su pregunta. Pero no había nada que él pudiera decir como respuesta, y ella se dio cuenta.

—Puede que algún día lo sepas —dijo—. Ahora todavía eres demasiado joven. Dudo intensamente de que puedas captar la maravilla de la visión que tuvo Ugunenapsa, la visión de una verdad que podía explicar a las demás. ¡Y la prueba también! Porque enfureció a la eistaa, que le ordenó que arrojara aquellas falsas creencias y viviera como lo han hecho todas las yilanè desde el huevo del tiempo. Ugunenapsa se negó, y con ello puso sus creencias por delante de su ciudad y de las órdenes de su eistaa. La eistaa vio desobediencia y la despojó de su nombre, le ordenó que saliera de la ciudad. ¿Sabes lo que eso significa? No, no lo sabes. Una yilanè no puede vivir sin su ciudad y su nombre una vez los ha alcanzado. Abandonarlos es morir. Desde el huevo del tiempo una yilanè arrojada fuera de su ciudad ha sufrido un cambio mortal. El rechazo es tan fuerte que la yilanè se derrumba instantáneamente, cae en seguida en la inconsciencia y pronto muere. Siempre ha sido así.

Enge estaba poseída ahora por un extraño humor, algo entre la excitación y el deleite. Se detuvo y sujetó suavemente a Kerrick por ambos brazos, y miró directamente a sus ojos, intentando transmitirle lo que sentía.

—Pero Ugunenapsa no murió. Había una nueva cosa en el mundo, con una prueba innegable. Y desde aquel día esta verdad se ha ido demostrando una y otra vez. Fue arrojada de Inegban‹, se le ordenó que muriera…, y no lo hizo. Ninguna de nosotras murió, y es por eso que estamos aquí. Nos llaman las Hijas de la Muerte porque dicen que tenemos un pacto con la muerte. Eso no es cierto. Nosotras nos llamamos las Hijas de la Vida, y eso es cierto. Porque vivimos donde las otras mueren.

Kerrick se desprendió de su frío y suave contacto, y se dio la vuelta, mintiendo.

—He ido demasiado lejos. Tengo prohibido estar aquí en los campos. —Tiró de su traílla, evitando la intensidad de la mirada de Enge—. Inlènu*‹, regresamos.

Enge les observó en silencio mientras se alejaban, luego se volvió hacía los campos. Kerrick miró tras él entonces y la vio anadear lentamente por el polvoriento sendero. Agitó la cabeza, perplejo, y se preguntó de qué le había estado hablando. Entonces vio los naranjos cerca, y tiró de Inlènu*‹ en aquella dirección. Su garganta estaba seca y el sol era caliente y no había comprendido ni una palabra de lo que Enge le había dicho. No tenía forma de saber que sus creencias eran la primera grieta abierta en los millones de años de homogeneidad yilanè. Ser yilanè era vivir como yilanè. Ninguna otra cosa era comprensible. Hasta ahora.

Había guardianas armadas apostadas allí, y por toda la ciudad, que le miraron con curiosidad cuando arrancó las maduras naranjas del árbol. Aquellas guardianas proporcionaban seguridad durante el día, mientras que trampas más grandes y fuertes eran situadas para bloquear las entradas durante la noche. Pero en los siguientes días las guardianas no vieron absolutamente nada…, mientras que las trampas se limitaron a recoger un gran surtido de animales de todas clases. Los asesinos ustuzou jamás regresaron.

En todo el tiempo que le tomó al uruketo cruzar el océano hasta Inegban‹ y regresar, no hubo más ataques contra la ciudad. Cuando llegó el uruketo, Vaintè y su séquito estaban aguardando cuando el gran animal fue amarrado al muelle. Fue su comandanta, Erefnais, quien primero saltó a tierra, deteniéndose delante de Vaintè y reconociendo formalmente su alto rango.

—Te traigo un mensaje personal de Malsas‹, eistaa, que está muy preocupada por la atrocidad ustuzou. Tengo palabras privadas para ti, pero también me ha ordenado que hable ante todas de la necesidad de vigilancia y fuerza…, y de la destrucción de los ustuzou. Con este fin ha enviado a sus mejores cazadoras, con hesotsan y dardos, y la voluntad de destruir completamente la amenaza.

—Todas somos de la misma opinión —dijo Vaintè—. Camina a mi lado mientras regresamos, porque quiero oír todas las noticias de Inegban‹.

Había efectivamente noticias. Y, en la intimidad de los aposentos de Vaintè, Erefnais se las relató, ante la única presencia de Alakensi.

—El invierno ha sido suave. Se han perdido algunos animales, pero el clima ha sido mejor que en otros años. Ese es el lado diurno de lo que tengo que decirte. El lado nocturno es que se ha producido un desastre entre los uruketo. Más de la mitad han muerto. Crecieron demasiado aprisa, y eso era una debilidad. Están siendo criados otros uruketo. Pero las ciudadanas de Inegban‹ no vendrán a Alpèasak este verano, ni el siguiente, ni el otro después de ese.

—Eso son malas noticias —dijo Vaintè. Alakensi gesticuló también su pesar—. Y aumentan la necesidad de exterminar a los ustuzou. Pero debes regresar con la noticia de nuestro espléndido crecimiento para quitar el amargo sabor de las otras palabras de tu boca. Tienes que ver el modelo. Alakensi, ordena a una fargi que haga venir inmediatamente a Stallan.

