24. ¿Quién puede ser?

No habíamos avanzado demasiado en nuestra investigación sobre el zorro vengador. Más bien, nada. Ya no sabíamos si teníamos a cuatro sospechosos o ninguno.

Cris y yo repasábamos los hechos, mientras David y Belén se adelantaron a coger sitio en la mesa. La caminata les había dejado hambrientos y no podían esperar.

—La clave está en saber quién de los monitores miente —traté de analizar la situación—. Si Xira siguió a Wanchu; Wanchu, a Zack; Zack, a Yolanda, y Yolanda, a nosotros, pues… ¡es un lío!

No veía solución.

—¿Y si los cuatro dicen la verdad en ese asunto? —propuso Cris.

—Sería un lío aún mayor.

—No lo creas. Con tantas idas y venidas y con tantos sospechosos, nos hemos olvidado de algo esencial: las pruebas. ¿Qué pasa con el llavero de Xira? Te apuesto lo que quieras a que no tiene delfín.

—¡Vayamos a averiguarlo!

Entramos en el comedor. Nos dirigimos hacia la mesa verde y nos sentamos alrededor de la monitora, que se extrañó al vernos en su grupo.

—¿Estáis bien? ¿Os pasa algo?

—No…, sí…, no… —andaba un poco dubitativo, pero Cristina supo sacarme de aquella confusión.

—¿Nos puedes enseñar el llavero del delfín que te dio el director? —y antes de que le preguntara nada, se justificó—. Tenemos una amiga a la que le encantan los delfines, y queremos ver cómo es para…

—¡El llavero del armario de material!… —la interrumpió—. Lo siento, no lo tengo. Lo he perdido. Bueno, me lo robaron en esta misma mesa. Imaginé que sería algún chiquillo del grupo.

—¿Estás segura? —preguntó Cris.

—¿Por qué os voy a mentir? Además, me hicieron un favor. No era muy bonito, os lo aseguro. Lo sentí por la llave del material, pero cogí una copia que había en el despacho.

En ese momento llegaron los tres chicos que faltaban de su grupo.

Cris y yo fuimos hacia nuestra mesa y nos sentamos juntos. Era la primera vez que lo hacíamos durante el campamento. Estábamos tan ocupados pensando en los sospechosos que se nos había quitado el apetito.

Yolanda nos llamó la atención al ver nuestros platos sin tocar, y Zack, que pasaba por allí, añadió, al respecto:

—No os quejaréis de lo que os dan. Esta comida es un lujo. Si la hubieseis conocido hace diez años… Entonces sí que tenía mérito probar algo, pero ahora…

No habíamos mirado lo que teníamos delante. Lo hicimos entonces: una sopa con arroz, que comenzamos a comer de manera automática mientras recordábamos las palabras de Xira.

—Yo creo que dice la verdad —apuntó Cris.

—Y yo —añadí, arrugando la frente—, pero si es así nos volvemos a quedar sin sospechosos.

—Bah, tranquilos —dijo David, que se había unido a la conversación—. Estoy seguro de que ese zorro traidor no vuelve a actuar más, pero nosotros, sí. ¡Con tanto jaleo aún me quedan seis zetas!

—No te precipites —le recordó Belén, con una manzana en la mano.

Después de la comida, los cuatro nos sentamos debajo de un árbol y nos pusimos a analizar la situación, repasando detenidamente todo lo que había ocurrido hasta entonces. Comenzamos con las bromas del zorro falso: el laxante, la paloma muerta, la bandera pirata con la calavera, el campamento sin luz…

En la acampada también habían sucedido cosas muy sospechosas, como recordábamos bien David y yo, pero como no colocaron ninguna Z en el lugar de los hechos, las chicas decidieron que esos puntos oscuros los dejaríamos para más adelante.

—Es que todo está relacionado —protesté—. ¡Estoy seguro!

—Sí, ¿porque viste que las ramas de un árbol formaban una zeta? —se rio Belén y le contó la anécdota a Cristina.

—No nos despistemos —dijo Cris—. Ya que no sabemos quién es el zorro, vamos a ir eliminando sospechosos, ¿qué os parece?

Pero aquella fórmula no funcionaba, porque cada uno empezó a decir alegremente los nombres que se le venían a la cabeza y a acusar a otros. Los primeros que yo lancé para despellejar fueron los de Héctor y Kevin, pero nadie me hizo caso. Tampoco nos servían los de los demás.

Nos faltaba un método detectivesco, y David nos recordó que, en las novelas de Sherlock Holmes, el culpable es siempre aquel que no lo parece. Inmediatamente surgieron dos nombres:

—¡Inés!

—¡El chino!

El primero lo desechamos al instante, pero no el de Chuenlín. Ahora que lo pensábamos atentamente, había demasiados puntos que lo señalaban. Jordi conocía a fondo el campamento, pues ya había estado allí otros años; hablaba con todos y estaba muy pendiente de unos y de otros; además, se enteraba de cualquier cosa que pasaba. Y era amable, demasiado amable; siempre estaba sonriendo y de buen humor. Aquello sí que resultaba sospechoso.

—¡Es que es chino! —dijo David.

Y por una vez, aquella explicación tan absurda, nos pareció acertada.

Ni el chino, ni Inés, ni Héctor, ni Kevin, ni… ninguno de los acampados podía ser el zorro vengador, a no ser que…

—¿Y si en vez de uno fueran más? —sugerí.

Me parecía una gran idea. Si el zorro del aire éramos David, Belén y yo, el falso zorro también podrían ser…

—¿Las Barbies? —apuntó David, que había adivinado mi pensamiento.

—¡Qué absurdo! —dijo Belén—. ¿Os imagináis a Gemma, Gracia y… la otra, como se llame, cogiendo una calavera? Se les mancharía el vestido.

—Y no creo que sus cabezas sirvan para mucho más que para llevar ese pelo perfectamente peinado y ridículo —empezó a hablar Cris, como si fuese una experta en el tema.

Fue todo un descubrimiento. David y yo nos miramos asombrados. A nuestra amiga no le caían muy bien las Barbies, ahora nos dábamos cuenta. Cristina siguió metiéndose con ellas, sobre todo con Gloria, que solía andar con Héctor. Aquello no me gustó nada.

Los Sin Miedo estábamos allí reunidos, tratando de resolver un misterio importante, y nos habíamos quedado atascados hablando de chicas y de chicos. Así no había manera de avanzar. Para colmo, Yolanda pasó a nuestro lado y nos metió prisa.

—Id a preparaos, rápido. En quince minutos tenéis que estar formados. Empiezan las actividades.

—¡Vaya! —y antes de levantarme, pregunté una última vez—: ¿Quién puede ser el zorro vengador?

—Insisto en que no es ningún acampado —dijo Belén.

—Pues tampoco los monitores —añadió, ya puesta en pie, Cris—. Todos tienen coartada.

—¿Y si el zorro es alguien ajeno al campamento? —sugirió David.

Era una posibilidad que no habíamos tenido en cuenta.

—¿Quién puede ser?

—No lo sé. Ese chico del pueblo, el que se metió con Inés; parecía muy raro. Voto por alguien que se ha escapado de un psiquiátrico. En las películas siempre hay un loco merodeando, como una hiena, alrededor de los campamentos.

—¡Bah! —dijimos los tres precipitadamente, sintiendo un escalofrío nada más pensarlo.

—El zorro vengador es alguien que está entre nosotros —afirmé—. Y seguramente —giré la cabeza ciento ochenta grados— lo tenemos delante de nuestras narices.