Un alegre relincho saludó a Lynn cuando abrió la puerta de los establos. Catavientos, una robusta yegua baya, corveteó excitada mientras Lynn le colocaba el cabestro en la bien proporcionada cabeza. La mujer pasó una mano por el sedoso cuello del animal.
Mantener un caballo en Sanction con el exiguo sueldo de un guardia era un lujo que pocos se podían permitir. Los precios eran altos, el heno y la avena a menudo difíciles de conseguir, y a Lynn le resultaba difícil encontrar tiempo entre todos sus nuevos deberes para que el caballo hiciera ejercicio todos los días. A pesar de ello, consideraba que su yegua no era sólo un mero capricho, sino también una necesidad para el tipo de trabajo que hacía.
Había vivido en Sanction durante casi ocho años y mucha gente la conocía como una navajera de los barrios bajos llamada Lynn de Gateway, que había conseguido abrirse paso hasta la guardia de la ciudad y había puesto sus habilidades al servicio de una causa más legítima. Sólo unas cuantas personas, muy pocas, sabían que la pelirroja gata barriobajera con su cara llena de pecas y su fuerte temperamento era algo más de lo que parecía, y si alguien ajeno a aquel pequeño círculo descubría su verdadera identidad, Lynn sabía que un caballo veloz podía ser su única oportunidad de supervivencia. Por ello economizaba y ahorraba para mantener a Catavientos en forma y bien cuidada, y rezaba en silencio para que el día que tuviera que huir de Sanction nunca llegara. Mientras tanto, la yegua también había resultado útil para otras tareas, y aquella mañana, sin saberlo, había ayudado a Lynn a conseguir su primera oportunidad para conocer al lord gobernador Hogan Bight en persona.
Tarareando en voz baja, Lynn echó un vistazo a la silla de montar y decidió prescindir de ella. El día apenas iniciado rápidamente iba dejando atrás las bajas temperaturas de la noche. Echó una manta ligera por encima del lomo de Catavientos en lugar de la silla y se dirigió rápidamente hacia el ancho fondo de la bahía.
La yegua brincó ante la expectativa, pero estaba demasiado bien entrenada como para desbocarse. A una señal de Lynn, salió del establo y se introdujo entre el tráfico que circulaba por las atestadas calles. El sargento había dicho que lord Bight estaba en algún lugar de las fortificaciones de la parte oriental de Sanction, en dirección opuesta al puerto, así que Lynn guió a su caballo hacia la calle del Armador, la calle principal que dividía Sanction en dos de este a oeste, y la hizo ir a un trote tranquilo y cómodo. Era imposible viajar más deprisa que eso. A pesar de que era temprano, las calles estaban repletas de carros, carretas y peatones, y las tiendas ya bullían de gente que intentaba cumplir sus obligaciones diarias antes de que el calor se hiciera insoportable.
Aquel verano en Sanction era el más caluroso que se recordaba desde la Guerra de Caos, hacía más de treinta años, y uno de los más secos. Había alterado el ritmo de la vida diaria en la ciudad convirtiendo a todos los habitantes en madrugadores y cerrando virtualmente la ciudad a media tarde. En plena tarde sólo se veía moverse a los perros, los kenders, los enanos gullys y la guardia de la ciudad. Al anochecer, el intenso calor aflojaba sólo lo suficiente como para producir un leve alivio y resucitar a la ciudad.
En la parte más baja de Sanction, donde las tabernas, las posadas, las oficinas y los almacenes se disputaban un espacio a lo largo del muelle, la mayor parte de la gente que Lynn veía por las calles estaba relacionada con el próspero comercio marítimo de la ciudad: marineros, fabricantes de velas, carpinteros, fabricantes de cuerdas, calafates, fabricantes de remos y herreros. Había minotauros, enanos, humanos y elfos trabajando todos juntos para cargar y descargar mercancías, arreglar barcos, reparar velas y montar nuevos negocios. Sólo las tabernas estaban silenciosas en ese momento del día, hasta que el calor obligara a todo el mundo a refugiarse en sus casas, o debajo de la sombra más cercana y con una bebida refrescante.
