22

Los centinelas apostados en la puerta del patio trasero no habían recibido órdenes sobre el escudero Lynn, y después de verla debidamente uniformada y de escuchar su explicación, la dejaron pasar. La observaron bajar por la colina y tomar por el sendero que conducía al Templo del Corazón y quedaron satisfechos.

Para acallar su conciencia y asegurarse de que el enano no había regresado todavía, fue primero al templo para preguntar por Mica. El imponente edificio blanco adquiría una tonalidad dorada con el sol de la mañana y tenía las ventanas abiertas de par en par para aprovechar la brisa matinal. A pesar de la hora, el recinto del templo estaba casi vacío e inusitadamente silencioso. Linsha recorrió a pie el sendero desde el bosque, atravesando la bien cuidada pradera, hasta el pórtico delantero donde el portero la vio y le franqueó la entrada.

La sacerdotisa Asharia oyó al pasar las preguntas que hacía al portero y, atraída por el uniforme rojo de los guardias del gobernador acudió a ver quién era el visitante. Aunque se la veía extenuada y delgada por el exceso de trabajo, dedicó a Linsha una sonrisa cordial.

—Mica no ha regresado aún. Anoche fue al campamento de refugiados para ver a algunos pacientes.

Linsha puso cara de desaliento y movió los pies indecisa.

—Tengo un mensaje importante para él de lord Bight y necesito dárselo personalmente.

—Ah, bueno, si queréis arriesgaros a ir al campamento podríais dárselo allí. De verdad no sé cuándo volverá.

—Tal vez sea lo mejor. Lord Bight lo necesita.

—Lord Bight no estará enfermo ¿verdad? —dijo Asharia juntando las manos y con aire preocupado.

—Oh, no —Linsha se apresuró a tranquilizarla.

—Entonces, si estáis decidida a ir ¿podríais llevar algo de mi parte a la enfermería? Iba a enviar a un recadero, pero vos me podéis hacer el favor.

Linsha accedió. Mientras esperaba a que le llevaran el paquete, los sirvientes del templo le sirvieron un vaso de vino, ya que la escasa agua que tenían la reservaban para fines medicinales. Lo bebió a sorbos y acababa de terminarlo cuando regresó la sacerdotisa con un gran envoltorio sujeto con correas.

—Siento haberos hecho esperar —se disculpó Asharia—. El extracto de lupulina no estaba embotellado.

Linsha rebuscó en su mente aquel nombre familiar y recuperó el recuerdo incómodo y desagradable de una ocasión en que su madre la obligó a tragarlo después de comer un pastel de carne en mal estado.

—Canela, lúpulo y milenrama para los retortijones y la diarrea.

Asharia asintió, impresionada de que Linsha lo reconociera.

—Con un toque de valeriana para relajar al paciente. Es un antiguo remedio para la gripe y la disentería. No suele usarse mucho, pero estamos probando con todo. Hemos descubierto que la mayoría de nuestros pacientes mueren por falta de líquidos y esperamos retrasar la deshidratación para dar a la gente una oportunidad de luchar contra la enfermedad.

Eso parecía lógico.

—Tratar los síntomas —dijo Linsha.

—Por ahora. Hasta que podamos frenar la causa. —Asharia hizo una pausa y apoyó una mano en el brazo de Linsha—. Tened cuidado joven mujer. No entréis en el campamento. Tenemos guardias y recaderos en el camino. Dadle la carga a uno de ellos y haced que busquen a Mica. Si entráis, no toquéis nada. Mica piensa que la peste se transmite por la piel.

Linsha asintió.

—Ya me lo había dicho —confirmó cargando el voluminoso envoltorio. Las botellas de extracto habían sido tan bien envueltas que no se oyó el menor entrechocar de cristales. Se despidió de la sacerdotisa con una inclinación de cabeza y tomó la polvorienta senda que conducía al campamento de refugiados de la colina, al oeste del templo.

