21. Vuelta al pueblo fantasma

Los dos días de acampada en el bosque se acabaron enseguida. Teníamos que regresar. Zack nos metió prisa para que nos preparásemos y yo le pedí a David que recogiera mis cosas. Acababa de darme cuenta de que había perdido la linterna.

—Será un momento —le dije—. Creo que sé dónde está.

Me retrasé un poco. Al volver ya habían levantado el campamento y me estaban esperando. Tardé más de lo previsto en regresar porque descubrí algo que daba una nueva explicación al suceso de la noche pasada, aquello del misterioso viento y los gruñidos de los animales salvajes. Todo encajaba. O casi. Pero ¿quién andaba detrás de tan siniestro plan?

—¡He encontrado un pájaro muerto! —informé a David, una vez que nos pusimos en marcha, tratando de justificarle mi retraso.

—¿Como el del cementerio?

—No, este estaba electrocutado.

—¡Qué raro! —comentó David, mirando hacia el cielo—. Por aquí no hay ningún cable de alta tensión.

—Lo sé, pero tengo una teoría que explica lo que pasó… Creo.

—¡Cuéntamelo!

No pude ni empezar porque el monitor nos llamó la atención y nos dijo que nos cargaría con las tiendas si nos volvía a ver cuchicheando, porque perdíamos el paso de la marcha. Ante aquella amenaza, enmudecimos como si fuésemos estatuas.

—¡Glugs!

Y ya en silencio, proseguimos nuestro camino con ganas de llegar al campamento base, ese lugar que ahora encontrábamos un lujo: camas, comedor y todas esas cosas que habíamos echando en falta.

El encuentro con los demás compañeros fue casi tan emocionante como el regreso al colegio en septiembre. Sólo habían pasado dos días, pero nos había parecido una semana. Para nuestra sorpresa, el director anunció que teníamos la tarde libre, pero que no nos alejásemos de allí.

—Fantástico —exclamó David—. ¡Investigaremos lo de la calavera!

—¿Qué?

—Tenemos que volver al pueblo fantasma. ¡Busca a las chicas!

—¿También a Cris? —me apetecía que volviésemos a estar otra vez los cuatro juntos frente al misterio—. Habrá que decirle lo del zorro.

—Tienes razón. Pues se lo decimos. ¡Total…!

Y así lo hicimos en cuanto llegó Belén.

Al conocer la historia, la reacción de Cristina fue confusa. Primero se alegró mucho. Después se enfadó con nosotros por no haber contado con ella y sus buenas ideas para algo tan interesante como hacer de zorro.

—Sólo podíamos ser tres —le recordó Belén—. Además, estabas tan «quedada» con «tu» Héctor, que no queríamos molestar…

—¿Yo «quedada»? —gritó, indignada—. A mí no me gusta ningún chico, ¿te enteras? Y Héctor no es «mi» Héctor, a ver si os queda claro de una vez —luego, más animada, sonrió—. ¡Qué bobos sois!

Cuando estábamos a punto de partir hacia el pueblo abandonado vimos a los cuatro monitores que salían del despacho del director. Rápidamente nos escondimos para que no nos vieran.

—¡Ha habido reunión de alto nivel! —señaló David—. Seguro que al final les ha explicado lo del segundo zorro. Deben de haber preparando un plan de emergencia.

Acto seguido, David aceleró el paso y echó a correr hacia el pueblo fantasma, seguido de Belén.

—¡Vamos!

Cris y yo, sin embargo, nos quedamos atrás. No nos importaba perder de vista a nuestros amigos pues yo conocía bien el camino.

Ahora que Cris compartía nuestro secreto, tenía la oportunidad de contarle nuestras aventuras y algunas bromas que se me habían ocurrido. Le hablé de mis sospechas sobre el zorro traidor y, en un momento dado, suspiré:

—¡Qué pena que no esté aquí la hermana de Belén!

—¿Erika?, pero… si no la aguantas. ¿O es que —y se rio— lo haces para disimular?

