A la mañana siguiente, el duodécimo amanecer desde que aquel barco mercante había entrado a la deriva en el puerto de Sanction, el sol brillaba abrasador y todo vestigio de viento desapareció antes del mediodía. El calor siguió apretando hasta que las calles se transformaron en hornos y ni siquiera la sombra de los edificios ofrecía mucho alivio. Al oeste, una nube de humo y neblina envolvía la cumbre del monte Thunderhorn donde la cúpula de lava iba creciendo lentamente como una ebullición mortal sobre la ladera del volcán. En el puerto reinaba un silencio fantasmagórico.
Linsha pensaba volver a la sala de instrucción, pero el comandante Durne le salió al encuentro en el patio y le dijo que se presentara en la sala de audiencias del gobernador para montar guardia en otra reunión del consejo. El comandante le habló en un tono formal y se alejó en cuanto le hubo transmitido las órdenes, pero ella notó en sus ojos cierta complacencia y reconoció una sombra de sonrisa en sus labios.
Algo le flotó en la boca del estómago mientras lo veía alejarse.
Resignada ante la idea de una tediosa mañana de pie con un uniforme sofocante, se puso su túnica, envainó la espada y se dirigió a la imponente sala de audiencias, donde una vez más se habían dispuesto la mesa y las sillas para una reunión del Consejo Privado. Al entrar quedó sorprendida al ver que en la sala sólo había un hombre sentado en el gran asiento del gobernador.
—Excelencia —saludó haciendo una reverencia.
Lord Bight inclinó la cabeza.
—Escudero, tenía la esperanza de poder veros antes de que llegaran los demás. ¿Estáis bien? ¿No tenéis fiebre ni síntomas de la enfermedad?
—Estoy bien, por ahora —replicó a un tiempo sorprendida y halagada por su interés.
—Vos, el comandante Durne y los demás estuvieron expuestos a la peste mientras intentaban combatir el incendio hace dos noches. Ya los he felicitado a ellos por su valor, pero no he tenido la oportunidad de felicitaros a vos. Aprecio en lo que valen vuestros esfuerzos por ayudar a esta ciudad —sus labios se plegaron en una media sonrisa—. Gracias, también, por vuestra compañía en el trayecto por debajo de las montañas. Fue muy informativa.
Linsha vaciló. No estaba segura de cómo debía interpretar esa última observación.
—Espero que hayáis quedado satisfecho con mi «verdadero temple» —dijo por fin.
—Más que satisfecho. No tengo la menor duda de que realizaréis un buen servicio.
El rubor enrojeció sus mejillas y volvió a inclinar la cabeza para ocultar su azoramiento. Ahí estaba otra vez, esa punzada de culpabilidad. Últimamente sus sentimientos de indignidad y desilusión se habían convertido en una dolorosa úlcera en su mente, pero la idea de estar engañando deliberadamente a lord Bight y a Ian Durne le quemaba en las entrañas como un ácido.
—Tengo algo que daros —continuó lord Bight—. Antes de nuestra visita a Sable os observaba y me preguntaba si enfermaríais después de vuestro trabajo con los guardias y a bordo de los barcos. Cuando vi que no era así, me alegré. Sin embargo, no quiero seguir fiándome de la suerte o del destino. Quiero que tengáis esto —rebuscó entre su ropa y sacó algo sujeto a una fina cadena de oro. La cadena se deslizó entre sus dedos como una corriente de oro mientras la sostenía lo suficientemente alto para que Linsha pudiera verla.
Ella respiró hondo. De la cadena pendía una escama de dragón de bronce. La escama era casi del tamaño de su puño y brillaba con destellos translúcidos de un color bronce profundo. Sus bordes afilados habían sido limados y bordeados de oro bruñido.
—Encontré esto hace años y lo he conservado, esperando encontrar un uso adecuado para su belleza y potencia. Está encantada con conjuros de protección que creo, después de oír lo que dijo Sable, que os protegerán del contagio. ¿Confiaréis en mí y la llevaréis? Si su magia funciona con vos, podríamos encontrar una manera de adaptar su poder a todos nosotros.
—¿Todo esto porque no queréis perder a un peón útil? —preguntó Linsha enarcando una ceja.
Sus ojos dorados destellaron extrañamente, pero su rostro no cambió de expresión ni dio la impresión de enfadarse por su temeridad.
—Por supuesto —respondió.
Ella tendió lentamente la mano. Jamás había sido capaz de decirle que no a nada.
