23. Sospechoso tras sospechoso

Los acontecimientos se sucedieron demasiado rápido. A los quince minutos ya había tres monitores en el almacén, además de Héctor, que vino con Cris porque quería saber qué es lo que nos traíamos entre manos. Sólo faltaba Xira. Belén había ido a buscarla.

Como no llegaba, el director decidió empezar con el plan previsto y pidió a los monitores la llave del armario de material.

—¿Las tres? —dijo Yolanda, sorprendida—. ¿No es suficiente con una?

—Quiero las tres —exigió el director con voz muy seria—. ¿O es que hay algún problema?

—No, no, no —y le entregó su llavero, al igual que Zack.

Wanchu dijo que la tenía en su mochila y corrió a buscarla.

A la vuelta comprobamos que su llavero estaba completo, con delfín incluido, igual que el de los otros dos monitores.

—¿Qué es lo que pasa? —preguntó Wanchu ante aquel extraño comportamiento.

—Nada, perdonad. Ya podéis iros. Preparad todo para esta noche, que tenemos fuego de campamento —al director se le notaba desencantado.

No era el único. Yo me había quedado sin sospechoso. Ya no encajaban mis hipótesis.

—¡Así que es Xira! —recordó Cris, ante la extrañeza de Héctor.

No se estaba enterando de nada; y nadie, ni siquiera su tío, intentó explicárselo.

—Id a buscarla —nos pidió el director, tan contrariado como los demás.

A ninguno nos parecía que Xira pudiese ser el zorro vengador.

—¡Belén aún no ha aparecido! —exclamé, asustado.

—¡La habrá raptado! —dijo David—. Seguro que la ha cogido como rehén para negociar.

—¿Negociar qué…?

—No lo sé, pero el asesino siempre toma a un rehén para huir. ¿No lo has visto en las películas?

—¡No digas tonterías! —le interrumpió Cris—. Aquí no hay ningún asesino. Seguro que todo tiene una explicación.

—¡Esperad, que os acompaño! —se apuntó Héctor.

Seguía sin enterarse de nada, pero aquella aventura le parecía más interesante que estar paseando con Gracia o Gemma o…

Y por primera vez en mucho tiempo, Cristina reaccionó como yo hubiese esperado.

—No, tú quédate. No harías más que entorpecer las cosas. Este es un asunto nuestro… —dijo, mirándonos a David y a mí.

Y echó a correr sin esperar respuesta.

En menos de lo que se tarda en contarlo, los tres exploramos a fondo todos los rincones del campamento, buscando a Belén y Xira, inútilmente.

Se las había tragado la tierra.

Chuenlín, que se entera de todo, nos dijo que nuestra amiga y la «monitola guapa» habían salido del campamento.

—¿Hacia dónde?

—Hacia allá, muy lápido —y señaló una dirección que conocíamos bien: el pueblo fantasma.

Aquella indicación nos dejó más confundidos y preocupados de lo que ya estábamos: Xira era el zorro vengador.

—¡Hay que salvar a nuestra amiga! —nos apremió Cris, echando a correr.

—¡Esperadme! —dijo David, que se había agachado para coger unas piedras gordas—. Tenemos que ir bien armados.

—¡Seguro que se han refugiado en la ermita! —apuntó Cris.

—¡Ojalá! —dije yo—. Si no es así, no va a ser fácil encontrarlas: hay ocho casas abandonadas y… —miré hacia el cielo, que aún era brillante.

—Y puede que ya no estén en el pueblo fantasma —me interrumpió David, acelerando el paso—. Igual se han ido a…

No queríamos ni imaginarnos qué es lo que podría pasar. Corrimos como no lo habíamos hecho nunca, convencidos de que unos minutos podían ser decisivos en la vida de nuestra amiga.

—¡Belén nos necesita! —clamó David, como si fuese un grito de guerra, y nos adelantó en un instante.

Parecía un huracán. Si le hubiese perseguido un vampiro no habría ido tan veloz.

No fue necesaria aquella prisa porque, a lo lejos, descubrimos a Belén y Xira. Nos habían visto y venían hacia nosotros como si tuviesen algo importante que contarnos. Belén llegó la primera:

—Mirad —nos mostró unas cartulinas que conocíamos bien—. ¡Mirad lo que hemos descubierto!

—Las zetas del zorro —dije, y dirigí la vista hacia Xira casi al mismo tiempo.

