CAPÍTULO 14

Kerrick nunca pensó en el lenguaje como una entidad separada: simplemente deseaba comprender y responder. Era aún lo bastante joven como para aprender un lenguaje sin ningún esfuerzo consciente, escuchando y observando. Si hubiera llegado a tener alguna idea de que había miles de áreas conceptuales en el lenguaje yilanè —que podían ser combinadas en más de 125 000 millones de formas—, simplemente se hubiera encogido de hombros. Los números no tenían sentido para él, en particular puesto que no podía contar ni visualizar ningún número más allá de veinte, la cuenta de un hombre. Lo que aprendió lo aprendió sin ningún esfuerzo consciente. Pero ahora, a medida que progresaban las lecciones, Enge atrajo su atención hacía ciertas afirmaciones, formas de interpretar cosas, y le hizo repetir torpes movimientos hasta que los hizo correctamente.

Debido a su incapacidad de cambiar el color de algunas zonas de su piel, aprendió lo que se denominaba habla gris. En la densa jungla, o al amanecer y al anochecer, cuando había muy poca luz, los yilanè se comunicaban sin esquemas de color, refraseando las expresiones de modo que el color no fuera necesario.

Cada mañana, en su prisión, había esperado la muerte cada vez que se había abierto la puerta. Recordaba demasiado bien la masacre del sammad, la extinción de todo ser vivo, hombres, mujeres, niños…, incluso los mastodontes. A él y a Ysel también los matarían algún día; no había alternativa. Cuando el horrible marag traía comida en vez de muerte por la mañana, sabía que simplemente su muerte había sido aplazada un día más. Tras lo cual observaba en silencio, intentando no echarse a reír, mientras la estúpida Ysel no hacía más que cometer errores, día tras día. Pero él tenía el orgullo del cazador. No pensaba ayudarla ni a ella ni al marag, no respondía cuando le hablaban, e intentaba aceptar los golpes que seguían en silencio, como haría un cazador. Después de transcurrir muchos días, descubrió que podía comprender algunas de las cosas que decía Enge cuando hablaba al otro marag al que odiaba aún más, el que le golpeaba y le ataba. Guardar silencio se convertía en algo aún más importante después de esto, porque mantenía en secreto su conocimiento; un pequeño fragmento de éxito donde antes sólo había habido un desastre total.

Y luego Vaintè mató a la muchacha. No sintió remordimientos sobre eso, porque había sido estúpida y merecía reunirse con el resto del sammad. Sólo cuando Vaintè lo sujetó, con la sangre de su asesinato aún fresca en su mandíbula, sólo entonces flaqueó la fortaleza del cazador. Sólo había cazado una vez, no había sido aceptado como cazador, eso fue lo que se dijo más tarde a sí mismo, intentando explicar su fracaso en aceptar la muerte de aquellos afilados y terribles dientes. La realidad es que simplemente se había asustado tanto como cuando su lanza sacó a aquel otro marag del agua. El más terrible de los terrores había sido lo que le había hecho hablar, apenas consciente de lo que estaba haciendo, y había hablado lo suficientemente bien como para salvar su vida.

Kerrick seguía sabiendo que iba a morir algún día, cuando los murgu se cansaran de él. Pero ese día estaba en el futuro y ahora, por primera vez, podía permitirse un pequeño asomo de esperanza. Cada día podía comprender más y hablar mejor. Y aún no había salido de aquella estancia desde el momento en que lo habían traído allí. Algún día se le permitiría salir, a menos que pretendieran que pasase todo el resto de sus días encerrado, y aquel día podría echar a correr y escapar. Los murgu anadeaban, no caminaban, y estaba seguro de poder correr más aprisa que ellos…, si es que podían correr. Aquella era su secreta esperanza, y debido a ello hacía lo que le pedían y esperaba que su rebeldía hubiera sido olvidada.

Cada día empezaba de la misma manera. Stallan abría la puerta y entraba. Kerrick controlaba cuidadosamente su odio hacía la violenta criatura. Aunque él ya no luchaba, la cazadora siempre lo arrojaba al suelo y se arrodillaba dolorosamente sobre su espalda y le ponía las ataduras vivientes en sus tobillos y muñecas. Luego Stallan restregaba una cuerda-cuchillo sobre su cabeza para cortarle el pelo que le había crecido, normalmente haciéndole algún que otro corte al mismo tiempo. Enge llegaba más tarde con la fruta y la gélida carne que finalmente se había obligado a sí mismo a comer. La carne significaba fuerza. Kerrick nunca hablaba a Stallan, a menos que la criatura le golpeara y le exigiera una respuesta, lo cual era muy raro. Kerrick sabía que no debía esperar compasión de aquella horrible criatura de ronca voz.

