La luna estaba baja en el horizonte, hacia occidente, y a través de la puerta de carga y de las ventanas de ventilación abiertas derramaba su luz en rayos de plata que relumbraban sobre el suelo sembrado de paja. Linsha tendió una manta y se acomodó para esperar el regreso de Varia.
Aunque la noche estaba declinando, Linsha seguía desasosegada y nerviosa por su encuentro con lord Bight. Había pretendido tranquilizarlo y, en cambio, lo había irritado y ofendido con su conducta presuntuosa. Al menos suponía que eso era lo que lo había movido a apartarse de ella. Como no había dado ninguna explicación, sólo cabía imaginar que su conducta lo había disgustado y, sin embargo, si no hubiera querido participar en el forcejeo ¿por qué lo habría iniciado? Había otras posibilidades, por supuesto, pero ninguna le parecía probable. Tal vez las tensiones del día se le habían echado encima estropeando aquel juego exuberante. Esperaba que en algún momento aceptara sus excusas ya que se le hacía insoportable sentirse rechazada por él.
En el establo había luz apenas suficiente como para ver lo que uno hacía, de modo que Linsha sacó sus bolas de malabarista. Muchas veces, el giro disciplinado de las bolas la ayudaba a poner en orden sus ideas, y esa noche necesitaba toda la ayuda del mundo. Puso a circular las bolas en un lento círculo pasándolas de mano en mano y de arriba abajo. Mientras hacían su recorrido, su mente se volcó hacia adentro centrándose en la gente que más ocupaba sus pensamientos.
«Lord Bight», se dijo Linsha al golpearle una de las bolas en la palma de la mano. «Mica», dijo con la segunda. «Ian Durne», con la tercera. Al ritmo del juego fue enumerando más nombres: «capitán Dewald… lady Karine… el Círculo… los Caballeros de Solamnia… los Caballeros Negros… la Legión… la Peste de los Marineros… los piratas… Sable… los volcanes…». Todos esos nombres formaban parte de algo. En la complicada configuración de Sanction todo tenía un lugar, era sólo que todavía no había conseguido encontrar el de todos ellos. Tenía la sensación de que algo se iba formando como la cúpula de lava que se cernía sobre el volcán. El tiempo se le acababa. El Círculo Clandestino esperaba que actuara, pero ella todavía no tenía todas las respuestas que necesitaba para tomar las decisiones acertadas.
—Lord Bight —volvió a musitar. A pesar de los días que llevaba en su guardia personal, no estaba más cerca de averiguar la verdad de su poder ni de sus orígenes. Si tenía formación de mago, sin duda era autodidacta ya que jamás había pisado la academia de su padre y ya usaba la magia desde antes de que Palin fundara su escuela. Pero entonces ¿dónde había adquirido sus poderes? Sólo un puñado de personas comprendía y practicaba la magia antigua con tanta habilidad como él.
Ian Durne, ése sí que era un enigma. Frío, eficiente, capaz. Sin embargo, lord Bight lo dejaba a cargo mientras se ausentaba para entrevistarse con Sable y todo iba de mal en peor. ¿Era que había hecho mal su trabajo o sencillamente que las cosas eran incontrolables? Ahora su lugarteniente estaba muerto y la incursión nocturna resultaba un absoluto desastre. ¿Qué estaba sucediendo?
El Círculo quería desacreditar a lord Bight y arrebatarle su posición de poder. ¿Obedecían órdenes del Consejo de Solamnia o actuaban según sus propios planes secretos? ¿Estaría sir Liam al tanto de su deseo de liberarse de lord Bight? ¿Por qué no era capaz ella de convencer al Círculo de que Hogan Bight era el mejor líder para esa ciudad compleja, temperamental?
Volvió a repetir los nombres entre dientes, dándoles vueltas en su cabeza como las bolas que movían sus manos.
—¿Cómo encajan?
—¿Cómo encajan quiénes? ¿Vos y yo? —preguntó una voz de hombre desde la oscuridad.
A Linsha se le cayeron las bolas de las manos al girar ella de golpe para mirar hacia la escalera con la daga en la mano.