Por desgracia, el atestado campamento, debido a su proximidad del templo y de los sanadores, se había convertido en un hospital de campaña y había sido una de las áreas más castigadas de la ciudad. En cuanto coronó la cuesta cercana al campamento, Linsha vio dos montículos a ambos lados del camino: tumbas comunes para las víctimas de la peste. Ya se había cavado un tercer hoyo, y una fila de cadáveres amortajados esperaba a ocuparlo. Linsha contuvo la respiración al pasar. Con el intenso calor, los cuerpos se deterioraban rápidamente y se juntaban densas nubes de moscas. Había un viento ligero del oeste, pero todo lo que hacía era remover el polvo de los transitados caminos y difundir el hedor de la enfermedad proveniente del campamento.

Ante ella, el camino subía serpenteando por la colina para bajar después hacia un complejo de tiendas, chozas y edificios permanentes de madera. Sólo vio a algunas personas moviéndose por allí. Muchos más yacían sobre camastros dentro de las tiendas, a la sombra de aleros o debajo de los escasos árboles. Si el olor era espantoso, el sonido lo era aún más: peor que el griterío de un manicomio, peor que todo lo que había oído antes. Un zumbido constante en el que se mezclaban quejidos, lamentos y sollozos llenaba el aire del campamento, como sucede en un campo de batalla cuando termina la lucha, y a todo ello se superponían los gritos, balbuceos y alaridos de los pacientes atrapados en las pesadillas del delirio.

La marcha de Linsha se hizo más lenta al llegar a las lindes del campamento. Inconscientemente, llevó la mano a la escama de dragón que llevaba debajo de la camisa. Miró en derredor en busca de un guardia o un recadero que llevara los hábitos del templo, pero todos los que todavía podían tenerse en pie estaban ocupados en otras partes del recinto. Sólo vio a un pequeño gnomo sentado en un taburete junto al camino. Estaba escribiendo afanosamente con una pluma sobre un papel que mantenía en precario equilibrio sobre la rodilla.

—Perdonadme —dijo Linsha—. Estoy buscando a Mica. ¿Se encuentra aquí todavía?

El gnomo se rascó la cabeza con el extremo de la pluma manchándose de tinta el pelo blanco.

—Uf, no —y volvió a su ocupación.

Linsha hizo otro intento.

—Lamento molestaros, pero necesito saber dónde está. También tengo estas botellas que envía la sacerdotisa Asharia. Deben ser entregadas en la enfermería.

El gnomo suspiró ante la nueva interrupción. Con cuidado hizo a un lado el papel y bajó del taburete.

—Llevaré el bulto a la enfermería. Se supone que no debemos dejar entrar a nadie.

Linsha miró con incredulidad al gnomo que no parecía mucho más grande que el propio paquete.

—Es pesado —le advirtió.

El gnomo sonrió por primera vez y Linsha se dio cuenta de que era un gnomo joven ya que no tenía arrugas en la cara y sus ojos eran de un brillante color azul. De hecho demostró que era perfectamente capaz de levantar el bulto y cargárselo a la espalda.

—Mica salió temprano esta mañana. Dijo que volvía al templo —explicó mientras se volvía para marcharse.

Linsha le dio las gracias y sintió gran alivio al alejarse del campamento. Ahora no sabía qué hacer. Mica no había vuelto al templo y tampoco estaba en el campamento. Debía de estar en la ciudad. El único problema era saber dónde… Sabía que no podía estar ausente del palacio durante mucho tiempo, tampoco podía buscar por toda la ciudad, pero todavía no quería abandonar la búsqueda. Pensó que tal vez hubiera regresado a la casa del escriba para buscar más documentos. Podía probar en ese vecindario y confiar en tener un poco de suerte.

Andando rápidamente, siguió el camino que bordeaba la muralla por fuera pasando por cabañas y factorías e internándose en el corazón de la ciudad extramuros. En todas partes vio señales de los estragos producidos por la peste: casas con las ventanas y las puertas tapiadas y marcadas con pintura amarilla, el semblante sombrío de la gente que se atrevía a salir y por todos lados las tumbas cavadas precipitadamente en huertos y pequeños parques. El hedor a muerte y enfermedad envenenaba el aire. Muchas de las personas a las que vio llevaban máscaras o velos para aislarse del polvo y del olor.

