No parecía medianoche. Cuando aparecí en la sala, casi todo el campamento estaba allí, incluidos los cuatro monitores.
Aquella situación parecía realmente divertida. David se partía de risa y no acababa de explicarme lo que sucedía. Sólo Cris y Belén tenían cara de pocos amigos y seguían quejándose.
—¿Qué ha pasado? —volví a preguntar a David.
Fue Chuenlín quien se adelantó a contestar:
—Sel el zolo. ¡Muy diveltido!
—¿Quéeeeee? —no me había enterado de nada.
—El zorro ha actuado esta noche —me explicó David por fin—, y les ha tocado a nuestras amigas.
—¿Sí? ¿Qué les ha hecho?
No pudo decirme nada más, porque los acontecimientos nos desbordaban.
—En cuanto encuentre a ese zorro, le voy a hacer tragarse esto —gritó Belén, blandiendo una escobilla de váter en la mano.
En ese momento entró el director. Tenía mala cara, no tanto por la broma en sí, sino por haberle sacado de la cama cuando había logrado dormirse tras estar media hora persiguiendo a un mosquito que se había colado en su cuarto. No era momento de discursos. Sólo dijo:
—Todos a dormir. Mañana, después del desayuno, convocaré una reunión de urgencia. Hay algunas cosas sobre el zorro del aire que puntualizaré. En todos los juegos civilizados existen normas —y arrugó su rostro, enfadado.
Al regresar al dormitorio, los compañeros comentaban las bromas que habían sufrido nuestras dos amigas y al fin pude enterarme. Al parecer, el zorro había desperdigado una gigantesca bolsa de pipas con sal entre las sábanas de la cama de Cris; pero lo peor le había tocado a Belén, pues le habían metido una escobilla del váter en su cama.
—¡Puaghh, qué asco! —clamaban todos.
—¡Qué mala idea tiene ese zorro! —se quejó David—. ¡Pobre Belén!
—Eso le ha ocurrido porque la ven débil —dijo Héctor—. Ya veréis cómo a mí ese zorro ni me toca.
—¡Claro! ¡Porque serás tú el zorro! —le replicó David, que supo estar muy atento.
—¿Yoooooo? —se defendió—. Yo no hubiese comenzando atacando a las chicas, al menos, no a Cristina.
Ninguno nos creímos sus palabras. Por si acaso, todos nos acostamos con un ojo abierto, pendientes de la litera de Héctor, quien se durmió nada más tumbarse.
En su cara se veía una sonrisa que me pareció Inquietante. «¿No estará soñando con Cris?», me pregunté. Estuve a punto de bajar de la litera y acercarme hasta él para meterle un calcetín en la boca, pero no era un buen momento. Había demasiados ojos pendientes de todo lo que pasaba por allí, así que intenté olvidarme de Héctor y empecé a dar vueltas a una misma pregunta: ¿quién sería el zorro?
—Tiene que ser una chica —me dije entre dientes, al comprobar que la acción había ocurrido en el dormitorio femenino; luego alcé la voz—: ¿Verdad, David?
Pero mi amigo no contestaba. Estaba profundamente dormido.
En el desayuno del día siguiente sólo se habló de la actuación del zorro y se hacían continuas bromas al respecto.
—Cocinera, ¿con qué ha dado vueltas a este cacao? —gritó Kevin, recordando la escobilla de Belén.
Todos nos reímos, menos los monitores. Uno de ellos se le acercó con cara de pocos amigos:
—¿Te gustan las vueltas, no?… Pues ahora mismo vas a dar doce vueltas al campamento, y sin desayunar.
A pesar de las bromas, el director no estaba de mal humor. Al contrario, parecía contento. Creíamos que nos dejaría sin tiempo de descanso o suprimiría el juego del zorro, pero estábamos muy equivocados.
—Escuchadme, chicos. Asumo la culpa de lo que pasó anoche —tosió, se aclaró la voz y prosiguió—. Se me olvidó marcaros unas importantes pautas. Os las voy a comentar ahora mismo y no las volveré a repetir —tomó aliento—. El zorro puede hacer cualquier tipo de broma, cuanto más imaginativa y sorprendente, mejor. Pero ha de cumplir estrictamente las siguientes reglas: 1o) está prohibido estropear o quedarse con las cosas de los demás; 2o) no se puede dañar a nadie; y 3o) nada de bromas de mal gusto o macabras. ¿Ha quedado claro?
Algunos compañeros respiraron aliviados, mientras que otros mostraron un cierto desencanto, y protestaban:
—¡Qué aburrido!
—¿Qué va a hacer el zorro, entonces?
Ya nos íbamos a dar media vuelta, cuando el director, añadió:
—¡Ah!, se me olvidaba: el zorro puede adoptar dos ayudantes. Yo le aconsejo al zorro del aire, sea quien sea —y se puso a mirar de izquierda a derecha—, que elija a sus zorrillos cuanto antes. Y para que se decida ya, vamos a desafiarle poniéndole una prueba de obligado cumplimiento. ¡Escuchad! El zorro tiene veinticuatro horas para… —hizo como si pensara— formar una zeta con las cuatro mesas del comedor.
