Los otros hombres repararon entonces en Linsha, y ésta se apresuró a saludar a los dos oficiales, el comandante Ian Durne y su ayudante, el capitán Alphonse Dewald.
—Señor —se dirigió al comandante Durne—, tengo un mensaje para lord Bight de parte del capitán de puerto.
—Dádmelo —pidió lord Bight.
Linsha sintió que el sudor le corría por la espalda. Se estaba asando dentro de su pesada túnica roja, y la excitación nerviosa se sumaba al calor. Ahora estaba cara a cara con el polémico lord Hogan Bight, y no quería quedar como una tonta. Giró ligeramente en su dirección y le repitió el mensaje del capitán de puerto.
Gritos de consternación surgieron de los otros hombres que la interrumpieron antes de que pudiera terminar.
—¡Un barco a la deriva! —gritó Lutran el Viejo—. ¿En nuestro puerto? ¿Cómo pudo atravesar nuestras defensas algo así?
El granjero tenía una expresión taciturna.
—¿Y todos los tripulantes muertos? ¡Un mal presagio!
El capitán Dewald preguntó:
—¿Quién está al mando de tu patrulla? ¿Están todavía en el muelle?
Irritada por no poder terminar de dar su mensaje, Linsha arrugó los labios. Imponiéndose al ruido, levantó la mano y dijo en voz muy alta:
—Disculpen, caballeros.
Los hombres se sobresaltaron y guardaron silencio. Con una expresión suave, dijo cortésmente:
—En primer lugar, el barco tenía las velas desplegadas y llevaba una dirección fija. Hasta que pasó por delante del práctico no se dieron cuenta de que había algo raro. En segundo lugar, no sé si todo el mundo está muerto, puesto que el barco no había sido inspeccionado a fondo cuando me fui. En último lugar, el sargento Ziratell Amwold está al mando de mi patrulla. Está vigilando el muelle y el barco para que nadie suba a bordo sin la autorización del capitán de puerto. Ahora, excelencia —siguió hablando, volviendo la vista hacia lord Bight—. ¿Puedo continuar?
Él no había dicho una palabra ni había hecho un solo movimiento durante su discurso, pero su mirada atenta y la tensión acumulada en su postura revelaban que estaba muy atento. Se equivocaba o ¿le había parecido ver una leve sonrisa dibujada en su rostro?
—Señor, el capitán de puerto ha mandado a buscar a un sanador y ha restringido el acceso al buque a la deriva. Os envía recado de este contratiempo por si queréis inspeccionarlo vos mismo.
Durante un largo instante, lord Bight reflexionó sobre el mensaje, y sobre su portadora, antes de volverse en dirección a los funcionarios de la ciudad:
—Buenos días, caballeros —dijo—. Tendré sus preocupaciones en cuenta. Comandante Durne, acompáñeme a los muelles. Quiero hablar con el capitán de puerto.
Los dos funcionarios intercambiaron comentarios, hicieron una reverencia y se retiraron, dejando a lord Bight con sus guardias.
—¿Cómo os llamáis? —le preguntó a Linsha—. Me resultáis familiar.
—Lynn de Gateway. Probablemente no lo recordéis, pero traje varias alforjas llenas de cristales del valle del Cristal a vuestro palacio hace algún tiempo. Uno de vuestros agentes me las compró.
—Ah, sí. La amiga de Lonar, la navajera de los barrios bajos. Por lo que veo habéis puesto vuestra espada al servicio de la ciudad.
Linsha estaba sorprendida de que la recordara. Sin embargo, lord Bight era conocido por su increíble memoria, y Lonar, uno de sus mejores oficiales, no había vuelto del fatal viaje al valle del Cristal. Se apartó un rizo castaño rojizo de la frente. Hacía tiempo que quería llamar la atención de lord Bight, y ahora la tenía. ¿Cómo sacar el máximo provecho de ella sin presionar demasiado?
