La primera señal de peligro que percibió Linsha fue un suave crujido de las tablas del suelo a un lado de la cama. El ruido inesperado la despertó de golpe y al abrir los ojos vio dos figuras oscuras que se lanzaban contra ella. Automáticamente su mano buscó una daga, pero no llevaba ropa, ni armas, nada. Unas manos la atenazaron. Saltó del lecho como un resorte y se encontró en un torbellino de miembros, ropa de cama, forcejeando hecha una furia.
La sábana le envolvió fuertemente las piernas y le hizo perder el equilibrio. Cayó de bruces contra la primera figura y sintió que unas manos fuertes le sujetaban los brazos por encima del codo y tiraban de ellos hacia atrás haciéndola gemir de dolor. Sin decir una palabra, la segunda figura apretó una mano que era como una trampa de acero sobre la boca y la nariz de Linsha. El contacto de una tela áspera le arañó la cara y le cortó el aire.
Luchó con desesperación por escapar, pero los dos hombres silenciosos eran fuertes y eficientes. Un olor extraño que provenía de la tela le llenó las fosas nasales. Le tapó la nariz y penetró en sus pulmones. Se ahogaba y tosía y lo único que conseguía era inhalar más aquel olor nocivo. No tardó en sentirse mareada. Le fallaron las fuerzas y se le nubló la vista.
«¿Dónde está Ian?», se preguntó brevemente antes de que el mundo se sumiera en las tinieblas y perdiera la noción de todo.
Mica cerró el libro que estaba leyendo y se frotó las sienes doloridas. Era inútil. Estaba perdiendo el tiempo intentando obtener de esos libros una información que tal vez ni siquiera existía.
Había esperado que el gobernador enviara a la escudero otra vez para ayudarlo, pero al parecer otras obligaciones la habían retenido. Mala cosa. Era irritante y, para colmo de males, pertenecía a los solámnicos, pero podía resultar útil. Le pareció un fallo de planificación que el líder de su célula no se hubiera molestado en advertirle de la presencia de un Caballero bueno entre los guardias del gobernador. Si bien la Legión y los Caballeros de Solamnia no tenían nada en común cuando podían evitarlo, sabía que Calzon tenía un contacto en la orden de caballería y le podría haber sido útil saber quién era ese contacto. No es que ahora importara, porque de alguna manera la identidad de Lynn le había sido revelada.
Ahora su mayor preocupación era encontrar la clave de la Peste de los Marineros. Creía que la enfermedad era inducida por magia, pero ahora tenía que demostrarlo y, dentro de lo posible, encontrar algo capaz de romper el círculo vicioso del contagio. Esto era más fácil decirlo que hacerlo. La magia mística, su especialidad, tenía escaso efecto sobre la enfermedad, de modo que lo más probable es que estuviera basada en algo tomado de la antigua magia de los dioses, la magia que ya no existía en Krynn salvo en antiguos artificios y talismanes de poder.
Estiró los brazos y el cuello. Se sentía entumecido de tanto estar sentado. Al ponerse de pie, sus ojos repararon en el lomo de un libro medio oculto entre otros tomos y manuscritos. El nombre de un barco surgió como un destello en su mente. Sacó de la pila de libros el diario de a bordo del barco y lo abrió por la primera página, donde constaban los nombres de todos los tripulantes. Lynn había dicho que era una pena no haber podido hablar con el capitán antes de su muerte.
El dedo de Mica fue a parar al nombre correcto: capitán Emual Southack.
—Bueno, capitán, tal vez podamos hablar ahora —murmuró el enano.
Apagó su lámpara de trabajo y subió de dos en dos los escalones. Dijo adiós con la mano al portero y antes de que éste pudiera hacer preguntas salió a toda prisa por el Camino del Templo hacia la ciudad y el puerto.
En su apresuramiento no prestó atención a los árboles que lo rodeaban ni al camino que quedaba por detrás. De haberlo hecho tal vez hubiera reparado en una figura furtiva que lo seguía entre las sombras.
Linsha sintió en la cabeza un dolor sordo, palpitante, acompasado con el ritmo constante de su corazón. Al ir recuperando lentamente la conciencia, trató de gruñir y descubrió que el sonido era absorbido por un tapón de tela que tenía en la boca. Intentó escupirlo, pero se mantuvo firmemente porque estaba atado alrededor de su cabeza por una tira de cuero. Todas estas comprobaciones la sorprendieron. Abrió los ojos y vio poco más que oscuridad, aunque la habitación y las formas le resultaron vagamente familiares. Aturdida, permaneció quieta durante un rato tratando de entender cuál era su situación.
