El alojamiento de Linsha era pequeño y ruinoso y, lo mejor de todo, barato. Una ventaja adicional era que estaba cerca del establo de Catavientos, en una callejuela a medio camino entre la Puerta Oeste y el puerto. Aunque podría haber tenido una cama gratis en los alojamientos del campamento de la guardia, el hecho de ser una de las pocas mujeres del cuerpo la había movido a buscar su propio sitio. Además, como Lynn, habría preferido mucho más una habitación más cerca de la acción de las casas de juego y las tabernas.
Gracias a una información de su jefa, la Dama Karine Thasally, encontró a una viuda entrada en años dispuesta a alquilar la planta superior de su casa. A pesar de sus modales toscos y groseros, la viuda Elenor tomó a la salvaje Lynn bajo su cuidado e hizo todo lo que pudo por cuidar de la joven. Quizás estaba orgullosa de tener a un miembro de la guardia bajo su techo; quizá se sentía sola. Fuera cual fuere la razón, Elenor le hacía recordar a Linsha a su abuela, y no le costaba demasiado retribuir el afecto.
Tras devolver a Catavientos al establo y cepillarla, Linsha caminó agradecida de vuelta a casa. La vivienda era un estrecho edificio de madera y piedra, con un minúsculo huerto en la parte trasera y ventanas emplomadas que daban al puerto. El marido de Elenor había construido la casa para ella poco después de la llegada de Hogan Bight, y durante más de veinte años, ella había vivido allí mientras su marido hacía negocios en el Nuevo Mar. El tiempo y la enfermedad se habían llevado a su marido, deteriorado su casa y añadido años a su otrora bonita cara, pero a Linsha, Elenor le parecía invencible.
Elenor estaba subida a una escalera, encalando la chimenea de piedra, cuando vio que Linsha se acercaba.
—Oh, gracias a Dios, puedo hacer un descanso —dijo al ver que Linsha se acercaba.
—Elenor, ¿qué estás haciendo? ¡Pensaba que habíamos dicho que contratarías al chico de Kellen para hacer eso! No deberías estar subida a una escalera con este calor.
Elenor bajó de la escalera con cuidado, peldaño a peldaño.
—Estaba ocupado. Pero creo que tienes razón. Estoy muerta de sed. Y a ti, parece que te hubieran escurrido. ¡Llegas tarde! ¿Qué te han hecho hacer hoy?
Linsha le dedicó una sonrisa de agotamiento. Estaba cansada y deseando quitarse las ropas empapadas por el sudor, pero a Elenor le encantaba oír las noticias y los cotilleos de la ciudad y contaba con que Lynn se quedaría unos minutos para contárselo todo sobre sus deberes y actividades. Como retribución, obsequiaba a la joven con cerveza, té, zumo frío y bizcochos de miel, pastas de té, galletas, panecillos o cualquier cosa que hubiera sacado del horno esa mañana. Linsha pensaba que era un intercambio justo. Cruzó los brazos y dijo con tono casual:
—Tuve que llevarle un mensaje a lord Bight.
El rostro lleno de arrugas de Elenor se iluminó.
—Querida, entra en la cocina y cuéntamelo todo. Colgaremos esa túnica tuya al aire libre para que se seque y tomaremos juntas una jarra de sidra fría —se limpió las manos manchadas de cal en el delantal—. ¿Sabes? El viejo Cobb, el del Oso Bailarín, se las ingenió para bajar algo de hielo de las montañas. ¡Oh, por las estrellas, deberías haber visto la multitud que había allí esta mañana! Cuando le llevé el pedido de bizcochos a su cocina me dio un cuenco de hielo como agradecimiento. Ven a tomar un poco antes de que se derrita.
Atravesaron el pasillo de la exigua casa, entraron en una pequeña cocina unida a la parte trasera y vaciaron varios vasos de sidra con hielo acompañados de un montón de pastas de té. Linsha pensó que jamás había comido nada tan delicioso. Casi estaba anocheciendo cuando llegó al final de su historia y Elenor se quedó sin preguntas.