—Sanction me ha enseñado muchas cosas, excelencia —lo cual era cierto—. He encontrado más oportunidades aquí para desarrollar mis habilidades que en cualquier otro lugar. He descubierto que me gusta este trabajo.
Lord Bight hizo un gesto de aprobación con la cabeza sin dejar de evaluarla con la vista, desde las botas abrillantadas hasta el sombrero adornado con una pluma.
El comandante Durne y su ayudante esperaron en silencio, con expresión vigilante.
Linsha respiró hondo, dejó que su mano descansara levemente sobre la empuñadura de la espada, y se lanzó a fondo.
—Señor, me gustaría hacer más. Si puedo serviros de alguna manera…
El comandante Durne la interrumpió con un irritado exabrupto.
—El gobernador no necesita mercenarias ambiciosas que le ofrecen servicios inciertos.
Linsha se ofendió ante la insinuación.
—Mis servicios se limitan estrictamente a la espada y el caballo, comandante.
Hogan Bight alzó la mano para cortar la respuesta de Durne.
—Os agradezco vuestra iniciativa, joven. No tengo nada que ofreceros por el momento, pero si servís bien a mi ciudad, os tendremos en cuenta en el futuro.
Bueno, lo había intentado. Linsha sabía que no ganaría mucho con insistir sobre el tema. Se inclinó ante lord Bight y se apartó respetuosamente para permitir que los hombres bajaran las escaleras de la torre. En la parte de abajo, los dos oficiales y lord Bight ordenaron que les llevaran los caballos, pero observaron con gran atención mientras Linsha saltaba con ligereza sobre el lomo de su yegua.
—¿Tenéis caballo propio? —le preguntó el comandante Durne.
—Fue un regalo de mi padre —contestó Linsha—. Disfruto de su compañía.
El comandante Durne montó su caballo, un semental de color y constitución parecidos a los de Catavientos.
—Creo que vuestra patrulla debería de haber terminado su turno al amanecer. ¿Tenéis órdenes de volver con el sargento Amwold? —Ante su respuesta afirmativa, hizo una señal al capitán Dewald para que cabalgara junto a lord Bight, y él situó su caballo al lado de la yegua de Linsha—. Entonces acompañadnos de vuelta al puerto. Me gustaría hablar con vos.
Linsha sintió que sus nervios se tensaban como la cuerda de un arco, aunque no estaba segura de si era por cautela o por prevención. El comandante Ian Durne, capitán de la guardia personal del gobernador y comandante de su guardia personal, era el ayudante de confianza de lord Bight y probablemente el hombre más poderoso del gobierno de Sanction después de él. No sólo era extremadamente eficiente en el cumplimiento de su deber, sino que también era muy apreciado. Encantador, carismático y un pícaro atractivo, algunas veces le parecía casi demasiado perfecto a Linsha, quien habría preferido a alguien un poco menos eficiente y más accesible. Sus claros ojos azules eran de una transparencia irritante y una acuosidad helada que hacía sentir a los demás que era capaz de vencer cualquier norma social con una simple mirada. Pocas personas podían mirar al comandante Durne a los ojos durante mucho tiempo sin sentirse cohibidas.
Por suerte, Linsha no tuvo que pasar el examen de su mirada por el momento, ya que los cuatro jinetes estaban demasiado ocupados guiando a sus caballos a través de la bulliciosa plaza de armas y el campamento hacia la Puerta Este.
—Os pido disculpas por haber sido antes tan brusco —dijo Durne—. Nos bombardean constantemente con ofertas de servicio a su excelencia, y no todos los aspirantes están motivados por el altruismo.
Su tono era ligero e informal, pero Linsha intuyó el acero que se escondía tras el terciopelo. Bufó ostensiblemente, como una mercenaria sin pulir con escasas habilidades sociales. Había pulido un poco el carácter salvaje y ordinario de Lynn en los últimos meses para que su personaje fuera más aceptable a los ojos de los guardias, pero no pasaba nada por conservar un poco la apariencia.
