Cuando me lo contó, no me lo creí. Supuse que era una de sus bromas, pero empezó a darme detalles y entonces vi claramente que todo encajaba.
—¿Por qué no me dijiste antes que tú eras el zorro del aire?
—¿Para qué? Así tiene más emoción —se lo pensó un poco y añadió—: Además, el as de espadas me tocó a mí. Había sido yo el elegido, y quería disfrutar de mi triunfo. Pensaba decíroslo más tarde.
—¿Seguro? ¿O lo haces ahora porque no eres capaz de formar una zeta tú solo con las mesas del comedor?
—Bueno, por eso también, pero siempre pensé en vosotros como los zorrillos.
—¿Zorrillos? —aquello sonaba fatal, así que Inmediatamente le repliqué—. Si quieres que acepte, nada de zorrillo; yo también seré un zorro, como tú.
—Vale —contestó sin más discusiones.
—¿Se lo has dicho a alguien más?
—Sí, claro, a Belén. ¡Y no veas cómo se ha puesto!
Lo sabía. Entonces comprendí la escena en la que Belén intentaba estrangular a David.
—No es para menos. ¿Por qué atacaste precisamente a nuestras amigas?
—Pues por eso precisamente —y recalcó el «precisamente»—. Al ser amigas, nadie iba a sospechar de mí. Además, al meterme en el cuarto de las chicas, todo el mundo creerá que el zorro es una chica.
—¡Cierto!
Estaba pensado con lógica.
—¡Lo he aprendido en los juegos de la Play! Si quieres que no te descubran, tienes que disimular, desviar la atención, y aquí…
—Sí, pero ¿cómo entraste en el cuarto sin despertar a las chicas?
Se rio.
—Es que el zorro actuó antes.
—¿Antes? —no lo entendía.
Habíamos estado todos juntos y bajo la mirada de los monitores durante el día. Sin embargo, había algo que pasaba por alto, y David me lo recordó.
—¿Te acuerdas de cuando jugamos a lo del chocolate?
—¡Ah, claro! —lo pesqué de golpe—. Así que saliste voluntario con Gloria o Gracia o Gemma o como se llame y te tiraste el tazón encima a propósito para largarte de allí a cambiarte, mientras nosotros…
—Elemental, querido Watson —suspiró, orgulloso.
Además de los juegos de la Play, David tiene todas las novelas de Sherlock Holmes.
—¡Muy bueno!
Al regresar hacia el campamento, David, Belén y yo nos quedamos al final del grupo y nos pusimos a pensar en cómo podíamos superar la prueba del director. Para colocar las mesas en forma de zeta se necesitaban tres personas: una que vigilase y dos que actuaran dentro del comedor.
Si ya resultaba difícil que uno se despistase de los demás sin llamar la atención, tres a la vez era un asunto muy complicado. David, tan optimista como siempre, no le dio importancia. Al contrario, al vernos tan confundidos, exclamó:
—No os preocupéis. Aún tenemos veinte horas. Y estamos juntos, ¿no?
Sí, estábamos juntos, que es lo que yo quería cuando decidimos venir al campamento, pero no todos. Cris, entre Kevin y Héctor, se reía y parecía haberse olvidado de nosotros. En ese momento se me ocurrieron mil bromas que el zorro debería gastarles a aquellos dos tipos que estaban deshaciendo la pandilla de Los Sin Miedo. Quería actuar, dejarlos en ridículo delante de todos.
En esas estaba cuando se nos acercó Chuenlín.
—¡Esta noche habel ladio, esta noche habel ladio! —repitió, ilusionado.
David y yo nos miramos como si nos estuviera hablando en chino. Belén nos lo interpretó:
—¡Qué bien! Esta noche comienza la radio —y ante nuestra mirada, que seguía igual de sorprendida, prosiguió—: Nos lo contó Héctor a Cris y a mí el primer día, ya sabéis. En este campamento hay una emisora de radio y Yolanda, nuestra monitora, que está estudiando Periodismo, trasmite para todos nosotros: pone música dedicada, comenta la jornada y lee los mensajes que le envían. En el despacho del director hay un ordenador, un poco antiguo, pero tiene Internet, un equipo de música y un equipo de mezclas algo primitivo…
—¿Se pueden enviar las dedicatorias por e-mail? —preguntó David.