A medida que Catavientos se acercaba a la parte más alta de la ciudad y a las enormes murallas de las fortificaciones interiores de Sanction, el aspecto de las calles cambió y los muelles, tabernas y oficinas mercantiles fueron reemplazados por edificios nuevos, tiendas y casas altas y estrechas apiñadas a lo largo de calles adoquinadas. Allí estaban situadas muchas de las industrias de servicios como lavanderías, panaderías, casas de baños, salones de masajes y herboristerías, todos con aspecto de negocios prósperos y saneados. Muchos artesanos cualificados tenían también tiendas allí y pintaban los escaparates de brillantes colores para anunciar sus mercancías. Las marquesinas daban sombra a las aceras de madera, y repartidos por toda la calle había pequeños jardines que daban toques de verde a los edificios de madera y piedra.
Dominándolo todo estaban las altas torres y almenas de piedra de las murallas fortificadas de Sanction. Allí, enfrentada al puerto y a la amenaza de una invasión por mar, estaba la Puerta Oeste principal, donde la calle del Armador dejaba la parte más baja de la ciudad para adentrarse en el corazón de Sanction. La puerta era una enorme entrada, suficientemente ancha como para que dos carretas cargadas pasaran a la vez, y estaba flanqueada por dos torretas de vigía cilíndricas. La guardia de la ciudad tenía su sede allí e izaba sus banderas de color granate blasonadas con una espada llameante para que todos las vieran.
La muralla era un añadido reciente a las defensas de Sanction, construida por el lord gobernador para proteger la ciudad de una extensa lista de enemigos. En los años anteriores a la Guerra de Caos, Sanction había estado bajo el control de la reina Takhisis y sus Caballeros Negros. Había sido un asentamiento para ejércitos de dragones y un nido de piratería y esclavitud. Todo ello cambió, sin embargo, al término de la guerra con la partida de los dioses. Los Caballeros Negros perdieron el control de la ciudad, y lo que quedaba de los barrios bajos, los reductos para esclavos y los templos corrió el peligro de quedar enterrado debajo de ríos de lava expulsados por los tres volcanes, los Señores de la Muerte. En un momento dado, nadie podía recordar exactamente cuándo, un extraño llamado Hogan Bight había llegado a la ciudad y se había autoproclamado gobernador. Utilizando unos poderes que quedaban fuera de la comprensión de todos, amansó los volcanes y desvió la lava, las cenizas y el humo alejándolos de la ciudad. Levantó un gobierno desde la nada, abolió el comercio de esclavos, creó la poderosa guardia de la ciudad para mantener la paz y llevó una prosperidad que ninguno de los habitantes de Sanction se habría atrevido a soñar.
Uno de los primeros logros importantes de lord Bight había sido la fortificación de la ciudad mediante una compleja red de terraplenes, muros de piedra, altas torres y, lo más impresionante de todo, fosos de lava creados a partir del flujo de los tres volcanes gigantes que cercaba la ciudad por el norte, el este y el sur. Los fosos comenzaban en el monte Thunderhorn, el volcán oriental, y fluían en forma de herradura alrededor de la ciudad para terminar en la bahía de Sanction, comprendiendo la ciudad, el puerto y la mayor parte del ancho valle.
Las defensas eran impresionantes y, hasta ese momento, eficaces. Los Caballeros de Takhisis estaban desesperados por recuperar la ciudad, pero los fosos de lava y los terraplenes mantenían a raya sus fuerzas de tierra al norte y al este. Las defensas portuarias mantenían el puerto a salvo de los piratas y de las fuerzas navales de los Caballeros Negros, y la gran muralla protegía el corazón de la ciudad. Por desgracia, las fortificaciones no bastaban para proteger a Sanction de todos sus enemigos. Había algo más en la ciudad, algo oculto y sutilmente poderoso que mantenía a raya incluso a los poderosos Señores de los Dragones. Algo que emanaba del misterioso Hogan Bight.