Estaba tendida, todavía desnuda, en el lecho que había compartido con Ian. Una idea repentina la hizo buscarlo frenéticamente alrededor. No había ningún otro cuerpo, estaba sola. ¿Significaba eso que había sido él quien la había amordazado antes de marcharse? ¿O lo habrían apresado en contra de su voluntad?
Se dio cuenta de que tenía las manos atadas y sujetas con tanta fuerza a un poste de la cama que a duras penas podía moverse. No tenía la menor posibilidad de tirar o romper aquellas ataduras. También tenía atadas las piernas a la altura de las rodillas y los tobillos. Incluso la habían envuelto apretando bien la sábana en torno a ella. Allí estaba, sola y atada como un pollo. ¿Por cuánto tiempo?
Claro que puestos a eso ¿cuánto tiempo llevaría allí?
Cerró los ojos, intentando reprimir las lágrimas de rabia y frustración. Tenía la formación de un Caballero. ¿Cómo podía haberse dejado meter en eso? Y Ian ¿dónde estaba? ¿Qué estaría sucediendo mientras ella estaba allí, atada a la cama, como una virgen dispuesta para el sacrificio?
No podía pedir ayuda. No podía moverse ni alcanzar sus armas. No podía hacer nada para salir de ese embrollo. Necesitaba ayuda… y rápido.
Varia, pensó locamente. ¿Habría vuelto ya? Sabía que la lechuza tenía dotes telepáticas a corta distancia, pero ignoraba si su clarividencia era suficiente para recibir un grito de auxilio a larga distancia. Valía la pena intentarlo.
Relajó el cuerpo, dejando que todos los músculos se aflojasen hasta que sólo sintió el latido del corazón, lento y acompasado, dentro del pecho. Se centró en ese latido, en el poder que había dentro de su ritmo constante, y lentamente empezó a poner ese poder al servicio de su voluntad. Un calor reconfortante se extendió por sus miembros, haciendo desaparecer el dolor de la cabeza y de las manos. La energía fluyó a través de ella en una oleada estremecedora, vigorizante.
Extendió su mente, enviando su poder hacia fuera y llamando a Varia. «Estoy aquí. Trae ayuda». Repitió las palabras una y otra vez, como una letanía, y las proyectó lo mejor que pudo en dirección al palacio y al granero. Al ver que el tiempo pasaba y no sucedía nada, su desesperación fue aumentando y su poder respondió, expandiéndose en ondas fuera de la casa en un flujo constante, como el faro del cabo del Piloto.
Le pareció que habían pasado horas y sin señales de la lechuza ni de nadie más. La desesperación se adueñó de su corazón y empezó a perder las esperanzas. «Estoy aquí», lo intentó una última vez. «Ven, por favor».
El malecón estaba prácticamente desierto a esa hora de la noche. Hasta las casas de juego y las tabernas estaban cerradas. Sólo se veían algunas luces en las ventanas en las que las familias guardaban sus hogares o atendían a sus enfermos. Las patrullas de la guardia de la ciudad pasaban silenciosas por las calles y de vez en cuando atrapaban a algún saqueador en una casa o en una tienda.
Mica no prestaba mucha atención a la ciudad que lo rodeaba, sólo buscaba las señales que necesitaba para encontrar su camino en la oscuridad. Su única desventaja como enviado de la Legión era su tendencia a no pensar en otra cosa cuando estaba poseído por una idea. Esa noche su idea lo conducía directamente hasta el extremo del largo muelle sur. Pasó junto a varias pilas de toneles y barriles preparados para ser transportados a la ciudad por la mañana y encontró un lugar donde sentarse al borde de la larga escollera. Sus piernas quedaron colgando en la oscuridad mientras, a sus pies, el agua agitada se arremolinaba entre los pilotes.
En la bahía vio tres galeones que se balanceaban plácidamente en sus atracaderos y una bandada de pequeñas embarcaciones de pesca y botes de placer desperdigados por el puerto. Algunos cargueros se mantenían a la espera cerca del muelle norte, con la esperanza de que volviera la normalidad a Sanction y pudieran reanudarse las actividades.
