24

Abandonaron el apartamento poco antes del amanecer y de mala gana cerraron tras de sí la puerta de la privacidad que tanto habían disfrutado.

—Tal vez esta noche —murmuró Ian mientras le besaba el cabello—, si el volcán sigue tranquilo y la ciudad no está en llamas.

—Estoy deseándolo —respondió ella, apretándose lánguidamente contra él. La besó de nuevo en la tibia oscuridad, y ella estuvo a punto de caer en la tentación de abrir otra vez la puerta y empujarlo hacia el interior. Pero el comandante Durne tenía que volver al palacio, y la escudero Lynn debía presentarse para sus tareas al amanecer. De mala gana ambos asumieron sus papeles una vez más y recorrieron el camino de vuelta al palacio, guardando la escudero Lynn la debida distancia de un paso detrás de su comandante.

Tan pronto como el comandante Durne la dejó en el patio y desapareció en el interior del palacio, Linsha penetró en el establo y corrió escalera arriba para ver a Varia.

La lechuza estaba de mal humor.

—¿Dónde has estado? —gritó con enojo—. Estaba tan preocupada que se me empezaban a caer las plumas.

Linsha esbozó una sonrisa que Varia entendió perfectamente.

—Estabas con él —le dijo consternada—. ¡Ay, Linsha, espero que no te arrepientas de esto!

—Haré todo lo posible —respondió Linsha—. Pero mira esto. El capitán Dewald se lo dio a Shanron para que ella me lo diese a mí en el caso de que lo matasen. —Linsha sacó el paquete y se lo mostró a la lechuza.

Varia se balanceó sobre las patas para decir algo más, pero conocía lo suficiente a la Dama como para saber que no la escucharía. Linsha se había decidido y, para bien o para mal, había declarado su amor al comandante. Si acabaría siendo una bendición o una desgracia sólo el tiempo lo diría. Varia dejó a un lado sus preocupaciones y se dejó vencer por la curiosidad. Vio cómo Linsha desenvolvía con todo cuidado el delgado paquete.

El envoltorio exterior no era ni más ni menos que un trozo gastado de pergamino arrancado de la cubierta de un libro antiguo. Dentro había otro trozo de papel y un recorte de tela roja que coincidía con la del uniforme de Linsha. La chica dio vuelta al papel y se encontró con una carta garrapateada con apresuramiento en la superficie gastada.

Caballero Calavera mató informador. Temo ser el siguiente. Caballero en los guardias gobernador, pero no sé quién es. Encontrado recorte en mano del hombre muerto. Caballeros Negros atacarán después de estallido del volcán. Prevenir a Annian.

—Oh, qué desgracia —siseó Varia—. No es extraño que lo mataran.

Una sensación fría y enfermiza invadió la conciencia de Linsha. Había un Caballero de la Calavera entre los guardias del gobernador. Eso explicaba que se hubiesen torcido tantas cosas, que nadie lo hubiese encontrado. Los Caballeros de la Calavera, eran Caballeros de Takhisis formados en su oscuro misticismo para manipular las mentes y protegerse a sí mismos de otros místicos, para usar el poder del corazón con el fin de corromper y difundir el mal. Cerró los ojos y musitó una corta plegaria rogando no encontrarse con ese hombre ni verle la cara.

—¿Quién crees que es? —preguntó Varia.

—¡No lo sé! —respondió ásperamente Linsha—. Podría ser cualquiera de los capitanes. O el maestro de armas, o el maestro de equitación.

No pudo seguir adelante y Varia no la presionó.

—¿Quieres que le lleve esto a lady Karine? —preguntó la lechuza.

—Todavía no —respondió Linsha moviendo la cabeza con gesto negativo—. Primero quiero que me hagas un favor, un gran favor, porque sé muy bien que no te gusta volar de día. ¿Querrías volar hasta el otro lado de la bahía y comprobar si siguen ahí esos barcos negros? El capitán de puerto dice que sus exploradores no le han dicho nada, pero si esta nota es correcta y los Caballeros Negros planean atacar cuando el volcán explote, puede ser que los barcos ya se estén reuniendo para el ataque.

—Me llevará todo el día y no estaré de vuelta hasta la caída de la tarde —previno la lechuza.

—Lo sé —respondió mientras pasaba sus dedos por la aterciopelada cabeza de Varia—. Ten mucho cuidado. Trataré de volver a verme contigo esta noche.

—¿Qué vas a hacer?

—Intentaré encontrar al Caballero de la Calavera antes de que él me encuentre a mí.

