CAPÍTULO 18

El modelo tenía una finalidad práctica, de hecho era esencial para la planificación y diseño de la ciudad. Pero como todas las cosas Yilanè, tenía que poseer un gestalt funcional propio, una integridad que fuera mucho más allá de la necesidad real. Podría haberse hecho un mapa que sirviera perfectamente para el mismo propósito, del mismo modo que eran usados los mapas para la navegación del uruketo. Pero en el uruketo se usaban mapas simplemente por problemas de espacio. En ese caso en particular la necesidad exigía mapas, así que la respuesta pragmática era hacer mapas. Puesto que esa restricción no existía en la ciudad, se construyó un modelo a escala de Alpèasak que era parte esencial para la futura planificación, pero también algo agradable de contemplar.

Vaintè caminó lentamente a su alrededor, inmensamente satisfecha. Había mejorado mucho desde que Sokam había venido de Inegban‹ con sus entrenadas ayudantas. Habían dado forma a los detalles que las supervisoras de campo sólo habían señalado. Ahora, pequeños arboles atrofiados formaban el corazón de la ciudad, rodeando la pequeña abertura del ambesed. Cuando Vaintè se acercó para mirar, allí estaba el dorado creciente de las playas del nacimiento, completo incluso con el muro de espinos.

Alakensi estaba por supuesto inmediatamente detrás de ella, un recordatorio constante de que Malsas‹ recibiría el informe de cada detalle de sus movimientos y decisiones, una insistente presencia que enturbiaba el placer de todo. Kerrick venía a continuación en la fila, como hacía constantemente ahora. Sentía un interés más vivo aún que el de Vaintè, aunque tenía mucho cuidado en no evidenciarlo. Esta era la primera vez que veía aquel modelo; ni siquiera había sabido de su existencia hasta este momento. Tenía que estudiarlo, intentar memorizarlo por completo. Luego, cuando escapara de la ciudad, sabría exactamente qué rumbo debería tomar hacía la seguridad. Cuando avanzó, Inlènu*‹ hizo lo mismo, unos pocos pasos detrás de él, sujetando entre sus manos una lazada de la traílla que los mantenía unidos. Kerrick estaba tan acostumbrado ya a su presencia que normalmente la olvidaba. Era sólo un hecho ineludible de la vida…, como el collar de metal que rodeaba su cuello. Cuando él se detenía, ella lo hacía también, vuelta de espaldas, sin escuchar nada de lo que se decía, sumida en sus propios y plácidos pensamientos hasta que un tirón de la traílla la devolvía de nuevo a la vida. Sólo había un estrecho pasillo alrededor del modelo, de modo que las siempre atentas fargi se habían visto obligadas a permanecer fuera, tendiendo el cuello para ver a través de la puerta, admirando el tamaño del transparente techo que filtraba la luz del sol reduciéndola a un dorado y difuso resplandor.

Vaintè había llegado al extremo más alejado del modelo, donde estaban trabajando Sokain y sus ayudantas. Vaintè estaba ya junto a ellas antes de que Sokain se diera cuenta de su presencia.

—Bienvenida, eistaa, bienvenida —dijo apresuradamente, poniéndose en pie mientras hablaba, sacudiéndose el barro de sus rodillas… y sujetando al mismo tiempo una bulbosa criatura naranja.

—No dejes que te distraiga de tu trabajo —dijo Vaintè.

—Ya está terminado. La transferencia de medidas ya ha sido hecha.

—Y esto es lo que utilizas. —Vaintè señaló al animal naranja—. Nunca había visto uno así antes.

Sokain tendió el quitón naranja para que Vaintè pudiera inspeccionarlo. Aparte una pequeña boca y unos sellados ojos, no tenía rasgos distintivos, excepto un tubo en la parte superior y un cierto número de indentaciones a un lado.

—Explícate, ordenó Vaintè, pues como eistaa no había ningún pequeño detalle que no debiera conocer. Sokain señaló el desnudo suelo donde estaba siendo ampliado el modelo, y las pequeñas astillas de madera que habían sido clavadas en él.

—Esos trocitos de madera corresponden a las estacas que utilizamos en la supervisión. Cuando estamos en el campo sitúo a esta criatura medidora sobre un punto marcado en el suelo, y miro a través de su tubo una estaca que se halla a una cierta distancia. Una vez hecho esto aprieto las indentaciones para informar al instrumento que recuerde el ángulo y distancia. Luego giro el tubo hacía otra estaca y hago lo mismo. Esto se efectúa varias veces. Cuando regreso al modelo, la criatura-instrumento nos informa de la distancia a escala entre las estacas y también de los ángulos correctos entre ellas. El resultado…, este modelo.

—Excelente. ¿Qué son esos canales curvados que has marcado en el suelo?