—Tranquila, Lynn —dijo Ian Durne—. Soy yo. No pretendía asustaros.
«Por todos los dioses ausentes de Krynn», pensó bajando con lentitud el arma. ¿Cuánto tiempo llevaría allí? Volvió la daga a su vaina y, sin apartar la vista de él, se arrodilló para recuperar sus bolas.
El comandante caminó entre las balas de heno hasta ponerse justo donde empezaba la zona iluminada por la luna.
—No sabía que hicieseis juegos malabares. ¿Dónde aprendisteis?
—Aprendí sola. Me ayuda a pensar —replicó con voz tranquila. Notó que él llevaba una botella de vino y dos copas de pie alto.
Levantó el vino como una ofrenda de paz. Sus ojos parecían de cristal a la luz de la luna, y en su cara había seriedad y tristeza. Su uniforme habitualmente impoluto estaba polvoriento y bastante ajado y no llevaba sus armas. Linsha pensó que nunca lo había visto tan cansado y melancólico.
Volvió a sentir aquel cosquilleo tibio en la boca del estómago. Intentó no prestarle atención, recordar el consejo de Varia. Era un extraño. ¿Qué sabía de él realmente?
—¿Qué estáis haciendo aquí?
—Os vi cruzar el patio y se me ocurrió unirme a vos.
Linsha de puso de pie, no muy segura de los sentimientos que aquello le suscitaba.
—¿Desvelado?
—Sí —miró hacia el techo envuelto en penumbras, las maderas y las balas de heno—. ¿Y vos, por qué estáis aquí?
—Es un lugar tranquilo. Me gustan los animales.
—Os ayuda a pensar —acabó la idea por ella—. Ah, ¿puedo sentarme?
Linsha asintió y alisó una esquina de la manta con un pie descalzo.
Él se acomodó en la manta con movimientos rígidos y lentos, luego destapó el vino y llenó generosamente los dos vasos. Lo probó y suspiró de placer.
—Un buen tinto. Una de las nuevas cosechas del lugar. Es suave y tiene un aroma rico y persistente —echó una mirada a Linsha que seguía de pie junto al borde de la manta—. Oh, por favor, sentaos. Esta noche me he hecho daño en el cuello y no quiero mirar para arriba.
Linsha vaciló, debatiéndose entre ser descortés y mantenerse en guardia o ser atenta y vulnerable. ¿Realmente quería colocarse en esa situación? Simplemente podía recoger sus bolas e irse. Varia la encontraría. No tenía por qué quedarse aquí, sola con este hombre que tanta atracción ejercía sobre ella. Podía decir «gracias» y «no» y dejarlo allí con la manta, el vino y la oscuridad.
—Suele decirse «no dejes pasar la oportunidad» —murmuró Durne.
—También se dice «no por mucho madrugar…» —replicó Linsha sin tardanza.
—Claro, la cautelosa gata de callejón. Siempre olfateando las esquinas antes de entrar en la calle —dijo él riendo.
—Por supuesto. Las precauciones nunca son suficientes cuando hay machos por los alrededores.
Como respondiendo a una señal, un gran gato color naranja salió de la oscuridad con la cola en alto.
—¿Y tú de dónde sales? —preguntó Linsha. El gato se arrimó a sus piernas ronroneando, pero cuando Ian estiró la mano hacia él, pegó las orejas a la cabeza y bufó.
—Por eso no me gustan los gatos —refunfuñó el comandante.
A Linsha se le aposentó la risa en el corazón. Cogió al gato y se sentó en cuclillas sobre la manta, frente a Ian, con el gato acurrucado en su regazo.
—Sois tan hermosa cuando sonreís —dijo Ian con un susurro arrebatador. Le alcanzó una copa, de un rojo intenso a la luz de la luna. Linsha vio que el movimiento le arrancaba un gesto de dolor.
—Decidme lo que sucedió esta noche.
Él se pasó una mano por los ojos y permaneció silencioso durante un buen rato antes de hablar.
—Fue una trampa. Los Caballeros Negros nos tendieron una emboscada en una granja del valle septentrional.