La lechuza ululó un hasta luego y cada una siguió su camino. Linsha se presentó para realizar sus tareas como se le había ordenado y se pasó todo el día recitando normas, abrillantando armaduras, trabajando con el maestro de armas y estudiando a cada uno de los guardias en busca del menor signo que pudiera identificarlo como Caballero Negro. Mezclados con sus enredados pensamientos aparecían recuerdos de la noche anterior y en esos momentos fugaces podía relajarse y recordar unas horas de placer y felicidad sin complicaciones. También se preguntaba qué estaría haciendo lord Bight y por qué no lo había visto ese día, o por la suerte que habría tenido Mica con los registros. Había albergado la esperanza de que la hubiesen enviado al templo para ayudarlo, pero habían sido otros los planes de sus oficiales.

El comandante Durne pasó por la sala de entrenamiento a media mañana y observó su práctica con el maestro de armas. Le dirigió una sonrisa e hizo uno o dos comentarios sobre las posturas que ella adoptaba. En un momento en que el maestro de armas se distrajo, él se inclinó para decirle algo al oído.

—Esta noche en el mismo sitio.

Después abandonó la sala para dirigirse a sus quehaceres. Ella se quedó mirándolo hasta que el maestro de armas golpeó con su pie los de ella llamando así su atención para que siguiera trabajando.

A Linsha también le preocupaba que volviesen a enviarla como centinela al puesto de guardia esa noche y no pudiera encontrarse con Varia ni con Durne hasta bien entrada la madrugada, pero el capitán Omat la eligió para hacer la vigilancia en las horas más calurosas del día. Linsha no sabía si sentirse feliz o desgraciada con su horario.

Volvió a hacer el recorrido hasta el campamento de la guardia con un pelotón de guardias y otra vez fue enviada a la torre nororiental. Trepó por la escalera de piedra detrás de su compañero de guardia y salió a pleno sol. Los dos guardias de vigilancia les mostraron a toda prisa un barril de agua caldosa, les dieron el relevo y bajaron corriendo la escalera.

Linsha respiró hondo. Ya se le podría haber ocurrido a alguien instalar un techo sobre esa torre. Se apoyó sobre el parapeto de piedra, pero enseguida cambió de idea pues la piedra parecía el horno de un panadero.

Inquieta, se paseaba de un extremo a otro de la torre, mientras su compañero, el mismo taciturno de la noche anterior, se había instalado en un rincón y parecía olvidado de su presencia. Linsha le hizo una mueca y siguió caminando. Después de un buen rato, echó mano del catalejo y estudió el volcán. No tardó en identificar la cúpula, semejante a una enorme caldera y cercana al cráter de la montaña. De las grietas que recorrían su superficie salían emanaciones de humo y vapor, y Linsha se imaginó que podía ver el latido y el empuje de las tremendas fuerzas que se estaban desatando debajo.

Llegaron varios jinetes a la base de la torre y desmontaron. Mirando a hurtadillas por encima del muro, Linsha reconoció a lord Bight y a su alazán. De pronto se le encogió el corazón con una punzada de culpabilidad y nervioso presentimiento. Le había dicho muy pocas cosas después del incidente en el pabellón de baños. ¿Seguiría enfadado con ella? O, peor aún, ¿habría llegado a sus oídos que ella había pasado la noche anterior con el comandante Durne? Esa posibilidad, aunque remota, era la que más angustia le producía. Tenía la extraña sensación de que él no lo aprobaría.

El paquete, escondido en su fajín, se le clavaba en la piel y le recordaba su presencia. La información de la carta era otro dilema. ¿Debía darle cuenta de su contenido y prevenirlo del posible ataque? Si lo hacía, violaría las órdenes que había recibido del Círculo. Se suponía que tenía que desacreditarlo, no ayudarlo. Por otra parte, ¿acaso no estaba obligada a hacer todo lo posible para evitar que los Caballeros de Takhisis tomaran el control de Sanction? Avisar al Círculo de un ataque inminente no ayudaría en nada. El único que tenía fuerza suficiente para detener a los Caballeros Negros era lord Bight.

Linsha apretó los puños. «Oh, padre —dijo para sus adentros—. Quisiera que estuvieses aquí ahora para hablarme».

Cuando lord Bight subió hasta la parte alta de la torre, Linsha y el otro guardia se cuadraron y saludaron. El lord gobernador había venido solo, haciendo esperar abajo a los de su séquito. Contestó a sus saludos y se dirigió a la muralla para observar el volcán.

