26. El zorro, descubierto

No fue una noche tranquila. Era como si los gritos que se oyeron en el cielo se hubiesen repartido en pequeñas gotas y flotaran por todas partes. Nadie quería reconocerlo abiertamente, pero había temor en el campamento.

—¡Te cambio la litera! —me dijo David, inquieto—. Es que aquí, tan abajo, me entra frío y estoy un poco resfriado.

—Como quieras —le dije.

Aquella noche nada me preocupaba ya. Entre mis manos tenía la conclusión de Cris.

Supe esperar. Una vez que me metí en la cama, bien tapado con las sábanas, saqué el papelito y alumbré con la linterna. Leí despacio su redondeada letra:

—¡Genial! —suspiré.

Era el mismo nombre que yo había apuntado.

Me alegró la coincidencia. Ahora estaba totalmente seguro del nombre y traté de dormirme muy rápido para que llegara cuanto antes el día siguiente.

Pero David no podía estarse quieto en la litera de arriba. Cada dos por tres asomaba la cabeza para preguntarme si estaba dormido.

Y lo estaba, pero siempre por poco tiempo, porque aquella noche no cesó de zarandearme tratando de comprobar si dormía de verdad o intentaba disimular. Y eso no fue todo. También tuve que acompañar a David al servicio dos veces. Aquella noche ninguno de los compañeros se atrevió a ir solo al lavabo.

Total, que con tanto alboroto se me cortó el sueño. A las seis de la mañana era el único del dormitorio con los ojos abiertos. Fui el segundo en entrar en el comedor, pues Cris ya estaba allí, esperándome.

Al acercarme sonrió como no lo había hecho desde que descubrimos el secreto del castillo de los guerreros sin cabeza.

—Así que es… —antes de pronunciar el nombre, miré hacia el fondo para asegurarme de que sólo estaba la cocinera— ¡Zack! ¿Cómo lo descubriste?

—Fue aquí mismo. ¿Recuerdas que ayer se nos acercó y nos dijo que la comida era muchísimo mejor que la de hace diez años?

—Y lo será, seguro.

—Sí, pero ¿cómo lo sabía? El primer día comentó que nunca había pisado este campamento. Me acuerdo muy bien.

—Pues… —aquel dato se me había pasado por alto.

—Muy sencillo: Zack estuvo aquí hace diez años; pero no de monitor, claro, sino de acampado, como nosotros.

—¿Y las zetas del zorro las cogió entonces?

—Pudo ser. De cualquier modo, y para asegurarnos de lo que decimos, tenemos que ir al despacho del director a consultar la lista de los alumnos inscritos en aquel tiempo. A ver si entre ellos aparece Zack; bueno, Zacarías García, que ese es su nombre. Me lo dijo Héctor al principio del campamento —tomó aire, me miró y preguntó—: Y tú, ¿cuándo lo supiste?

—Anoche, después de lo de la radio. ¿Por qué te crees que pregunté a Yolanda qué es lo que estaban estudiando los monitores?

—Periodismo, Derecho, Educación Física y Cine.

—Pues si Zack estudia Cine, tendrá facilidad para conseguir cintas de efectos especiales. Seguro que sabe hacer montajes espectaculares.

—¡Es cierto, Álvaro, qué bueno! ¡Ya lo estoy viendo! —Cris abrió mucho los ojos y empezó a relatar lo que pudo ser la sucesión lógica de los hechos—: Antes de comenzar el fuego de campamento se pasó por el despacho del director, colocó el CD, ya grabado con sonidos de películas de terror, en el equipo de música; lo conectó a la radio y dio al interruptor para que empezara a funcionar. Pero dejó una media hora en blanco con el fin de tener una coartada. De ese modo, los gritos del CD comenzaron a oírse cuando él estaba entre nosotros, y más en concreto, actuando. ¡Qué listo!

Cristina había explicado perfectamente lo que yo ya había imaginado. Pero había más. Así se lo recordé.

—No debemos olvidar lo de la acampada del bosque.