Alakensi no aceptó de buen grado el recibir órdenes como si fuera una fargi, pero ocultó su resentimiento Y se volvió para transmitir la orden. Cuando llegaron junto al modelo, Stallan ya estaba allí.

Alpèasak no había crecido más desde la muerte de Sokain, pero sus defensas se habían fortalecido. Stallan señaló los nuevos muros de espinos desarrollados y las estaciones de guardia donde ahora había apostadas yilanè día y noche.

—¿Qué puede hacer una guardiana por la noche? —preguntó Alakensi, a su petulante manera. La respuesta de Stallan fue formal y clara.

—Muy poco. Pero están protegidas, disponen de calentadores y mantas, así que descansan bien. Tampoco tienen que caminar el largo camino de ida y vuelta de la ciudad cada día. Están de guardia al amanecer, y siguen de guardia al anochecer.

—Considero que los recursos podrían ser utilizados más juiciosamente —dijo Alakensi, no convencida. Vaintè adoptó una postura intermedia, lo cual era poco habitual, ya que normalmente ignoraba a Alakensi cuando esta hablaba.

—Quizá Alakensi tenga razón. Debemos asegurarnos. Lo veremos por nosotras mismas. Tú también, Erefnais, así podrás hablarle de nuestras defensas a Malsas‹ cuando regreses.

Cruzaron la ciudad formando una desigual columna, con Stallan y Vaintè a la cabeza, las demás siguiéndolas en orden de rango. Kerrick —con la omnipresente Inlènu*‹ a su lado— caminaba justo detrás de la comandanta del uruketo. Las ayudantas y fargi seguían detrás. A causa de la lluvia, Vaintè y algunas de las otras iban envueltas en capas. Pero la lluvia era cálida, de modo que Kerrick no usaba ninguna capa, sino que gozaba de la sensación del agua sobre su piel.

También tomó cuidadosa nota del camino que seguían, a través de los campos y las puertas vivientes. Algún día recorrería aquel mismo camino solo. No sabía cuándo sería aquello, pero lo haría.

El grupo de árboles estaba cerca del bosque, al extremo del último campo. Mientras se acercaban pudo verse que lianas y espinos rodeaban el bosquecillo, dejando sólo una entrada al puesto de guardia. Stallan señaló a la yilanè con un hesotsan, en una plataforma de arriba.

—Cuando vigilan, nadie ni nada puede pasar —dijo.

—Parece satisfactorio-admitió Vaintè, volviéndose hacía Alakensi y recibiendo un reluctante signo de asentimiento a su solicitud de una opinión. Luego siguieron andando más allá del bosquecillo, y Stallan pidió que se detuvieran.

—Hay animales de todo tipo ahí fuera. Hay que dejar que las guardianas nos precedan.

—De acuerdo. Pero yo soy la eistaa y voy donde deseo en Alpèasak. Con mis consejeras. Puedes hacer que el resto del grupo se quede aquí.

No siguieron avanzando hasta que una línea de atentas guardianas, con sus armas preparadas, avanzó cautelosamente delante de ellas. Stallan señaló hacía las trampas y defensas en el lado más alejado del bosquecillo.

—Lo has hecho bien —dijo Vaintè. Alakensi empezó a expresar su disconformidad, pero Vaintè la ignoró y se volvió hacía Erefnais—. Comunica todo esto a Malsas‹ cuando regreses. Alpèasak está protegida y no corre ningún peligro.

Se volvió, y en el momento en que sólo Kerrick podía verla le transmitió la señal de hablar…, intensificando la orden cuando él abrió mucho la boca. Entonces comprendió.

—¡Allí! —exclamó con voz muy alta—. ¡Allí, entre los árboles! ¡He visto un ustuzou!

La urgencia de sus palabras fue tal que todas se volvieron, todas miraron. En aquel momento, cuando la atención de todo el mundo estaba centrada en los árboles, Vaintè dejó caer su capa al suelo. Oculta debajo estaba la flecha de madera con punta de piedra.

Sujetándola con firmeza con ambas manos, se volvió ligeramente y la hundió en el pecho de Alakensi.

Sólo Kerrick lo vio, sólo él no estaba mirando los árboles. Alakensi aferró el mango de la flecha con sus pulgares, los ojos desorbitados por el terror, abrió la boca para hablar…, y se derrumbó.

Kerrick se dio cuenta entonces de cuál era la finalidad de su mentira. Y se apresuró a rematarla.

—¡Una flecha ustuzou, ha venido de los árboles! ¡Ha alcanzado a Alakensi!

Vaintè se echó hacía un lado, el cuerpo rígido, mientras la excitación torbellineaba a su alrededor.

—¡Una flecha de los árboles! —gritó Inlènu*‹; normalmente repetía lo último que había oído. Otras dijeron lo mismo, y el suceso quedó establecido. La palabra era el hecho, el hecho era la palabra. El cuerpo de Alakensi fue arrastrado rápidamente, Stallan y Erefnais se apresuraron a llevar a Vaintè a un lugar seguro.

Kerrick fue el último en seguir al grupo. Miró una vez más al muro de la jungla, tan cercano y sin embargo tan infinitamente distante, luego tiró de la traílla inviolablemente unida al collar que rodeaba su cuello, e Inlènu*‹ avanzó obediente tras él.