—¿Cómo? —preguntó Linsha con un gesto de sorpresa.
Apuró su vino y se sirvió otra copa.
—El informador de lord Bight nos traicionó. En lugar de sorprender desprevenidos a los Caballeros, fuimos atacados por toda una compañía de su caballería que nos estaba esperando. Perdimos cinco hombres y diez más resultaron heridos antes de que pudiéramos escapar.
—Por los dioses —musitó Linsha—. No me extraña que lord Bight estuviera tan alterado. —El gato color naranja empujó la mano con la cabeza para que lo acariciara y ella automáticamente empezó a pasarle le mano por el suave pelaje y a frotarle las orejas—. Y perder además al capitán Dewald asesinado… —su voz se apagó.
—No ha sido una buena noche —gruñó Ian asintiendo. Se acabó la segunda copa de vino, sirvió una tercera y luego señaló la copa que Linsha sostenía en la mano y que no había probado—. No habéis bebido nada.
Ella probó el vino y lo dejó penetrar suavemente hasta el fondo de la garganta. Tenía razón, era muy bueno.
—¿Y qué pasó con el informador? —preguntó.
—Aún no hemos dado con él. Si por mí fuera lo ahogaría y lo descuartizaría.
—¿Cómo os hirieron?
Volvió a brillar su sonrisa bajo la luz pálida.
—Un corpulento caballero me dio de lado con una lanza corta y me derribó de mi montura. A punto estuve de romperme el cuello —cambió la copa a la mano derecha y tocó con suavidad a Linsha en el hombro.
Ante su sorpresa, el gato color naranja le gruñó y le tiró un zarpazo a la mano.
—Está bien, está bien, gato estúpido —dijo Ian retirando la mano—. Lynn, decidle a vuestro guardián que se tranquilice. Sólo quería saber si vuestra herida iba mejor.
Linsha acarició al gato hasta calmarlo, pero no hizo el menor intento de dejarlo. Miró a Ian desde la sombra de sus oscuras cejas.
—Duele y arde por momentos. Por lo demás, está bien.
Después de hacer desaparecer su tercera copa de vino, Ian volvió a llenarla. Linsha lo observó con preocupación mientras bebía un sorbo de la suya. Nunca lo había visto perder el control de esa manera.
—Lamento que fuerais vos quien encontrara al capitán Dewald en el bosque —dijo el comandante disculpándose. Sus palabras salían un poco más lentas de lo normal y un poco imprecisas.
—¿Tenéis alguna idea de quién podía desearle la muerte?
—Mucha gente —dijo haciendo un gesto abarcador en el aire—. Caballeros de Solamnia. Caballeros Negros. El capitán Dewald era mi mano derecha. A lo mejor murió en mi lugar.
—Lo siento. Sé que era vuestro amigo.
—Era un buen hombre —de repente rompió en una risa ahogada—. ¿Sabéis? Siempre contaba un chiste malísimo sobre un elfo, un kender y un draconiano. —Cayó hacia atrás sobre el heno riendo tan fuerte que se le derramó vino sobre la túnica. Trató de contarle el chiste a Linsha pero perdió el impulso de su hilaridad. La risa fue desapareciendo gradualmente, pero no así su locuacidad. Le habló de Dewald y de sus proezas, de los hombres a sus órdenes que habían muerto esa noche. Le contó historias graciosas sobre Sanction y más chistes de los que Linsha había podido recordar nunca mientras ella escuchaba y se reía y trataba de no bostezar demasiado. Todo ese tiempo siguió bebiendo fuerte, primero de la botella de vino y luego de un frasco que sacó de debajo de su túnica.
Después de casi una hora, a juzgar por el alargamiento del ángulo de la luz de la luna, Ian se dejó caer hacia atrás sobre el heno. Se quedó tranquilo tan pronto que Linsha lo miró preguntándose si se encontraría mal. Levantó de su regazo al gato que protestó y a cuatro patas avanzó por la manta hasta colocarse a su lado. Él yacía de espaldas con los ojos muy abiertos y mirando al techo. Lentamente su mirada se desplazó y se fijó en ella.