Muerta de cansancio, Linsha subió con dificultad la estrecha escalera que conducía a su habitación. Elenor, como de costumbre, había abierto del todo las dos pequeñas ventanas para ventilar y había hecho la limpieza. La habitación de mayor tamaño tenía una cama cubierta por un edredón descolorido, un arcón, unas cuantas perchas para la ropa y las armas, una pequeña mesa con una silla y una lámpara. El mobiliario era sencillo y decía poco de la personalidad de su ocupante. La segunda habitación, apenas mayor que una despensa, se usaba principalmente para almacenamiento. En el pequeño apartamento hacía calor, pero después del calor aplastante que hacía fuera, la sombra y la ligera brisa eran un alivio.
Por pura costumbre, Linsha inspeccionó la habitación en busca de cosas o intrusos que no hubieran estado allí cuando ella se había ido. Después se quitó la ropa hasta quedarse con una ligera camisa de lino y cayó agradecida en la cama. Se le cerraron los ojos.
—No te pongas demasiado cómoda —dijo una voz suave y ronca desde la ventana que tenía encima de la cabeza.
—Varia, es tarde para salir.
De repente, se oyó el susurro del aire pasando a través de las plumas, y una lechuza, de color rojizo y crema, aterrizó con ligereza en la cama, junto a sus rodillas. El ave caminó silenciosamente por la colcha hasta situarse cerca de la cara adormecida de Linsha y la miró fijamente.
La mujer abrió los ojos y se encontró mirando unas pupilas negras como el ágata a pocos centímetros de su cara. Los profundos ojos de la lechuza estaban rodeados de óvalos de plumas de color crema delineados por trazos marrones oscuros que daban la impresión de que el ave llevara gafas. Linsha acarició el pecho moteado y suave del pájaro con el revés del dedo índice. Todavía no podía creer la suerte que había tenido de que un ave como ésa hubiera decidido ser su compañera. Varia era como los escasos y huidizos búhos gigantes parlantes de Krynn, pero nunca le había contado a Linsha si era única o si formaba parte de una especie emparentada con aquellos búhos del Bosque Oscuro. Era de menor tamaño que los búhos gigantes, pero poseía la habilidad de comunicarse con los humanos y de juzgar la valía de una persona. Varia había encontrado a Linsha durante una misión de búsqueda en las montañas Khalkist y, tras un cuidadoso escrutinio, había decidido unirse a una amiga merecedora de su compañía.
Linsha había estado cabalgando a galope tendido a través de los tupidos bosques, con una patrulla de Caballeros Negros pisándole los talones, cuando Catavientos viró bruscamente para sortear algo que yacía en el camino, y Linsha se encontró tirada de espaldas, sin resuello y furiosa. Ese algo resultó ser una lechuza de casi medio metro de largo, de delicado diseño formado por barras y lunares de color crema, que aleteaba agonizando con un ala rota. A pesar del peligro que corría, Linsha no podía soportar la idea de dejar a la lechuza indefensa. Envolvió al ave en su capote y comenzó a correr detrás de su asustada yegua. Con una gutural risita de lechuza, Varia había salido con dificultad del envoltorio, dejando ver un ala curada milagrosamente, había acorralado al caballo y asustado a los Caballeros Negros con un coro de gritos demoníacos, rugidos, alaridos y chirridos de maníaco capaces de hacer estremecer a cualquiera. Después, había guiado a Linsha hasta salir de los bosques y había permanecido con ella desde entonces. Más tarde Linsha se había enterado de que las lechuzas parlantes a menudo se valían de tácticas como aquéllas para valorar el temple de sus posibles compañeros.
La lechuza meneó varias veces su redonda cabeza.
—Habría vuelto antes de no haber sido porque lady Karine dejó un mensaje —dijo—. Tienes que presentarte a lady Annian de inmediato.
Linsha no pudo evitar cierto fastidio.
—¿Ahora? ¿Qué puede ser tan importante?
—Yo no la he visto, sólo el mensaje.