—Aspirantes como yo, queréis decir. Egoístas y vulgares en busca de unas monedas extra, o un infiltrado de los Caballeros de Takhisis que venderían a su madre para conseguir el trabajo.
El comandante enarcó una ceja y empezó a repasar más nombres en su mano enguantada.
—Sin mencionar a los fastidiosos legionarios, los irritantes solámnicos, los secuaces del dragón negro, Sable, los ogros de Blöde…
Linsha soltó una repentina carcajada y terminó la lista por él:
—También espías, piratas, estafadores, ladrones, asesinos y soplones a los que les encantaría sustituir o destituir o matar a lord Bight.
—Trabajar para lord Bight no es fácil. Exige valor, habilidad y lealtad absoluta.
—Ya veo. Pero tenedme en cuenta no obstante.
—¿Por qué? —quiso saber.
Linsha dudó, buscando las palabras adecuadas que no sonaran demasiado arrogantes o falsas. Señaló con un gesto la ciudad que los rodeaba.
—Me gusta lo que ha hecho aquí. Quiero que continúe.
Él asintió.
—Me parece justo. Tendremos en cuenta vuestra oferta, Lynn de Gateway.
Y eso es todo, según él, pensó Linsha. Bueno. Merecía la pena intentarlo. Se enjugó el sudor de la frente otra vez y se dio cuenta por primera vez en toda la mañana de lo cansada que estaba. Había sido una larga noche de patrulla. Lanzó un suspiro. Habría preferido no tener que sentarse con la espalda tan recta sobre la montura. Le habría gustado relajarse, pero el comandante Durne cabalgaba a su lado, tieso como la mojama de cintura para arriba. Era un jinete nato, uno de esos nacidos para sentarse en una silla de montar, y se dejaría freír viva antes que dejar que aquel oficial demostrara ser mejor jinete que ella.
Cabalgaron en silencio un rato mientras atravesaban la puerta y se adentraban en la ciudad propiamente dicha. Era mediodía y empezaba a hacer bastante calor.
—¿Habéis nacido en Gateway? ¿O simplemente tomasteis ese nombre? —preguntó de repente Durne.
El corazón de Linsha se detuvo un instante. Era una pregunta casual, pero viniendo del comandante Durne, podría esconder un montón de trampas. Aparentando despreocupación, bostezó y señaló hacia el norte con indiferencia.
—Nací allí. Sin embargo, no me quedé mucho tiempo. Sentía deseos de viajar. Caergoth. Toda la zona alrededor del Nuevo Mar. Khuri-Khan. Pasé algún tiempo en Neraka.
—Neraka —repitió él—, creía que no os gustaban los Caballeros Negros.
Se encogió de hombros.
—Y no me gustan. Demasiadas reglas. Demasiado concentrados en su diosa negra. Si queréis mi opinión, una diosa que abandona a sus seguidores en mitad de una guerra sangrienta no vale ni el escupitajo que hace falta para sacar brillo a su altar. No, no me quedé demasiado tiempo en Neraka.
El tono suave del comandante continuó.
—¿Cuánto tiempo lleváis aquí?
—Llegué con una caravana proveniente de Khur hará ocho años —lo cual era absolutamente cierto.
Linsha había aprendido pronto que las mejores mentiras eran las que estaban entretejidas con la mayor cantidad de verdad posible. Le echó una mirada de reojo al perfil de Durne y preguntó:
—¿Y vos, de dónde sois?
Ya lo sabía por los escasos informes solámnicos sobre él, pero también había aprendido que era más seguro escuchar que continuar mintiendo.
Sus fríos ojos azules siguieron escudriñando la calle que tenía por delante al tiempo que respondía en tono misterioso:
—Port Balifor, antes de la guerra.