—Cursos de agua, eistaa. En este lado de la ciudad hemos encontrado mucha marisma. Ahora estamos evaluando su extensión.

Vaintè mostró preocupación.

—Necesitamos muchos más campos. ¿Pueden ser drenadas o rellenadas esas marismas?

—No lo creo. Pero Akasest, que ha mejorado la calidad del alimento para los rebaños, las ha examinado también, y ahora estamos planeando crear recintos en ellas. Hay muchas especies anfibias, como el urukub, que pueden medrar en ese ambiente.

—Una satisfactoria solución y utilización del entorno. Ambas merecéis una felicitación.

—Nuestro placer es servir a Alpèasak —dijo Sokain ceremoniosamente, expresando un gran placer personal al mismo tiempo.

Mucho más tarde, Vaintè recordaría aquella conversación, porque aquella iba a ser la última vez que tuviera oportunidad de hablar con la supervisora.

Como todos sus días, aquel fue muy ocupado. A medida que crecía la ciudad también lo hacía el trabajo…, y con él las decisiones que había que tomar. Cuando las sombras empezaban ya a alargarse fue consciente de su cansancio y despidió a las atentas fargi, luego hizo una seña a Kerrick pidiendo una fruta de beber. Había una pegada a la albura de un árbol cercano, y tiró del verdoso bulbo hasta que los canales chupadores soltaron su presa. Se lo tendió a Vaintè, que abrió su orificio y bebió la fresca y dulce agua que contenía. Cuando lo bajó vio a Stallan que cruzaba apresuradamente el ambesed, apartando a un lado a las fargi en su prisa. Vaintè supo que había problemas, lo supo tan claramente como si la cazadora los hubiera expresado en voz alta.

—Cuéntame, ordenó Vaintè cuando Stallan llegó jadeante a su lado.

—El equipo supervisor, Sokain y sus ayudantas, no han regresado…, y es casi de noche.

—¿Han permanecido fuera hasta tan tarde antes?

—Nunca. Mis órdenes han sido siempre específicas. Hay un grupo de guardianas armadas con ellas que siempre las han traído de vuelta antes de que la luz empiece a declinar.

—Entonces, ¿esta es la primera vez que no han regresado en el tiempo especificado?

—Sí.

—¿Qué puede hacerse?

—Nada hasta la mañana.

Vaintè se sintió presa de una sensación de desastre, y todas las presentes la compartieron.

—Quiero que un grupo armado muy numeroso esté preparado para partir al amanecer. Yo lo dirigiré.

Vaintè estaba ya despierta cuando la primera luz se filtró entre los árboles. Fueron enviadas unas fargi a avisar a Kerrick. Este bostezó y se estiró y siguió a la eistaa, aún no completamente despierto, Vaintè no había avisado a Alakensi, pero apareció también a su lado. Ansiosa como siempre de ver algo que pudiera informar a Malsas‹. Stallan y las guardianas armadas estaban preparadas subiendo a los botes cuando llegaron a la orilla del río. Aquel no era el primer viaje de Kerrick en bote, pero seguía hallando fascinantes a aquellos animales. Este acababa de ser alimentado y las patas y cola de un cocodrilo pequeño colgaban aún de su boca. Los pequeños ojos de la criatura, hundidos bajo su concha, sobresalieron ligeramente cuando la empapada piel se contrajo con un esfuerzo y el resto del cocodrilo desapareció de la vista Kerrick subió a bordo con las demás. La piloto se inclinó y gritó una orden en la abertura auditiva del bote. La carne debajo de ellos empezó a pulsar rítmicamente y a arrojar chorros de agua. La pequeña flotilla avanzó hasta situarse en mitad de la corriente bajo el rojo sangre del cielo del amanecer.

Stallan estaba en el bote de cabeza, abriendo camino. Los campos avanzaban lentamente a ambos lados, y los animales huían de ellos o se quedaban contemplando con alelada estupidez su paso. Más allá de los campos desecados había zonas de marisma cuidadosamente cercadas y conservadas. Grandes árboles bien arraigados en el lodo habían sido conservados y unidos entre sí con la cerca viviente. Esta se había desarrollado abundantemente, lianas que eran a la vez flexibles y resistentes. Tenían que serlo, porque los urukub que había dentro eran los animales más grandes sobre la Tierra. Sus inmensas formas arrojaban olas de agua por entre las cercas cuando se movían; sus pequeñas cabezas parecían grotescamente minúsculas al extremo de sus largos cuellos. Ramoneaban las hojas de los árboles, hundían profundamente sus cabezas en la marisma en busca de las plantas subacuáticas. Una de sus crías, ya mayor que un mastodonte lanzó un agudo chillido, chapoteando y nadando hacía la seguridad, cuando los botes pasaron cerca de ella. Kerrick nunca había visto aquella parte de la ciudad antes, de modo que memorizó cuidadosamente el rumbo que estaban siguiendo.

