Sólo Inés se acordaba todavía de la paloma muerta. Los demás ya lo habían olvidado. Lo único que tenían en su cabeza era la nueva broma del zorro: las bragas y los calzoncillos robados. El tema interesó a todos. Sin duda fue una buena maniobra de distracción, como diría David. El director supo perfectamente cómo dominar una situación que se les estaba yendo de las manos.
Pero era una solución provisional. El falso zorro podía volver a actuar en cualquier momento, así que nos llamó a su despacho. Bueno, avisó a David y le dijo que se presentara con sus ayudantes. El asunto era serio y requería la colaboración de todos nosotros.
—¿Por qué no ha avisado también a los monitores? —le preguntó Belén.
—Como director, estoy para solucionar problemas, no para crearlos —se calló unos momentos, hizo como si nos mirara y añadió—. Por el momento, creo que cuanta menos gente sepa lo del falso zorro, mejor.
—Sí, pero… ¡nos tiene en sus manos! —suspiró David.
—Lo que no sabe ese zorro es que estamos unidos, que vosotros y yo conocemos perfectamente lo que está pasando y que vamos a actuar juntos para atraparlo —el director parecía muy seguro de lo que decía—. Así que ya sabéis, chicos, mantened los ojos bien abiertos y no confiéis en nadie. ¿Habéis oído?
—¿Ni en Cristina, nuestra amiga? —pregunté.
—¿Ni en Héctor, su sobrino? —recordó Belén.
—En nadie —repitió el director, con seguridad—. Ni siquiera en los monitores. Sólo debemos saberlo nosotros cuatro y de aquí no ha de salir. Será nuestro secreto. Recordadlo bien: ¡sólo los cuatro!
—Fenómeno —dijo David—, como los tres mosqueteros.
—¿Como los tres mosqueteros? —preguntó Belén.
—Sí, los tres mosqueteros, que eran cuatro con D’Artagnan. Hay un videojuego muy divertido que…
El director cortó las palabras de David.
—Daos prisa, que tenéis que ir de compras al pueblo. Ya he dado la orden a Víctor. Y no olvidéis que hay que seguir con las bromas, como si no pasara nada. Eso sorprenderá al falso zorro.
—¿Qué hacemos ahora?
—Pues, pues… Dejadme que piense —se rascó la nuca, miró hacia el techo, bajó los ojos—. No lo sé, ahora no me viene nada, pero algo se os ocurrirá a vosotros. Sois jóvenes. Tenéis muchas neuronas para pensar. Ah, y no os metáis con nadie, que quede bien claro. El zorro del aire no arregla cuentas personales —nos miró y quiso justificarse—. El primer año, cuando yo aún no estaba al frente de este campamento, tuvieron más de un incidente desagradable por este asunto de las bromas.
—¡Ok, jefe! —dijo David.
Nos dejó con la boca abierta: nunca habíamos oído tal expresión en su boca.
Salimos por la puerta trasera y, para no dar pistas al enemigo, pensamos que era mejor que no nos viesen juntos.
—¡Las damas primero! —bromeó David.
Belén echó a correr y, en vez de correr a la caseta, se dirigió hacia el final del campamento.
—¡Alto! ¡Vuelve acá! ¿Adónde te crees que vas? —le gritó Wanchu saliendo de la nada.
—Pues…, pues a dar una vuelta, a explorar un poco.
—Por ahí no vas a ninguna parte, y menos sola.
—Pero…
—¿No te has enterado de que se han anulado las dos horas libres de la tarde?
—Pues…
—Tenemos que ir al pueblo a hacer las compras que no hicimos ayer. Coge dinero y prepárate. En cuanto lleguen Zack y Yolanda partimos.
A los diez minutos estábamos formados en cuatro grupos, según nuestros colores, pero los dos monitores ausentes seguían sin aparecer. El director miró a Wanchu (que se llamaba Víctor, según nos habíamos enterado ese día en el despacho del director), pidiéndole explicaciones.
—No sé dónde están —se justificó—. Como en teoría teníamos la tarde libre, se fueron a bañar al río. ¿Quiere que vaya a buscarlos?
—No, los esperaré aquí. Podéis iros ya al pueblo. Y esta vez no perdáis el tiempo con ninguna tontería por el camino. Llegáis, compráis y volvéis cuanto antes.
Las palabras del director eran órdenes. Wanchu se puso al frente. Los demás íbamos detrás, mientras Xira cerraba la marcha para que no nos despistásemos.
Estábamos saliendo del campamento cuando apareció Yolanda vestida con un biquini azul.
—¡Hummm! —los chicos la miramos con otros ojos.
No se parecía en nada a la sargento que todos teníamos en la cabeza.
—¿No ha llegado aún Zack? —preguntó, una vez que tomó aliento.
Se notaba que había venido corriendo.
—No, ¿por qué? —dijo Wanchu.
Y el director intervino:
—¿Por qué vas así por el campamento?
—Es que… —trató de respirar con calma— nos han robado la ropa, y los zapatos y las toallas… ¡Todo!
—¿Había una zeta en el lugar? —dijo David, pero no era un buen momento para esas preguntas.
—¡Qué tonterías dices, David Plata Moreno! —rugió Yolanda, que tiritaba de frío y estaba muy enfadada—. No nos han dejado nada. Al principio creímos que era una broma —y miró a los otros dos monitores—, pero…
—¿Y Zack?