Linsha vio brillar una chispa de ira en su rostro. Parecía que el férreo comandante albergaba algún tipo de sentimientos detrás de su controlado exterior. No es que no tuviera buenas razones. Durne había visto más de treinta y cinco años, así que tenía edad suficiente para recordar Port Balifor antes de la Guerra de Caos y de la llegada de los grandes dragones, cuando era un puerto pacífico y floreciente de la bahía de Balifor. La llegada del dragón rojo, Malystryx, había cambiado todo aquello, y ahora los que quedaban en Port Balifor apenas conseguían subsistir miserablemente bajo las garras despiadadas del señor dragón. Pensó en la posibilidad de hacerle más preguntas al respecto, si había perdido familiares o fortuna en Port Balifor, pero la frialdad de su mirada y la expresión de amargura de su rostro la disuadieron de ello. No quería molestar al comandante en ese momento.
Estaba a punto de cambiar de tema cuando los almacenes y los edificios que los rodeaban dejaron paso a los atestados muelles y las relucientes y tranquilas aguas del puerto de Sanction. La actividad en los muelles había ido en aumento a medida que avanzaba la mañana y, a pesar de la colisión en el muelle sur, habían llegado varios barcos nuevos y habían atracado en los muelles menores de la parte norte.
Uno de ellos, distinguió Linsha, era una galera que transportaba pasajeros de varios puertos del Nuevo Mar. Sabía que algunos de ellos probablemente serían refugiados que huían de la depredación de los grandes dragones y que buscaban empezar una nueva vida en la relativa libertad de los dominios de lord Bight. Los refugiados habían estado llegando a Sanction durante años, formando una de las poblaciones más heterogéneas de Krynn. Los otros dos barcos enarbolaban la bandera de Solamnia y probablemente llevaban alimentos para intercambiarlos por los famosos quesos de Sanction, los productos volcánicos y la lana.
En el muelle sur, la multitud de papamoscas que estaba al lado del buque a la deriva y su desventurada víctima había crecido, dificultando el trabajo de los obreros de los muelles y bloqueando el paso de lord Bight. Afortunadamente, el sargento Amwold había previsto esta dificultad y había pedido refuerzos. Había un vigía situado en el extremo del malecón, y nada más aparecer lord Bight y los demás, se llevó a los labios una pequeña corneta y produjo una sola nota. Las cabezas se volvieron y la gente se hizo rápidamente a un lado para dejar paso al lord gobernador. Una segunda patrulla se puso en movimiento y formó a la cabeza del grupo del gobernador para escoltarlo hasta el barco. Los jinetes desmontaron, dejando sus caballos con el vigía.
Linsha formó detrás del comandante Durne y siguió a los hombres por el malecón, pasando por delante de los curiosos mirones. Se fijó en la actitud respetuosa de la heterogénea multitud y en las miradas ávidas que la gente dirigía a lord Bight. Incluso los minotauros y los kenders tendían a prestar atención cuando lord Bight estaba cerca.
Tan pronto como el lord gobernador llegó a donde estaban los barcos, el capitán del Whydah, el segundo de a bordo y el capitán de puerto se apresuraron a recibirlo. Agitado y temeroso, el capitán fue el primero en tomar la palabra, con una voz demasiado estridente y acompañándose de gestos exagerados. Lord Bight escuchó pacientemente. Cuando el capitán terminó, el capitán de puerto condujo al gobernador a bordo del Whydah y describió lo que había visto hasta el momento en el buque a la deriva.
Tras asentir brevemente al sargento Amwold, el comandante Durne y el capitán Dewald se apresuraron a seguir a lord Bight. Linsha se pegó a sus talones. Nadie le había ordenado asistir, pero tampoco la habían despachado, y estaba ansiosa por permanecer a la vista de lord Bight tanto tiempo como fuera posible.
Formando un grupo, el gobernador, el capitán de puerto, el segundo de a bordo y los tres guardias pasaron por encima de los restos de la barandilla y el aparejo hechos astillas y subieron a bordo del mercante. El capitán del Whydah se quedó atrás.
