26

El mercado Souk estaba cerrado por la noche, y por las calles no circulaba nadie más que la patrulla ambulante de los guardias de la ciudad. Muchos de los puestos estaban vacíos, abandonados porque sus dueños habían muerto o habían dejado la ciudad o porque había falta de mercancías. El mercado tenía un aspecto desolado que ni siquiera la noche era capaz de disimular.

Linsha iba a toda prisa detrás de Varia hacia una pequeña armería que había en el lado sur del mercado. Lady Karine regentaba la tienda para encubrir sus actividades y vivía en una pequeña casa situada detrás. No estaba segura de que Karine estuviera allí, pero era el mejor lugar para empezar. Como esperaba, la tienda estaba cerrada y atrancada, de modo que golpeó discretamente.

Tuvo que insistir varias veces antes de que el aprendiz de Karine asomara por la tienda en camisa de dormir y con una lámpara en la mano.

—¡Está cerrado! —gritó desde el otro lado de la tienda.

Linsha espió por la pequeña mirilla de la puerta.

—Necesito hablar con lady Karine… —trató de decir.

—Está cerrado —volvió a gritar.

Linsha se acercó a los postigos de tablillas que cubrían el gran escaparate y gritó:

—Eh, que soy Lynn. Necesito entrar.

—Idos, está cerrado.

Linsha dejó de lado la cortesía. Había un banco pesado y tosco contra la pared de la tienda de al lado y, como era una especie de bien mostrenco, no estaba sujeto a nada. Linsha lo levantó una vez y lo descargó contra el escaparate cerrado. El cristal que había detrás hizo un ruido satisfactorio cuando los postigos golpearon contra él.

—¡Eh! —desde dentro se oyó una protesta seguida de varios juramentos.

Linsha repitió el golpe y esta vez los postigos se desprendieron de sus goznes y se abrieron. Linsha asomó la cabeza y echó una mirada furiosa al pasmado aprendiz.

—Ahora está abierto —le informó.

Antes de que el chico pudiera impedírselo, arrojó el banco por el escaparate y trepó detrás de él.

—Soy la Dama de la Rosa Linsha Majere y quiero ver a Karine. ¡Ahora!

El joven se cruzó de brazos con gesto de obstinación.

—Es tarde. Está durmiendo.

La furia de Linsha subió de tono y se convirtió en una llamarada. Este joven Caballero podía ser el guardaespaldas de lady Karine, pero se estaba extralimitando.

—Pues despertadla. Decidle que venga enseguida. Máximo secreto.

El aprendiz resopló ante su impaciencia.

—¿Se trata de alguna emergencia?

Linsha respiró hondo y pronunció las palabras lentamente para que se entendieran.

—Sí. Por favor, hacedla venir antes de que los Caballeros Negros reduzcan esta ciudad a cenizas en torno a vuestra cabeza de imbécil.

El aprendiz levantó las manos.

—Está bien. Está bien. —Se volvió para salir y luego le echó una mirada furiosa—. Pero pagaréis el escaparate.

Linsha hizo una mueca a sus espaldas. En cuanto se perdió de vista empezó a rebuscar por las estanterías y anaqueles hasta que encontró una espada y dos dagas que le gustaron. Ya armada, empezó a recorrer la habitación arriba y abajo, sintiéndose tensa e irritable. Encontró una pequeña lámpara y la encendió, y bajo la escasa iluminación siguió paseando de un lado a otro pensando qué le diría a su comandante.

No le hacía mucha gracia informar a lady Karine, que lo transmitiría todo a los jefes del Círculo, ya que su conducta en este caso no había sido ejemplar. No había desacreditado en absoluto a lord Bight, el único informe que había presentado había sido una breve descripción de su reunión con Sable y, para colmo de males, se había enamorado como una tonta del comandante de los guardias de lord Bight. Además, le había tomado mucho afecto al gobernador. Al Círculo no le gustaría enterarse de todo eso.

De todos modos, esperaba que lady Karine no se parara ahora a mirar sus fallos e hiciera lo que pudiera para acudir en ayuda de lord Bight y la ciudad. El Círculo podría darle una reprimenda más tarde si eran capaces de ver más allá de sus prejuicios egoístas y miopes y… Linsha cortó su pensamiento por la mitad. Otra vez estaba dejándose llevar por el enfado que le producía toda esta situación. No podía dejarse llevar por sus emociones ni revelar sus ideas más íntimas.

Unos pasos presurosos la sacaron de su ensimismamiento. Se detuvo y quedó a la espera hasta que la Dama Karine Thasally entró en la tienda.