Ella lo miró a su vez: desde la ancha frente, recorrió la línea de su mejilla, continuó por la barbilla, hasta detenerse en sus labios carnosos y en el leve hoyuelo del mentón. Su contemplación fue una invitación que él aprovechó.
Con los dedos le tocó levemente la nariz, los párpados, le acarició el contorno de la cara. Luego los deslizó por el cabello, siguió la curva de la nuca y empujándole la cabeza hacia abajo la atrajo lentamente hacia sí hasta que suave, sutilmente, sus labios se curvaron sobre los de ella y la besó larga, profunda y apasionadamente.
La voluntad de resistir de Linsha duró apenas un instante antes de fundirse como una vela. Hacía tanto tiempo que no se sentía así. Él despertó en ella una necesidad que creía dormida hacia tiempo, algo a lo que sinceramente no podía llamar amor. Tal vez lo que sentía por él fuera sólo deseo, enamoramiento. No lo sabía, todavía no. Pero en ese momento no le importaba. Lo único que contaba era su cercanía y la necesidad que sentían el uno del otro.
Sonriendo, Linsha dejó que su dedo enmarcara el rostro de él siguiendo el nacimiento del pelo y avanzando sensualmente por la curva de su oreja y por el cuello fuerte. Se deleitó con el tacto cálido, masculino de su piel, con el olor almizcleño contaminado de vino que despedía su cuerpo. Lo besó otra vez.
Él hundió la cabeza en su cuello y la envolvió con los brazos.
—Os quiero —dijo, con la suavidad del ala de una lechuza. Luego su cuerpo se aflojó, su respiración se hizo acompasada y su brazo la soltó. Había caído en un profundo sueño inducido por el exceso de vino y de cansancio.
Linsha se apartó con el corazón dolido y el cuerpo decepcionado. Sólo la parte de su mente dominada por el sentido común suspiró aliviada. Fue entonces cuando se dio cuenta de que el gato anaranjado se había acurrucado en la manta y emitía un sonido odioso, mezcla de gruñido y aullido que cesó en cuanto ella se apartó de Durne, dejando bien claro su punto de vista incluso para la mente fatigada de Linsha. Por alguna razón, a aquel macho no le gustaba el comandante. Linsha se sentó y de su boca salió un suspiro hondo y sentido.
—¿Quién eres, gato, para atreverte a discutir mi opinión? Y además ¿qué estás haciendo aquí arriba?
El gato se limitó a entrecerrar los ojos amarillos en la oscuridad y a observar todos los movimientos de la mujer.
Linsha se sentó en sus talones y se dio cuenta de que el cansancio la estaba venciendo. Los acontecimientos de aquel día tan largo la habían superado y habían minado su fortaleza. Con un enorme bostezo acomodó los miembros de Ian para que estuviera más cómodo. Tenía un aspecto tan juvenil en su sueño y parecía tan indefenso. Su vulnerabilidad la conmovió.
Sin embargo, eso no bastó para hacerle perder el sentido de la oportunidad. Mientras el gato observaba, colocó los dedos sobre las sienes de Durne e hizo aflorar los poderes de su espíritu. Con un hábil roce los extendió en torno al hombre y a los reveladores colores de su aura. Como había esperado, su naturaleza superficial era de un amable color azul con algunos leves toques rojos de maldad, pero cuando quiso sondear su mente se topó con una barrera que se le resistía, incluso a pesar del sueño inducido por el alcohol.
—Varia tenía razón —le musitó al gato que se quedó mirándola atentamente—. Está fuertemente protegido. ¿Por qué lo considera necesario?
Su poder se desvaneció y el encantamiento se rompió. Ian se removió en sueños hasta que Linsha le rozó apenas los labios con un beso.
—Qué tonta soy —se dijo—. Estoy viviendo una mentira que detesto, chiflada por un hombre en el que no confío y engañando a otro al que considero mi amigo. Cada vez que me llama Lynn ruego que algún día pueda llamarme Linsha sin odiarme.
El gato maulló suavemente.
—El honor es mi vida y sin embargo carezco de él. ¿Qué voy a hacer?