Linsha paseó su mirada por la cubierta vacía, con los ojos bien abiertos. A esas alturas, el calor del día había aumentado el hedor que despedían los muertos hasta hacerlo casi insoportable. Se tapó la nariz con la mano e intentó respirar únicamente por la boca. Para calmar las arcadas que le producían las náuseas, se dirigió al palo mayor roto y se apoyó en el maderamen caído.
—He mandado llamar a un sanador para examinar estos cuerpos —oyó que decía el capitán de puerto mientras ella subía a la cubierta superior—. Esta enfermedad que los ha afectado no se parece a ninguna que haya visto. —Se dio la vuelta y lo vio levantar la mortaja que cubría al capitán Southack para enseñarles a los hombres los estragos que había causado la enfermedad.
La expresión de lord Bight era enigmática, pero su voz se volvió extrañamente compasiva.
—Murieron con gran sufrimiento. Es un destino que no le deseo a nadie.
El semielfo asintió, colocando de nuevo la mortaja con manos delgadas y reverentes.
—Recomiendo que quememos este barco tan pronto como hayamos terminado las investigaciones.
Lord Bight se mostró de acuerdo.
—Hacedlo. Los cuerpos también. Que lo remolquen fuera del puerto y lo rocíen con petróleo para que arda bien. No quiero que ningún resto sea arrastrado a la orilla. Trataremos con los armadores más adelante.
Desde su posición en la cubierta inferior, Linsha fue la primera en oír el extraño ruido. Hondo y lastimero, provenía de algún lugar cerca de sus pies. Se puso rígida y escuchó con atención. Se oyó otra vez, como el aterrado gemido de un niño angustiado.
—Señor —dijo—, creo que hay alguien vivo aquí abajo.
—Pero si están todos muertos —exclamó el segundo de a bordo, sorprendido.
Sin articular una respuesta, Linsha trepó por la maraña de cuerdas y madera astillada hasta una escotilla que podía ver cerca de la proa del mercante. No era una experta en diseño de barcos, pero sabía que la mayoría de las embarcaciones poseían una cabina para guardar las velas cerca de la proa, y parecía probable que los tristes y miserables gemidos que estaba oyendo provinieran de ahí.
Oyó a alguien a su espalda que hacía a un lado los escombros para reunirse con ella. Tan pronto como despejó la escotilla y se inclinó para abrirla, lord Bight acudió en su ayuda. En un esfuerzo conjunto, abrieron la escotilla y dejaron que la luz del pleno día cayera sobre las lúgubres tinieblas.
Como Linsha había supuesto, la escotilla daba paso a una pequeña escalera que bajaba a dos amplios compartimientos que se usaban para almacenar velas. Al pie de la escalera estaba acurrucado un hombre vestido con unos pantalones y una camisa hechos jirones. Cuando la luz lo tocó, se cubrió la cabeza con los brazos y gritó como si sufriera un dolor mortal. Con la rapidez que da la desesperación, se apoderó de un chafarote que había en un rincón sombrío y trepó rápidamente por la escalera como una bestia enfurecida.
Linsha tuvo apenas unos segundos para desenvainar su espada y arrojarse delante de lord Bight para desviar el salvaje ataque del marinero. Sus hojas se cruzaron con un sonoro choque. Se dio cuenta de inmediato de que el joven estaba demasiado enfermo para luchar. Con gran pericia atrapó su hoja con la suya, la giró y arrojó el chafarote al agua. Con una mirada de terror, el marinero la esquivó y se escabulló hacia la barandilla del puerto.