Lord Bight, este hombre desconocido, y su creciente influencia habían sido la causa de que Lynn —Linsha para su familia— hubiera ido a Sanction, enviada por el gran maestre Liam Ehrling, para servir en la Orden de los Caballeros de Solamnia como un agente de incógnito en el Círculo Clandestino de Sanction. En sus manos, y en las de otros como ella, estaba averiguar todo lo que pudieran de aquel hombre extraño y de las fuerzas que habían provocado la evolución de Sanction, que de un moribundo puerto de esclavos se había transformado en una ciudad moderna. A Linsha en realidad no le gustaban los subterfugios y las intrincadas transacciones de la misión, pero era buena en ese trabajo y había llegado a apreciar realmente a la gente de Sanction en el tiempo que llevaba viviendo allí.
Mientras saludaba a los guardias de la Puerta Oeste y la atravesaba a caballo, sintió cómo se le aceleraba el pulso ante la perspectiva de conocer a lord Bight. Se había unido a la guardia de la ciudad hacía casi un año con la esperanza de acercarse a su círculo más íntimo, pero hasta entonces sólo había conseguido verlo de lejos en las plazas de armas del campamento de la guardia y durante visitas oficiales al ayuntamiento.
El tráfico era más denso en esa parte de la calle del Armador, y Linsha se vio obligada a poner a Catavientos al paso. Esa parte de Sanction había sido un antiguo mercado de esclavos y un suburbio hasta que lord Bight permitió a un grupo de gnomos experimentar con unas nuevas técnicas de construcción. Como era de esperar, las horrorosas viviendas ardieron por completo, permitiendo a lord Bight reconstruir toda la zona. La tierra se dividió en solares ordenados y calles y se parceló para nuevos propietarios, gremios y negocios. El ruido de la construcción lo iba llenando todo a medida que casas nuevas, tiendas, sedes gremiales y talleres de artesanos llenaban los terrenos vacíos. Cerca del centro de la ciudad se había reservado una gran área para un mercado al aire libre llamado el mercado Souk, donde los agricultores del valle de Sanction comerciaban con sus productos, ganado y bienes, y los mercaderes de lugares tan lejanos como Palanthas vendían sus mercancías en puestos, barracas y carros dispuestos en fila.
Cuando Linsha se aproximó al mercado, olfateó con fruición los olores procedentes de los carros de los vendedores. Su estómago le recordó que no había desayunado todavía, así que espoleó a Catavientos para que se aproximara a un anciano que vendía empanadas de queso y pasteles de carne.
—Buenos días, Calzon —lo saludó.
La cara del anciano se quebró en una sonrisa de dientes ennegrecidos.
—Lynn, preciosa. ¡Bájate de ese inútil saco de huesos y dame un beso!
Rió quedamente.
—Lo siento. Me llevaré el desayuno. Sólo dame una empanada. Una de las buenas. No de ésas en las que pones menos queso y más harina —le lanzó una moneda.
Riendo para sí, Calzon cogió la moneda y le alcanzó una empanada caliente desde su carro. Antes de que pudiera ponerse fuera de su alcance, le pasó la mano por la rodilla.
—Un día de éstos, Lynn, verás lo equivocado de tu comportamiento. Cásate conmigo y haré de ti una mujer honesta.
—Cuando los enanos gullys manden en Sanction, lo pensaré —contestó, acostumbrada a sus bromas.
—Bueno, ¿y adónde vas en esta estupenda mañana? ¿No debería ser tu día libre? ¿Estás buscando algo de acción? —chasqueó los dedos para dar énfasis a sus palabras y lo coronó todo con una impúdica y sugerente sonrisa.
Linsha le dio un gran mordisco a su empanada deliberadamente y suprimió cualquier posible respuesta al tener la boca llena de masa y queso. Con un suave empujón hizo que Catavientos se incorporara de nuevo a la calzada, dejando a Calzon con sus clientes y sus conjeturas.