El fastidio de Linsha se transformó en una leve inquietud. ¿Qué podría ser tan importante como para que la comandante de los clandestinos Caballeros de Solamnia necesitase reunirse con su contacto de inmediato? Por lo general, lady Karine prefería que el contacto con sus Caballeros fuera mínimo, por la seguridad de ambas partes.
—¿Qué dejó?
—Una ardilla listada en el alféizar de su ventana.
—¿Una ardilla listada? —dijo Linsha enarcando las cejas. Había sido lady Karine, una de las pocas personas que conocía la existencia de Varia, quien había sugerido usar a la lechuza como mensajero y había inventado un sistema basándose en los bocados favoritos de Varia. Una ardilla listada quería decir «Ven enseguida. Máximo secreto». A pesar de su talante habitualmente frío y altivo, a Varia al parecer no le importaba «oficiar de paloma mensajera» para los espías, según su propia definición. A decir verdad, a Linsha le parecía que a Varia le encantaba la intriga, era como un juego al que jugaban los humanos.
Para Linsha, podía convertirse en un juego demasiado peligroso, e independientemente de lo acalorada y cansada que se sintiera, una ardilla listada muerta en el alféizar de la ventana de una casa determinada era una orden que no podía desoír.
Perezosamente se incorporó y abandonó la cama. Su uniforme de la Guardia estaba demasiado húmedo y era excesivamente llamativo, de modo que sacó una túnica azul de manga corta, unas calzas secas y unas botas blandas y se las puso. También deslizó la daga en el fajín y puso la espada en su vaina.
—Vuelve pronto —se despidió Varia. La lechuza estaba en su percha favorita junto a la ventana desde donde podía observar la calle, pero este mediodía no estaba observando la calle. Con el cuerpo acurrucado y las plumas esponjadas, se dispuso a echarse un sueñecito.
Sofocando un bostezo y refunfuñando por lo bajo, Linsha se deslizó por detrás de la vigilante Elenor que había vuelto a su escalera y se metió en el estrecho callejón. Poco después se incorporó al tráfico de peatones de una populosa calle, tres manzanas más arriba, y se mezcló con la multitud.
El contacto de Linsha, la Dama Annian Mercet, al igual que Linsha, prefería tener su domicilio extramuros, donde las oportunidades de escapar era mayores. Tenía una pequeña tienda de perfumes situada estratégicamente entre una casa de baños y una joyería próxima a la calle de las Cortesanas. Era una tiendecita pequeña pero muy conocida en Sanction, y su negocio, como tantos otros, prosperaba en consonancia con la ciudad.
Cuando Linsha llegó a la tienda de perfumes se detuvo en la puerta. Ante ella se extendía un pequeño patio descubierto delimitado por un murete de piedra. Dentro había un horno abovedado y varios braseros atendidos por un joven muy ocupado. Mientras Linsha lo observaba, el muchacho introdujo una pesada cazuela de arcilla llena de resina en el horno y fue corriendo a remover las cazuelas de los braseros. La muchacha aspiró las deliciosas fragancias a especias, grasas calentadas, hierbas y aceites que salían de las cazuelas. Annian no necesitaba un cartel para anunciar sus productos. Bastaba con que encendiera sus braseros para calentar los aceites y dejar que los aromas fluyeran por la puerta abierta.
Linsha entró en el taller. En los estantes que cubrían las paredes vio gran número de ampollas, cacharros, jarras de piedra y cristal con tapa y exquisitas botellas de cristal soplado con líquidos de todos los colores. Una mujer estaba atareada moliendo las especias con un mortero y una mano en la trastienda.
—Estoy buscando algo que espante a las ardillas listadas —dijo Linsha en voz alta.
La mujer lanzó una risita profunda, ronca y divertida. Dejó de moler y se desempolvó las manos. Puesta de pie, le sacaba a Linsha fácilmente una cabeza. Era esbelta, rubia y de piel pálida. Nada que hiciese sospechar que era un Caballero de Solamnia, lo cual favorecía el éxito de sus operaciones.