Mica levantó los ojos y miró a lo lejos, al lugar donde los guardias habían quemado el Whydah y el malhadado barco mercante. Allí, ahí fuera. Cerró los ojos y se puso cómodo. Su mente se relajó y vació de toda idea menos una, el capitán Emual Southack. Era probable que el espíritu del capitán estuviese cerca del barco al que amaba, y usando el poder de su corazón esperaba Mica invocarlo durante el tiempo suficiente para que respondiera algunas preguntas.
El espiritualismo, uno de los caminos del misticismo, no era algo que alentara Goldmoon, ya que era algo peligroso y muchas veces tentador, pero Mica lo había intentado con éxito otras veces y sentía que esa noche podía hacerlo. El único problema era que siempre lo dejaba agotado y exhausto durante varias horas. A pesar de todo, Mica decidió que ese pequeño efecto secundario valía la pena si el esfuerzo le daba algunas respuestas. Se centró en el latido de su corazón y murmuró algunas frases del idioma de los enanos que solían servirle para aumentar su concentración. A continuación dejó que sus sentidos se desplazasen hacia el lugar donde yacían bajo el agua los barcos y sus tripulaciones. Transformó su magia en un llamado y lo envió en ondas desde este mundo al más allá en una invocación que abría la puerta e invitaba al capitán a responder.
Al principio no pasó nada y Mica encauzó más energía hacia la llamada mágica. Sus sentidos buscaron en las profundidades, donde la oscuridad era impenetrable y docenas de barcos en descomposición yacían en el cieno de la bahía. Su mente tocó los restos carbonizados del Whydah y del barco de Palanthas. Entonces sintió que había establecido una conexión.
«Capitán Southack», volvió a llamar.
Un sonido sutil, como el viento de verano, pasó a su lado. «Estoy aquí».
Mica captó el olor leve a agua salada y madera carbonizada. Abrió los ojos. Ante él flotaba la imagen de un hombre vestido con pantalones oscuros y una chaquetilla corta sobre un chaleco de seda roja.
«Capitán Southack. Necesito preguntaros algo».
«¡Ya vengo!». El grito resonó tan débilmente en lo más recóndito de la cansada mente de Linsha que al principio no lo reconoció. Volvió a oírse, un poco más alto y más cercano.
La Dama alzó la cabeza. «¿Varia? Estoy aquí. Arriba».
«Ya vengo», repitió la voz, tan clara como la campana del patio de armas.
Unos pasos sonaron en la escalera y Linsha oyó una voz conocida que preguntaba.
—Aquí dentro. ¿Estás segura?
Trató con todas sus fuerzas de responder, pero no lo necesitó, la voz de Varia ululó y chilló como respuesta.
—Está bien, de acuerdo —dijo la voz intrigada de Shanron—. Voy a abrirla.
La vieja cerradura de la puerta no tuvo nada que hacer ante la decidida patada de la mujer guardia. Se oyó un crujido y Varia entró como una flecha en la habitación describiendo un círculo encima de la cama donde estaba Linsha. Shanron la siguió un poco más lenta, como si todavía no estuviese muy convencida de que allí hubiera alguien. Al entrar en la habitación vio a Linsha y se lanzó hacia la cama.
—Por los dioses, Lynn. ¿Quién os ha hecho esto? —gritó, arrodillándose junto a la cama. Con la daga cortó las ataduras de las manos y de las piernas y, cuidadosamente, la mordaza de cuero.
Linsha se arrancó las cuerdas y las arrojó al suelo en un arranque de furia contenida. Asiendo la sábana intentó levantarse, pero sus piernas habían estado atadas demasiado tiempo y las tenía entumecidas. Se tambaleó hacia los lados mientras la sensibilidad iba volviendo a sus miembros en una cascada ardiente y punzante.
Shanron la sujetó y la obligó a sentarse en el borde de la cama.
—No tan rápido —la reconvino—. Respirad hondo y dejad que la sangre os llegue otra vez a los pies.
Más calmada ya, Varia se posó sobre el cabecero desde donde se inclinó con los ojos desorbitados y las plumas esponjadas hasta parecer el doble de su tamaño normal.
—¿Qué sucedió? ¿Qué estás haciendo aquí? —ululó.
La ira, el alivio y el sentimiento de culpa acompañaban las palabras de Linsha mientras les contaba a sus amigas lo que había sucedido.