Pero Enge era algo completamente distinto. Con los agudos ojos de un muchacho, la observaba de cerca y veía que Enge reaccionaba de forma distinta a los demás murgu. Por un lado había expresado dolor y pena ante la muerte de la muchacha. Stallan había gozado enormemente con dicha muerte y había aplaudido la acción. Alguna vez, de tanto en tanto, Enge llegaba con Stallan. El habla de Kerrick mejoraba y, cuando estuvo seguro de que podía decir exactamente lo que deseaba, empezó a observar pacientemente cada día la apertura de la puerta. Cuando Stallan entraba sola olvidaba completamente el asunto hasta la mañana siguiente.

Esto continuó hasta la mañana en que Enge entró con ella. Kerrick no dijo nada, pero envaró el cuerpo, de modo que Stallan fue más brutal que de costumbre en manejarle. Mientras sus brazos eran empujados ante él y la fría cuerda viviente se cerraba en torno a sus muñecas, habló.

—¿Por qué me haces daño y me atas? Yo no puedo hacerte daño a ti.

La única respuesta de Stallan fue un gesto de disgusto y un golpe de lado contra su cabeza. Por el rabillo del ojo vio que Enge estaba escuchando.

—Es difícil hablar estando atado —dijo.

—Stallan —dijo Enge—, lo que dice la criatura es cierto.

—Te atacó, ¿acaso lo has olvidado?

—No, pero fue la primera vez que entramos. Y recordarás que me mordió solamente cuando creyó que iba a hacerle daño a la hembra. —Se volvió hacía Kerrick—. ¿Intentarás hacerme daño de nuevo?

—Nunca. Eres mi maestro. Sé que si hablo bien me recompensarás con comida y no me harás daño.

—Me maravilla que un ustuzou pueda hablar…, pero sigue siendo una criatura salvaje y debemos tomar precauciones. —Stallan era inflexible—. Vaintè me responsabilizó de esto, Y obedeceré las órdenes.

—Obedécelas, pero se un poco más flexible. Libera al menos sus piernas. Eso hará que pueda hablar con mayor libertad.

Al final Stallan aceptó reluctantemente, y aquel día Kerrick trabajó con un mayor entusiasmo, sabiendo que su secreto plan había avanzado aunque sólo fuera un paso. No había forma de contar los días, y Kerrick tampoco se preocupaba particularmente de cuánto tiempo había pasado. Cuando estaba en el norte, con su sammad, invierno y verano eran notablemente distintos, y resultaba importante saber la época del año para la caza. Pero aquí, en medio del interminable calor, el paso del tiempo no importaba. A veces la lluvia tamborileaba sobre la piel transparente encima de la estancia, mientras en otras ocasiones la luz se veía oscurecida por las nubes. Kerrick sabía tan sólo que había pasado mucho tiempo desde la muerte de Ysel cuando se produjo una interrupción en su lección diaria. El resonar del pasador exterior de la puerta atrajo la atención de ambos, de modo que ambos se volvieron cuando la puerta se abrió. Kerrick agradeció la interrupción hasta que entró Vaintè.

Aunque los murgu eran muy similares entre sí, había aprendido a observar las diferencias. Y Vaintè era una criatura a la que nunca podría olvidar. Automáticamente señaló sumisión y respeto mientras ella cruzaba con paso fuerte la estancia hacía ellos, y le complació ver que parecía de buen humor.

—Has cumplido bien tu trabajo entrenando al animal, Enge. Hay ahí fuera estúpidas fargi que no responden ni tan claro ni tan rápido como este. Hazle hablar de nuevo.

—Puedes conversar directamente con él.

—¿Puedo? No lo creo. Es como darle instrucciones a un bote y recibir su respuesta. —Se volvió hacía Kerrick y dijo claramente—: Ve a la izquierda, bote, ve a la izquierda.

—No soy un bote, pero puedo ir a la izquierda.

Caminó lentamente hacía la izquierda de la estancia, mientras Vaintè expresaba incredulidad y placer a partes iguales.

—Quédate de pie ante mí. Dime el nombre que has recibido.

—Kerrick.

—Eso no significa nada. Eres un ustuzou, así que no puedes decirlo correctamente. Tiene que decirse así: Ekerik.

Vaintè no podía darse cuenta de que su nombre estaba constituido sólo por sonidos. Añadió los modificadores físicos, de modo que en conjunto significaba lento-estúpido. A Kerrick no le importó en absoluto.

—Ekerik —dijo, luego de nuevo con los modificadores—. Lento-estúpido.

—Casi podría estar hablando con una fargi —dijo Vaintè—. Pero observa lo poco claro que dice Lento-estúpido.

—No puede hacerlo mejor —explicó Enge—. Al no tener cola, no puede completar correctamente el movimiento. Pero observa, ha aprendido por sí mismo ese movimiento de giro que es lo más cerca a lo que puede llegar.