El segundo guardia se retiró a su rincón y reanudó su silenciosa vigilancia.

Linsha se balanceaba adelante y atrás sobre los pies, sin saber qué hacer. Quería hablarle a lord Bight, pero dudaba en acercársele sin ninguna garantía de que estuviera dispuesto a escucharla.

—Escudero —llamó él—. Acercaos.

Los dedos de Linsha se volvieron a cerrar. ¿Cómo lo había hecho? ¿Podía leer su mente o era sólo increíblemente intuitivo?

—Sí, señor —respondió, uniéndose a él junto a la muralla.

El gobernador bajó la voz para que no pudiera oírlo el otro guardia.

—No me sentí ofendido por vos la otra noche. Era yo el que tenía problemas.

Linsha miró a lo lejos y enseguida se dio cuenta de que había recibido algo raro y casi inaudito en Sanction: las disculpas del gobernador. Casi de inmediato recobró el ánimo y se dio vuelta hacia él con una sonrisa en los labios.

Su alivio resultó tan evidente para el gobernador que estiró involuntariamente la mano y le apretó el brazo.

Aunque el contacto la asombró, ni se estremeció ni se apartó. Sus ojos verdes lo miraron rápidamente mientras medía lo que iba a decir.

—Lord Bight, ayer dijisteis que los Caballeros de Takhisis podrían aprovecharse de esta distracción. Tengo para mí que estáis en lo cierto. ¿Qué mejor oportunidad para atacar la ciudad que ahora que está debilitada por la peste y que su gobernador está ocupado con un volcán?

—Eso creo yo también, Lynn —respondió.

Retiró la mano y se volvió para mirar al volcán.

—La cúpula está casi a punto de reventar. Puedo oír cómo ruge la lava en las profundidades de su cono. Mañana iré a la montaña para lanzar mis conjuros. Tengo que poner en juego gran parte de mi poder para aliviar la presión y enviar las cenizas y la lava hacia donde quiero que vayan, y hay momentos a lo largo del trance mágico en que soy vulnerable. Necesito guardias en los que pueda confiar. ¿Querríais ser vos uno de ellos?

Linsha contuvo la respiración. Acababa de recibir el tremendo honor de que él se lo pidiera, de que decidiera a confiarle su salud y su seguridad. Luego sus pensamientos se ensombrecieron, y su cara palideció bajo el color bronceado. ¿Qué iba a pasar, entonces, con el Círculo Clandestino y con sus votos de caballería? Tenía órdenes de ayudar a derribar al lord gobernador, pero por los dioses que no podía estar de acuerdo con ellas. De nuevo volvió a sentir sus ojos sobre ella, pero esta vez no pudo mirarlo de frente.

—Es hora ya, Lynn —dijo en voz tan baja que ella apenas pudo oírlo—, de que toméis una decisión. Amiga o enemiga.

Girando sobre sus talones, abandonó la torre dejando a Linsha en un torbellino de emociones encontradas. Apretó con una mano la escama de dragón que escondía bajo la camisa y notó sus duros y reconfortantes bordes. Deseó que la escama tuviera un conjuro mágico para protegerla de la locura.

El resto de la guardia, Linsha permaneció de pie al lado de la muralla y mirando la montaña sin verla mientras en su interior se libraba una dura batalla. En esta ocasión ni siquiera le habría servido la distracción de sus juegos malabares. Una y otra vez repasaba mentalmente los acontecimientos de los últimos dieciséis días, examinando y considerando cada cara, cada conversación, cada matiz que recordaba. Tenía que encontrar como fuera un camino entre las complicaciones que le permitiera ayudar a lord Bight sin traicionar al Círculo Clandestino. ¡Tenía que haber un modo! Era demasiado importante como para que Sanction lo perdiera. Por todas las estrellas de Caos, admitió finalmente, también era demasiado importante para ella.