Shanron se echó la trenza por encima del hombro y esbozó una sonrisa lasciva.
—Conque Ian Durne ¿eh?
Varia se abstuvo de decirle «ya te lo había dicho» sólo porque no sabía dónde podría estar el comandante. Estaba dispuesta a aceptar la posibilidad de que hubiera sido víctima de alguna maniobra sucia, pero no lo creería hasta que no viera su cuerpo.
—Tenemos que salir de aquí —dijo Linsha cuando terminó su relato. Volvió a probar sus piernas y esta vez fue capaz de sostenerse de pie sin ayuda.
Su ropa seguía en el suelo, pero su espada y sus dagas habían desaparecido. Asaeteada por la preocupación metió la mano en la bota y encontró, con gran alivio, que la escama de dragón y el paquete estaban allí. Se volvió a colgar la escama al cuello y suspiró más tranquila. Se había acostumbrado a la escama y a su suave tacto sobre la piel. Hizo votos de no volvérsela a sacar por nadie hasta que tuviera que devolvérsela a lord Bight.
Mientras se vestía apresuradamente, Linsha miró a Shanron con curiosidad.
—¿Cómo es que vinisteis con Varia?
Shanron echó una mirada a la lechuza y se rió.
—Ese pájaro casi me mata de un susto.
—Fui un poco brusca —dijo Varia encogiendo las alas.
—¡Brusca! Estaba en el pajar dando de comer al gato cuando esta histérica lechuza salió de no se sabe dónde y bajó como una bala hasta el heno y empezó a chillar algo sobre ayudaros. Bueno, la gata salió como alma que lleva el diablo y yo estuve a punto de caerme del pajar. Jamás me había gritado una lechuza. Y, dicho sea de paso, ¿qué clase de lechuza es ésta?
—No estaba chillando. Intentaba que me escucharas. —Varia bajó del cabecero y deliberadamente se posó sobre la cama al lado de Linsha—. Me asustaste. No sabía que fueras capaz de comunicarte conmigo de esa manera.
Linsha dio un último tirón a su bota y luego rascó con suavidad el cuello del ave.
—Yo tampoco —dijo en voz baja. Apretó el brazo de Shanron con dolorosa urgencia—. Gracias a las dos. Me temo que todavía os necesito. Algo terrible va a suceder, y pronto. Ese paquete que me entregasteis me advertía de que los Caballeros Negros atacarían la ciudad cuando el volcán entrase en erupción. Creo que es mejor que vayamos en busca de lord Bight.
Varia meneó la cabeza.
—Tenías razón sobre los barcos. Una flota se está reuniendo en la boca de la bahía. Están disfrazados de barcos pirata, pero si ésos son piratas yo soy una paloma.
Linsha extendió el brazo para que la lechuza se posara en él y las tres abandonaron el apartamento cerrando firmemente la puerta al salir. Todavía era de noche en las calles de Sanction y reinaba un silencio mortal. La luna estaba en lo alto, derramando su luz cerúlea sobre el mundo.
—¿Sabéis dónde está lord Bight? —le preguntó Linsha a Shanron mientras recorrían con rapidez las calles oscuras de Sanction.
—No, salí de servicio hace una hora —respondió Shanron después de pensarlo un momento. Puede que esté en el palacio, pero no estoy segura.
—Miraremos primero allí. Ellos sabrán dónde está.
Las dos mujeres apuraron el paso, dejaron atrás el mercado y salieron al camino que conducía hacia las dos colinas. Varia volaba por encima de los árboles y de los tejados vigilando muy bien el camino hacia adelante y hacia atrás. Atrás quedaron las calles y las casas grandes y se internaron en el tramo boscoso del camino que subía hacia el palacio. La luz de la luna apenas penetraba las frondas como motas de plata sobre el sendero. Luego el bosque perdió densidad y Linsha y Shanron vieron las antorchas de los muros del palacio que brillaban al frente, entre los árboles.
De las sombras que tenían delante salió un chillido de Varia que helaba la sangre. El grito las conmocionó a ambas e hizo latir sus corazones con fuerza desbocada. Linsha llevó la mano a la espada y sólo encontró su fajín.
—¿Qué fue eso? —preguntó Shanron.
Sin responder, Linsha salió corriendo del camino hacia un pequeño claro casi perdido entre las sombras oscuras como la noche debajo de los árboles. Varia volvió a gritar.