La Dama, de elevada estatura, saludó a Linsha con una inclinación de cabeza y luego hizo a su guardia una seña para que se retirara y cerrara la puerta al salir. Karine echó una mirada a la tienda, examinó el banco, la vidriera rota y las dagas en el fajín de Linsha con expresión flemática. Aunque se había vestido apresuradamente, lo había hecho a conciencia, y estaba preparada para cualquier emergencia que pudiera surgir, pero de todos modos estaba un poco sorprendida por la vehemencia de Linsha.

—¿Qué sucede, Lynn? —preguntó con frialdad—. No se os suele ver tan agitada.

Linsha apreció una nota de disgusto en la voz de su comandante que disparó una pequeña alarma en su cerebro. Lady Karine era una mujer semielfo, alta y rubia, de indudable competencia y por lo general su relación con Linsha era afable. Pero esa noche había un trasfondo en su voz que no había notado antes, una vibración subyacente de tensión y agresión. Puede que se debiera al miedo de vivir entre los estragos de la peste, o tal vez fuera simple irritación por haber sido despertada en mitad de la noche y haber encontrado su escaparate hecho trizas. Fuera cual fuere la causa, Linsha decidió ir con pie de plomo.

Se colocó en el centro de la habitación y en un informe tan conciso y despojado de emoción como pudo, puso a Karine al corriente de hechos que consideraba suficientemente importantes para que los conociera. Le habló de la muerte del capitán Dewald y del paquete que le había entregado, de la información arrancada por Mica al espíritu del capitán Southack y de la muerte del enano sanador en manos del Caballero de la Calavera. Pasó luego a explicar el plan de lord Bight para aliviar la presión dentro del volcán y acabar con la amenaza de la cúpula volcánica.

Lady Karine la miró ceñuda.

—Si no he entendido mal, los Caballeros Negros introdujeron esta plaga en la ciudad para debilitar la resistencia, ordenaron a su agente encubierto asesinar a lord Bight y tienen pensado atacar la ciudad en el momento en que sepan que está muerto.

Linsha asintió desplazando el peso de su cuerpo de uno a otro pie. Llevaba meses sin hablar directamente con lady Karine y no tenía ni idea de lo que pensaba la mujer comandante sobre los deseos de su superior de reemplazar a lord Bight.

—El plan está bien pergeñado —admitió Karine pensativa—. Defender a esta ciudad contra una invasión desde el mar podría ser difícil en este momento.

—Gracias a Mica tenemos información que podría ayudarnos a encontrar una curación para la peste y a detener a los Caballeros Negros —continuó Linsha apresuradamente—. Pero ha pasado mucho tiempo. Tenemos que actuar con rapidez… convocar a los demás, alertar a la guardia de la ciudad. Por favor, necesito vuestra ayuda.

—¿Conoce alguien más esta información? —preguntó Karine.

Linsha pensó en Shanron y decidió medir sus palabras.

—No, todavía no —dijo.

—Bien, cuantas menos interferencias, mejor.

Un sentimiento de impotencia se hizo cuerpo en ella y sintió crecer su enfado.

—No podemos quedarnos sentadas sin hacer nada —insistió—. Debemos ayudar a lord Bight.

—Lynn, puedo entender vuestra reacción porque no conocéis nuestros designios. No tenemos intención de salvar a lord Bight. Nuestro deseo es que lord Bight deje su puesto para colocar en él a un líder más adecuado.

Linsha sintió que su frustración aumentaba. Lady Karine hablaba como los líderes del Círculo.

—¡Más adecuado! —explotó—. No hay un hombre más adecuado para ser gobernador de Sanction. Ama esta ciudad y es suficientemente duro para mantenerla a raya. Preferiría enterrarla bajo tierra con el pueblo de las sombras antes que permitir que cualquier orden o usurpador cambiara esta ciudad. No hará ningún trato ni con los Caballeros de Takhisis ni con Sable ni con nadie más. Entonces ¿por qué los solámnicos no pueden tratar simplemente de colaborar con él?

Karine no se movió.

—No sabéis lo suficiente sobre los planes del Círculo como para comprender lo que está sucediendo —dijo secamente.

—¡No me menospreciéis! —gritó Linsha—. Comprendo mi misión perfectamente. Lo que no entiendo es por qué todos insisten en que hay que sacar de en medio a lord Bight —una sospecha terrible se apoderó de ella y se preguntó por qué decían tanto «nuestro» y «nosotros» cuando era el Consejo de Solamnia el que dirigía las actividades del Círculo—. ¿Cuenta esta decisión con la aprobación del consejo? ¿Sabe el Gran Maestre Ehrling lo que el Círculo está intentando hacer aquí?