—¡Menuda papeleta!
—¡Seguro que siempre habrá alguien cerca de la puerta, vigilando!
—¿Cómo entrar en el comedor sin ser visto?
—Muy fácil —dijo el chino, convencido—. Caval un túnel desde fuera con… estas cuchalas —y nos enseñó dos que se había guardado—. Así loban los bancos en las películas.
—Sí, pero… —dije, sin que se me ocurriera nada más.
—Yo no sel el zolo. Yo sel el descublidol del zolo. ¡Tenel un plan!
Aquella mañana hicimos la primera excursión del campamento. Salimos a recorrer los alrededores a paso de marcha. Íbamos los cuatro grupos en fila, y nosotros, el grupo azul, en cabeza, como si fuésemos los exploradores.
Tomamos la dirección contraria a la del día anterior, cuando Belén, David y yo decidimos explorar por nuestra cuenta.
Tras dejar atrás el pequeño monte del campamento, alcanzamos una llanura con algunos árboles. Al fondo se veía una carretera negra por la que no pasaban coches.
—Por allá se va al pueblo —dijo Zack, otro de los monitores—. Está a nueve kilómetros. ¡Un paseo para nosotros! Mañana iremos allí, pero lo haremos jugando a descubrir pistas en busca del tesoro, así será más interesante y habrá premio.
—¡¡¡Bien!!! —se oyó, como un alboroto.
Todos comenzaron a andar con más ganas y se rompió el orden de las filas. David y yo nos quedamos tan retrasados que Yolanda, nuestra monitora regresó a buscarnos. Esta vez no parecía una sargento.
—¿Os pasa algo, chicos? —preguntó con suavidad—. ¿Os encontráis bien?
—¡Ay, aquí! —me quejé, tocándome encima del estómago—. Me duele el flato. ¡Me duele!
—Tranquilos, descansad un poco, que no pasa nada. Ya los alcanzaremos luego. Estamos cerca.
Íbamos a sentarnos en el suelo, pero la monitora no nos dejó:
—¡No! ¡Levantaos! No conviene sentarse en una marcha. Luego es peor.
Ante este aviso comencé a andar despacio (en realidad no me dolía nada), mientras David, que miraba a derecha e izquierda una y otra vez, empezó a murmurar su frase favorita:
—¡Hummm! ¡Extraño, muy extraño!
—¿Qué te pasa?
David señaló un sendero empinado y casi tapado por los arbustos que había a nuestra izquierda y preguntó a la monitora:
—¿Adónde va ese sendero?
—A ningún sitio —la sargento lo pensó mejor, y aclaró—: ¡Ahora, a ningún sitio! Antes había un pueblo, pero lleva muchos años abandonado.
—¿Y cómo es ese pueblo fantasma?
—No he estado nunca, pero es muy pequeño. No debe de tener más de siete casas. Me lo ha contado Zack, que conoce mejor que yo la zona. Pero… —al ver que cuchicheábamos añadió—: ¡Dejaos de tonterías! No es ningún pueblo fantasma. Solamente está abandonado. Lo mejor es que no se lo comentéis a nadie… —vio nuestros rostros, incrédulos, y gritó—: Es una orden. ¿Habéis entendido?
—¡Oh, sí, sí!
Cuando llegamos al mirador, todos estaban sentados con el bocadillo entre las manos. Esta vez no había que distribuirse por grupos. Vimos a Belén con el chino, que al final estaba en el equipo rojo, Kevin, Llorente y Cris, y hacia allí nos dirigimos.
Nada más acabar el bocadillo, David se levantó, llamó a Belén y los dos se fueron hacia el borde del mirador. Creí que estarían buscando una nueva ruta para explorar, pero debían de hablar de otra cosa, porque de repente vi a Belén que cogía a David por el cuello como si quisiera ahogarle.
—¡Ya ves! —comentó Cris—. ¡Siempre están peleándose!
—¿Sí? Yo es la primera vez que lo noto.
—Eso es porque no te enteras de lo que pasa a tu alrededor.
¿Qué había querido decir Cristina con aquella frase tan misteriosa? Estaba seguro de que esas palabras ocultaban algún misterio. Las mujeres son así, me lo dijo una vez mi padre.
Pero no pude seguir preguntándome nada más. Llegó Belén y, sin mirarme siquiera, soltó:
—Álvaro, David te espera allí. Me ha dicho que te avise.
—Vamos —dijo Cris, poniéndose en pie, dispuesta a acompañarme.
—No, tú no. Ese impresentable sólo quiere hablar con su amigo.
Corrí hacia David, lleno de curiosidad. Cuando llegué, abrió mucho los ojos y, como si lo dijera a cámara rápida, me sorprendió con una frase que no estaba seguro de haber entendido bien.
—¿Qué dices? —repetí—. ¿No me estarás tomando el pelo?