No le llevó mucho rato llegar a la calle del Agua y a la tienda del escriba. Decepcionada, no encontró rastro alguno de Mica. La tienda estaba cerrada como la habían dejado; la única diferencia era una mancha de pintura amarilla en la puerta. Miró hacia un lado y otro de la calle infructuosamente. Como no se le ocurría ningún otro lugar donde buscar, estaba a punto de volver al palacio cuando un suave aleteo le advirtió de la presencia de Varia. La lechuza se posó en el alero de un tejado cercano.

—Está a dos calles de aquí, en una taberna al aire libre —le dijo en un susurro nervioso y a continuación voló hasta otro tejado al otro lado de la calle. Linsha fue a toda prisa tras ella.

De la época en que patrullaba el distrito, Linsha conocía la taberna a la que se refería Varia porque era una de las pocas que tenían mesas en un pequeño jardín exterior. El tabernero debía de estar desesperado o bien muy optimista para haber abierto ese día. Con paso decidido, Linsha tomó por un atajo que atravesaba tres manzanas y por un callejón sombrío llegó a la taberna por la parte trasera. La parte exterior del establecimiento estaba en el fondo de un patio de ladrillos al que daba sombra un gran emparrado por el que trepaban espesas vides. Tal como le había informado Varia, Mica estaba sentado ante una mesa redonda de frente a Linsha. Un humano estaba sentado al otro lado de la mesa atento a lo que hablaba en voz baja. Como estaba de espaldas a ella, Linsha no podía verle la cara, pero algo de su pelo entrecano y de la forma de sus hombros le resultaba vagamente familiar.

Linsha sabía que, con su uniforme rojo, era imposible que pasase inadvertida entre el escaso número de parroquianos de la taberna. Tampoco había posibilidades de acercarse más para oír lo que estaba diciendo Mica. Tuvo que conformarse con un rincón sombreado detrás de una pila de toneles vacíos que dejaba un hueco por el que podía ver a Mica y a su interlocutor.

Varia voló en silencio por encima de los tejados y se posó con un leve aleteo entre el follaje del emparrado, dispuesta también ella a observar y escuchar.

Mientras esperaba, Linsha estudió al hombre que estaba con Mica. Sabía que lo había visto antes. En ese momento tenía la cabeza inclinada sobre una jarra de cerveza, de modo que sólo veía parte de su espalda encorvada y de sus hombros, y su pelo largo, entrecano, sujeto con una tira de cuero. En ese preciso momento, una moza que llevaba una bandeja con jarras de cerveza salió por la puerta y el hombre volvió rápidamente la cabeza lo que permitió a Linsha tener una visión clara de su perfil.

Al reconocerlo se quedó paralizada. Por los dioses, era Calzon, el Legionario, que vendía sus empanadas de tapadillo en el mercado Souk. Parecía más joven que con su disfraz habitual e iba mejor vestido, pero Linsha hubiera reconocido en cualquier parte su nariz aguileña y su poderoso mentón. Linsha creía conocer a la mayoría de los legionarios de Sanction, pero si Mica estaba reunido con ese miembro de la Legión de Acero, lo más probable es que fuera o bien un informador o bien también él un miembro de la Legión. Existía la posibilidad de que se tratara simplemente de una reunión de amigos, pero a Linsha le parecía improbable. No eran el lugar ni la ocasión, en medio de esa crisis. Podía apostar un número indefinido de monedas de acero a que Mica era un legionario. Un legionario que se hacía pasar por el sanador del gobernador. Le dio risa. Era lo que se merecía el Círculo Clandestino por menospreciar a la Legión de Acero.

En un momento de imprudencia pensó en acercarse y renovar su relación con Calzon. Por suerte, su sentido común la disuadió. Podría poner en peligro su posición, y también la de Mica. No, lo mejor era mantener ese secreto en la manga para usarlo cuando fuera oportuno. Se quedó en su escondite para observar lo que sucedía.