Linsha palideció al ver su rostro. Había sido un hombre guapo, pero la enfermedad había marchitado sus facciones, cubiertas ahora por manchas rojas y moradas. Los ojos y la boca rezumaban sangre y las ropas estaban manchadas de vómito. Envainó la espada y se acercó a él, pero huyó de ella hacia el aparejo del palo mayor que todavía se sostenía sobre la cubierta del barco. Rápido como una ardilla, trepó hasta la cofa que estaba cerca de la punta del largo mástil. La cofa era poco más que una plataforma redonda y una cuerda de seguridad, y tenía un aspecto demasiado precario para un hombre consumido por la fiebre.
Linsha ni siquiera dudó. Subió todo lo rápido que pudo por los aparejos hasta la cofa con la esperanza de poder tranquilizar al marinero enfermo y convencerlo para que bajara de su peligrosa posición.
Rolfe, el segundo de a bordo del Whydah, se apresuró a ayudarla. Trepó por los aparejos de estribor, con la intención de cortar esa vía de escape.
El marinero estaba fuera de sí. Infectado por la enfermedad, con la mente enloquecida por la fiebre y las alucinaciones, sólo veía enemigos tratando de alcanzarlo.
—¡No! —les gritó desde arriba—. ¡Dejadme en paz!
Su terror le rompió el corazón a Linsha.
—No pasa nada —le dijo con voz suave—, no queremos haceros daño.
—¿Hacerme daño? —gritó, al borde del histerismo—. ¿Cómo podéis hacerme más daño? —Se colgó del mástil y dirigió una mirada enloquecida a las dos personas que se acercaban a él.
Linsha aflojó el ritmo de su ascenso y agarró las cuerdas para inclinarse hacia atrás y que él pudiera verla mejor.
—Por favor, bajad. Estamos aquí para ayudaros.
—No hay más ayuda. Sin agua. Sin medicinas. Todo agotado. Todos muertos.
Balbuceaba, escupía gotas de flemas y sangre al tiempo que agitaba la cabeza adelante y atrás.
Rolfe estaba cerca ahora, casi podía tocar la cofa. Miró a Linsha como preguntándole: «¿Y ahora qué?».
Se limpió el sudor de la frente con la manga de la camisa y lentamente dio un paso más hacia arriba hasta que su cabeza estuvo al mismo nivel que la plataforma de la cofa.
—Tranquilo —dijo con calma—. Sólo queremos ayudaros. ¿Queréis un poco de agua?
Los ojos inyectados en sangre del marinero parpadearon en dirección hacia ella. Respiró jadeante, hablando entrecortadamente.
—Ayudarme —repitió con la voz ronca por el terror—. Agua.
Linsha vio a Rolfe subir por las cuerdas y lentamente estirar el brazo por encima de la plataforma para coger al marinero por la pierna. Pensó que no era muy buena idea hasta que captó su atención y señaló hacia abajo. En la cubierta que había debajo de ellos, vio a lord Bight, a los dos guardias y al capitán de puerto. Habían encontrado un trozo de vela y la habían extendido como una red para coger a cualquiera que cayera. Quizá fuera lo mejor, pensó. Si ella y el segundo de a bordo no podían convencer al marinero para que bajara del aparejo, cabía la posibilidad de que tuvieran que empujarlo. Mientras tanto, los guardias, los marineros y los espectadores que estaban en el malecón observaban con ruidosa excitación.
Arriba en la cofa, la mano de Rolfe se cerró de repente en torno a la pierna del joven. Con un chillido, el marinero se soltó violentamente, pasó por encima de la cabeza de Linsha, y gateó hacia la verga.
—¡Esperad! —gritó Linsha—. Por favor…
Se impulsó hacia arriba y sobre la verga de madera, y gateó despacio hacia él. La verga, sobrecargada por las velas caídas y el peso del hombre, se sacudió bajo su peso. Se agarró a ella con todas sus fuerzas, con la mirada clavada en el marinero.
Éste se apartó de ella hasta que no pudo ir más lejos, y ahí se detuvo, donde el final de la verga sobresalía por encima del agua. Le temblaban los brazos y las piernas, y su cuerpo se balanceó.
Linsha le alargó la mano con cuidado.
