Prólogo

Nunca me han gustado esos prólogos en los que te explican lo amigos que son el prologuista y el autor. No me interesa dónde y cómo se conocieron, ni las veces que se han emborrachado juntos. Que Juande me caiga bien no tiene importancia para el libro que vas a leer.

Tampoco me gustan los prólogos-resumen, esos que te destripan la historia y te desvelan lo que va a pasar. Quiero descubrirlo yo, crearme expectativas y ver si se cumplen o no. Un prólogo no es un epílogo.

De manera que no haré ni una cosa ni otra.

Tienes el libro entre las manos, así que es evidente que te interesa. Mi función es la de acabar de convencerte. Decirte: «Sí, es bueno». Porque lo es. Cuando Juande me pidió que lo prologase, acepté sólo si me gustaba. Si estás leyendo esto es porque así fue.

Me gustaron los personajes, bien construidos, diferentes entre sí, coherentes y con una personalidad propia. Creo que el diseño de personajes es el punto fuerte de Juande, y ellos son los que aguantan el edificio de sus libros.

Me gustó el juego: las referencias a El mago de Oz (algunas muy evidentes, incluso explícitas; otras bien escondidas), la creación de unas expectativas con las que luego rompe, una y otra vez, sorprendiéndome, los detalles que te adelantan lo que va a pasar, pero que sólo reconoces a posteriori.

Pero, sobre todo, me gustó el mundo. Nuestro mundo. La postguerra española, esa que algunos intentan negar y que se suele obviar (¿cuántas películas hay sobre la Guerra Civil? ¿Cuántas, en cambio, sobre la postguerra?); esa postguerra de Paracuellos, el cómic del gran Carlos Jiménez. Un mundo negro, duro, miserable y cruel. Tanto, que todo lo tenebroso tiene cabida en él. Un mundo en el que lo más oscuro resulta ser el corazón humano.

Creo que a ti, lector, también te gustará. Ya me lo dirás.

Sergi Viciana