Vaintè se reclinó cómodamente en su madera de descanso, profundamente sumida en sus pensamientos, el cuerpo completamente inmóvil. Sus ayudantas la rodeaban y hablaban en voz baja entre sí, rodeadas a su vez por las siempre atentas fargi. Vaintè se hallaba en medio de una isla de silencio, porque ninguna se atrevía a alterar el estado inmóvil de la eistaa. Sus pensamientos eran la fuerza que conducía la ciudad.
Pero su único pensamiento en aquel momento era uno de extremo odio; su inmovilidad era tan sólo para ocultar ese hecho y no representaba asuntos de gran meditación. Descansaba en completo éxtasis…, excepto su ojo derecho, que se movía lentamente, siguiendo las tres espaldas que se alejaban. Vanalpè, su irreemplazable ayuda en el crecimiento de aquella ciudad. La científica Zhekak que podía demostrar ser tan importante como ella.
Y Alakensi, el peso mortal que colgaba en torno a su cuello. Con qué perfección había planeado Malsas‹ aquello, con qué sutil malicia. Ahora que el primer trabajo vital había sido completado, Alakensi estaba allí para asegurarse de que Malsas‹ pudiera aprovecharse de él. Observar y recordar…, luego ofrecerle el liderazgo a Malsas‹ cuando llegara. A eso se dedicaba ahora, buscando el favor de Zhekak, escuchando todo lo que se transmitía entre las dos científicas yilanè.
Las tres desaparecieron de su vista, y el ojo de Vaintè giró y se enfocó en Enge, que se había acercado en silencio y ahora estaba de pie delante de ella, inclinada en un gesto de súplica.
—Déjame —dijo Vaintè, tan secamente como le fue posible—. No hablaré con nadie.
—Un asunto de la mayor importancia. Te imploro que escuches.
—Vete.
—Tienes que escuchar. Stallan está golpeando al ustuzou. Me temo que lo mate.
Vaintè dedicó bruscamente toda su atención a Enge pidiendo una inmediata explicación.
—La criatura intentó escapar, pero fue recapturada. Stallan la está golpeando terriblemente.
—Este no es mi deseo. Ordénale que cese. Espera…, lo haré yo misma. Quiero saber más acerca de esta escapatoria. ¿Cómo ocurrió?
—Sólo Stallan lo sabe. No se lo ha dicho a nadie
—Me lo contará —dijo Vaintè, con una hosca autoridad en su gesto.
Cuando alcanzaron la estancia-prisión vieron que la puerta estaba abierta, y pudieron oír el repetido sonido de los golpes, los gemidos de dolor, mientras avanzaban por el corredor.
—Alto —ordenó Vaintè deteniéndose en el umbral y pronunciando la palabra con tanta fuerza que Stallan se detuvo, el brazo aún alzado, la traílla empapada en sangre en su mano.
A sus pies Kerrick se retorcía agónicamente, la espalda en carne viva, medio inconsciente.
—Atiende a la criatura —ordenó Vaintè, y Enge se apresuró a entrar en la estancia—. Y tú, tira esta cosa y dame al instante una explicación.
Había una muerte tan cierta flotando tras sus palabras que incluso la fuerte Stallan, que no le temía a nada, se estremeció ante ellas. La traílla cayó de sus repentinamente fláccidos dedos: necesitó toda su voluntad para obligar a su cuerpo a responder. Sabiendo que Vaintè solo tenía que pronunciar unas pocas palabras más y ella estaría perdida.
—La criatura escapó de mí, echó a correr. Muy aprisa. Nadie pudo atraparla. La seguimos hasta los campos, manteniéndonos cerca de ella. Pero nunca lo bastante cerca. Hubiera escapado de no ser atrapada por una de las trampas situadas en torno a los campos para detener las incursiones nocturnas de los ustuzou.
—Tan cerca —dijo Vaintè, contemplando la pequeña forma en el suelo—. Esos animales salvajes tienen habilidades que no conocemos —su furia estaba muriendo, y Stallan se estremeció aliviada—. Pero ¿cómo escapó?
—No lo se, eistaa. O mejor dicho, sé lo que ocurrió pero no puedo explicarlo.
—Inténtalo.
—Lo haré. Caminaba a mi lado, obedeciendo mis órdenes. Cuando llevábamos recorrida una cierta distancia se detuvo. Y alzó las manos hacía el collar de su traílla, ahogándose y diciendo que se estaba estrangulando. Era posible. Tendí las manos hacía el collar, pero antes de que pudiera tocarlo el ustuzou echó a correr y se alejó. Y no se estaba ahogando.