Respondiendo tal vez a la tristeza de su voz, el gato se acercó a ella, se paró sobre las patas traseras y suavemente le tocó la mejilla con una garra. El gesto inesperado la reconfortó. Lo cogió en brazos y lo llevó al otro lado de la manta. No podía ir más lejos. Se acomodó en el heno y se estiró en la cálida oscuridad. El sueño se apoderó de ella enseguida.
El gato anaranjado no se tranquilizó enseguida. Dos veces describió un círculo alrededor de Linsha, le olisqueó la cara y el pelo y le pasó suavemente el hocico por las manos. Una de sus garras tocó la cadena y el borde duro de la escama de dragón que todavía llevaba debajo de la túnica. Satisfecho, se acurrucó a su lado, entre ella y el hombre que dormía allí cerca. Sin hacer el menor ruido se estuvo allí, vigilando, el resto de la noche.
Al amanecer, una luz recién nacida se abrió camino hacia el interior del granero hasta despertar al comandante en su lecho de paja. Éste gruñó y se frotó la cara. Dolorido se incorporó. La cabeza le pesaba, tenía un dolor en el costado y sentía el cuello como si alguien hubiera reemplazado sus huesos por una varilla de hierro candente. ¿Y qué estaba haciendo en ese pajar?
Un sonido leve y amenazador le hizo girar la cabeza. Entonces vio a Linsha dormida sobre la manta, tendida de lado y dándole la espalda. Poco a poco y no de muy buena gana fueron volviendo los recuerdos. ¿Qué había hecho? Más aún, al ver a una mujer que dormía totalmente vestida a su lado lo que se preguntó fue qué no había hecho. Se dio cuenta de que el ruido provenía de un gran gato anaranjado acurrucado junto a la espalda de Linsha y que lo miraba con descarado disgusto.
—Maldito gato —musitó. Pensó en despertar a Lynn y reanudar lo que al parecer se había perdido la noche anterior, pero decidió dejarla dormir. Tenía el cuerpo vapuleado, dolorido y necesitaba el toque de un sanador. En esas condiciones no le serviría de mucho a ella. Se rascó la barba incipiente del mentón y pensó que tampoco le vendría nada mal un buen afeitado. Además, oía abajo a los caballos que empezaban a impacientarse y sabía que no tardarían en llegar los mozos de cuadra. No sería apropiado que sorprendieran al comandante de la guardia del gobernador en un granero con el último de los escuderos.
Sacudió la cabeza para despejar las telarañas de su cerebro y se puso de pie. No debería haber tomado tanto vino.
—Que durmáis bien, bella dama —dijo a la mujer que le daba la espalda. Recogió la botella vacía y los vasos e hizo una pausa para echar una mirada furiosa al gato—. Márchate o me ocuparé de ti más tarde.
El gato le gruñó a modo de advertencia desafiante.
Dándose prisa, el comandante Durne bajó la escalera y abandonó los establos.
La lechuza esperó a que se cerrara la puerta del establo y se desvaneciera el sonido de sus pisadas para salir de las sombras del techo y bajar planeando hasta posarse sobre la cadera de Linsha desde donde miró al gato.
—¿Otra vez por aquí? ¿Cuánto tiempo llevas ahí?
El gato le respondió con un maullido que quería decir suficiente.
—Bien —gorjeó Varia—. Sólo quisiera que te mostraras bajo tu otra forma y acabaras con ese sinvergüenza antes de que pueda hacerle daño.
Todavía no. Ella todavía puede pararle los pies —se quitó una brizna de paja que se le había enredado en la pata y bostezó—. Tengo que irme. Me espera un largo día.
—Vuelve cuando quieras —ululó Varia con un brillo divertido en sus ojos de luna llena—. No es que me entusiasmes, pero eres mejor que eso otro. Es un tipo peligroso, me gustaría que Linsha lo viera.
—¿Ver qué? —la Dama se removió y se estiró adormilada, obligando a la lechuza a bajar de un salto al suelo.
—Que vieras la forma de despertarte. Traigo noticias —gorjeó Varia.
Linsha bostezó y volvió a estirarse, levantando un brazo por encima de la cabeza.