—¿Qué?

—Sí, ahora todo encaja —dije, sin explicarle aún el asunto—. ¿No te acuerdas de que la segunda noche nos sobresaltamos con el sonido de un viento espantoso y el aullido de unos animales que parecían estar a nuestro alrededor?

—¡Qué miedo pasamos! —se puso a pensar en ello y entonces descubrió algo que había pasado por alto—. ¡Claro! ¡Tienes razón, Álvaro! Ahora entiendo por qué, a pesar de ese viento tan fuerte que soplaba, las paredes de la tienda no se movían, ni siquiera temblaban.

—Exactamente. Porque no había viento ni nada. Todo era una grabación. Por la noche a Zack no le resultaría difícil salir de la tienda para colocar estratégicamente unos altavoces entre los árboles.

Cuanto más hablábamos, más convencidos estábamos de nuestro sospechoso. Al fin había una explicación para los sucesos misteriosos de aquellas dos noches de acampada: las luces que vi encenderse y apagarse cuando acompañé a David fuera de la tienda; las huellas con ceniza; los pasos fantasmas que creí oír; el pájaro electrocutado… Detrás de aquellos movimientos estaba el monitor, que supo crear el ambiente adecuado para atemorizarnos, como si se tratara de una película de terror.

Cuando llegaron Belén y David al comedor, les saludamos con la gran noticia:

—¡Ya sabemos quién es el zorro vengador! —les anuncié.

—¿Quién? —preguntaron al mismo tiempo.

—¡¡Zack!! —improvisó Cris.

Era la gran noticia del verano, y mi amiga se me había adelantado, así que, un poco herido, tomé la palabra, y les expliqué a David y Belén cómo habíamos llegado a aquella conclusión.

—Claro —confirmó David, al entenderlo—. Por eso vimos unas luces cuando saliste a… —me miró e hizo un gesto con la mano—, ¡ya sabes!

—¿Vimos? Lo vi yo. Tú no me creías —le corregí, airado—. Y el que se estaba meando eras tú, no disimules —y lo dije tan serio que las chicas se rieron.

—¿Tú? ¿Yo? ¡Qué más da! El caso es que ya hemos descubierto a ese zorro traidor y malvado.

—Sería mejor asegurarnos de lo que decimos —intervino Cris—. Si no le llevamos pruebas contundentes, no estoy segura de que el director nos crea.

—Nos creerá —dijo David, orgulloso—. A mí me tiene enchufe. Soy el zorro del aire, y su interlocutor; como quien dice, su confidente.

—Por si acaso, vamos a hacer las cosas bien desde el principio —insistió Cris—. Tengo un plan: David, tú entras en el dormitorio de Zack y recoges todos los CD o aparatos sospechosos que encuentres.

—¿Y si me pilla?

—Está todo pensado.

—Ah, bien —dijo más tranquilo, pero al cabo de unos segundos preguntó—: ¿Qué es lo que está pensado?

—No te preocupes. Belén, tú tienes que intentar alejar de aquí a Zack con cualquier excusa: échale una carrera o lo que se te ocurra. Nosotros, mientras tanto, buscaremos en el libro de inscripciones de hace diez años, a ver si allí figura Zacarías García. Álvaro, tú te encargas de distraer al director mientras yo entro en el despacho.

—¡Glugs! —no se me ocurría cómo hacerlo y se me notó en la cara.

—¿O prefieres que lo hagamos al revés?

Todas las posibilidades eran poco tranquilizadoras.

—No, no, no.

—Perfecto. ¡Adelante con el plan!

—¿No sincronizamos nuestros relojes? —preguntó David, y ante nuestro asombro se justificó—. Eso es lo que se hace en todas las películas cuando hay un plan tan elaborado y complicado como este. Aquí no nos puede fallar nada, porque…

—Lo más importante es que Belén se lleve a Zack lejos de aquí —recalcó Cris—. Entonces podremos actuar.