—Me temo que mis productos son para atraer, no para ahuyentar. Si estáis interesada en un ungüento para esas callosidades de vuestras manos, tengo lo que necesitáis. —Retiró de un estante una jarra ventruda y baja que contenía una sustancia negra y viscosa y la puso sobre el mostrador. Con una rápida mirada hacia el exterior para comprobar dónde estaba su aprendiz, frotó la mano de Linsha con un ungüento de olor dulzón.
—El Círculo quiere veros. Cuanto antes —dijo en voz baja.
Linsha no pudo reprimir del todo un gruñido. El Círculo Clandestino, los comandantes y planificadores de las operaciones solámnicas encubiertas, nunca se reunían cara a cara con sus agentes a menos que fuese imperativo. En todos los años que llevaba en Sanction, jamás se había reunido con ellos. Él hecho de que ahora quisieran verla no la tranquilizaba en absoluto.
—¿Sabéis por qué? —preguntó a Annian con un presentimiento.
La Dama sacudió la cabeza. Directa y práctica, Annian no era amiga de derrochar palabras.
—Sólo necesidad de conocer. Simplemente me dijeron que os enviara. En el mismo lugar.
Linsha hizo un gesto de asentimiento y se dedicó a untarse las manos con el ungüento.
—Muy bien. Me llevaré un poco —sonrió con una leve mueca—. Me recuerda a las rosas de mi madre.
Mientras realizaban la transacción y Annian envolvía la jarra en una pequeña bolsa de tela, Linsha preguntó:
—¿Habéis oído algo del barco lleno de muertos que se empotró en una galera en el muelle sur?
—Uno de mis clientes dijo algo hace un rato. Me dejó temblando.
—Me pregunto qué les habrá pasado… —a Linsha se le quebró la voz y tuvo un estremecimiento.
—Tengo entendido que dejasteis impresionados al gobernador y a su comandante —le dijo lady Annian mientras le entregaba el envoltorio.
—¿Cómo lo sabéis? —preguntó Linsha enarcando las cejas.
Una sonrisa enigmática bailó en el rostro pálido de Annian.
—Tengo mis contactos.
Linsha salió sacudiendo la cabeza, pasó junto a los fuegos y al sudoroso aprendiz y desembocó en la calle. El sol de mediodía lucía abrasador y brillante como el ojo de un dragón y el calor ya era aplastante. La gente ya andaba más despacio y el tráfico empezaba a ralear. De no muy buena gana volvió a encaminarse al establo. Enjaezó otra vez a su sorprendida yegua y salió cabalgando a las calles. En lugar de dirigirse al centro de la ciudad, fue bordeando la muralla y cabalgó hacia el norte, internándose en el distrito extramuros donde vivían muchos de los obreros y trabajadores de los muelles. Allí las viviendas eran más pobres, sobre todo apartamentos y pequeñas casas apiñadas. Pero incluso allí, en lo que antes había sido un enorme tugurio, los servicios de la ciudad mantenían las calles limpias, las fuentes tenían agua potable, las casas estaban en buen estado y los habitantes tenían un aspecto sano y próspero. En esa parte de la ciudad había menos tabernas y casas de juego y más negocios pequeños. La mayor parte de la población kender de la ciudad vivía allí, en una animada y ancha avenida a la que se le había puesto el adecuado nombre de calle Kender. A algo más de medio kilómetro de la calle Kender, las casas terminaban abruptamente y empezaba una zona de huertos y jardines, y la carretera se transformaba en un sendero cenagoso que se internaba en el campo abierto y entre las colinas suavemente onduladas del valle.
Hacia el norte de la carretera había un campo de refugiados organizado por los místicos del templo de Huerzyd. El campamento estaba construido en la parte más alejada de la muralla de la ciudad sobre la prolongada ladera de una colina que se elevaba hasta encontrarse con la gran cadena que salía del monte Grishnor. Se había establecido hacía años para hacer frente a la llegada de refugiados que huían del terror de los señores dragones feudales, y con el tiempo se había transformado en algo de aspecto permanente. Los recién llegados necesitados de alojamiento y ayuda eran enviados al campamento y, bajo los auspicios del templo, se les daba la oportunidad de iniciar una nueva vida en Sanction. Bajo el mandato de lord Bight, todo el mundo recibía una buena acogida siempre y cuando respetara las leyes de la ciudad y no soliviantara a los habitantes. La política de puertas abiertas había atraído a gentes de todo Ansalon, y si bien era cierto que ocasionaba no pocos problemas al consejo de la ciudad, también daba a Sanction mayor apertura mental y riqueza cultural.