—¡Qué vago eres! Tampoco cuesta tanto escribir en papel con un bolígrafo… —suspiré.
Chuenlín, como ya había estado en el campamento, contestó:
—Oh, sí. Yo sabel el coleo de la ladio. Una vez un chico le mandó una canción que había hecho a una chica. La cantó y la chica se puso cololada, cololada como la…, como la…
—¡Qué más da como qué! —le interrumpió David—. El caso es que sí que se puede… —y se quedó retrasado.
Le brillaban los ojos de una manera malévola. Algo estaba tramando.
A pesar de ser cuesta abajo, el camino de regreso al campamento nos dejó agotados. Los monitores nos vieron sin fuerzas y dijeron que, por esta vez, podríamos descansar antes de la cena.
Corrí a tirarme en la litera y me imaginé que David haría lo mismo, pero cuando entramos al cuarto me dijo muy serio:
—¡Álvaro, tenemos que hablar!
—¿De qué? —estaba a punto de cerrar los ojos.
—Es algo importante. Vamos, salgamos. Aquí… —y miró alrededor— hay demasiada gente. Además, no te conviene dormir ahora, que luego por la noche no podrás.
Salté de la cama y salimos del edificio. Fuimos hacia los bancos más alejados. Creí que me explicaría algún plan para la prueba de las mesas, pero me extrañó que no estuviera Belén con nosotros.
Las primeras palabras de David me descolocaron.
—¿No te parece Gloria una chica muy guapa?
—¿Qué quieres decir? —no entendía a qué venía aquella pregunta.
Normalmente, David y yo nunca hablamos de chicas, así que me quedé desconcertado. Supuse que le gustaba, algo que me sorprendió, pues le sacaba la cabeza, y como sabía que Gloria nunca le haría caso, traté de que no se ilusionara demasiado.
—¡Oh, sí!, Gloria es guapa, pero ¿no te has dado cuenta de que suda demasiado?
—¿Seguro?
Me lo estaba inventando. Era la primera vez que a mi amigo le gustaba alguien y se fijaba precisamente en ese tipo de chicas que sólo tienen ojos para los chicos mayores, altos, guapos, deportistas, con ojos verdes, moto y… Estaba claro que David no era uno de sus objetivos. Así que volví a atacar.
—Desengáñate. A Gloria, Gracia y Gemma lo único que les importa es ver lo bien que les queda el pelo. A ti te conviene alguien más normal y cercano, alguien como…
—¿Como Cristina?
—¡No, Cristina, no! —solté inmediatamente, como si me hubiese pinchado.
—¿Por qué?
—Pues porque Cris… ¡me gusta a mí! —dije sin pensar, y al darme cuenta de mis palabras, traté de rectificar—. Bueno, no me gusta. O sí. No sé. No le digas nada a ella, que es una amiga y no quiero estropearlo. No sé, ni yo mismo lo entiendo. Héctor y Kevin andan detrás de ella, pero eso no me preocupa. A Héctor le gustan todas. Y el sabiondo de Kevin nunca sabría hacerle una canción…
—¿Le has escrito una canción? —se sorprendió David.
—Sí, pero muy tonta.
—¡Cántamela!
—No.
—¡Sí, porfa…!
—Es que aquí, y así, sin música… —David me miraba con los ojos de cordero degollado y lo pensé mejor—. Bueno, cantaré un poco, pero bajito.
—¡Acércate más aquí! —me dijo.
—¡Oh, Cristina, Cristina! —comencé a entonar—, eres como una bailarina. Pasas, pasas y pasas, y mi corazón traspasas…
—¿Ya está? —dijo desencantado.