Poco después, Calzon terminó su bebida, palmeó a Mica en el hombro y salió hacia la calle. Mica lo miró alejarse. Se quedó jugueteando con su jarra algunos minutos, luego arrojó unas cuantas monedas sobre la mesa y salió. Tratando de no perderlo de vista, Linsha lo siguió lo mejor que pudo teniendo en cuenta su uniforme rojo y que era pleno día. No obstante, el enano se lo puso fácil ya que avanzó sin titubeos hacia la calle del Armador y tomó el camino de regreso al templo.

Cuando estuvieron cerca de la puerta de la ciudad, Linsha hizo a Varia una señal y esperó a que la lechuza encontrara donde posarse.

—¿Has oído algo? —le preguntó presurosa.

—Estaba hablando de ti —respondió Varia—. Le decía al otro hombre que sospecha que eres un agente de los solámnicos. Al parecer, ayer dijiste algo en sueños.

—Fantástico. Bueno, supongo que estamos igualados —observó Linsha con aire pensativo—. Yo creo que es un legionario. Estaba reunido con un hombre al que conozco.

—También piensa que hay un traidor en el consejo de lord Bight, pero no quiso decir más hasta reunir más pruebas.

Linsha frunció el entrecejo mirando al enano que se alejaba.

—¿Dijo qué clase de pruebas esperaba?

—No. Estaba muy agitado por algo y muy molesto por el hecho de que lo hubieras acompañado ayer.

—Pues será mejor que se vaya acostumbrando —una rápida sonrisa se coló en la expresión pensativa de Linsha—. Si descubre quién es ese traidor, quiero estar allí —se enjugó el sudor de la frente y continuó—. Síguelo para asegurarte de que va al templo. Voy a adelantarme para encontrarme allí con él.

—Linsha, creo que alguien más lo está siguiendo.

—¿Estás segura? —preguntó Linsha poniéndose en guardia.

—No —replicó la lechuza balanceando la cabeza—, pero un hombre con ropas de paisano va por delante de ti. Acabo de verlo otra vez. No creo que haya reparado en ti todavía porque está concentrado en Mica.

—Otro motivo más para desaparecer. ¿Puedes observarlos a los dos?

—Si el hombre continúa siguiéndolo, sí.

—Te veré en el templo —dijo Linsha en voz baja.

Tomó por una calle a la izquierda y volvió a paso rápido hacia los barrios del norte. Subió por la carretera que pasaba por el campo de refugiados y sus tristes montículos y tomó el camino del templo. Jadeante y empapada de sudor llegó a las puertas del templo dos minutos antes que Mica.

El portero le estaba explicando que el enano aún no había vuelto cuando éste apareció por el camino y llegó hasta donde estaba ella. Tenía la cara roja por el paseo. Le dirigió una mirada irritada y preguntó:

—¿Qué estáis haciendo aquí?

—Os he buscado por todas partes —dijo Linsha con los ojos en blanco y jadeando—. La sacerdotisa incluso me envió a ese horroroso campamento para encontraros.

—¿Para qué? —preguntó en un tono de menosprecio.

—Tiene un mensaje para vos —intervino el portero tratando de ser útil.

Vaya. Linsha se había olvidado de eso. Pensó a toda prisa y tiró del enano hacia el soportal donde nadie pudiera oírlos.

—Lord Bight ha llevado a cabo un experimento que hasta ahora ha dado resultado y quería que os informara para vuestra investigación.

—¿Y por qué vos? —con tono burlón.

Linsha mantuvo una expresión impenetrable.

—Porque yo soy el experimento —dijo con toda naturalidad.

El enano la miró con sus ojos sagaces y luego le indicó que lo siguiera. La hizo bajar un tramo de escalera hasta un nivel inferior y la introdujo en una gran habitación llena de estanterías con libros. En el medio de la estancia había una mesa de trabajo medio oculta bajo pilas de manuscritos, libros y antiguos pergaminos. Linsha reconoció los documentos encuadernados del sacerdote-escriba apilados en una esquina.

Mica encendió varias lámparas de aceite que colgaban del techo con cadenas y cruzó los brazos.

—Explicaos —le exigió.

Linsha avanzó hacia la mesa. No sabía si lord Bight querría o no que se supiera, pero seguramente no tendría intención de ocultarlo a su sanador.