—En el suelo. Delante de ti.
Linsha tropezó con algo sólido y pesado y estuvo a punto de caer de bruces. Se sujetó de una rama que frenó su caída y se agachó junto a aquello. Al tender las manos tocó tela, cuero y algo caliente y húmedo. No pudo ver qué era en la densa oscuridad.
—¿Qué es? —musitó Shanron. Avanzando con dificultad por el terreno desigual, llegó a su lado.
—¡No es qué, sino quién!
—Oh, no —dijo la guardia con tono fúnebre—. Otra vez no.
Una voz, apenas más que un susurro, sonó en la oscuridad.
—¿Gata de callejón?
—Mica —gritó Linsha. Conmovida, le tocó la cara y sintió su barba—. Mica, oh, por los dioses. No os mováis. Dejad que os ayude.
—No hay tiempo —respondió el enano con voz ronca—. Es demasiado tarde. Ya no tengo fuerzas para sanar —sus palabras salieron forzadas y tan entrecortadas que a duras penas logró entenderle.
—No, yo puedo…
Pero él no la escuchó. Tendió la mano y Linsha se la apretó fuertemente entre las suyas. Tenía la piel extrañamente fría.
—Escuchad —dijo Mica con dificultad—. El capitán Suthack me lo dijo. Barco capturado por… Caballeros Negros. Tripulación deliberadamente envenenada… conjuro de magia arcana. Pasa por contacto de una piel a otra. Se necesita… —una especie de espasmo ronco interrumpió sus palabras.
—Mica, por favor —rogó Linsha—. Dejadme…
Él asió la mano de la Dama con más fuerza.
—Se necesita magia antigua para curar. Encontrar dragón —cada vez le costaba más hablar.
—¿Quién os hizo esto? —preguntó Shanron.
La respuesta de Mica tardó tanto en llegar que las mujeres casi habían perdido las esperanzas. Entonces reunió las escasas fuerzas que le quedaban y respondió:
—Caballero de la Calavera. Va a matar a… lord Bight en el volcán… luego señal a barcos. Impedidlo.
Linsha se sentó sobre los talones. Ahora lo entendía todo. De sus ojos pugnaban por salir las lágrimas reprimidas mientras acariciaba la mejilla del enano.
—Está bien, Mica, podéis descansar. Gracias. Me encargaré de todo —dijo con tono tranquilo y apaciguador.
Sus dedos notaron que los labios de Mica se distendían en una leve sonrisa.
—Nada mal… para un Caballero —susurró.
Linsha sintió que su mente se iba desvaneciendo lentamente hasta que no quedó más que vacío. Las lágrimas rodaron incontenibles por sus mejillas. Varia aleteó sobre la cabeza de Mica.
Shanron se estremeció al oír aquel ruido.
—¿Está muerto?
—Ya estaba muerto. Sólo los vestigios de su poder místico mantuvieron su espíritu aquí el tiempo suficiente para que alguien lo encontrara. —Levantó la vista hacia su amiga y dijo a modo de homenaje—: Era un Legionario.
Shanron se puso de pie de un salto, impulsada por una emoción incontenible.
—¡Ya basta! Estoy metida en este lío, sea lo que fuere, hasta la coraza, así que, por favor ¿queréis decirme qué está sucediendo? ¿Qué queréis decir con eso de que era un Legionario? ¿Quién es el capitán Southack? ¿Quién es el Caballero de la Calavera? ¿Por qué querría alguien matar a Mica?
—¿Tenéis una luz?
Esa pregunta tan prosaica tomó a Shanron por sorpresa y sofocó el aluvión de preguntas durante un momento mientras pensaba. Luego sacó yesca y eslabón del bolsillo y los depositó en la mano de Linsha.
Valiéndose de esos instrumentos y de unas ramas secas Linsha encendió un pequeño fuego e improvisó una antorcha. Shanron la miraba perdida en sus pensamientos.
A la débil luz, Linsha pudo ver más claramente a Mica y examinar aquello húmedo que tenía en el pecho. Sintió náuseas.
—Poca sangre —señaló, abriendo el chaleco de cuero del enano—. Mirad, lo acuchillaron dos veces, lo mismo que al capitán Dewald, quizá con la misma arma.
—Quizás el mismo hombre.
Linsha asintió.