—Venid aquí. Encontraremos medicinas y agua para vos. Os encontraremos un lugar para descansar.
Un profundo sollozo de dolor sacudió su cuerpo entero. Por un momento, Linsha tuvo la esperanza de haberlo convencido. Levantó la mano en dirección a la de ella, y su rostro se relajó en una expresión de paz. La esperanza duró lo que un latido.
De repente, los ojos inyectados en sangre del marinero se pusieron en blanco, le fallaron los músculos y, tras resbalar por la estrecha verga, se precipitó al agua.
Linsha se lanzó hacia él, pero su mano no llegó a tocar las del hombre. Un instante después, tuvo que preocuparse de sí misma. Su equilibrio, ya inestable sobre la verga oscilante, se volvió aún más inestable con el repentino movimiento e hizo que se balanceara hacia un lado. La parte de arriba de su cuerpo se escurrió fuera del astil, y se encontró colgando por los pies de la verga.
Rolfe emitió un grito sofocado y gateó hacia ella.
Se oyeron gritos de la multitud que estaba en los muelles cuando el cuerpo del marinero golpeó con el agua y desapareció con un chapoteo de blanca espuma. Después todas las miradas se dirigieron hacia la mujer que pendía sobre la cubierta del buque a la deriva.
Linsha intentó desesperadamente agarrarse a una vela. Podía sentir cómo resbalaban sus pies. Sus botas estaban hechas para andar, no para agarrarse a la pulida superficie de un astil de madera. No había tiempo para encontrar un trozo de cuerda apropiado o un salvavidas. Sus pies resbalaron y el peso del cuerpo hizo que se soltara de las pesadas velas. Cayó, agitándose, en dirección a la cubierta que estaba a casi nueve metros de distancia.
La caída fue tan rápida que Linsha no tuvo casi tiempo de respirar hondo y obligar a su cuerpo a relajarse antes de aterrizar con un fuerte golpe en medio de la vela. Los cuatro hombres le sonrieron, complacidos por haber tenido éxito. Los espectadores prorrumpieron en un estrepitoso aplauso.
—Gra-gracias —dijo Linsha sin aliento.
—Lynn de Gateway, o sois increíblemente valiente, o increíblemente necia —dijo lord Bight mientras le ofrecía la mano para ayudarla a levantarse.
Linsha se puso en pie y miró por la borda hacia el lugar donde el marinero había desaparecido. No había señales de él en las cálidas y oscuras aguas debajo del barco.
—Fue un valiente intento —dijo el comandante Durne a su lado.
—Pero inútil —respondió con tristeza.
La excitación había desaparecido de repente y la había dejado exhausta y sin fuerzas. Se sostuvo lánguidamente, con un abatimiento que parecía impedirle pensar y que la dejaba sin energía. Dirigió una mirada al lord gobernador y vio que ya se había alejado y estaba hablando con el capitán de puerto sobre el dañado Whydah y la mejor manera de separar ambos barcos sin hundir el buque de carga. Emitió un leve suspiro. Su encuentro con él ciertamente había tomado un cariz inesperado, pero ya había acabado. Había sido un día muy largo y una mañana muy emocionante. Lo que quería ahora era ir a su alojamiento, donde podría dejar de fingir y ser ella misma durante un rato. Tiempo para pensar, tiempo para descansar.
El comandante Durne entendió su cansancio. Él también había sentido la pérdida de fuerzas y de fuerza de voluntad después de un gran esfuerzo. Inclinó la cabeza ligeramente hacia ella con una señal de respeto por alguien de rango inferior.
—Le diré al sargento Amwold que tenéis permiso para marchar. Podéis volver con vuestro caballo.
Se apartó el pelo húmedo de la cara, terminó el movimiento con un saludo y se dio la vuelta en dirección al muelle.
El comandante Durne se quedó observándola pensativo hasta que su silueta se perdió entre la bulliciosa multitud.