3. Cuatro son tres

Aquella fue mi primera decepción: ¡tres! ¿Por qué únicamente podíamos ser tres? No dejaba de repetírmelo, mirando el techo desde mi litera, mientras oía el ruido de la maquinita de David, que seguía jugando con su pequeña Play, ajeno al problema.

Conté: «uno, dos, tres y cuatro». Recordé: «Cristina, Belén, David y yo». Y suspiré, en voz alta:

—¿Quién se quedará fuera?

—¿Qué dices? —me preguntó David, que ya había acabado su juego.

—Si los equipos son de tres, uno de nosotros no podrá estar con el grupo. ¿Quién se quedará fuera?

David es de ideas rápidas. Siempre dice lo primero que se le pasa por la cabeza, y algunas veces acierta.

—Yo creo que Belén. Como ya ha ido a otros campamentos, sabe cómo son estas cosas y no le importará. ¿No te parece?

—Tienes razón —dije, salté de lo alto de mi litera y, más animado, me dispuse a salir—. ¡Vamos, David, exploremos el campamento antes de esa primera reunión!

—¿Sin el chino?

Miramos a nuestro alrededor. El dormitorio estaba entre tinieblas y apenas distinguimos tres bultos. Ninguno de ellos era Chuenlín.

—¡Estará ayudando a otros nuevos! —dije, y antes de bajar las escaleras, miré enfrente, y sugerí—: ¿Avisamos a las chicas?

Como si me hubiese oído, apareció Belén en la puerta.

—¡Vamos a dar una vuelta por aquí, chicos! —nos saludó.

—¿No esperamos a Cris? —le pregunté.

—Oh, no, se está preparando. ¡Ya sabéis cómo es con la ropa! —suspiró—. Ha dicho que salgamos, que ya nos encontrará luego por ahí.

En el campamento aún quedaban padres, pero se notaba que era la hora de dejar a sus hijos solos. Se veían despedidas y una cierta confusión. Había una chica que lloraba y vimos cómo Chuenlín se acercaba a ella.

—Ese chino es genial —comenté, con admiración—. Está en todo.

—Es uno de los veteranos —dijo David—. Me ha contado que es el tercer año que viene. ¡Así cualquiera!

—No lo creas —intervino Belén—. También Héctor lleva tres años seguidos viniendo aquí, y no creo que se preocupase por ayudar a esa chica que se quiere ir.

—¿Quién es Héctor? —preguntó David.

—El sobrino del director —respondí yo—. ¿No te acuerdas de ese guaperas que se ofreció a enseñarnos el campamento?

—Ah, claro —dijo David, y mirando a Belén, añadió—: ¡Tú le acompañaste antes!

—Sí, pero parecía que sólo tenía interés en ser el guía de Cristina. Me largué a la mitad del recorrido.

—¿Y los dejaste solos? —pregunté, alarmado.

—Bueno, solos, solos…, la verdad es que no es fácil estar solo por aquí —dijo señalando a nuestro alrededor.

—No te cayó muy bien que se diga, ¿no? —le preguntó David.

—Es un fantasma. Conozco a esos tipos y son todos iguales.

La verdad es que aquella confesión de Belén nos dejó a los dos descolocados. Nunca habíamos hablado con ella sobre el asunto de chicos y chicas.

—¡Yo pienso lo mismo! —afirmé, y David se rio.

Iba a decirme algo más, pero entonces pasaron por delante tres chicas que, siendo diferentes, parecían repetidas. Las tres vestían como si fuesen a una fiesta, sonreían a la vez y caminaban mirándose y mirando su pelo, perfectamente peinado. Me recordaban a las animadoras de las series de la tele, y precisamente por ello las miramos David y yo.

Belén, al contemplarlas, suspiró:

—¡A qué campamento nos has traído, Álvaro! ¡Menudas Barbies!

—¡Ya ves! ¿No te parece un sitio genial? —dije extendiendo mucho las manos.

—Sí, me gustan esas montañas. Me he fijado en ellas —señaló las que teníamos enfrente—. Aunque no creo que… —y miró hacia el trío de chicas que acababa de pasar— la gente que hay por aquí pueda subirlas. Nosotros lo haremos, ¿verdad?

—Yo…, ejem —David se cansaba sólo con imaginarse por aquellas cuestas, casi verticales.

Le conocía bien. Antes de que dijera nada más, sentencié:

—¡Subiremos! Los Sin Miedo se atreven a todo. ¿Verdad, David? ¡Habrá que contárselo a Cristina! —y al volver la cabeza hacia atrás, vi cómo nuestra amiga saludaba al sobrino del director y se quedaba a hablar con él.