—Si no funciona conmigo, volveré de entre los muertos y presentaré una queja.
—Me parece justo —respondió lord Bight riendo y deslizando la cadena en su mano.
Linsha se colgó la cadena del cuello, escondió la escama debajo de su túnica, saludó al gobernador y ocupó su lugar junto a la ventana justo cuando el comandante Durne, el enano Mica, Chan Dar, el maestro del Gremio de Agricultores y el nuevo capitán de puerto entraron en la gran sala. Los cuatro ocuparon en silencio sus asientos mientras acudían sirvientes portando refrescos.
Un segundo enano, Chert, el ingeniero, vestido con unas calzas polvorientas y un chaleco de cuero, llegó y se desplomó en la silla que había junto a Mica.
El grupo estaba abatido. Prestaban más atención al vino y a la fruta que a sus compañeros de mesa. Pasaron unos cuantos minutos hasta que la sacerdotisa Asharia entró en la sala y ocupó un asiento junto a lord Bight.
Linsha quedó sorprendida por el cambio que se había producido en aquella mujer tan vivaz. Su energía sin límites se había agotado dejándola pálida y ojerosa y con aspecto exhausto. Tomó un sorbo de vino de una copa que le dio lord Bight, pero no hizo el menor intento de comer ni de hablar.
A continuación llegó Lutran Debone seguido por otro hombre que lucía los colores del Gremio de Mercaderes. También Lutran se veía abatido, hasta tal punto que ni siquiera se molestó en lanzar pullas a su enemigo natural, Chan Dar. Se sentó en el extremo más distante de la mesa mirando hacia todos lados, pero evitando a lord Bight.
El hombre que había entrado el último, saludó con una reverencia al gobernador.
—Excelencia, soy Wistar Bejan. Mi maestro, Vanduran Lor, os pide que lo disculpéis. No se encuentra bien y no puede asistir. Me ha enviado a mí en su lugar para prestaros la ayuda que necesitéis.
Lord Bight lo miró preocupado.
—Espero que su malestar no tenga que ver con la peste.
Wistar, que era más joven que Vanduran, parecía incómodo en presencia de personas tan augustas.
—Me temo que sí —dijo agachando la cabeza—. No quiso abandonar el distrito del puerto donde están anclados sus barcos y sus almacenes están llenos de mercancías que no puede mover. Ahora está en su casa, pero su familia no tiene muchas esperanzas.
El gobernador se volvió a mirar a la sacerdotisa con una expresión inquisitiva.
—La mayor parte de los sanadores están muertos o enfermos, excelencia —respondió ella sacudiendo la cabeza—. Esta enfermedad es demasiado poderosa y devastadora. Trataré de encontrar a alguien que lo auxilie, pero a menos que encontremos medios más potentes para combatir esta peste, nos superará.
Lord Bight se inclinó hacia adelante con las manos apoyadas en los brazos de su butaca. En sus ojos dorados había una luz que resplandecía como un fuego ardiente.
—No aceptaré una derrota —dijo con voz fiera—. No me vencerán ni la peste ni los volcanes ni ninguno de ustedes.
Sus últimas palabras cogieron al consejo por sorpresa y se movieron en sus asientos para mirarlo.
—Como todos ustedes saben —prosiguió—. Estuve ausente dos días para ir a consultar a una fuente que conozco bien. Le he pasado a Mica la información que obtuve y estamos haciendo todo lo posible por encontrar medios más seguros. Desde mi regreso he descubierto que hay demasiadas cosas que no marchan. Por ejemplo, los suministros que ordené traer de las granjas no llegaron a la ciudad. ¿Por qué no? —clavó su mirada mordaz en Chan Dar.
El agricultor se removió nervioso en su asiento.
—Todavía estamos haciendo un inventario, excelencia —respondió—. Muchas cosechas se han perdido este año por culpa del verano caluroso y seco y por la falta de agua para el nuevo proyecto de regadío. —Hizo una pausa y se volvió a mirar al comandante Durne—. También tuvimos que soportar una incursión de los Caballeros de Takhisis hace dos noches. Salieron del paso septentrional, quemaron algunos graneros, robaron nuestra comida y desaparecieron antes de que nadie pudiera detenerlos. Ya le mencioné esto al comandante, pero ha estado ocupado.
—Todos hemos estado ocupados —protestó Durne—. Vuestros problemas son dos entre muchos. No tengo hombres suficientes para dedicarlos a perseguir a unos caballeros extraviados por las montañas.