—Ahora estoy despierta, de modo que puedes contármelas. ¿Has visto…?
—Sí —la interrumpió la lechuza con brusquedad—. Y seguí a lady Karine cuando se lo contó a Annian. La noticia la conmovió tal como yo había previsto. Se suponía que el capitán tenía que encontrarse con ella ayer para darle una información importante.
—Pero no apareció.
—No.
El recuerdo de la noche anterior se le presentó un poco tardíamente y Linsha se incorporó y miró alrededor buscando a Durne.
—Se ha marchado —dijo Varia con evidente desaprobación en su voz musical. Su afirmación fue secundada por un maullido del gato.
Linsha los miró a ambos con el entrecejo fruncido. Primero al gato, luego a la lechuza. Le resultaba muy irritante el rechazo de los dos por el hombre que amaba. ¿Qué sabrían ellos? Luego el enfado se volvió contra sí misma por preocuparse siquiera por lo que pudieran pensar dos animales sobre Ian Durne. Oh, por todos los dioses, estaba cansada. Se frotó las sienes e intentó recordar de qué hablaba Varia.
—¿Qué información podía tener el capitán que fuera tan importante como para que alguien lo matara? —se preguntó retóricamente.
La lechuza miró al gato pensativa antes de continuar.
—Eso no es todo. Mica no regresó al templo anoche. Se quedó en la ciudad.
El interés de Linsha aumentó.
—¿Dónde?
—No lo sé. Se encontró con alguien y ambos fueron en la dirección del campamento de refugiados. Los perdí cerca de la muralla.
—¿Es posible que haya acudido a algún lugar en su capacidad de sanador?
—Es posible. Si es así, iba armado. Llevaba una espada.
—¿Mica? —preguntó Linsha sorprendida. No recordaba haberle visto nunca un arma que no fuera su hosco carácter—. ¿Está allí todavía?
—He estado vigilando el templo. No ha regresado.
—A lo mejor puedo encontrarlo. Me gustaría saber qué se trae entre manos —dijo Linsha pensativa mordisqueando una paja de heno.
—¿Puedes salir del palacio? —preguntó Varia sin pestañear.
—Me ordenaron que lo ayudara en su trabajo.
—Eso fue ayer —señaló la lechuza.
—Es posible que los guardias no lo sepan. Les diré que voy al templo.
Varia ladeó la cabeza y clavó un ojo amarillo en el gato. Se quedaron mirándose tan largo rato que hicieron sospechar a Linsha que estaban tramando algo. Sabía que Varia podía comunicarse telepáticamente a corta distancia cuando quería. ¿Podrían hacerlo los gatos también?
—De acuerdo —dijo la lechuza rompiendo el silencio—. Puedes intentarlo, pero si vas al campamento ten cuidado. La peste también ha azotado ese lugar.
—¿Hablas conmigo o con el gato? —dijo Linsha con tono irritado.
—Contigo —respondió la lechuza como si estuviera hablando con un mochuelo—. El gato tiene otros lugares donde ir.
Linsha frunció el entrecejo perpleja, pero no pidió explicaciones. Varia a menudo hablaba de cosas que Linsha no entendía, y aunque podría haber usado su capacidad mística para comunicarse con el gato, hablar con animales era algo que sólo hacía cuando tenía tiempo y mucha paciencia, y esa mañana no tenía ni lo uno ni lo otro.
De un tirón recogió la manta del suelo, desplazando al gato, y se puso de pie.
—Voy a cambiarme. Os dejo con vuestra conversación privada —y sacudiendo la cabeza bajó del pajar.
El gato y la lechuza la miraron irse. El gato emitió una mezcla de refunfuño y ronroneo que casi parecía una risa y que le salía de las profundidades de la garganta.
—Sí, es testaruda —asintió Varia—. Y se pone de un humor de perros cuando no duerme lo suficiente.
Sin dejar de ronronear por lo bajo, el gato se fue por donde había venido. Varia dedicó unos instantes a acicalarse y luego voló sin hacer ruido y salió del establo para vigilar a Linsha sin que ésta lo notara.