Entramos en nuestro cuarto por la ventana del fondo, recogimos las mochilas de mano y nos presentamos rápidamente en la explanada.
Los monitores empezaban a impacientarse, no tanto por nuestra tardanza como por el descontrol de los compañeros, que se habían tomado la espera como si fuese una fiesta, a pesar de las voces de Yolanda.
Al vernos aparecer, la monitora vino hacia nosotros. Se le notaba enfada:
—¡Álvaro, David, como nos habéis retrasado tanto la marcha, cargaréis con las tiendas de campaña!
No era un buen comienzo para una excursión. Ante aquellas mochilas gigantescas, David protestó:
—Pero si son más grandes que nosotros.
—No os quejéis, que no pesan tanto. Sólo abultan. Además, no lo haréis durante todo el camino.
Estábamos lamentando nuestra mala suerte, cuando se acercó Belén y al vernos tan hundidos trató de animarnos.
—¡No os quejéis, que os toca cuesta abajo!
—Pues carga tú con ellas —le sugirió David, tambaleándose con el peso extra.
La marcha empezaba. Cris se había adelantado con Héctor, mientras que Kevin estaba con las Barbies. Lo más sorprendente era que el chino encabeza el grupo junto a Inés, que había dejado de quejarse por todo y ya no repetía que se quería volver a casa. Es más, ella y Chuenlín iban cantando una canción que nos gustaba y conocíamos bien, pero que no nos hubiésemos atrevido a entonar allí delante de todos: le habían cambiado un poco la letra, pero se notaba que era de una película de Walt Disney.
—I go… I go… al campo de excursión…
La dirección que seguimos fue la misma que tomamos nosotros el primer día, nada más llegar para huir del plasta del sobrino del director.
Esta vez se nos hizo más largo el camino por el peso de las mochilas y las tiendas, pero una vez que alcanzamos la roca ya conocida, nos detuvimos. Era el primer descanso para contemplar el «maravilloso paisaje», como nos decía el monitor, que se ofrecía a nuestros pies.
—¡No os sentéis ni bebáis agua tan pronto, que os fatigaréis más! —nos recordaba Yolanda, mientras Zack, al borde de las rocas, mostraba el camino que quedaba por recorrer:
—Bajaremos por ese lado, llegaremos al cauce del río y retrocederemos hasta aquella parte más estrecha y con rocas, ¿veis?
Nadie lo veía.
—Y como no hay puente, cruzaremos por las piedras. Luego volveremos otra vez hacia delante por el cauce, siguiendo la dirección del agua. En esa zona hay que tener cuidado porque ha habido desprendimientos de tierra. Lo normal es que ocurran en primavera, con las lluvias, pero cualquier precaución es poca.
—¡Menuda montaña! ¿Quién puede subir por ahí?
—Parece una muralla.
—¿Y esos agujeros que se ven en la mitad?
—¡Sel cuevas! —afirmó Jordi, que ya había hecho el recorrido el año pasado.
—¿Cómo van a ser cuevas si es imposible entrar por ellas? —comentó Gemma.
—Sí, son cuevas. Jordi tiene razón —intervino el monitor—. A veces, cuando el sol da directamente, se ven sombras que se mueven, como si hubiese algo dentro. Lo he visto con los prismáticos desde el campamento. Deben de ser de algún animal.
—¡O de un hombre primitivo, de las cavernas! —comentó David, que una vez más decía lo primero que le venía a la cabeza.
Pero nadie le hizo caso.
—¡Serán águilas! —comentó Gloria.
—Las águilas nunca se alojarían en ese tipo de cuevas tan grandes… —intervino Yolanda, que se había acercado hasta nosotros.
En esos momentos creí ver en el interior de uno de los agujeros unas sombras que se movían, pero nadie más pareció darse cuenta.
—¡Están altas esas cuevas! —suspiró Belén, que estaba pensando en subir a una de ellas.
Y como si le leyera el pensamiento, David, añadió:
—¡Ni con una escalera! No hay manera de llegar.
—¡Habrá otra entrada por detrás! —dijo Cris.
—Sí, supongo que por alguna parte —apuntó Yolanda, que estaba pendiente de nuestra conversación, y miró a Zack—. ¿Lo sabes tú?
—¿Yo? —el monitor se quedó sorprendido—. ¿Por qué iba a saberlo? Es la primera vez que vengo a este campamento.
—No, como he visto que te gusta hacer excursiones por tu cuenta…
—Estudio el terreno para que mi grupo sepa por dónde pisar y no haya ninguna sorpresa.
—Pues corre, que se nos van.