Pero también eran importantes los Caballeros de Solamnia. Sus primeros recuerdos estaban mezclados con las historias que contaban sus abuelos y sus padres, sus parientes y los parientes de sus amigos. La valentía, el honor y la devoción de todos ellos por el bien se habían hecho carne en ella desde su más tierna infancia. Los Caballeros de Solamnia la fascinaron después de haber oído a su abuela las historias de sus tíos, Tanin y Sturm Majere, que fueron los primeros no solámnicos en entrar en la Orden de Caballería. Si ellos habían podido hacerlo, se empeñó Linsha, ella también podría. Después de eso, había pedido una y otra vez que le contaran las historias de Huma Dragonbane, Riva Silvercrown y Sturm Brightblade hasta que finalmente su paciente madre se cansó de ellas. A sus amados padres no les entusiasmaba demasiado la idea de que su hija se uniese a los Caballeros de Solamnia, pero tampoco intentaron disuadirla y, finalmente, con la bendición de padres y abuelos, se convirtió en la primera mujer no solámnica que entró en la Orden de la Rosa entre los Caballeros de Solamnia. Fue un honor que no se tomó a la ligera. Por más que odiara su decepcionante misión en Sanction, seguía perteneciendo en cuerpo y alma a la Orden de la Rosa y todo lo hacía por ella. Honor y justicia.

Ahora el problema era encontrar una solución que le permitiese servir a la justicia sin perder el honor.

A la hora en que el ardiente sol tocó finalmente el horizonte, Linsha tenía una sed rabiosa y un fuerte dolor de cabeza y no estaba más cerca de alcanzar una solución que al principio. El relevo de la guardia llegó inmediatamente después de la puesta del sol y la puso al corriente de que en la ciudad todo estaba tranquilo. Ella y su callado compañero se reunieron con el pelotón e iniciaron alegremente la vuelta al palacio para cenar y poder echar un buen trago de algo que no fuera el agua caldosa de un barril.

A medida que se aproximaban a la Puerta Este, Linsha sintió renacer sus esperanzas y escudriñó la zona buscando la alta figura del comandante. Allí estaba, esperándola con los guardias de la ciudad apostados en la entrada. Hizo una señal al oficial al mando, luego avanzó hacia Linsha.

—Esperad un momento, escudero —le ordenó.

El pelotón siguió adelante, dejando atrás a Linsha. Ella esperó pacientemente a la sombra de la muralla mientras él daba órdenes a los guardias y ella se anticipaba al regocijo de las próximas horas. Sin embargo, una parte de la alegría inocente se había perdido, destruida por el sencillo paquete que ocultaba en el fajín y por el aviso de peligro que contenía. El Caballero de la Calavera estaba en la Guardia del Gobernador. Oh, por favor, suplicó en silencio, que no sea Ian.

La penumbra cayó sobre la ciudad mientras caminaban por la calle del Armador hacia la casa cercana al mercado. Ian no intentó besarla ni tocarla mientras hubo claridad en las calles y la gente podía verlos. Esperó hasta que hubieron subido la escalera y se instalaron en la habitación delantera del apartamento.

La habitación estaba en penumbra y se notaba el calor del verano. Rápidamente Ian cerró la puerta tras ella y la estrechó entre sus brazos.

—Ven aquí, ojitos verdes —susurró a su oído.

Las reservas de Linsha se desvanecieron con la velocidad de un relámpago, y se entregó al deseo de que la abrazase. Sus bocas se encontraron en un intenso e interminable beso que dio paso a otros hasta que sus manos y sus lenguas ya no fueron bastante y el deseo de ir más allá se hizo insoportable. Riéndose, Ian le pasó un brazo por debajo de las rodillas y, rodeando con el otro su cintura, la llevó hasta la cama.

Horas más tarde, Ian Durne besó suavemente a Linsha en la mejilla y con todo cuidado se levantó de la cama. Ella dormía ligeramente de lado, la mano pegada a la cara y sus rizos rojos desparramados sobre la almohada. La miró por un momento y sintió remordimientos, como si le clavaran un cuchillo en el vientre. Con movimientos silenciosos echó mano de su uniforme y de sus botas y los llevó a la habitación del frente donde se vistió con toda la rapidez que pudo. Abrió la puerta. Era noche cerrada y las calles y alamedas se escondían en la oscuridad, pero al otro lado de la calle parpadeó una pequeña luz. El comandante Durne hizo una señal.

Dos hombres vestidos de negro cruzaron la calle y se encontraron con Durne al pie de la escalera.

—Quiero que ella quede fuera de esto —ordenó—. Retenedla, pero no la matéis. ¿Entendido?

Estiró la mano y aferró el brazo de uno de los hombres apretándolo hasta causarle dolor.

—Os lo advierto, Jor, si le ponéis una mano encima que no sea para atarla con una cuerda, os desollaré vivos.

—Sí, señor —gruñeron los dos hombres.

—Bien. Buscadme en el lugar convenido en cuanto hayáis terminado aquí.

El comandante aflojó la mano y se internó en las sombras.