—¿Disimular? ¿Qué voy a disimular? Erika es una cría. Yo nunca me fijaría en ella —le recordé—, pero tiene a Sabab. Ya sabes que ese enorme perro baboso tiene un olfato de primera y siempre nos ha ayudado a resolver los misterios. ¿O es que no te acuerdas de…?

—Claro, claro, no me des tantas explicaciones.

—Vale —y ante la sonrisa de Cris, insistí—, pero Erika no me interesa nada. ¡Nada!

—Está bien. Te creo.

Con tanta conversación se nos hizo muy corto el camino. Ante nuestros ojos aparecían ya aquellas ocho casas abandonadas y la ermita, todo ello en un silencio absoluto. Sin duda era un buen refugio para alguien que quisiera atacar el campamento.

Nos dirigimos hacia la iglesia. La puerta estaba abierta. Entramos y fuimos hacia las escaleras que bajaban al sótano. Allí, en la cripta donde descubrimos el viejo cadáver, estaban nuestros amigos.

—¿Habéis visto? —dijo Belén en cuanto aparecimos—. David tenía razón. La calavera y los huesos de la bandera pirata eran de aquí. Faltan de este esqueleto. Ese falso zorro se los ha llevado.

—¡Robar los huesos de un esqueleto! —suspiré, confuso e impaciente, aunque no me sorprendió mucho la información.

Sólo me intrigaba una cosa:

—¿Quién podrá ser?

—¡Eh! —susurró Cris.

—Decía que quién podría ser…

—Chiiiist —Cris me tapó la boca con su mano, y muy bajito, añadió—: Silencio. Creo que no estamos solos. He oído unos pasos.

—¿Se dirigían hacia aquí?

—No —cerró los ojos para concentrarse—. Creo que no, pero antes o después vendrán.

—¡Nos pueden dejar aquí encerrados! —se alarmó David.

Nada más imaginarnos prisioneros en aquella catacumba con esqueletos, echamos a correr escaleras arriba. Una vez en la nave principal de la pequeña iglesia, nos colocamos detrás de un banco. Allí, en la semioscuridad, permanecimos un buen rato, sin atrevernos a asomar la cabeza, tratando de captar cualquier ruido sospechoso que pudiera producirse en aquel ambiente dominado por un silencio de siglos.

—¿Estás segura de que oíste algo, Cris? —empezábamos a dudar.

—¡Segurísima!

—Aquí no hay nadie —concluyó Belén— y tampoco hay mucho más que ver. Será mejor que nos vayamos cuanto antes para que no nos echen de menos en el campamento.

Y se dirigió a la salida.

Los demás la seguimos.

Fue entonces cuando me di cuenta de que la puerta de la iglesia, que Cris y yo habíamos dejado entornada, estaba casi cerrada. Inmediatamente pensé en las dos únicas explicaciones posibles: o era el viento o había entrado alguien. Ante la duda, me asusté y eché a correr.

—¡Vámonos! —exclamé tan bajito que nadie más lo escuchó.

Miré hacia atrás, buscando a mis amigos, a la vez que cruzaba la puerta de la iglesia, y en ese momento me choqué de frente con un cuerpo inesperado.

—¡Yolanda!

—¡Álvaro!

La monitora me miró, al tiempo que llegaban los demás. Cris, que no parecía muy sorprendida, preguntó:

—¿Has entrado tú hace un rato en la iglesia?

—No. Acabo de llegar. Os estaba buscando. ¿Por qué?

—Porque entonces hay alguien más ahí —dijo Cris convencida—. Alguien está dentro. Alguien nos vigilaba. Alguien…

—¡Calmaos! Ahora mismo os acompaño. Pero contadme qué es lo que está pasando —dijo, poniéndose al lado de las chicas.

David me retuvo disimuladamente y dejó que las tres nos adelantaran.

—¿Y si la monitora nos engaña? —me susurró preocupado.

Le miré como diciendo «¿qué quieres decir?», y mi amigo prosiguió:

—¿Y si realmente es ella la que nos espiaba? ¿Te has fijado en su cara de susto?