David y yo éramos los únicos que nos habíamos quedado junto a ellos, mientras aprendíamos mentalmente el camino que nos tocaba recorrer. Nos pesaban las mochilas extras y esperábamos que los monitores nos liberasen de ese peso que haría peligrar nuestro descenso. Zack y Yolanda lo entendieron así y cargaron con las tiendas de campaña.
De pronto, nos sentimos tan ligeros como si fuésemos pájaros. Echamos a correr cuesta abajo; adelantamos a todos y llegamos los primeros, no sólo a la orilla del río sino a las mismas aguas, pues no pudimos detenernos de la carrerilla que llevábamos encima.
—¡Mira cómo ando sobre las aguas! —bromeé, empapado hasta las rodillas.
El recorrido prosiguió según lo previsto. Un poco más abajo saltamos de piedra en piedra para cruzar el río y luego fuimos caminando por el otro lado del cauce, bajo las enormes paredes de aquellas montañas que parecían cortadas con un cuchillo gigantesco.
—¡Esto es la depresión del Ebro! —nos informó Yolanda.
—¿Y por qué está deprimido? —preguntó Kevin, y todos menos yo se echaron a reír.
—¿Te parece gracioso? —le pregunté a Belén.
—Bueno, no es la bomba, pero no está mal. ¡Es mejor que tus chistes!
—¿Qué chistes? —me revolví, intrigado.
Pero Belén, que está acostumbrada a marchar a buen ritmo, ya se había adelantado y alcanzó al monitor, que encabezaba el grupo.
Una vez dejada atrás aquella enorme pared, con misteriosas cuevas en lo alto, el cauce del río se ensanchó y se volvió verde.
A nuestro lado aparecían algunos árboles, y un poco más allá comenzaba una montaña llena de pinos. Hicimos una nueva parada y esta vez sí que pudimos sacar las cantimploras.
—¡A ver, chicos! —nos advirtió Yolanda otra vez—. No traguéis a lo bruto. ¿Habéis oído? No os empapucéis de agua como los sapos, que luego os dolerá la tripa. Mojaos un poco la boca. Mantened un rato el líquido y luego escupidlo. Es lo mejor para refrescaros y poder avanzar sin cansarse.
Su recomendación llegó demasiado tarde. Casi todos habíamos devorado ya media cantimplora de un trago y ahora nos tocaba el mayor esfuerzo, según nos anunciaba el monitor.
—En lo alto de esta montaña está el lugar en el que vamos a acampar. Así que, como ya queda poco, y para hacer más divertida la excursión, os proponemos una nueva prueba por grupos: los que lleguen los primeros tendrán puntos extra, y los últimos irán a buscar leña para la fogata.
Todos nos lanzamos cuesta arriba sin querer oír nada más.
—Eh, esperad —intervino la sargento—. Volved aquí y formad una fila. Yo daré la salida, pero antes demos tiempo a que Zack suba y controle la llegada.
Fue un visto y no visto.
Tras el «¡preparados, listos, ya!» echamos a correr del modo más desorganizado que se pueda imaginar. Si habíamos formado perfectamente de tres en tres, a los pocos metros ya cada uno iba por un lado y a su aire.
—¡No tanta prisa! —gritó Yolanda—. Recordad que no es una carrera individual. Hasta que no estén arriba los tres miembros de cada grupo no se puntúa.
La mayoría ni oyó su advertencia. Únicamente, cuatro o cinco que estábamos más cerca de ella. Los más retrasados. Yo había perdido el ritmo al buscar a Cristina con la mirada, mientras que los demás habían seguido ascendiendo con Belén a la cabeza.
Las palabras de la monitora fueron como una catapulta: me impulsaron hacia arriba con una fuerza que no sé de dónde procedía. Aun así, cuando alcancé la cima, ya estaban allí Belén y David, pero nuestro grupo, como grupo, llegó el primero.
No fue eso lo que más me alegró.
—¡Qué bien, hemos vencido a Héctor! —exclamé, orgulloso.
—¡Hemos vencido a todos! —me recordó David—. Somos unos campeones, aunque tú casi nos estropeas la buena marcha de Belén y mía. ¿Qué te pasó?
No pude contestarle porque en esos momentos andaba pendiente de la carrera.
El grupo del chino ocupó el segundo lugar; le siguieron las Barbies y los cenizos, un grupo del que aún no os he hablado… Es que casi prefiero no hacerlo, pues decían que estaban gafados y traen mala suerte. Yo no me lo creo, pero por si acaso.
Ya sólo quedaban dos grupos por completarse: el de Inés y el de Kevin, quien seguía, impaciente, esperando a sus compañeros Héctor y Cristina, mientras suspiraba.
—¿Qué les habrá pasado?
Eso mismo nos preguntamos todos cuando llegó a la meta Inés, seguida de Yolanda, la monitora que cerraba la carrera.