—¿Y si no me hace caso? —preguntó Belén, preocupada por tanta responsabilidad.

—Te sueltas los botones de la camisa —señaló Cris ante la sorpresa de todos menos de David.

—Es cierto —dijo—. Ese truco funciona. Siempre funciona. Ya sabéis cómo son los hombres —y algo más bajo, añadió—: ¡Aunque con Belén, no sé yo!…

Tuvimos suerte. Belén logró convencer a Zack de que le acompañara lejos del campamento. Los demás también cumplimos con nuestra misión.

Al cabo de media hora nos volvimos a encontrar. Teníamos las pruebas en nuestro poder y estábamos listos para dar la última batalla: contárselo al director. Pero David se nos adelantó.

—¡Dejadme que sea yo el que desenmascare el culpable! ¡Ya veréis qué bueno! Voy a hacerlo igual que Sherlock Holmes —nos miró y al ver que no nos oponíamos a su petición, nos pidió—: Id a buscad a los monitores y decidles que dentro de media hora les espera el director en su despacho. ¿Vale?…

Entonces tomó su mochila y se fue hacia el punto señalado, murmurando entre dientes:

—Le diré al director que ya he descubierto al culpable —y poniendo un tono de voz solemne, como si fuese un actor, repitió—: Voy a desenmascarar en su despacho, en vivo y en directo, a ese zorro vengador.

Los cuatro monitores llegaron a la vez y con su presencia llenaron el pequeño despacho. En medio, solo ante el peligro, estaba David, mientras nosotros contemplábamos el escenario desde la ventana de atrás.

—¡Las pruebas! —dije de pronto—. Se ha confundido de mochila. Ha dejado aquí las pruebas. ¿Se las llevamos?

—¡Espera! ¡Vamos a ver!

Como si fuese el propio Sherlock Holmes, David se movía despacio y seguro en aquel ambiente que él mismo había creado, deleitándose en cada nuevo paso.

Primero se acercó a Xira y le dijo que era sospechosa porque había perdido el llavero del delfín. Antes de que la monitora abriera la boca para defenderse, se dirigió a Yolanda y le comentó, muy serio:

—¿Seguro que nos estabas siguiendo a nosotros cuando te vimos en el pueblo fantasma?

Su plan era ir sembrando la duda ante todos. Así que tampoco esperó respuesta, sino que se dirigió a Wanchu y le miró muy fijamente:

—Y tú…

De pronto, David se quedó con la boca abierta y la mente en blanco. No sabía cómo continuar, lo que aprovechó el monitor para atacar:

—¿No me vas a decir que yo soy ese zorro cobarde que gasta bromitas macabras a los pequeños?

Estaba tan enfadado que se le notaban los músculos del cuerpo.

—Oh, no, no… —improvisó David, aturdido—. El culpable es… ¡él! —y señaló a Zack, quien le agarró del dedo que le apuntaba y casi se lo dobla.

—¿Yo?… ¿Estás loco? ¿Tienes pruebas?

—Claro que las tengo.

El director, que hasta ese momento había estado callado, observando atentamente, intervino:

—Más te vale, porque como todo esto sea una broma de las tuyas, David Plata Moreno, merecerías la expulsión inmediata por tomarnos el pelo y faltar al respeto.

Algo debía de haber ocurrido para que el director, que tenía más interés que nadie en desenmascarar al falso zorro, se pusiera así. David, seguro de su poder, le dijo:

—¡Tranquilo, jefe, que aquí tengo las pruebas!

Y cuando metió la mano en la mochila se dio cuenta de que estaba vacía. Había cogido la mía.

—¿Yo?… ¡Ejem! ¡Qué gracia! —trató de disimular.

La situación se había vuelto en su contra. Los monitores le miraban con cara de muy pocos amigos.

No había tiempo que perder. Las chicas y yo lo sabíamos bien.

—¡Ánimo, David, que aquí estamos nosotros! ¡Ahora!

Era el momento preciso para intervenir. El falso zorro iba a quedar desenmascarado.