—Pero ¿te dijo que se estaba ahogando?
—Lo hizo.
La ira de Vaintè había desaparecido ya por completo mientras pensaba intensamente en lo que la cazadora había dicho.
—¿No estabas tú sujetando la traílla?
—La solté cuando tendí las manos hacía el collar. La bestia se estaba ahogando, no podía escapar.
—Por supuesto. Hiciste lo único posible. Pero no se estaba ahogando. ¿Estás segura de eso?
—Positivo. Corrió un largo camino y respiraba bien. Cuando fue capturado lo primero que hice fue comprobar el collar. Estaba igual que como se lo puse.
—Esas cosas son inexplicables —dijo Vaintè, contemplando al inconsciente ustuzou. Enge estaba inclinada sobre él limpiando la sangre de su espalda y pecho. Sus ojos estaban descoloridos y amoratados, había sangre también sobre su rostro. Sorprendentemente, estaba vivo tras el tratamiento de Stallan. El hecho ineludible era que el collar no lo había estado ahogando. Pero él había dicho que se estaba ahogando. Eso era imposible. Pero había ocurrido. Entonces Vaintè se envaró, en una completa inmovilidad. Era un pensamiento, un pensamiento imposible, que jamás se le hubiera ocurrido a una tosca cazadora como Stallan. Vaintè controló el pensamiento, lo mantuvo a distancia por un momento mientras hablaba ruda y rígidamente
—Vete ahora mismo.
Stallan se apresuró a desaparecer, expresando alivio y gratitud, sabiendo que su vida estaba fuera de peligro por el momento, feliz de apartar de su mente todo lo que había ocurrido. Pero no Vaintè. Enge le daba todavía la espalda, de modo que pudo volver a tomar el pensamiento, examinarlo, y no preocuparse por nadie que estuviera observando su proceso de meditación.
Era simplemente una idea imposible. Pero había ocurrido. Una de las primeras cosas que había aprendido en la ciencia del pensamiento era que cuando todas las demás explicaciones han sido rechazadas la explicación que queda, no importa lo ilógica o aparentemente falsa que parezca, tiene que ser la única explicación.
El ustuzou había dicho que el collar estaba ahogándolo.
El collar no le estaba ahogando.
La afirmación de un hecho que no era un hecho.
El ustuzou había dicho un hecho que no era un hecho.
No había ninguna palabra o expresión para ello en yilanè, de modo que tuvo que crear una. Era una mentira. El ustuzou había mentido.
Ninguna yilanè podía mentir. Sólo estaba la inmovilidad, o la falta de expresión, para ocultar los pensamientos de una. Una afirmación era un pensamiento y un pensamiento era una afirmación. El acto de hablar era uno con el acto de pensar.
Pero no con el ustuzou.
Podía pensar una cosa y expresar otra. Podía parecer tranquilo y dócil, luego decir que se estaba ahogando… cuando durante todo el tiempo sólo había estado pensando en escapar. Podía mentir.
Aquella criatura tenía que ser mantenida con vida, cuidada, custodiada… y había que impedir que escapara. El futuro era gris e informe, y Vaintè no estaba segura de los detalles. Pero sabía con una positiva seguridad que el ustuzou era su futuro. Podía utilizarlos, a él y su habilidad para mentir. Utilizarlos para subir, utilizarlos para alcanzar la cima de sus ambiciones. Pero ahora debía arrojar todos los pensamientos de aquel talento imposible fuera de su mente. Debía ordenar que se hiciera todo lo necesario para que ninguna de las otras pudiera llegar a saberlo. Ordenaría que se prohibiera toda discusión sobre la escapatoria. ¿Debía morir Stallan? Por un momento consideró la posibilidad…, luego la rechazó. La cazadora era demasiado valiosa. Stallan obedecería la orden de silencio, la obedecería de buen grado puesto que seguramente recordaría lo cerca que había estado de morir ante la ira de Vaintè. Tras componer su actitud Vaintè llamó la atención de Enge.
—¿Está muy malherida la criatura?
—No puedo decirlo. Tiene muchos golpes y heridas, pero puede que eso sea todo. Mira, se mueve, ha abierto los ojos.
Kerrick alzó una turbia mirada hacía las dos murgu de pie encima de él. Había fracasado en escapar, le dolía todo, y había fracasado. No habría otra ocasión.
—Dime lo que sientes —ordenó Vaintè, y se sorprendió ante la preocupación reflejada en sus palabras.
—Me duele. Todo el cuerpo. —Movió sus brazos y piernas—. Eso es todo. Me duele todo el cuerpo.