—Pronto tendré necesidad de esta criatura. El uruketo ha traído a Zhekak de Inegban‹ para trabajar con Vanalpè. Es vana y gorda…, pero tiene el mejor cerebro científico de Entoban‹. Tiene que quedarse aquí porque necesitaremos su ayuda. Quiero complacerla en todo. Tienes que hacer que este ustuzou atraiga su atención. La visión de un ustuzou que habla será un éxito que quiero conseguir.

Kerrick expresó únicamente respetuosa atención mientras ella se volvía hacía él. Al contrario de los yilanè, que debían expresar lo que pensaban, él podía muy bien mentir. Vaintè lo observó fríamente de arriba abajo.

—Tiene un aspecto sucio, hay que lavarlo.

—Es lavado diariamente. Ese es su color natural.

—Asqueroso. Como lo es el pene de la criatura. ¿No puede obligárselo a retirarlo dentro de su bolsa?

—No tiene bolsa.

—Entonces haced una y atadla a él. Del mismo color de la carne de la criatura, así no será observada. ¿Y por qué tiene todas esas cicatrices en su cráneo?

—Se le corta diariamente el pelo. Tú lo ordenaste.

—Por supuesto que lo hice…, pero no ordené que se hiciera también esa carnicería. Habla con Vanalpè. Dile que encuentre algún medio mejor de eliminar su pelo. Hazlo de inmediato.

Kerrick se limitó a expresar humilde agradecimiento y amplificado respeto cuando se fueron. Hasta que se hubieron ido y la puerta se cerró a sus espaldas no se permitió enderezarse y reír en voz alta. Era un mundo duro y cruel, pero a la edad de nueve años estaba aprendiendo a sobrevivir muy bien en él.

Vanalpè llegó aquel mismo día, conducida por Stallan, y seguida por su habitual cohorte de ayudantas y ansiosas fargi. Había demasiadas para que cupieran en la pequeña estancia, y Vanalpè hizo que todas ellas, excepto su primera ayudanta, aguardaran fuera. La ayudanta puso los fardos y contenedores que llevaba en el suelo mientras Vanalpè caminaba en torno a Kerrick examinándole de cerca.

—Nunca antes había visto a uno vivo —dijo. Pero lo conozco muy bien. Hice la disección del otro.

Estaba detrás de Kerrick cuando dijo esto, de modo que él no la oyó. Lo cual fue una suerte, porque la expresión yilanè para disección era el muy literal despedazar-carne-muerta-para-aprender.

—Dime, Stallan, ¿puede hablar realmente?

—Es un animal. —Stallan no compartía el interés general en el ustuzou, y lo deseaba muerto. Pero obedecía órdenes, de modo que no le hacía ningún daño serio.

—¡Habla! —ordenó Vanalpè.

—¿Qué deseas que diga?

—Maravilloso —dijo Vanalpè, e instantáneamente perdió todo su interés—. ¿Qué habéis estado usando para eliminar su pelo?

—Una cuerda-cuchillo.

—Muy chapucero. Habéis hecho una carnicería. Esas cosas son mejores para cortar carne. Tráeme el unutakh —ordenó a su asistenta.

El amarronado animal, parecido a una babosa, fue extraído tembloroso de un contenedor y depositado sobre la palma de la mano de Vanalpè.

—Lo utilizo para preparar especímenes. Digiere el pelo, pero no la piel. Pero hasta ahora sólo lo he empleado en especímenes muertos. Veamos cómo trabaja en uno vivo.

Stallan arrojó a Kerrick al suelo y se inclinó sobre él mientras Vanalpè hacía que el enrollado unutakh extendiera su cuerpo Y lo colocara sobre el cráneo del muchacho. Se estremeció ante el frío y pegajoso contacto, y la yilanè expresó regocijo ante el espectáculo. El animal se arrastró húmedamente sobre la piel.

—Muy bien —anunció Vanalpè—. El pelo es eliminado, y la carne no sufre daño. Ahora el siguiente problema. La criatura necesita ciertamente una bolsa. Tengo esta piel curtida, el color es casi perfecto. Sólo se trata de encajarla en su lugar y ajustarla. La he ribeteado con vendajes modificados para que se adhiera a la piel. Bien. Ahora ponte en pie. Kerrick estaba al borde de las lágrimas ante el rudo e insultante manoseo, pero se obligó a tragarlas. Los murgu no iban a verle llorar. La fría babosa seguía arrastrándose por su cuero cabelludo y estaba ahora encima de uno de sus ojos. Cuando se alejó bajó la vista hacía el pequeño taparrabo que estaban colocando en su lugar. No iba a molestarle. Lo olvidó mientras la babosa avanzaba lentamente por las pestañas de su otro ojo.

Nunca, en toda su vida, llegó a saber que la bolsa que cubría sus genitales estaba hecha de la bien curtida piel de Ysel, la muchacha que había sido asesinada ante sus ojos.