—Pensé que ya habría llegado. Decidimos dividirnos, por si encontrábamos la ropa, pero así descalza no ha sido, ¡ay!, nada fácil.
—¿Habéis ido río arriba? —le preguntó Wanchu, que conocía bien el terreno.
—Sí. Llegamos enseguida. Me pareció un camino sencillo, pero al volver…
—Hay demasiados pinos, lo sé. Si te alejas del río y no conoces bien la zona, te despistas y te pierdes sin darte cuenta —y mirando al director, sugirió—: ¿Voy a buscar a nuestro compañero?
—No, un monitor debe saber salir de una situación así. ¡Qué ejemplo vamos a dar! Idos al pueblo, como habíamos planeado, que el bien común está antes que el bien personal. Yo me quedaré a esperarle. Y tú, Yolanda, corre al botiquín a curarte, ponte algo encima y descansa antes de que vuelvan todos.
Tras este incidente, el recorrido hacia el pueblo fue de lo más animado. No cesábamos de hablar entre nosotros, de hacer chistes y de reírnos sobre lo que había pasado. Como aún no había explicación, a cada cual se le ocurría una idea cada vez más disparatada. La última fue de las Barbies:
—Ya verás como Zack y Yolanda son novios y e han enfadado. Así que él, el muy burro…
—¿Novios? ¡Qué barbaridad, Gracia! ¡Si no pegan nada!
—No creo que Yolanda pueda ser novia de nadie, ¡con esas pintas!
—A mí gustal en traje baño. Gustal la monitola —dijo Chuenlín, que iba detrás de ellas, pero fue como si no lo oyeran.
—Seguro que él ha escondido la ropa —insistía Gracia—. Ya veréis cómo llega vestido al campamento. ¡Es que los chicos son así!
El tema parecía tan interesante, que hasta Xira, la monitora que cerraba el grupo, se adelantó unos pasos y se unió a la conversación de las Barbies. No decía casi nada, pero seguía muy atenta las palabras de Gloria, Gracia y Gemma.
Belén, David y yo nos quedamos al final del grupo, pendientes de otros asuntos que nos preocupaban más: «¿Qué broma puede hacer el zorro esta noche?». Esa era la pregunta que daba vueltas en nuestras cabezas.
Y seguíamos con esta duda cuando pasamos muy cerca de un sitio que me intrigaba. Corrí hacia allí.
—¡Esperadme!
—¿Qué haces? —preguntó Belén, yendo tras de mí—. Vuelve acá, que nos despistamos.
—No hay problema. Ir al pueblo es fácil: sólo hay que seguir la carretera.
En ese momento llegó David y, al reconocer el lugar, señaló, sorprendido:
—¡Anda! ¡El camino al pueblo fantasma! —sonrió—. La verdad es que está muy bien disimulado.
—¿Qué dices? ¿Estáis locos? —Belén no entendía nada.
—Esto que ves aquí —señalé y traté de explicárselo— es una antigua carretera de tierra que conduce a un pueblo abandonado. Nos lo contó Yolanda el primer día que pasamos por aquí, ¿verdad, David?
—Sí, ¡el pueblo fantasma! —afirmó—. ¿Habrá algún videojuego sobre pueblos fantasmas?
—¡No está muy lejos del campamento! —se dijo Belén y me miró con los ojos muy abiertos—. ¿Podíamos venir un día los cuatro a explorarlo?
—Sí, ¡los cuatro, como en los buenos tiempos! —suspiré—. Aunque no sé si Cristina…
—¡Oh, seguro! ¡Ya verás qué ilusión que le va a hacer cuando se entere! Un pueblo abandonado es mejor que…
—… Una casa en el fin del mundo —le cortó David, recordando nuestra primera aventura juntos—. ¡Qué bien, seremos los dueños de todo! —pensó rápidamente, y antes de que nadie se le adelantara, soltó—: ¡Yo me pido la casa del alcalde, que será la mejor!
Mientras mis amigos se ilusionaban con la nueva aventura, noté algo raro en el suelo y me arrodillé.
—¡Mirad! —dije, tocando la arena, ligeramente removida y hundida—. Estas huellas no estaban ayer, me acuerdo muy bien.
—¿Qué quieres decir, Álvaro?
—¡Que ese pueblo fantasma no anda tan abandonado como nos han dicho!
Belén se agachó también: las huellas, que eran recientes, desaparecían un poco más adelante, así que sacó su propia conclusión.
—No hay que darle más vueltas, chicos. Seguramente alguien cruzó por aquí y se internó después en el campo. Sería algún cazador.
—¡Te equivocas! —la corrigió David, que había avanzado unos metros, tratando de buscar pistas—. Las huellas de las pisadas aparecen otra vez por aquí, en el camino.
—Eso es que alguien quiere disimular sus pasos —deduje, y más preocupado, pregunté—: ¿A quién tratan de despistar?
—¿No estáis exagerando un poco? —Belén seguía sin ver misterio alguno—. Seguro que hay una explicación racional, como tú sueles decir Álvaro. ¡Ya veréis!
—No me fío —añadió David, y mirando hacia la dirección del pueblo, repitió su frase favorita—: ¡Es extraño, muy extraño!
Luego echamos a correr por la carretera principal, en busca de nuestros compañeros de marcha, a los que ya habíamos perdido de vista.