—El gobernador me ha dicho que sospecha que la peste tenga un origen mágico y me ha dado un talismán para protegerme.

—Ah. Por eso os mandó conmigo a la ciudad. Pensé que tal vez querría deshacerse de vos —dijo Mica con tono mordaz.

Linsha hizo como si no lo oyera. Ahora que tenía fundadas sospechas sobre la identidad de Mica estaba más dispuesta a pasar por alto su carácter desagradable. Cualquier agente que hubiera llegado hasta donde había llegado él en la corte de lord Bight y hubiera sobrevivido más de dos años tenía que ser bueno.

—No —dijo como al pasar—. Me mandó a ayudaros porque sé leer y manejar una espada. El talismán fue un agregado.

Mica la miró con descreimiento, como si esperara detectar signos de fiebre.

—¿Y funciona?

—Hasta el momento.

—¿De qué se trata? —preguntó con un bufido.

—Una escama de dragón de bronce.

—¿Una qué? —preguntó Mica sorprendido.

Como respuesta, Linsha tiró de la cadena de oro y, sacando de debajo de su túnica el disco de bronce, se lo enseñó.

—Que me convierta en escudero de un enano gully —exclamó inclinándose hacia adelante para verla con más luz—. ¿Dijo de dónde la había sacado?

—Dijo que la había encontrado. Se supone que está encantada con conjuros de protección —le dio vueltas en la mano—. Parece tan nueva. Me gustaría saber dónde la encontró… teniendo en cuenta que él lleva aquí treinta años y que ha prohibido a los dragones del bien entrar en la ciudad para apaciguar a Sable.

—Me atrevería a decir que ese edicto lo pasan por alto todos los metálicos que pueden adoptar la forma de una persona —con una mano le indicó que guardara el talismán—. Por ahora mantened a salvo esa escama, gata de callejón, y no se la mostréis a nadie más.

Linsha ladeó la cabeza y le echó una mirada de reojo.

—¿A alguien en particular?

Mica se inclinó hacia adelante con expresión seria.

—Si gozáis del favor de lord Bight, lo más prudente es que nadie lo sepa porque podría usarse contra él… o contra vos.

—El señor gobernador ha sido bondadoso conmigo —replicó Linsha rechazando firmemente la idea de una preferencia especial—, pero sólo lo está usando como un experimento, no como muestra de favor.

—Eso creéis. Seguid mi consejo.

En la cara del enano se reflejó la preocupación. «Vuelve a ser el gruñón de siempre», pensó Linsha.

Sin embargo, en algún punto de la conversación se había producido y aceptado un pequeño avance. Sin mediar palabras y sin esfuerzo consciente alguno, el conocimiento secreto que cada uno de ellos tenía del otro había alterado sus percepciones y reacciones. Sus diferentes órdenes no eran aliadas, pero tampoco enemigas, y en algún momento o lugar de este mortífero juego de las intrigas podrían necesitarse mutuamente.

—¿De veras sabéis leer? —preguntó Mica, evaluando las pilas de papeles que tenía ante sí.

—La lengua franca, el solámnico, el bárbaro de las llanuras y el abanasiano —respondió con franqueza.

—Impresionante.

Se encogió de hombros y sintió un dolor en la herida que se estaba curando.

—Me las arreglo. También sé el lenguaje por señas de los ladrones, pero ése no se encuentra en los libros.

Mica cogió una gran pila de documentos encuadernados en varios tomos.

—Bien, empezad con éstos —y se los puso delante.

Linsha cogió el primero, un antiguo tratado sobre hierbas medicinales comunes.

—¿Qué es lo que buscamos?

—Cualquier cosa que tenga que ver con una enfermedad como nuestra peste o cualquier mención al uso de magia para provocar una epidemia. —Se acomodó en una silla y seleccionó otro libro—. Sospecho que lord Bight tiene razón, pero no puedo combatir algo que no conozco.

—¿Estáis seguro de que no había nada en el diario de a bordo del barco de la muerte?

—Lo leí de cabo a rabo.

Linsha acercó otra silla, se sentó y abrió el libro. Pasó algunas hojas.