El rostro delgado de Karine era impenetrable.

—Al parecer sois vos la que se ha involucrado demasiado como para actuar con eficacia —dijo, pasando por alto la pregunta de Linsha.

Linsha sintió que le recorría un escalofrío de aprensión como si fuera una ráfaga helada. Lady Karine, lo mismo que los líderes del Círculo, tenía autoridad suficiente para relevarla de su deber y, en el peor de los casos, renegar de ella e incluso expulsarla de la orden si les parecía oportuno. Si estaban tramando algo sin el conocimiento o el permiso del Gran Consejo de la Orden, podrían hacerla desaparecer y nadie sabría jamás la verdad. Con decisión sepultó su furia en un rincón profundo de su corazón y se obligó a someterse.

—Dama, os pido perdón por mis dudas. Estoy cansada y preocupada por nuestra gente. Sólo he venido aquí a advertiros del posible ataque y a pedir consejo.

—Entonces, escuchad bien —dijo la comandante fríamente—. Os ordeno que os retiréis. No volváis al palacio ni llevéis vuestra información a lord Bight. Presentaos a lady Annian y quedaos con ella para ayudar a organizar la defensa contra los Caballeros Negros. No hagáis nada más.

Linsha sintió que la sangre le subía a la cara. Su respiración se hizo más difícil y más rápida y tuvo que hacer uso de todo su autocontrol para que su voz sonara tranquila.

—¿Y qué pasa con lord Bight?

—El Caballero de la Calavera solucionará ese problema por nosotros. Enviaremos a nuestros Caballeros para que lo detengan antes de que pueda avisar a sus fuerzas.

Linsha agradeció íntimamente a lo más sagrado el hecho de no haber mencionado a Shanron. Si todo lo demás fallaba y la detenían por la fuerza, Shanron tendría la información de Mica sobre los Caballeros Oscuros, la peste y su causa.

—¿Y la ciudad? ¿Tenéis pensado dejar que Sanction sucumba bajo esta peste y bajo las espadas de los Caballeros Negros?

—Por supuesto que no. Haremos lo que podamos para ayudar. Si todo sale según los planes, la ciudad sobrevivirá.

«Pero no así lord Bight», se dijo Linsha. ¡Eso no podía estar bien! No había ni honor ni justicia en esa acción. No había nada en la Medida que justificara que los Caballeros de Solamnia permaneciesen expectantes y permitiesen que sus enemigos asesinaran a un gobernador mientras ellos se apoderaban de la ciudad sometiéndola a sus propios designios. No podía ser que el Gran Maestre Ehrling hubiera aprobado eso.

Pero, por Paladine ¿y si así fuera?

Linsha permaneció inmóvil, presa de sentimientos encontrados, con su lealtad dividida. No se le ocurrió otra cosa que decir o preguntar, ni más argumentos que aducir ante el talante implacable de Karine.

La comandante levantó el brazo y señaló la puerta.

—Es todo. Presentaos a lady Annian —dijo con voz adamantina.

Linsha casi no podía ni hacer el saludo, pero se las arregló para levantar el brazo en un saludo crispado, luego giró sobre sus talones y salió por la puerta con la cabeza erguida y el rostro inexpresivo, y con una firme determinación cerró la puerta. No importa lo que hiciera, conocía a lady Karine, y el Círculo no volvería a confiar en ella durante algún tiempo. Ahora le tocaba a ella decidir hasta qué punto confiaba en el Círculo Clandestino.

Varia salió volando de un alero oscuro y se posó en el hombro de Linsha. La Dama tomó el camino de la tienda de perfumes de lady Annian.

—No me han escuchado —le dijo al ave con voz ahogada—. Van a permanecer ocultos hasta que lord Bight haya muerto y luego se apoderarán de la ciudad desbaratando los planes de los Caballeros Negros.

Varia emitió un extraño ululato, más parecido a un graznido.

—¿Adónde vas?

—Debo presentarme a lady Annian.

La lechuza permaneció callada un momento mirando solemnemente al rostro de Linsha.

—Tienes buen corazón, Linsha. Debes guiarte por él.

A Linsha le dolían los ojos por el esfuerzo de contener las lágrimas. Puso cara compungida.

—Mi corazón me ha metido ya en un atolladero. No quiero seguir en esa dirección.