—Eso es porque intentaste escapar —dijo Vaintè—. Aprovechaste la ocasión cuando Stallan soltó tu traílla. Arreglaré las cosas para que en el futuro no pueda volver a ocurrir eso.
Kerrick no estaba tan agotado o maltrecho como para no darse cuenta de la elisión en las palabras de Vaintè, el obvio circunloquio en torno a una afirmación. Vaintè tenía que saber lo que él le había dicho a Stallan para hacerle soltar la traílla. Enge no se dio cuenta, pero él sí. Fue consciente de ello y le hizo meditar unos instantes, luego lo olvidó. El dolor era demasiado intenso.
Una de las estudiantes de Vanalpè acudió y trató sus heridas…, y después de eso fue dejado completamente solo durante muchos días mientras sanaban. La estudiante le traía comida cada día por la mañana, luego comprobaba los progresos de su curación. No hubo más sesiones de lenguaje…, ni tuvo que sufrir las atenciones de la temida Stallan. Le fueron retiradas las ataduras de sus muñecas, pero la puerta permaneció siempre firmemente cerrada.
Cuando el dolor disminuyó lo suficiente pensó en su intento de escapatoria…, y en lo que había ido mal. No sería atrapado de ese modo la próxima vez. Evitaría las falsas lianas, saltaría por encima de ellas y huiría a la jungla.
¿Había visto realmente aquel rostro barbudo entre las hojas? ¿O simplemente deseaba, esperaba, que estuviese allí? No podía estar seguro. Quizá sólo fuera su deseo de que alguien estuviese allí, aguardando. No importaba. No necesitaba ninguna ayuda. Sólo la posibilidad de echar a correr. La próxima vez no le detendrían.
Transcurrieron día tras lento día hasta que sus heridas sanaron por completo y las costras cayeron, dejando en su lugar blanquecinas cicatrices. La estudiante seguía examinándole meticulosamente cada mañana cuando le traía la comida. Cuando todas las cicatrices y golpes de su cráneo estuvieron curados trajo al unutakh para eliminar el largo y cerdoso pelo que había crecido. Después de esto volvió a acostumbrarse al viscoso trabajo del animal. La puerta seguía permaneciendo siempre cerrada y atrancada cuando la estudiante estaba con él, y podía sentir la ominosa presencia de Stallan al otro lado. No había escapatoria por aquel lado. Pero no podrían mantenerlo eternamente en aquella estancia.
El día que la estudiante entró agitada supo que algo iba a ocurrir. Le lavó e inspeccionó cuidadosamente su cuerpo, vio que la bolsa de piel estaba decentemente en su lugar; luego se acuclilló Y observó la puerta. Kerrick había aprendido lo suficiente para no preguntarle a la criatura qué ocurría: ella nunca le había hablado ni respondido a sus preguntas. De modo que se sentó y miró también hacía la puerta.
Era, por supuesto, un día importante. Cuando la puerta se abrió la siguiente vez entró Vaintè, seguida por la anadeante y gorda masa de Zhekak. Fargi y ayudantas las seguían llevando contenedores.
—Ha escapado una vez —dijo Vaintè—. Hay que arreglar la cosas de modo que nunca vuelva a ocurrir.
—Un problema interesante, eistaa, y uno que me ha proporcionado muchos felices momentos de contemplación. Creo que tengo la respuesta, pero creo que es mejor que te la muestre en vez de explicártela con la esperanza de que disfrutes con la revelación.
—Disfruto ante cualquier iniciativa de Zhekak —dijo formalmente Vaintè, pero se permitió que un sentimiento extra de satisfacción se infiltrara en sus palabras. Zhekak agitó una mano hacía una fargi y tomó el contenedor que esta le tendió.
—Es algo muy nuevo —dijo, extrayendo una tira de un material flexible. Era delgado y de un color rojo oscuro…, e inmensamente fuerte. Zhekak demostró que no podía romperse haciendo que dos fargi tiraran de sus extremos, forcejeando y resbalándoles las manos ante el regocijo de todas. Como prueba final tomó una cuerda-cuchillo y la paso repetidas veces, apretando fuerte, por la tensa tira. Cuando se la tendió a Vaintè, esta la examinó muy de cerca y vio que había raspado un poco la brillante superficie, pero no más que eso. Expresó su admiración… y su desconcierto.