—Es que estoy comenzado. Ese es el estribillo. ¿Qué te parece?
David se encogió de hombros, reflexionó un poco y, como si fuese un crítico musical, concluyó:
—Bueno, las de Alejandro Sanz tampoco son tan diferentes, pero él canta mucho mejor que tú.
Fue una conversación extraña y extraño fue todo lo que ocurrió aquella tarde. Estábamos tan a gusto que casi me dio pena que llegara la hora de la cena.
En el comedor, ni una sola vez vi a David mirar disimuladamente hacia Gloria y sus amigas. Sin embargo, yo no quitaba el ojo a Cris, que se había sentado al otro lado de la mesa, con sus dos inseparables compañeros.
La cena fue rápida y recogimos las mesas a toda velocidad. Los monitores ya nos habían anunciado la sesión de radio de esa noche y se notaba que todos estábamos ansiosos por escucharla. Bueno, todos no. A mí, me daba igual.
Salimos al exterior y nos sentamos libremente en círculo alrededor de una hoguera pequeña. David fue el último en llegar y se colocó en un sitio lejano y oscuro, donde apenas se le veía.
Fui a buscarle.
—¿Por qué te quedas aquí, tan apartado de todos?
—Es por el fuego. No puedo respirar bien si estoy cerca. Quédate conmigo, que no quiero estar solo.
—¡Está bien!
Y de pronto, en aquella oscuridad luminosa del campamento, por encima del pequeño alboroto y las risas, una voz firme y cálida surgió por los altavoces y se impuso en la noche.
—Buenas noches, amigos, os habla Yolanda Taberna desde el Campamento del Aire…
—¿Esa es la sargento? —pregunté a David y posiblemente nos lo preguntamos todos—. ¡Parece otra! ¡Hay que ver cómo cambian las voces en la radio!
—¡Y más que pueden cambiar! —suspiró David, misterioso.
—¿Qué?
—No, nada —dijo mi amigo.
Se apartó un poco y me sorprendió verle con un móvil, que trataba de disimular entre las manos. Era peligroso. En el campamento, como en el colegio, estaban prohibidos los teléfonos. El primer día nos dejaron bien claro que los guardáramos en el fondo de las mochilas o se los diésemos a ellos para que nos los guardaran, y que si nos veían con uno en la mano nos lo requisaban. El teléfono de mi amigo era un último modelo con cámara de siete millones de píxel, grabadora, juegos en tres dimensiones, bluetooth, Internet… ¡Una maravilla!
La voz de la monitora, como si fuese una presentadora de verdad, seguía hablando sin equivocarse. No me acuerdo de lo que dijo, pero sé que enseguida pasó a los discos dedicados, y como era la primera sesión, y así lo comentó ella, los discos los habían pedido los que ya habían estado otros años.
—El primero es de Jordi. Quiere desear una feliz estancia a sus nuevos compañeros…
Todos miraron al chino, que estaba colorado pero feliz al verse reconocido.
—El segundo disco nos lo ha pedido…
—¡Ahora viene el mío! —Héctor se lo decía a Kevin, a la vez que miraba hacia Cris.
Pero Yolanda, de repente, dejó de leer la dedicatoria.
—Hum, qué sorpresa —comentó—. Me acaba de entrar en el ordenador un mensaje que dice: «LEER AHORA». No sé quién puede ser este misterioso oyente. Yo estoy tan sorprendida como vosotros. Vamos a abrirlo para ver qué es lo que nos pide. ¡Qué emoción!… El directo es así. Vaya, no está firmado, y nos viene con un mensaje adjunto. A ver ¡Parece un archivo de música! ¿Qué canción será?…
—¡Larguémonos ahora! —me dijo David, poniéndose en pie.
—¡Espera, que estamos en lo mejor del programa!
—¡Por eso! ¡Ahora todos están pendientes de la radio y no se darán cuenta de nuestra huida! ¡Corramos!