—Tu afecto por Ian Durne no es más que una pequeña parte de tu espíritu. Tal vez debería decir que tu alma es bondadosa. Déjate guiar por ella.

—Podría conducirme al exilio o a la expulsión de la orden. No creo que pudiera soportar arrojar tanto deshonor sobre mi familia.

—¿Y qué me dices del deshonor que podría caer sobre ti?

—¿Qué eres? ¿Mi conciencia? —Linsha lo dijo con ligereza, pero la verdad era que Varia no hacía más que expresar los sentimientos que otra vocecita susurraba en su cabeza.

La lechuza no respondió. Mantuvo fijos en Linsha sus ojos de luna durante un momento, luego se puso a mirar las calles que iban dejando atrás.

Linsha siguió andando, aunque ya casi no prestaba atención a donde estaba. Una luz leve, entre amarilla y anaranjada, bordeaba las montañas orientales y las estrellas se batían en retirada ante la proximidad del sol. Miró hacia el este y vio el monte Thunderhorn que la luz del amanecer iluminaba haciendo que su cima coronada de humo pareciera de fuego refulgiendo en sus ásperas laderas. Sabía que muy pronto lord Bight se dirigiría allí, a las laderas sembradas de guijarros, y se enfrentaría al poder del volcán. Le había pedido que estuviera con él y los protegiera mientras realizaba sus conjuros. ¿Acaso tenía conocimiento de la presencia de un asesino? ¿Cómo se sentiría cuando ella no se presentara?

Era hora de elegir. ¿Sería su amiga o su enemiga? Cualquier decisión que tomara tendría un gran coste. Si elegía confiar en la integridad del Círculo, seguir ciegamente su juramento y volver con lady Annian como le habían ordenado, volvería la espalda a Sanction, a lord Bight, un hombre al que admiraba profundamente, y a Ian Durne, el hombre al que había elegido amar. Estarían condenados a la suerte que les cayera encima sin avisar, sin su apoyo. Traicionaría la fe que lord Bight había depositado en ella, la confianza de Shanron y la promesa que le había hecho a Mica, y seguiría un camino que no creía fuera correcto ni honorable. Tampoco estaba dispuesta a dejar toda la responsabilidad en manos de Shanron. Si bien era cierto que Shanron había oído el mensaje de Mica y era capaz de defender a lord Bight de la mayoría de los hombres, no podría con un Caballero de la Calavera.

Si en cambio Linsha decidía desobedecer al Círculo y ayudar a lord Bight, se enfrentaría al castigo y posiblemente al deshonor del exilio y a la desgracia. No había tiempo para presentar su caso ante el Consejo de Solamnia; tendría que actuar por su cuenta y, al hacerlo, podría dejar de pertenecer a la orden, a su propio mundo. En el fondo deseaba fervientemente que Caramon o Palin estuvieran allí para ayudarla a salir de ese espantoso laberinto y para aprobar su decisión, fuera cual fuese. Tanto tiempo tratando de que sus padres y abuelos estuvieran orgullosos de ella. ¿Cómo iban a entender eso?

Pero otra parte de ella sabía que ésta era una resolución que le correspondía tomar a ella. No podía esperar la ayuda de nadie. Era su sentido del honor y de la justicia lo que tenía que imperar. Tenía que vivir con su conciencia.

Se detuvo. Sorprendida, miró en derredor y se dio cuenta de que no estaba en absoluto cerca de la tienda de lady Annian. Había caminado en círculos y estaba cerca de la Puerta Oeste de la muralla. Ahora la luz del amanecer era más intensa y la ciudad empezaba a agitarse. Una leve brisa hacía ondear las banderas y estandartes de las torres. Pronto sonaría el cuerno anunciando el cambio de guardia.

Linsha volvió el rostro para mirar a Varia y vio que la lechuza la estaba observando con sus ojos enormes y redondos.

—¿Qué piensas de los caballeros exiliados?

—Depende del motivo por el que fueran exiliados.

—Por seguir el impulso de su corazón.

Varia ladeó la cabeza y parpadeó.

—Fue tu bondad natural lo que me atrajo de ti, joven mujer. No tu categoría.

Un ruido sordo llegó a sus oídos y al levantar la mirada vio una carretilla de panadero que venía por la calle empedrada hacia ella. Un hombre de pelo gris y paso lento le sonrió entre las varas de la carretilla.

—Gloriosa mañana. Veo que habéis conseguido sobrevivir hasta ahora. ¿De dónde sacasteis esa lechuza?

—Calzon —gritó, inconsciente de la emoción que trasuntaba su voz.