Cuando hubieron dejado atrás el último campo empezaron las marismas aún sin parcelar, Stallan condujo la pequeña flotilla por un estrecho canal. Altos árboles se alzaban a ambos lados, con sus raíces acuáticas muy por encima de los botes. Las flores crecían en gran profusión allí, y de las ramas superiores colgaba un musgo blanco. Había verdaderos enjambres de insectos picadores, y Kerrick aplastó los que aterrizaron sobre él y lamentó haber participado en ese viaje. Aunque no había tenido otra elección.

Ahora avanzaban más lentamente, siguiendo un tortuoso camino a través de canales cada vez más estrechos hasta que Stallan señaló finalmente un alto.

—Aquí es donde estaban trabajando —indicó.

El silencio se cerró sobre ellos cuando Stallan dejó de hablar. Un pájaro alzó el vuelo encima de sus cabezas, cloqueando fuertemente, pero no hubo ningún otro sonido. Como tampoco había nada que ver. Las guardianas aferraban sus armas, mirando en todas direcciones. Nada. Fue Vaintè quien rompió el mortal silencio.

—Tienen que ser halladas. Abríos por todos estos canales. Permaneced alertas.

Kerrick tenía buena vista, y fue el primero en captar el movimiento.

—¡Ahí! —exclamó—. En ese curso de agua. He visto moverse algo —todas las armas apuntaron en un instante en aquella dirección, hasta que Stallan ordenó que fueran bajadas—. Vais a disparar y a mataros entre vosotras. O me vais a matar a mí. Voy a adelantarme. Apuntad vuestros hesotsan en alguna otra dirección. Su bote se deslizó lentamente hacía delante, con Stallan de pie en la proa, un pie en la concha del animal, escrutando la oscuridad rodeada de hojas.

—Está bien —dijo hacía atrás—. Es uno de nuestros botes —luego, al cabo de un largo momento de silencio, añadió desconfiada—: Está vacío.

El otro bote se estremeció cuando el bote de Stallan golpeó contra él, se estremeció más aún cuando Stallan saltó a su interior. Necesitó gritar las órdenes, y acompañarlas de una buena patada, antes de que el bote se apartara de la orilla. Mientras se acercaba a los demás botes Stallan guardó silencio…, pero lo que señalaba su dedo era bastante explícito.

Había algo clavado en la gruesa piel del bote. Stallan se inclinó y lo arrancó, y el bote se estremeció de dolor. Kerrick sintió que su corazón latía fuertemente en su pecho cuando Stallan alzó el objeto para que todo el mundo pudiera verlo.

¡Una flecha tanu!

Stallan hundió la flecha en el río para lavarla, luego la tendió a Vaintè. Ella le dio varias vueltas entre sus manos leyendo en ella un detestable mensaje que arqueó su recio cuerpo con furia y odio. Cuando alzó la vista hacía Kerrick, este retrocedió como esperando recibir un golpe.

—Reconoces esto, ¿verdad? Yo también se lo que es. Un artefacto ustuzou con una afilada punta de piedra. Hay más de tus asquerosos ustuzou ahí fuera. No los matamos a todos. Pero lo haremos ahora. Los exterminaremos, hasta el último. Encontradlos y acabad con ellos. Esta tierra de Gendasi es grande, pero no lo bastante grande para ocultar a los ustuzou. Será los yilanè o los ustuzou…, y los yilanè prevalecerán.

Hubo siseos de confirmación de todas las que la oyeron, y Kerrick sintió un repentino temor de ser él la primera víctima. Vaintè alzó la flecha para arrojarla lejos de ella, luego la volvió a bajar y guardó silencio. Al cabo de un rato miró a Kerrick con un nuevo y repentino interés.

Las muertes de Sokain y las otras podían tener ahora una utilidad, pensó. Permaneció sentada, silenciosa e inmóvil, durante largo rato, sin ver a Alakensi ni a ninguna de las demás, sino mirando en la distancia a algo que sólo ella podía ver. Aguardaron pacientemente hasta que se movió de nuevo Y dijo:

—Stallan, buscarás hasta asegurarte de que todas las que faltan han desaparecido. Regresa antes del anochecer. Yo vuelvo ahora a la ciudad. Mi deber está allí.

Siguió sentada en inmóvil silencio durante todo el camino de regreso a Alpèasak. Tenía que ser así. Su plan estaba terminado y completo, y si se atrevía a moverse todas las demás podrían leerlo claramente. Sólo cuando llegaron al muelle y tuvo que saltar a la orilla se movió. Sus ojos se deslizaron por las anchas espaldas de Alakensi, dudaron un segundo, y avanzó.

El plan estaba sellado.