Linsha echó una mirada al campamento mientras lo bordeaba y vio que había mucha actividad. Seguramente habría llegado un nuevo grupo. Luego volvió a prestar atención a su yegua que ya olfateaba las praderas llenas de hierba e iniciaba un medio galope. Linsha la dejó hacer. Estirando el cuello, Catavientos se lanzó a un galope gozoso y animado. Así recorrió el sendero hacia las montañas y sólo redujo el paso para cruzar el puente de piedra que atravesaba el ancho foso de lava.
El puente, estrecho y bien vigilado, servía de enlace entre la ciudad y el creciente número de pequeñas propiedades y granjas que prosperaban bajo la sombra protectora del monte Grishnor. Los guardias reconocieron a Linsha y la saludaron con la mano. Había tomado la costumbre de sacar a Catavientos a hacer ejercicio precisamente por allí porque al norte de Sanction quedaba una de las casas francas del Círculo Clandestino y una de las pocas rutas de salida de la ciudad por las que se podía circular a caballo.
Después de atravesar el puente, Linsha redujo la marcha de su sudorosa cabalgadura a un trote y entraron en el camino que subía hacia los pinares y dispersos campos de las faldas del volcán. En cuanto estuvo fuera de la vista de los guardias, introdujo a Catavientos en un bosquecillo de pinos y cedros y se detuvo en un lugar desde donde se dominaba el camino. Esperaron tranquilamente debajo de la verde sombra hasta que Linsha estuvo segura de que no la habían seguido. Satisfecha, hizo tomar a su yegua un estrecho y sinuoso sendero que se apartaba algo más de un kilómetro del camino, atravesando espesos bosques y praderas secas por el calor del verano. Unos cuantos rebaños de ovejas levantaban la cabeza a su paso para mirarlas; un pastor solitario les dijo adiós con la mano. Sólo otro Caballero encubierto podía saber que ese pastor era un Caballero que montaba guardia cerca de una pequeña granja que servía de lugar de encuentro y casa franca para el Círculo Clandestino.
Linsha encontró la granja sin problema, ya que había estado allí dos veces por diferentes razones; ató a Catavientos junto a un pequeño granero que la ocultaba a la vista. Otros tres caballos disfrutaban de la sombra y saludaron a la yegua con sus relinchos.
La Dama rodeó el granero hasta la puerta delantera. Aunque no había nadie a la vista, sabía que había otros centinelas ocultos y vigilando. Vaciló un momento frente a la puerta cerrada y enderezó los hombros, respiró hondo y entró.
Había dos pequeñas ventanas abiertas para dejar entrar la brisa, pero viniendo del calor y el brillante sol de aquella tarde, la única estancia de la granja parecía oscura y fresca. Linsha cerró la puerta tras de sí y se detuvo un momento para que sus ojos se acostumbraran a la penumbra.
Había tres hombres en torno a una mesa baja cerca del hogar comiendo estofado sobre tajadas de pan seco. Estaban vestidos como viajeros con unas túnicas bastas y ligeras, botas altas y pantalones de montar. Aunque resultaba difícil ver sus caras con claridad, no había atuendo de peregrino, por más sucio y ajado que estuviera por el viaje, capaz de disimular el porte equilibrado, el aire de seguridad, de los tres hombres, hombres acostumbrados a la autoridad y al poder. Levantaron las cabezas al mismo tiempo para observar a Linsha. Durante un momento nadie dijo nada.
Cuando sus ojos se acostumbraron a la escasa iluminación, Linsha se dio cuenta de que nunca había visto a esos hombres. No conocía sus nombres ni sus jerarquías, y probablemente nunca los conocería. Las identidades de los jefes del Círculo Clandestino se guardaban como un celoso secreto. Ni siquiera podía estar absolutamente segura de que estos hombres fueran caballeros de Solamnia.