Calzon había sido su primera lección en eso de mirar detrás de las máscaras que lleva la gente, ya que tras el escaso pelo grisáceo, la ropa hecha jirones y la impúdica y lasciva sonrisa, había un miembro muy capacitado de la Legión de Acero cuya misión en Sanction era muy similar a la suya. Aunque Linsha había conocido a Xavier Cross, el líder de la Legión, nada más llegar, Calzon y muchos otros legionarios no sabían nada de ella. Le había llevado varios meses ganarse su cauta confianza. Él no sabía más de su verdadero nombre y rango que ella del suyo. Todo lo que podían llegar a saber era que ambos eran miembros del floreciente Círculo Clandestino de espionaje de Sanction. Intercambiaban noticias de vez en cuando y hacían de enlaces entre sus respectivos líderes, pero como los Caballeros de Solamnia y la Legión de Acero no confiaban los unos en los motivos de los otros, no se les permitía trabajar en conjunto.
Linsha pensaba que era una pena y un desperdicio. Había visitado muchas veces a sus abuelos en Solace, donde la Legión tuvo su primera sede. Todavía conservaba el respeto que había aprendido a tenerle a la organización secreta, cuyo único objetivo era servir a la justicia y ayudar cuando se necesitaba. Con una mejor comunicación y motivos menos egoístas, tenía el presentimiento de que los Caballeros de Solamnia y la Legión podrían ser unos aliados formidables contra los Caballeros de Takhisis. Por desgracia, la última vez que habían intentado trabajar conjuntamente en Sanction, su poco prudente recelo permitió a los Caballeros de Takhisis derrotarlos y, en consecuencia, lord Bight tuvo que desterrar a ambos grupos de la ciudad para siempre. No parecía muy prometedora otra unión.
Mientras seguía comiendo, Linsha guió a su caballo alrededor de los terrenos del mercado y hacia la Puerta Este que llevaba hacia el campamento de la guardia, a la ciudad extramuros, más allá de las fortificaciones exteriores y las calzadas que atravesaban las montañas Khalkist. A su izquierda se erguía una hilera de colinas bajas en cuya falda se situaban imponentes casas residenciales. La colina más cercana estaba coronada por el lujoso y recién construido palacio del gobernador, mientras su vecina soportaba el Templo de Huerzyd, una vieja reliquia de los dioses que se habían ido, ahora renovado y restaurado para los místicos procedentes de la Ciudadela de la Luz de Goldmoon en Schallsea. La muralla de la ciudad se enroscaba alrededor de las colinas y continuaba durante un trecho paralela al foso de lava en el lugar donde atravesaba la ladera del volcán más septentrional, el monte Grishnor, el primero de los tres Señores de la Muerte. A partir de ahí la muralla continuaba en dirección este hacia el tercero de los volcanes activos, el monte Ashkir.
No muy lejos de la puerta, la calzada se alzaba sobre un antiguo puente de piedra que en el pasado cruzaba un río de brillante lava. Ahora la lava estaba endurecida y fría, y su antiguo curso servía de base para un nuevo acueducto a través del cual Hogan Bight pretendía llevar agua de los géiseres y los manantiales de las montañas a la ciudad. El acueducto estaba completo desde la reserva entre el monte Grishnor y el monte Thunderhorn hasta el borde de la muralla de la ciudad. Todo lo que quedaba era la distancia que había entre la muralla y las cisternas públicas cercanas al mercado Souk, y la parte más difícil tenía que cruzar el foso de lava. Los ingenieros enanos ya estaban trabajando duro en los yacimientos de la ciudad, construyendo el andamiaje y tallando bloques de granito rojo de la zona para construir el siguiente tramo de arcos de sustentación.
Tras saludar a los guardias de la Puerta Este, Linsha condujo a su caballo a través de ella y rápidamente se aproximó al límite del extenso campamento de la guardia. Un centinela la detuvo de inmediato.