—Los guardias han intentado ayudarnos —intervino Chert por primera vez. Puso los puños sobre la mesa y frunció el entrecejo—. Una de las razones por las que todavía no tienen agua es que ha habido sabotaje en las obras del acueducto. Parecen chiquilladas. Herramientas y planos robados, líneas de medición adulteradas, argamasa estropeada. Cosas sencillas, pero todas se suman y no podemos encontrar al culpable… o a los culpables. Alguien está tratando de ponernos obstáculos para que no terminemos el acueducto. ¡Es una tontería! ¿Por qué querría alguien hacer tal cosa cuando nuestros pozos se están secando y hay tanta necesidad de agua?
Eso mismo se preguntaba Linsha.
—Señor —intervino Wistar—. Creemos que los incendios del distrito de los almacenes fueron provocados.
—Explicaos.
—Vanduran ya lo sospechaba. Hubo dos o tres incendios menores en otros lugares, pero fueron apagados rápidamente por los vecinos. Sólo el incendio del almacén se descontroló. Él encontró un testigo que había visto a alguien en el almacén sólo un rato antes de que se iniciara el incendio. Se suponía que el almacén estaba cerrado y vacío.
—¿Pudo dar ese testigo una descripción del intruso? —preguntó el comandante Durne.
—No, por desgracia estaba muy oscuro.
—Así pues —la voz de lord Bight estaba destemplada—, tenemos incursiones, incendios provocados, sabotaje ¿qué más?
—¿Se me permite hablar, excelencia? —dijo Linsha dando un paso al frente. Al asentir lord Bight se acercó a la mesa—. Creo que puedo añadir el delito de incitación al amotinamiento a esa lista. El hombre al que traté de capturar la noche del incendio estaba difundiendo rumores de que vos habíais ordenado provocar los incendios.
—¿Por qué? —dijo Asharia horrorizada.
—Decía que el gobernador quería eliminar la posibilidad de contagio quemando el hospital y el distrito portuario. Decía que las puertas se habían cerrado para salvar al resto de la ciudad. Muchos de los allí reunidos le creían. Creo que podría haber provocado un amotinamiento de proporciones si no hubiéramos estado allí para impedírselo.
—¿Qué le pasó a ese hombre? —preguntó Chan Dar—. ¿También fue él el que provocó los incendios?
—No lo sé —respondió Linsha con una mueca de disgusto—. Al intentar escapar cayó al agujero. Aparentemente se clavó su propio cuchillo al caer.
—Qué oportuno —dijo el agricultor con sarcasmo. Se volvió a mirar a Lutran—. Fue vuestro consejo el que ordenó cerrar las puertas. ¿También fuisteis vos el que envió a ese alborotador a sembrar el desconcierto?
—¡Por supuesto que no! —protestó Lutran Debone poniéndose de pie de un salto con expresión demudada—. Fue todo el Consejo de la Ciudad el que decidió cerrar las puertas después de un debate. No pretendíamos causar problemas.
—Pero no pensaron en las consecuencias, ¿verdad? —repuso lord Bight con frialdad.
El dignatario por fin miró de frente al gobernador.
—No, excelencia, no lo hicimos. Tampoco lo consultamos con el comandante Durne. Admito que tuvimos miedo y que el desastre nos superó. Vos no estabais aquí para asumir la responsabilidad y lo hicimos nosotros.
Lord Bight pasó por alto la insinuación sobre su ausencia e indicó a Lutran que se sentara.
—Comprendo por qué deseaban que ese plan funcionara. Yo también desearía que así hubiera sido. Yo mismo cerraría inmediatamente esas puertas si pensara que eso salvaría a nuestra gente —se reclinó en su sillón apoyando la cabeza en el respaldo tapizado de seda. Su rostro se volvió inescrutable y sólo sus ojos ardientes pasaban de uno a otro de los miembros del consejo estudiándolos—. Por desgracia, nuestro enemigo está entre nosotros, y no es algo a lo que podamos cerrarle las puertas.
—Lord Bight —dijo Asharia hablando en representación de todos—. ¿Sospecháis que alguno de nosotros es responsable de esos delitos?