Luego se oyó una voz sonora.
—Decid vuestro nombre, por orden de sir Liam y del juramento que hicisteis.
Al menos el código de saludo era correcto.
—Dama de la Rosa Linsha Majere —dijo dando un paso adelante.
Los tres hombres se levantaron de la mesa y alzaron sus manos en gesto de saludo.
En ese momento, Linsha se despojó del personaje de Lynn como de una capa. Era Linsha Majere, nieta de dos héroes de la Guerra de la Lanza, hija de dos héroes de la Guerra de Caos, y la primera mujer no solámnica que ostentaba el título de Dama de la Rosa. Con los hombros erguidos, la barbilla en alto, saludó a los tres caballeros, no por lo que eran, sino por lo que representaban: más de dos mil años de honor, tradición y servicio.
Los hombres volvieron a ocupar sus asientos y siguieron comiendo. No ofrecieron un asiento a Linsha.
Con las manos cruzadas a la espalda, la mujer permaneció donde estaba y esperó a que hablaran ellos.
El que estaba a su derecha, un hombre de buena constitución y de altura y edad medias, fue el que rompió el silencio.
—Tenemos entendido que tuvisteis un encuentro con lord Bight esta mañana.
Las noticias vuelan, pensó Linsha.
—Tuve que entregarle un mensaje de mi sargento —respondió.
—Contadnos.
Linsha describió brevemente la experiencia que había vivido ese día mientras los Caballeros comían y escuchaban sin interrumpirla.
—No habéis mencionado que os ofrecisteis a servir al gobernador en cualquier puesto que fuera —dijo el primer caballero con tono incisivo.
La Dama se sorprendió. No había mencionado aquella conversación infructuosa.
—¿Cómo sabéis eso?
—No os preocupéis por nuestras fuentes —replicó el segundo.
—Pues sí, lo hice, y fui rechazada.
Esta vez la respuesta llegó de un hombre mayor de barba entrecana.
—Creemos que después del incidente en el barco esta mañana, seréis aceptada. Todavía no sabemos qué puesto tendrán pensado para vos, pero os ordenamos que toméis lo que os ofrezcan.
Linsha se cruzó de brazos y miró a los hombres.
—¿Qué os hace pensar que el comandante Durne va a cambiar de idea?
—No, Durne no. Bight. Al parecer, ha quedado impresionado por vos —dijo el Caballero de la izquierda.
—¿Y eso cómo lo sabéis? —insistió. Era increíble. No podía concebir que alguien tan cauteloso como lord Bight pudiera quedar impresionado por ella en tan poco tiempo, ni que el gobernador y su comandante cambiaran tan rápido de idea sobre si aceptarla o no. ¿Cómo podía saberlo el Círculo tan rápido?
—Saberlo es nuestro trabajo —dijo el primer Caballero—. Una vez que estéis más cerca de Bight averiguaréis todo lo que podáis sobre él. Queremos saber cuáles son sus puntos fuertes y sus debilidades, sus amigos, sus planes para Sanction, sus tratos con aliados o enemigos, todo lo que podáis averiguar. Buscad la forma de socavar su autoridad.
Linsha los miró entrecerrando los ojos. En el fondo eso era lo que había estado haciendo hasta entonces, investigar a Hogan Bight y mantenerse alerta por si algo indicaba que tuviera un pacto secreto con los Caballeros de Takhisis o una alianza con los Señores Dragones, especialmente con el dragón negro Sable, cuyo reino lindaba con las montañas Khalkist al sur, y se extendía hasta la boca de la bahía de Sanction. Pero ¿socavar su autoridad? ¿Qué querría decir eso? Sabía que los jefes del Círculo Clandestino, que a menudo actuaban al margen del Consejo Solámnico, tenían ambiciosos planes para Sanction. Entre sus planes figuraba la posibilidad de expulsar a lord Bight y transformar a Sanction en un baluarte solámnico, algo con lo que ella no estaba necesariamente de acuerdo. ¿Acaso ese grupo estaría tramando un nuevo complot? ¿Trabajaban con la aprobación de sir Liam o por su cuenta? ¿Qué era lo que se proponían?
