Epílogo
Diez años después

Como Carlos predijo, el escándalo del San Juan de Dios no se produjo y el manicomio cambió de manos, aunque tras los rumores más que persistentes de que estaba maldito la gente comenzó a ser reacia a la hora de ingresar a sus seres queridos allí, al menos voluntariamente. Tanto fue así que cerró seis años después de aquella fatídica noche de invierno en que asesinaron al respetable psiquiatra y director del centro Apolo Sánchez, a la santísima sor Mateo, el ejemplar jefe de enfermeros Carlos Bardero y al guarda y mejor persona David Díaz. El asesino, un tal José Luis López Torres, paciente que se hacía pasar en su locura por el personaje de una novela de Charles Dickens, había muerto a manos de Carlos Bardero cuando trataba de huir, pero este, en la refriega, había sido asesinado también. Un héroe, según los pocos periódicos que se hicieron eco de la noticia.

De Agnus, Vicente y Rita nada se habló, y si les buscaron no dieron con ellos. Al igual que nadie escuchó hablar durante la investigación del vampiro o de los cadáveres hacinados en el sótano de aquel manicomio. Aunque decían que en las noches frías de invierno, si eras osado y caminabas cerca del lugar, podías escuchar canciones de guerra, y que si eras valiente o estúpido y te adentrabas en los oscuros pasillos ya nunca volvías a salir.

Decían también que un viejo seguía cuidando los jardines, y que un estrecho camino de baldosas amarillas en la parte trasera, llevaba hasta una cruz de hierro sobre un montículo de arena. Allí, en una pequeña losa de mármol rezaba este epitafio: Aquí yace Emilio Torcuato Palomo. Hijo de Emilio y María, hermano de Evaristo y Julián. Nacido en Ojuelos Altos, muerto en Valladolid. El mejor aprendiz de jardinero.

* * *

Llovía y la noche estaba siendo ventosa, el frío de enero se colaba por debajo de las tejas y se filtraba por entre los tillos del tejado. Las ascuas de la candela se avivaban en la chimenea mientras los canalones traqueteaban anclados a la fachada. Dentro, todo estaba calmo. El mundo se preparaba para dormir. Agnus puso una palangana en el suelo, donde una gotera caía persistente justo entre las camas de sus dos hijas.

Tendré que decirle a Enrique que revise el tejado de nuevo, pensó. Casi se rió de la ocurrencia, Enrique solo entendía de clases de matemáticas, no era un manitas ni mucho menos, pero a ella le hacía gracia verle intentarlo.

—¡Mamá, tengo miedo! —dijo Carmen, sentada sobre las mantas y sin arropar. Le temblaba el labio de abajo y aquello significaba que pronto se echaría a llorar.

Esta noche acabará durmiendo entre Enrique y yo, y probablemente Rosa le acompañe.

—¡Yo también, mamá! —replicó al momento su hermana mayor, que sí estaba arropada casi hasta la cabeza.

Agnus metió en la cama a su hija menor, una preciosidad rubita y de ojos claros de apenas tres años. Le apartó el flequillo y le dio un beso en la frente. Después besó a Rosa, agarró una silla y se sentó entre las dos. Su marido le calentaba la cama, pero antes quería hacer algo, ya había llegado la hora. Sacó del bolsillo de su delantal un pequeño libro cuyas hojas estaban destrozadas y completamente amarillas y olían un poco a moho. Lo abrió con sumo cuidado y apartó una hoja desgajada donde se decía que ya estaba cuerda y que podía abandonar el sanatorio San Juan de Dios.

—Para pasar el miedo no hay nada mejor que escuchar una buena historia hasta quedarse dormida —dijo intentando sonreír—. Y hoy estáis de suerte, os voy a contar un cuento muy especial, y habla sobre una niña tan bonita como vosotras, y un viaje que hizo en un mundo de fantasía lleno de peligros con unos amigos muy especiales. Además, tenía un perrito al que quería mucho, ¿sabéis su nombre? ¡Totó!

—Mamá, ¿por qué lloras? —preguntó su hija mayor con preocupación.

—Porque es una historia muy bonita —dijo secándose las lágrimas con el delantal—. Y ahora venga, echaros y cerrad los ojos. ¡Allá voy!

Va por ti, Torcuato

Agnus cerró los ojos y recordó…

»Dorothy vivía en medio de las grandes praderas de Kansas, con el tío Henry, que era granjero, y la tía Em, que era la mujer del granjero. Su casa era pequeña, ya que la madera para construirla había tenido que ser transportada por una carreta a lo largo de muchos kilómetros…

FIN