—Hum —dijo mientras leía—. Es una pena que no pudiéramos hablar con el capitán del barco antes de que muriera.

Una luz extraña brilló un instante en los ojos de Mica al oír sus palabras.

—Una pena —murmuró.

El capitán del barco negro, Espada de la Dama, desenrolló su mapa sobre la mesa y miró a los demás capitanes reunidos. El mapa que tenía bajo los dedos era nuevo, trazado con profusión de tinta y minuciosamente dibujado. Mostraba la mitad oriental del Nuevo Mar, indicando el reino pantanoso del dragón negro, Sable, las mermadas tierras de Blöde y los dominios de los Caballeros de Takhisis con base en su ciudad, Neraka. Como una mancha en el centro de todo estaba Sanction, una piedra preciosa engarzada al pie de la bahía de Sanction y el punto más oriental del Nuevo Mar.

—Los planes ya están en marcha —dijo el capitán señalando Sanction con su calloso dedo—. Nuestros informadores dicen que la peste ha diezmado a la ciudad baja y ha mermado seriamente las filas de los guardias. En cuanto recibamos la señal navegaremos hacia el puerto.

Un capitán, un hombre joven y rubio, indicó con un dedo el lado occidental de la península que había entre sus barcos y la bahía de Sanction.

—Nuestra flota está desperdigada en todas estas calas y ensenadas. ¿Habrá tiempo para reagruparse?

—Si todo sale bien, la erupción del volcán será lo bastante visible como para darnos tiempo antes de que llegue la señal de nuestro contacto. De lo contrario, trataremos de reagruparnos mientras navegamos. De todos modos, la entrada al puerto es estrecha, de modo que tendremos que entrar en grupos de a tres.

Una ruidosa conmoción en cubierta interrumpió sus palabras y todas las cabezas se volvieron hacia la puerta en el preciso momento en que se abría de golpe. Tres musculosos marineros introdujeron a un par de jóvenes pescadores en el camarote del capitán. Obligaron a los dos a arrodillarse ante los capitanes allí reunidos. El miedo y el reconocimiento brillaron en sus rostros en forma de sudor.

—¿Quiénes son estos hombres? —bramó el capitán.

—Los encontramos merodeando por la ensenada —respondió uno de los marineros con una desagradable sonrisa—. Vieron los barcos antes de que los apresáramos.

—Qué desafortunado —comentó el capitán antes de posar sus fríos ojos en los pescadores—. Un poco lejos de vuestros caladeros ¿no os parece?

—Oh, no, señor —se apresuró a explicar uno de los jóvenes—. El calor ha hecho que desaparecieran los peces de las aguas poco profundas. Simplemente estábamos buscando mayores profundidades donde poder encontrar pesca.

—Llevaban redes en su barco, pero no tenían una sola carnada a bordo —dijo un marinero.

El capitán enarcó una ceja oscura.

—¿Exploradores? ¿Le habrá llegado a Bight algún rumor sobre nuestra presencia? —En vista de que nadie respondía, se acercó rápidamente hasta colocarse delante del pescador que había hablado y colocó su mano sobre la cara del hombre. Musitando entre dientes invocó el poder de su misticismo oscuro y lo proyectó hacia la mente de su víctima. No dio muestras de cortesía ni paciencia, y la fuerza de su voluntad abriéndose paso en la mente del hombre provocó en el prisionero un grito de agonía y terror.

Los demás capitanes observaban sin inmutarse, pero el otro cautivo miraba con ojos desorbitados y una expresión en la que se mezclaban la furia y el horror. Después de un par de minutos, el capitán rompió el vínculo y retiró su magia. El pescador cayó al suelo, inerte, con los ojos vueltos hacia el interior de su cráneo y el cuerpo ya entregado a la muerte.

—Bight no hace más que suponer —dijo el capitán a los demás. Se volvió a los marineros—. Deshaceos de estos dos. Doblad la guardia y traedme a todos los espías que podáis capturar.

Los marineros saludaron y se llevaron a rastras a los prisioneros.

—Ahora, caballeros —dijo el capitán con satisfacción—, hablemos de los planes para la batalla.