Belén lo advirtió y comentó:

—¡No sé si vamos a ver mucho a Cris!

En vez de dar media vuelta o esperarla, nos alejamos poco a poco. Cuando nos quisimos dar cuenta ya hacía tiempo que los habíamos perdido de vista. Nos detuvimos en un punto que parecía un mirador. Detrás, entre árboles aislados y al pie de una montaña no demasiado alta, estaba el campamento; y delante teníamos una hondonada amplia por donde pasaba el río.

—¿Bajamos? —dijo David, que se había animado con la excursión.

—No es fácil —le respondió Belén—. Hay que andar con cuidado y nos llevaría mucho tiempo.

—Sí —añadí yo—. Habrá que volver. La primera reunión empezará pronto.

Pero no nos movimos. Seguíamos contemplando el paisaje que había a nuestros pies: al otro lado del río se alzaban las impresionantes montañas de arena rojiza, cortadas como una pared, y en la cima, que era plana y alargada, se adivinaba una pequeña iglesia solitaria.

—¿Para qué la habrán construido tan arriba si allí no vive nadie? —se preguntó David.

—Será para los peregrinos —dije.

—Es imposible subir ahí —señaló mi amigo.

—Por aquí sí, pero seguro que esa montaña se puede rodear y hay una zona más fácil para llegar a la cima. Aun así será duro.

—¡Vayamos! —sugirió Belén, deseosa de entrar en acción.

Pero aquella aventura tendríamos que dejarla para nuestro día libre, suponiendo que tuviésemos alguno.

Las sombras empezaban a alargarse y llegaron hasta nosotros. Entonces nos dimos cuenta de que se había hecho tarde.

—¡El campamento! —recordó David, e inmediatamente echamos a correr entre arbustos y piedras.

—¡Los equipos! —suspiré.

—¿Qué? —Belén no entendía nada.

—En la primera reunión se iban a formar los equipos —le expliqué.

—Es cierto. Nos lo dijo el chino —confirmó David—. Ya lo había olvidado.

—Espero que no empiecen sin nosotros.

Cuando divisamos el campamento no se apreciaba ningún movimiento por allí, lo que hizo que acelerásemos el paso, algo nerviosos. En ese momento cada uno empezó a pensar por su cuenta: «¿Habrán salido a buscarnos? ¿Estarán cenando? ¿Nos penalizarán por no cumplir las normas? ¿Qué habrá sido del sorteo? ¿Quedará cena?…».

La cabeza se nos había disparado y, al llegar a la altura de los primeros árboles, nos salió al encuentro alguien que ya empezábamos a conocer.

—¿Dónde os habíais metido?

Era la monitora. Parecía que se hubiera escapado de una base militar.

—Es que…

—¿Quién os ha dado permiso para alejaros del campamento? —y tras estos gritos, vino hacia nosotros algo más calmada.

Así que me atreví a preguntarle:

—¿Cuándo se van a formar los equipos?

—Ya están hechos —nos informó, secamente.

—¿Y nosotros?

—Vosotros tres estaréis juntos en el mismo equipo. Seréis el número 3 y… —nos miró; y percibí una sonrisa en el fondo de sus ojos— ¡vais a estar conmigo!

—¿Quéeeee?

A David casi se le sale el estómago por la boca. A mí, también.

—Cada monitor tiene tres equipos de tres.

—¿Y quiénes son los otros dos? —pregunté.

—Ya lo veréis mañana, que tenemos reunión a primera hora. Os aconsejo que no lleguéis ni un segundo tarde porque es la más importante del campamento. El director os dirá lo que vamos a hacer durante estas dos semanas y mañana mismo se designará al zorro del aire. Le gusta sortearlo el primer día. Dice que ayuda a crear buen ambiente y a que os conozcáis mejor.

—¿El zorro? —preguntamos David y yo al mismo tiempo.

—¿No me digáis que no habéis oído hablar nunca del zorro?

Nos acordábamos de una película de Antonio Banderas, pero no veíamos ninguna relación con el campamento. En cuanto la monitora nos dejó, y mientras subíamos hacia las habitaciones, Belén nos dio una pista que sólo sirvió para confundirnos más.

—El zorro está muy bien —dijo—. Ya jugamos en el otro campamento y es fenómeno. Se parece al asesino de las cartas, pero con más acción. Bueno, mañana lo veréis.