Si no lo hacía, debería, pensó Linsha. Según el Círculo Clandestino, una de las personas de su círculo íntimo era un infiltrado de los Caballeros de Takhisis, y después de oír la lista de cosas que habían ido mal en ausencia del gobernador, Linsha se sentía inclinada a creerlo. El problema era encontrar al traidor. Todas esas personas llevaban años en Sanction y habían sido consejeros de lord Bight durante todo ese tiempo. ¿Dónde habría obtenido el Círculo esa información?
—Todavía no sospecho de nadie, pero no permitiré que esto continúe. Voy a imponer la ley marcial en la ciudad con efecto inmediato. Los residentes más antiguos recordarán las leyes de otras épocas, pero para los habitantes más recientes haré que mis escribas redacten un bando y lo coloquen en las esquinas principales. Alerten a los suyos. Los guardias han reanudado las patrullas en el distrito portuario para controlar el saqueo. Segundo, el Consejo de la Ciudad entrará en receso hasta que pase esta crisis. Si tienen algún problema deberán planteármelo a mí directamente. Tercero, redoblaremos la guardia en las obras del acueducto y enviaré a guardias montados para vigilar el envío de víveres a la ciudad. ¿Algo más?
—Podríamos recurrir a operarios para cavar más tumbas extramuros —sugirió Asharia.
—A menos que las familias se opongan, que lleven los cadáveres a los fosos de lava. La lava los eliminará de forma más rápida y más limpia.
Siguieron hablando durante un rato de racionar las provisiones y el agua, de poner vigilancia contra incendios y de enviar patrullas a registrar las casas en busca de cadáveres. Estaban apesadumbrados y todo resto de optimismo se desvaneció a la vista de tamañas dificultades. Lord Bight pronto dio por terminada la reunión y les dijo a todos que volvieran al día siguiente.
El comandante Durne salió rápidamente a organizar a los guardias de las obras y a reforzar la guardia en las murallas. Los demás salieron más lentamente solos o de a dos hasta que quedaron sólo Mica y el capitán de puerto.
Lord Bight le pidió al capitán de puerto que se quedara y caminó con él pausadamente hasta cerca de la ventana donde estaba Linsha. Sin mencionar su fuente le habló al capitán del rumor sobre la presencia de piratas y barcos negros cerca de la boca de la bahía.
El capitán de puerto miró por la ventana hacia el puerto.
—No he oído nada de eso, pero enviaré barcos de exploración para investigar.
—Lo antes posible, y cuando vuelvan no se lo comuniquéis a nadie más que a mí —ordenó lord Bight.
Cuando el capitán de puerto hubo salido tras una reverencia, el gobernador se volvió hacia Linsha.
—Ahora, escudero, tengo una tarea para vos.
Linsha se esforzó por mantener la expresión impasible. La última vez que lord Bight había dicho algo así, se había encontrado con un río de lava y un dragón negro.
—¿Sabéis leer? ¿Lo suficiente como para identificar etiquetas y títulos?
—Sí, excelencia —Linsha enarcó una ceja. Eso parecía un poco más seguro.
—Excelente. Mica va a ir al distrito del puerto a recuperar algunas anotaciones pertenecientes a un antiguo sacerdote. Me gustaría que fuerais con él y lo ayudarais a encontrar el lugar y a devolver las anotaciones al templo de los Místicos. Tiene mucho que revisar y catalogar, de modo que también podéis ayudarlo en eso.
—Señor —dijo Mica con evidente disgusto en la voz—. Puedo hacerlo solo. No creo que una gata de callejón pueda serme de gran ayuda.
Lord Bight dio un fuerte golpe sobre la mesa.
—Creo que encontraréis que ésta es diferente. Llevadla con vos. Conoce la zona mucho mejor que vos.
—Pero es humana. Si está expuesta a…
El gobernador lo interrumpió.
—Ha estado expuesta indirectamente muchas veces. Puede que a estas alturas sea inmune a la enfermedad.
—¿Inmune? ¡Lo dudo! —gruñó el enano—. Si no lo es, vos cargaréis con la culpa.
La Dama alzó el mentón con el gesto de quien por fin comprende algo. De modo que para esto le había dado lord Bight la escama de dragón, para enviarla ahí fuera, a la ciudad asolada por la peste. Qué considerado. Sin embargo, sentía la escama tibia contra su piel y eso disipaba la mayor parte del miedo que sentía.
Después de saludar al gobernador se dirigió a Mica que estaba junto a la mesa.
—Miau —le dijo sonriendo con dulzura.
El enano carecía por completo de sentido del humor y la miró con furia.
—Vamos. Terminemos con esto —dijo sin la menor gracia.