Belén comprendió mis sospechas.

—No, no temas. Xira no es el zorro. Ella lo estaba buscando, igual que nosotros. Ha seguido sus huellas y…

—¿Quién es entonces el zorro? —preguntó David, impaciente.

—Víctor —le contestó la monitora.

—¿Wanchu? —exclamé, sorprendido.

—¿Víctor? —preguntó Cris, que buscaba pruebas—. ¿Cómo lo sabéis? ¿Lo habéis visto en acción?

—Oh, no, pero hemos descubierto estas zetas que… —Xira trataba de explicarnos los hechos.

Belén la interrumpió:

—¡Estaban guardadas en el confesionario!

—¡El confesionario! —aquel dato fue para mí toda una revelación—. ¿Por qué no se nos ocurrió mirar allí? Ahora sabemos dónde se escondió el zorro cuando estuvimos buscándole por la iglesia. ¡Lo teníamos delante de nuestras narices!

Xira nos contó que el día anterior, después de la reunión con el director, siguió a Wanchu. Este salió del campamento muy sigiloso, como si quisiera que no le descubrieran, y se fue hacia el pueblo abandonado. Allí dio una vuelta entre las casas cerradas y luego se detuvo delante de la ermita.

—Parecía que estuviera esperando a alguien —apuntó—. Imaginé que tendría algún cómplice y me largué con la idea de volver más adelante a explorar —se calló unos segundos y suspiró—. ¡Pobre Víctor! No me lo puedo creer.

—¡Habrá que contárselo al director! —dijo Belén, que llevaba las falsas zetas en la mano—. Mirad —y se las mostró a David—. Son como las tuyas, aunque están más viejas.

—Normal —apuntó David—. Al aire libre se estropean enseguida.

—Antes de decírselo al director me gustaría ver a Víctor —dijo Xira—. No quisiera lanzar una acusación contra un compañero sin estar segura. Se ha portado muy bien conmigo.

Por suerte, nada más entrar en el campamento nos encontramos con Wanchu. Era como si nos estuviera esperando.

—¿Vienes de excursión? —saludó a Xira, tratando de hacerse el gracioso.

—¡Oh, sí, y no veas lo que hemos encontrado!

—¿Dónde? —le dijo, como si no supiera de qué hablaba.

Si era el culpable, disimulaba muy bien.

—En el pueblo abandonado. Supongo que lo conocerás.

—Estuve ayer por allí, pero… ¿qué os pasa a todos con ese pueblo?

—Cuéntalo tú, que estuviste antes que yo.

—No fue nada de particular —y sonrió—. Fui siguiendo a Zack ayer, después de la reunión con el director —y tomó aire, como si fuese a relatar un larga historia—. El caso es que, cuando nos dijo lo del falso zorro, empecé a sospechar de todos vosotros. Imagino que tú, Xira, pensarías lo mismo. Entonces vi a Zack, que se alejaba del campamento mirando hacia todos lados, como si quisiera asegurarse de que nadie se enteraba, y decidí ir tras sus pasos. Llegué hasta ese pueblo abandonado; allí le perdí la pista. Di una vuelta entre las casas, pero estaban bien cerradas, y después me paré a la salida del pueblo. No sabía hacia dónde ir…

—O sea, que Zack es el zorro vengador —proclamó David.

—Yo no he dicho eso —señaló Wanchu—, pero tampoco lo contrario. Vamos a preguntárselo.

Nuestro improvisado grupo de investigación iba aumentando. Ya éramos seis los que avanzábamos hacia el dormitorio. Al entrar, encontramos a Zack enredando en su mochila.

—¡Seguro que está guardando las pruebas! —dijo David, al verlo en la distancia.

—¿Las pruebas de qué? —le preguntó Belén, que seguía con las zetas en su mano.

—¡Yo qué sé! ¡Las pruebas!

El monitor se quedó sorprendido ante una visita tan numerosa, y más cuando Xira le interrogó:

—¿Qué hacías ayer en el pueblo abandonado?

—¿Yo?… —dudó un momento y preguntó—: ¿Cómo lo sabéis?

—Te vi yo —le explicó Wanchu—. Empecé a seguirte cuando saliste del campamento, y aunque luego te perdí, sé que estuviste allí. A mí no me engañas.

—No tengo por qué engañarte. Yo hice lo mismo que tú.

—¿Qué?

—Estaba siguiendo a Yolanda.