Tan pronto como informó de su rango y misión, el hombre señaló el pico del segundo Señor de la Muerte.
—¿Veis el humo que sale del monte Thunderhorn? El gobernador y sus hombres están en la torre de observación nordeste estudiando el volcán. Se dice que va a entrar en erupción otra vez —añadió con la estoica resignación de un hombre nacido y criado en Sanction.
En un día despejado, con viento del oeste, los volcanes y los picos Khalkist que rodeaban Sanction se veían con asombrosa claridad. Sus amenazantes picos rojizos, muchos coronados con una capa de nieve, formaban una empalizada que ayudaba a proteger la ciudad de muchos de sus vecinos hostiles. Los picos activos también creaban problemas a su manera, y esa mañana el monte Thunderhorn se cernía amenazador debajo de un nuevo nimbo de humo y vapor, que salía de una impresionante cúpula de lava que había aparecido cerca del borde hacía pocos días.
Linsha le dio las gracias con un gesto y puso a Catavientos al trote a lo largo de los límites del campamento, pasando ordenadas filas de tiendas, corrales de caballos y campos de instrucción. El primer período de instrucción del día acababa de empezar, y grupos de guardias y reclutas marchaban, entrenaban y practicaban esgrima. Linsha prestó poca atención. Sus ojos estaban fijos en la lejana torre que se alzaba sobre la gran muralla de tierra.
Cuatro torres de piedra habían sido construidas a lo largo de las defensas no sólo para vigilar las erupciones de los volcanes, sino también a las fuerzas de los Caballeros de Takhisis, que permanecían apostadas en las dos calzadas que atravesaban las montañas Khalkist. Los ejércitos enviados por el gobernador general Abrena vigilaban desde sus posiciones en los pasos septentrionales y orientales esperando cualquier signo de debilidad. Lord Bight se aseguraba de que no hubiera ninguno.
En la base de la torre nordeste, un centinela tomó las riendas de Linsha y señaló hacia la parte alta de la torre, donde se izaba el pendón de la guardia de la ciudad, con el emblema de la espada llameante, para que lo vieran los observadores enemigos. Echó la cabeza hacia atrás para mirar hacia arriba, se limpió el sudor de la frente y empezó a subir el largo tramo de escaleras que había en el interior de la torre cilíndrica. Cuando consiguió llegar a la parte más alta, estaba otra vez sudando a chorros debido al ejercicio y el calor que había en el edificio.
Cinco hombres estaban inclinados sobre el parapeto, mirando en dirección a la humeante montaña. Dos de ellos llevaban las túnicas de color escarlata y las botas negras de los oficiales de la guardia; otros dos estaban vestidos con elegantes túnicas de funcionario, y uno llevaba una sencilla túnica dorada y unos pantalones de cuero de color claro ceñidos como unos guantes hechos a medida. Cuatro de los cinco hombres parecían enzarzados en una animada discusión, mientras que el quinto, el de la túnica dorada, permanecía en silencio. Su mirada estaba clavada en el lejano volcán, que se cernía abrupto y rojizo contra el calinoso cielo de verano.
Linsha se detuvo, intrigada por el cuadro que tenía frente a sí. No quería interrumpir la conversación, así que se detuvo y esperó a que los hombres se dieran cuenta de su presencia, concediéndose unos instantes para recuperar el aliento y estudiar cómo interactuaban los cinco hombres.
—Os lo estoy diciendo, he visto esto antes. Esa cúpula está a punto de explotar —decía uno de los funcionarios enérgicamente—. Y si esa lava sigue el camino más fácil, quemará todas esas zonas erosionadas del foso y arruinará tres de las mejores granjas del valle de Sanction.
Linsha sabía que aquel hombre era el líder elegido para el recién formado Gremio de los Agricultores, un grupo dedicado a ayudar a los agricultores en las tierras reclamadas fuera de la ciudad.