Dio la impresión de que el hombre se sacaba veinte años de encima cuando se enderezó repentinamente.

—¿Qué sucede? —preguntó con tono más comprensivo que el de lady Karine.

La mano de Linsha se cerró sobre la empuñadura de su espada.

—Mica está muerto —dijo—. Un Caballero Negro lo mató anoche. —Varios juramentos salieron de la boca del Legionario y la rabia se reflejó en su cara.

—¿Cómo? ¿Dónde? ¿Fuisteis vos quien lo encontró? —preguntó sin respirar.

Linsha le contó rápidamente cómo había encontrado a Mica en el bosque y las últimas palabras que el enano había pronunciado con tanta dificultad.

—Los Caballeros de Takhisis han planeado un ataque mientras lord Bight esté distraído con el volcán —prosiguió—. Creo que un Caballero de la Calavera intentará asesinarlo también a él para que los Caballeros Oscuros puedan invadir la ciudad sin oponer casi resistencia.

—¿Ya lo habéis comunicado a vuestros superiores? —preguntó Calzon.

—Sí —respondió lacónicamente Linsha. Quería advertir a los legionarios, pero no estaba dispuesta a hablar de los problemas del Círculo con un extraño.

Calzon entrecerró los ojos, como si las palabras de Linsha le hubieran transmitido más de lo que ella pretendía, y estaba a punto de agregar algo cuando un leve temblor se propagó por el suelo y les subió por los pies y los tobillos. Ambos miraron hacia abajo, sorprendidos, y lo oyeron otra vez. De repente, tres o cuatro perros salieron a la calle y empezaron a ladrar. Una bandada de pájaros salió volando de un árbol cercano. Varia lanzó un sonoro ululato. Un temblor más profundo sacudió los edificios y levantó una nube de polvo. La gente gritó alarmada.

—¡El volcán! ¡Mirad! —gritó Calzon.

A lo lejos, contra el cielo encendido, el cono rojo del monte Thunderhorn escupía una nube de humo que crecía por momentos, y un trueno sordo, continuo, sacudía el aire de la mañana. De repente, una luz color naranja brillante subió desde la distante fortificación y penetró en el cielo como una estrella hasta estallar en una ráfaga de luz naranja y oro.

—La señal de la torre —exclamó Linsha—. La cúpula ya ha empezado a caer. ¡Tengo que irme!

Calzon la cogió por el brazo y se lo apretó.

—Gracias, Lynn, la Legión estará preparada. —Dejó la carretilla junto al camino y salió corriendo por donde había venido con su largo pelo flotando al viento.

Varia esperó hasta que se alejó y luego levantó vuelo.

—Iré a buscar a Catavientos —dijo volando con la rapidez de un halcón hacia la puerta de la ciudad.

Linsha rompió a correr.

En la Puerta Oeste, los guardias de la ciudad allí apostados miraban hacia el este, observando con preocupación el volcán. El ruido de los pasos de Linsha hizo que volvieran a prestar atención a la puerta y levantaran las lanzas, alertas ante su precipitada llegada.

—No esperéis que el peligro llegue del este —les gritó—. Tened la vista fija en el oeste. Hemos sabido que los Caballeros de Takhisis están reuniendo sus barcos para atacar.

El oficial de la guardia estaba en mitad de la puerta y miró su uniforme escarlata.

—No se nos ha informado de eso. ¿Quién sois?

Linsha se detuvo.

—Guardia del gobernador, Lynn de Gateway, antiguo miembro de los guardias de la ciudad. Acabamos de saberlo. Es posible que ataquen el puerto esta mañana.

—¿Cómo lo sabéis?

—Mica, el sanador. ¿No pasó por aquí esta noche? —los guardias se miraron el uno al otro y asintieron—. Él me lo dijo —aclaró Linsha.

—¿Por qué no nos lo dijo a nosotros?

—No lo sé. Creo que tenía prisa por llegar hasta lord Bight. Pero no lo consiguió. Un Caballero Negro lo mató. Lo encontré justo antes de que muriera.

Sus noticias fueron acogidas con exclamaciones de sorpresa y furia. El oficial de guardia cogió el cuerno que llevaba colgado a un lado.

—Alertaré a la guardia de la ciudad —dijo con la rabia reflejada en el rostro.

—Y advertid al capitán de puerto. Puede apostar centinelas en el cabo del Piloto —añadió Linsha antes de girar sobre sus talones y volver corriendo por el camino por el que había llegado, hacia el este, por la calle del Armador.