—Vuestro capitán vendía información a los Caballeros de Solamnia y se acercó demasiado a este Caballero de la Calavera, igual que Mica. —Volvió a cerrar el chaleco con pena y desánimo palpables en la voz—. El capitán Southack era el capitán del barco palanthiano que trajo la peste. Lo que supongo es que Mica se valió de su misticismo espiritual para invocar el espíritu del capitán y averiguó cosas que no estaban en el libro de a bordo del barco. El Caballero Negro debe de haberle tendido una emboscada en el camino hacia el palacio.
Shanron clavó el tacón de su bota aplastando la hierba seca y la tierra.
—Pero ¿quién es ese Caballero de la Calavera? —insistió.
—No lo sé. Todo lo que sabía el capitán Dewald era que estaba entre los guardias —un escalofrío de terror le recorrió la espalda.
—Pobre Alphonse. Se metió en la boca del lobo —dijo Shanron con tono fúnebre—. Entonces ¿por qué os dio el paquete a vos y qué quiso decir Mica con eso de «nada mal para un Caballero»? ¿Quién sois?
Linsha sabía que revelar su posición encubierta como Caballero era una violación de sus votos, pero en ese momento no lo dudó. Shanron era una amiga y una aliada y ya había oído suficiente como para descubrirlo todo.
—Pertenezco a la orden de los Caballeros de Solamnia. Acepté el puesto en la guardia para observar las actividades de lord Bight —se inclinó hacia adelante para mirar a su amiga a los ojos—. Pero las cosas han tomado un cariz horrible. Shanron, ahora me temo que el gobernador está en peligro y necesito que alguien de mi confianza me ayude.
Shanron no respondió enseguida. Se quedó mirando, pensativa, el cuerpo de Mica, aunque Linsha adivinó que en realidad estaba viendo a otro hombre.
—¿Encontraremos al Caballero Negro que hizo esto? —preguntó por fin.
—Eso espero —dijo Linsha fervientemente. Confió en que su voz no reflejara nerviosismo. Si bien estaba preparada para enfrentarse a la mayoría de los Caballeros Negros, un Caballero de la Calavera, con conocimientos del arte maligno del misticismo oscuro, era un enemigo temible y no confiaba en poder hacerle frente ella sola.
—Contad conmigo —aceptó Shanron finalmente—. Aunque esto podría interpretarse como colaboración con una orden prohibida, técnicamente estoy protegiendo al gobernador.
—Eso es. —Linsha cerró los ojos de Mica, le apretó la mano a modo de despedida, y se puso de pie. Por la posición de la luna calculó que ya debían de haber pasado tres o cuatro horas desde la medianoche. No había tiempo que perder. Lord Bight ya había dicho cuándo pensaba eliminar la cúpula del volcán, de modo que lo lógico era suponer que el Caballero de la Calavera lo sabría y ya habría pasado la información a las fuerzas de la Orden Oscura. Era posible que los barcos que había visto Varia se estuvieran reuniendo ya a las afueras del puerto. Linsha se frotó las muñecas doloridas en el lugar en que la cuerda había rozado la piel. «Ian, ¿dónde estás?», se preguntó, temiendo a medias adivinar la respuesta.
Sus ojos miraron hacia el palacio, donde las antorchas ardían en las columnas de la puerta, y luego pasaron a la ciudad oscurecida, asediada. Aunque quería encontrar a lord Bight, sabía dónde tenía que ir.
—Shanron —dijo, acompañando a la otra hasta el camino—. Id a contárselo todo a lord Bight. Contadle lo de Mica y los barcos. Advertidlo de un posible ataque.
—Y vos ¿adónde vais? —preguntó Shanron.
—A conseguir ayuda, espero —la voz se le quebró. Ante la expresión de duda en el rostro de su amiga, Linsha la palmeó en el brazo—. Confiad en mí. No os fallaré… ni a lord Bight.
La otra sólo vaciló un instante.
—Está bien. Pero cuando esto termine vamos a tener una larga conversación sobre identidades secretas y sobre mentir a los amigos.
Linsha le respondió con una media sonrisa y levantó la mano como si estuviera prestando juramento.
—Lo prometo. —Esperó mientras Shanron se despedía y rompía a correr hacia el palacio. Luego tomó la dirección contraria.
—Vamos, Varia. Es hora de que seamos nosotras las que pongamos una ardilla listada en el alféizar de lady Karine.
La lechuza ululó divertida y tomó la delantera hacia la ciudad.