Linsha arrugó los labios. Mil preguntas se agolpaban en su mente, pero sabía por experiencia que los jefes encubiertos no veían con muy buenos ojos las preguntas. De todos modos decidió probar con unas cuantas.
—¿Qué pasa con la Legión? ¿Cuál es su participación ahora mismo?
—La presencia de la Legión en Sanction —respondió el tercer Caballero— es escasa por el momento. Hay unos cuantos legionarios en los campos de refugiados del templo de los Místicos y en la ciudad. Que nosotros sepamos, no hay ninguno en el círculo más próximo de consejeros de Bight. A menos que os enteréis de algo importante, prescindid de la Legión. Son unos incompetentes.
Linsha reprimió una respuesta. Aquella afirmación no había venido al caso. La Legión era tan incompetente como los Caballeros de Solamnia. Todos habían cometido errores, pero también habían tenido sus éxitos. Sin embargo, el Círculo ni siquiera estaba dispuesto a cooperar. Un pequeño zarcillo de frustración empezó a enredarse en su mente. Probó con otra pregunta.
—¿Se sabe algo más sobre el buque a la deriva que llegó esta mañana?
—Lo que ya sabéis. Nadie sabe de dónde vino ni cuál fue la enfermedad que acabó con la tripulación. Uno de los sanadores de Bight está examinando a los muertos.
Linsha hizo una mueca de desagrado. No envidiaba la papeleta al sanador. Ya había tenido bastante con el olor a muerte de aquella mañana. Con ese calor, a esas alturas sería insoportable.
Bueno, daba la impresión de que los Caballeros estaban bien dispuestos a informar, de modo que Linsha formuló la pregunta que más le había estado rondando.
—¿Por qué quieren desacreditar a Hogan Bight?
Aunque no vio ni oyó, Linsha tuvo la sensación de que se había cerrado una puerta. Los Caballeros ni se movieron ni mostraron reacción alguna, pero había en torno a ella una tensión tan palpable como una inminente tormenta.
—Eso no necesitáis saberlo. Cumplid con vuestra misión, Dama. Eso es todo.
Linsha sabía que no tenía otra opción. Las órdenes del Círculo eran inapelables, y al margen de que estuviera o no de acuerdo con ellas, tenía que obedecer. El deber es lo primero.
Mantuvo una expresión impasible mientras saludaba a los Caballeros, que permanecieron inmóviles, y abandonó el lugar. Montó en Catavientos y, pensativa, hizo el camino de vuelta a la ciudad, llevando al establo a la fatigada yegua. El atisbo de frustración seguía acechando en sus pensamientos, ahondando en olvidados resentimientos y alimentado por su estricto sentido de la injusticia. En circunstancias normales es posible que no hubiera permitido que las órdenes del Círculo la afectaran tanto, pero esa tarde tenía calor y estaba cansada y casi había agotado su paciencia. Sin dejar de darles vueltas a sus pensamientos, Linsha volvió a su alojamiento, se deslizó sin que Elenor notara su llegada y volvió a su habitación. Aunque no hizo ruido con la puerta, su agitada entrada bastó para despertar a Varia.
La lechuza abrió los ojos a tiempo para ver una bota que atravesaba volando la habitación e iba a dar contra la pared.
—A menos que quieras ver subir a Elenor para averiguar qué pasa, será mejor que encuentres algo menos ruidoso que tirar —le aconsejó el ave.
Linsha se despojó de su túnica, la dejó caer al suelo en silencio y abrió el cofre que tenía junto a la cama sacando tres pequeñas bolas de cuero. Una por una las arrojó al aire y empezó a hacer juegos malabares. Las esferas subían y bajaban, rítmicamente, apaciguando su ánimo. Su hermano le había enseñado ese truco, y cada vez que se sentía agitada o confundida practicaba con ellas. Mientras las bolas estaban en el aire, tenía que centrarse en mantenerlas allí, lo que daba a su cuerpo tiempo para relajarse y le permitía a su mente olvidar los problemas. A menudo combinaba los movimientos con un conjuro de meditación que había aprendido de los místicos y que disipaba lo peor de su tensión y le hacía olvidar sus frenéticos pensamientos.