Hasta la Guerra de Caos y la llegada de Hogan Bight, no había habido agricultores en las cercanías de Sanction. La región había sido asolada continuamente por lava, cenizas, y de vez en cuando nubes piroclásticas, provenientes de los tres volcanes. Una vez que lord Bight hubo domado a los Señores de la Muerte, los resultados habían sido milagrosos. Liberada de las cenizas y del peligro de la lava, la gente se había extendido por el fértil valle y por las faldas de las montañas, convirtiendo la tierra en pequeñas y prósperas granjas que se especializaban en ganado de leche, vino y lana.
El segundo funcionario, un hombre corpulento que actuaba como alcalde del ayuntamiento, agitaba con vehemencia una mano regordeta hacia el volcán.
—Chan Dar, dudo que la lava vaya a poner en peligro vuestras granjas. Ya he enviado a varios profesionales para estudiar los posibles caminos que seguirá la lava desde la cúpula. En su opinión, la lava bajará en dirección sur hacia el campamento de la guardia y fundirá los parapetos. Si eso ocurre, podríamos perder parte de la muralla de la ciudad y del distrito de los gremios. Vos, como jefe de gremio, deberíais estar preocupado.
Chan Dar resopló e interrumpió a su estimado colega.
—Dudo mucho que un enano y un draconiano altivo puedan considerarse una opinión profesional.
—¿Y qué os hace pensar que vuestras opiniones son mejores? —dijo Lutran el Viejo acaloradamente—; al menos han acumulado experiencia trabajando en las montañas.
—Caballeros —intentó calmarlos un hombre alto que llevaba uno de los uniformes escarlata—, granja o ciudad, todos somos parte de Sanction, y dondequiera que vaya la lava, ahí estaremos para combatirla.
Chan Dar se negó a ser tranquilizado.
—Pero va a explotar en cualquier momento. Tenemos que evacuar.
—No va a explotar al menos hasta dentro de una o dos semanas, necio. Hay tiempo de sobra para… —empezó Lutran, claramente irritado.
—¿Quién lo dice? ¿Vuestros supuestos expertos? —dijo Chan Dar con tono mordaz. De repente se dirigió al hombre de la túnica dorada—. Lord Bight, debéis hacer algo de inmediato.
Lord Bight apenas se movió, como si lo hubieran sacado de una profunda meditación. Volvió la cabeza, y Linsha contuvo el aliento al ver recortado su perfil sobre el fondo del volcán humeante. Hogan Bight era un hombre alto, de constitución fuerte, con rasgos afilados que destacaban con claridad y elegancia sobre el rojo del volcán y el azul del cielo. Llevaba el pelo y la barba, de un castaño dorado, muy cortos, y sus ojos, enmarcados por unas cejas curvadas, brillaban como la luz del sol reflejada en el ámbar.
—La cúpula que está en el lateral del volcán no nos causará problemas en los próximos dos días —dijo con una voz profunda y sonora—, no os preocupéis. Ya he enviado equipos al dique para reparar el daño causado por la erosión. Supervisaré las actividades y, cuando el momento se acerque, estaré aquí para controlar el flujo. —Su comportamiento para con ellos era tolerante, paciente, como el de un padre que trata de calmar a sus alborotados hijos.
Los funcionarios de la ciudad intercambiaron miradas de asombro y a continuación hicieron una profunda reverencia. Linsha agitó ligeramente la cabeza. Aquellos dos estaban tan metidos en sus insignificantes discusiones que no les importaba el modo en que un simple hombre dominara un volcán, ni estaban deslumbrados por tal maravilla. Todo lo que querían era que sus murallas y su ganado estuvieran a salvo.
Como si hubiera visto su movimiento, lord Bight se dio la vuelta del todo y la observó con toda la intensidad de su mirada.
Ella le devolvió abiertamente, con franqueza, la mirada de sus ojos tan verdes como la hierba primaveral.
—Excelencia —dijo en el tono más firme de que fue capaz.