—¿Falta alguien? —dijo, extrañada, al observar que todavía seguíamos mirando hacia los pinos.
—Dos acampados tuyos —anunció Zack—: Los del grupo de Kevin. ¿No los has visto?
—¿Héctor y Cristina? —se preguntó Yolanda, y trató de recordar—. ¡Qué raro! ¡Si son de los más rápidos!
—¡Pues aquí no están!
—No podemos perder a dos acampados, y menos al sobrino del director. ¡Vamos a buscarlos! —se dio media vuelta, y al ver que Zack no la seguía, se paró—. ¿A qué esperas?
—¡Estás loca! —le dijo el monitor—. No hay que actuar a lo loco, y menos, dejar abandonado al grupo. Montemos las tiendas, ahora que hay luz, y una vez que esté todo preparado y controlado, vayamos a buscarlos siguiendo un plan…
—¿Un plan?
—Sí, peinaremos esa ladera de pinos entre todos. Es lo que se suele hacer en estos casos.
Belén, David y yo estábamos preocupados por nuestra amiga, y David preguntó, intrigado:
—¿Qué es eso de peinar la ladera?
—Muy fácil —le explicó Belén—. Hacemos una fila y vamos desplegándonos todos entre los pinos y avanzando al mismo paso, de modo que no haya ni un solo punto de terreno sin explorar. Figura en todos los manuales del explorador. No falla. Si Cris y Héctor están escondidos en el monte, los encontraremos.
—¿Y si han desaparecido?
—¿Cómo van a desaparecer? —dije, inquieto—. Lo que no entiendo es por qué no están ya aquí. Sólo se trata de subir.
—Sí —añadió David, innecesariamente—. Es un camino que no tiene pérdida —y miró a Belén, para asegurarse—. ¿O sí?
Estábamos tan metidos en el asunto que no nos dimos cuenta de que, no muy lejos, alguien seguía muy atento nuestras palabras. Era Kevin. Se acercó a nosotros y se unió a la conversación. Tampoco entendía aquella desaparición, y así lo estaba comentando con Belén cuando David se separó del grupo. Me llamó y en voz baja susurró:
—¿No has visto eso? —dijo, señalando disimuladamente con el codo.
—¿Qué?
—¡El llavero! ¡Mira qué llavero lleva Kevin!
Lo miré y tuve que volver a mirar otra vez, y casi a frotarme los ojos para darme cuenta de lo que tenía delante. No me lo podía creer.
—¡El zorro! —exclamé, sorprendido; luego lo pensé mejor, y rectifiqué—: ¡Cómo va a ser Kevin el zorro traidor, es imposible!
—¡Es un tipo muy listo! —comentó David—. Cristina nos lo ha dicho.
—¡Bah, no será para tanto! Además… —me quedé pensando, pero no se me ocurría nada sensato—. No sé. No me pega que sea él.
—¿Entonces?
—¡Vayamos a averiguarlo! —dije, y como si tal decisión me hubiera animado, me aproximé a Kevin y le pregunté—. ¿Ese llavero…?
—¿Te gusta? —me dijo, sin darle mayor importancia—. Si lo quieres, te lo doy… —lo pensó mejor, y antes de que dijera nada, añadió—: Bueno, no, no puedo. Lo siento. Es un regalo, y los regalos no se pueden regalar.
—¿Un regalo? —pregunté sorprendido; aquello me sonaba a excusa—. ¿De quién?, ¿de tus padres?
—Oh, no. Mis padres nunca me comprarían algo así. Ha sido Héctor. Yo no se lo pedí. Le comenté que era mejor que se lo diese a Cristina. Los delfines suelen gustar más a las chicas, pero me dijo que para ella tenía otro regalo especial.
Nada más oír aquella insensatez, David y yo nos miramos alarmados, y sin más explicaciones, echamos a correr.
—¡Vámonos! ¡Tenemos que ir a buscarlos ahora mismo!
No habíamos dado ni diez pasos cuando oímos a nuestra espalda la voz entrecortada de Belén, que venía corriendo.
—Eh, chicos, esperadme —y nos detuvimos—. ¿Qué os pasa?
—¡El zorro! —dijo David, misterioso—. Hemos descubierto que Héctor es el zorro vengador.
—No seáis absurdos, si Héctor…
—No hay tiempo para explicaciones —la interrumpí—. Ya te lo contaremos más adelante.
Me di media vuelta y eché a correr.
—Espera, Álvaro, espera. No has visto que…
Aceleré la marcha. Ya no oí lo que decía. Tenía una misión urgente que cumplir, y para darme fuerzas e ir más veloz, según bajaba, iba repitiéndome:
—Hay que darse prisa. ¡Cristina está con ese loco!