—Me encantará explicártelo —dijo Zhekak con inmenso orgullo—. Una cuerda-cuchillo, como sabes muy bien, es una única molécula larga. Corta debido a su pequeño diámetro, es virtualmente irrompible debido a la fuerza de las conexiones intramoleculares. Y aquí la tenemos, intentando cortar esto. Esa tira flexible está hecha de fibras de carbono molecular desarrollado en este medio. Pueden doblarse pero no romperse, y no pueden ser cortadas.
Vaintè irradió aprobación.
—De modo que tenemos aquí una traílla que sin duda mantendrá perfectamente asegurada a la bestia. Así que te haré la siguiente obvia pregunta: ¿cómo se la atamos al ustuzou…, y a qué sujetamos el otro extremo?
Zhekak agitó su blanda carne con satisfacción.
—Eistaa, comprendes tan bien todas estas cosas. Aquí está el collar de la criatura.
Una ayudanta extrajo un objeto semitransparente, de aspecto medusoide, con la longitud y grosor de su brazo. Se agitó serpenteante mientras Zhekak lo colocaba en torno al cuello de Kerrick. Le desagradó el frío contacto, pero sabía que era mejor no protestar. Zhekak lanzó secas órdenes mientras la asistenta frotaba los extremos del animal con algún ungüento, luego los apretaba el uno contra el otro para formar un grueso collar en torno al cuello de Kerrick.
—¡Rápido! —ordenó Zhekak—, el proceso de secreción empieza ya.
Con dedos cuidadosos, pasaron el extremo de la traílla en torno al animal, luego tiraron de ella de modo que se clavó en la transparente carne, casi hasta su mismo centro.
—Acércate, eistaa —indicó Zhekak—, y verás iniciarse el proceso.
La transparente carne estaba empezando a decolorarse en su centro, congelándose en torno al objeto extraño que había penetrado en ella.
—Este animal es un simple secretor de metal —dijo Zhekak—. Está depositando moléculas de hierro en torno al núcleo flexible. Pronto adquirirá rigidez y fuerza. Lo alimentaremos hasta que se haya formado un collar metálico completo en torno al cuello del ustuzou. Un collar de metal demasiado fuerte para ser roto o cortado.
—Admirable. ¿Pero qué atarás al otro extremo?
La colgante carne de Zhekak se agitó placenteramente mientras esta cruzaba la habitación hasta las fargi que observaban y hacía que una de ellas se adelantara. Era más alta y robusta que la mayoría; fuertes músculos se tensaron bajo su piel cuando echó a andar. Zhekak pellizcó un musculoso brazo entre sus pulgares y no pudo hacerle ninguna señal.
—Esta fargi me ha servido durante muchos años, y es la más fuerte que jamás haya encontrado. Apenas es capaz de hablar, pero hace todo el trabajo pesado del laboratorio. Ahora es tuya, eistaa, para un servicio mucho más importante. —Los pequeños ojos de Zhekak, casi perdidos entre los pliegues de su carne, miraron a la silenciosa y expectante audiencia a su alrededor—. Para esto es para lo que servirá. Haremos crecer también un collar en torno a su cuello…, con el otro extremo de la traílla firmemente sujeto a él. ¡El ustuzou y la fargi estarán unidos de por vida, como dos frutas creciendo de la misma rama!
—Tu mente no tiene parangón con ninguna otra —dijo Vaintè, y todas las ayudantas señalaron su asentimiento—. Unidos los dos, inseparables para siempre. Me han dicho que nuestro ustuzou corre muy rápido. Dime, ustuzou, ¿hasta cuán lejos te crees capaz de correr arrastrando contigo a esta pequeña fargi?
No había respuesta a aquello, de modo que Kerrick guardó silencio, mientras todas las demás expresaban su regocijo. Contempló los estúpidos rasgos de la criatura al otro lado y no sintió otra cosa más que un ardiente odio. Luego observó que Vaintè le estaba mirando atentamente, y expresó en silencio resignación y aceptación. Ella lo aprobó.
—Esta fargi tiene un nuevo nombre —dijo Vaintè, y todas guardaron silencio—. Desde este momento será llamada Inlènu*‹, porque su poderoso cuerpo hará que todo el mundo se convierta en una prisión para el ustuzou. ¿Has entendido tu nuevo nombre, fuerte?
—Inlènu*‹ —dijo la fargi con gran satisfacción, sabiendo que había sido nombrada por la propia eistaa y que a partir de ahora sólo serviría a la eistaa.
La postura de aceptación de Kerrick era tan falsa como cierto era el placer de todos los demás ocupantes de la estancia. Deslizó lentamente los dedos de los pies y los paso por encima de la traílla viviente que colgaba hasta el suelo, pensando ya en formas posibles de cortarla.