—¿Fue bien tu reunión? —preguntó Varia.
—Tuve que reunirme con el Círculo Clandestino —farfulló Linsha.
La lechuza emitió un suave ululato.
—¿Los tres Señores de Stealth?
—Creen que lord Bight me va a ofrecer un trabajo —añadió Linsha pasando por alto el tono irrespetuoso del animal.
—¿Ah sí? ¿Por qué?
Haciendo describir a las bolas un círculo constante, Linsha contó a su amiga todo lo que había pasado esa mañana y terminó con su entrevista con los Caballeros del Círculo.
Varia lanzó un chillido, un ruido parecido a un salterio desafinado. La lechuza era una virtuosa de los sonidos.
—Menudo día has tenido.
Las bolas se movían ahora con más rapidez.
—¿Sabes? No debería molestarme, ya que me comprometí a esto cuando Sir Liam me lo asignó. Él me explicó la importancia de mi tarea y el honor que implicaba este objetivo. Ya sabía en qué me metía.
—Pero no te gusta.
—¡No, no me gusta! Oh, al principio lo aguantaba. Resultaba divertido fingir que era otra persona. Ahora… esto de vivir en una mentira constante me parece algo sucio. Est Sularis oth Mithas. Mi honor es mi vida. ¡Vaya! ¿Qué honor hay en este subterfugio? ¿Cómo puedo colmar de honor a los Caballeros de Solamnia o a mi familia si dedico el resto de mi vida a actuar como una mercenaria dura, inescrupulosa que viste el uniforme de la Guardia?
Abruptamente recogió las bolas del aire y las dejó sobre la mesa.
—Me hicieron ir allí para decirme que querían encontrar una forma de desacreditarlo, de echar por tierra todo lo que ha hecho aquí —gruñó, sintiendo crecer por momentos su enfado por la actitud insensible y egoísta del Círculo.
—¿Por qué?
—No quisieron decírmelo.
—¿Y si no encuentras nada?
—No hablaron de esa posibilidad —respondió Linsha. Se dejó caer en una de las butacas y se quedó mirando al espacio.
Varia bajó de su percha. Batió las alas suavemente al volar y se posó en la mesa con un leve chasquido. Miró a la mujer con sus grandes ojos negros sin pestañear.
—Como por lo general las lechuzas somos más sabias que los humanos, te daré mi parecer y a continuación puedes hacer lo que quieras. Observa y espera. Si lord Bight acepta tu oferta, no dejes pasar la oportunidad. Estarás obedeciendo órdenes, y tal vez siguiendo el camino que el Destino ha reservado para ti. Eres una buena mujer, Linsha Majere. Sigue los dictados de tu corazón.
La boca de Linsha se plegó en una sonrisa irónica.
—Los dioses han desaparecido, Varia. El destino lo hacemos nosotros.
La lechuza rió suavemente.
—Tus dioses han desaparecido. ¿Quién sabe si no existen otros?
Un repentino bostezo tomó a Linsha por sorpresa.
—Ahora duerme —sugirió Varia con suavidad—. Tienes que patrullar dentro de unas horas.
—Gracias por el consejo —repuso Linsha, poniéndose de pie y estirándose. Los juegos malabares la habían ayudado, y también Varia.
El ritmo de su corazón se había aquietado y la tensión había desaparecido de su espalda y de sus hombros. El atisbo de frustración seguía allí, pero Varia tenía razón. Lord Bight, el Círculo, los guardias, todo podía esperar, al menos hasta que ella hubiera dormido algunas horas.
Linsha rascó a la lechuza en el cuello, donde más le gustaba, luego se tendió en la cama y se quedó dormida antes de que su cabeza hubiera tocado siquiera la almohada.
Varia se atusó las plumas. Sin hacer ruido se desplazó hasta el cabecero de la cama, donde se posó tan quieta como una talla para velar a la mujer durmiente y esperar la llegada de la noche.