En cuanto desensillaron y atendieron a los caballos y los guardias se dirigieron al comedor para una comida bien merecida, Linsha subió como una centella por la escalera hacia el pajar. Su cabeza apenas había llegado a la abertura cuando una forma alada salió volando de la oscuridad y se posó en el suelo a su lado. Linsha abandonó la escalera, cogió en brazos a la lechuza y avanzó agachada hacia el rincón más oscuro y más privado del granero. Se dejó caer sobre el heno y hundió la cara entre las suaves plumas del ave.
Varia arrulló de gusto.
—¡Te he echado de menos! ¿Dónde has estado? ¿Qué pasó? —dijo.
La Dama permaneció apoyada sobre el oloroso heno y, mientras la lechuza se asentaba en sus rodillas, le contó todo su viaje con lord Bight por debajo de las montañas para visitar al dragón negro. Varia no perdía detalle y mantenía la cabeza levemente adelantada mientras abría mucho los ojos. A cada acontecimiento respondía con risitas y cloqueos, ululatos y gruñidos. Aunque estaba acostumbrada a la naturaleza comunicativa de Varia, Linsha no pudo evitar una sonrisa. Contarle una historia al ave era como hablar a una multitud.
Sin embargo, la lechuza escuchaba con atención y, cuando Linsha hubo terminado, quiso saber más.
—¿De modo que crees que lord Bight ya había tenido antes tratos con el dragón?
—Por supuesto. Conocía el camino a la perfección y sabía cómo llamarlo. Lo más increíble de todo fue que respondiera. No es que él le guste, pero le tiene cierto respeto y me gustaría saber por qué.
—Casi todo Krynn quisiera saberlo.
—Incluidos los Caballeros de Solamnia. —Linsha suspiró y rascó a Varia en el cuello por debajo del tibio plumaje—. Eso me recuerda que he visto a lady Karine esta noche durante el incendio. Tengo que informar al Círculo Clandestino.
—¿Qué incendio?
—Verás, cuando volvimos… —y Linsha le contó el resto de la historia del incendio del almacén, Karine, el agujero y la muerte del hombre de pelo oscuro con un pie torcido.
Varia ululó en voz baja.
—La descripción coincide con la del hombre que vi. Es probable que fuera el mismo.
—Me fastidia que haya muerto antes de decirme de qué caballeros se trataba. Odio pensarlo siquiera, pero no me extrañaría que el Círculo Clandestino tuviera algo que ver con esto —dijo Linsha.
Varia esponjó las plumas nerviosamente.
—Sembrar mentiras y rumores infundados sobre tu oponente sólo para crear problemas no es honorable.
—Tampoco lo es tratar de vencer a tu enemigo desacreditándolo. Esa clase de engaño nunca estuvo contemplado en la Medida —alzó los brazos por encima de la cabeza y gruñó—. Entonces ¿qué estoy haciendo? Engañando a dos de los mejores hombres que he conocido… después de mi padre y mi abuelo, por supuesto. ¡Por los dioses que lo detesto!
Las emplumadas «orejas» de Varia se erizaron al oír eso.
—¿Dos? —chilló—. Sé que admiras a lord Bight. ¿Quién es el segundo?
Linsha guardó silencio hasta que la lechuza se encaramó a su pecho y la miró directamente a los ojos.
—Está bien, está bien. Me refería al comandante Durne. Me gusta ¿de acuerdo? Es apuesto e inteligente y…
—¡Y es tu comandante! Y un extraño. ¿Qué sabes realmente de ese hombre? Y si fuera un espía.
—No puede ser un espía. Lleva años con lord Bight —dijo Linsha en voz baja—. Pero conozco el peligro. Es sólo que no puedo evitar sentir lo que siento. Y tampoco puedo evitar sentirme culpable por engañarlo como lo estoy haciendo. No se lo merece.
La lechuza meneó la cabeza con gesto preocupado.
—Ahora bien, no vayas a cometer una torpeza como decirle quién eres realmente. Aunque no sea más que un oficial leal en la corte de lord Bight, podría traicionarte, incluso sin pretenderlo, ante los demás.
—Lo sé. Estoy en guardia.
Su voz sonó tan triste que la lechuza frotó su cara contra la mejilla de Linsha.
—¿Lo amas?
—No lo sé —su respuesta fue un suspiro—. Mi madre solía decir que el corazón tiene razones que la razón no comprende. Cómo me gustaría poder hablar con ella ahora.
—Tu madre te diría que tuvieras cuidado.
—Sí, mamá —dijo Linsha riendo a media voz.
Por una vez la lechuza no hizo ningún comentario. Se quedaron allí juntas, haciéndose mutua compañía durante un rato hasta que Linsha rompió el silencio con una pregunta.
—¿Has visto a Calzon o a Elenor? Estoy preocupada por ellos.
—Calzon está vivo y bien, sigue vendiendo sus tartas en el mercado, aunque también ha pasado algún tiempo en el campamento de refugiados. Allí hay muchos enfermos y hay muchísimas ratas. De Elenor no sé nada. Ayer pasé volando por su casa pero no vi ni rastro de ella. Espero que esté bien.
Linsha se estiró sobre el heno. Se estaba amodorrando y los ojos se le cerraban.
—Yo también —contestó pausadamente. Luego añadió—: ¿Por qué crees que los jefes del Círculo detestan tanto a Hogan Bight?
—Es un enigma para ellos. No pueden predecir lo que hará ni saben de dónde viene su poder. Eso los asusta.
—A mí no me asusta —rió entre adormilada y se acomodó mejor en la paja—. Creo que el Círculo ha subestimado seriamente su capacidad para sobrevivir y adaptarse. No les va a resultar fácil deshacerse de él.
La lechuza la miró con aire curioso. ¡Qué trama tan complicada era esa mujer! Declaraba sentirse atraída por un hombre y, sin embargo, los matices de su voz y las sutilezas de su lenguaje corporal indicaban un profundo respeto y devoción por otro. Varia emitió un suave ululato. Indudablemente, la vida era menos complicada cuando Linsha era simplemente una aventurera de callejón. No tan interesante, pero decididamente más sencilla.
—¿Dónde está tu gata? —preguntó Linsha con la voz gruesa por la proximidad del sueño.
—Está por ahí. Tu amiga le trajo tanto pescado que está demasiado pesada para cazar para mí.
La lechuza se desplazó aleteando hacia el otro lado del pajar y volvió empujando a la gata del barco. El gracioso felino vio a Linsha, maulló y se dejó caer junto a ella en el heno. No parecía tener ni pizca de miedo a Varia.
Linsha acarició el suave pelaje del animal y le frotó las orejas. La gata ronroneó suavemente. Linsha escuchó el ronroneo y los restantes gratos sonidos que llenaban el pajar de tranquilidad: el movimiento de los caballos cansados que comían el grano, el ir y venir de los ratones entre el heno, el revoloteo de los murciélagos en el tejado, el susurro del viento en los aleros. Uno por uno fue apartando de su mente cada sonido hasta que a sus oídos sólo llegó el latido de su propio corazón. Al cabo de un instante también ése se desvaneció y el silencio del sueño lo envolvió todo.
Varia encontró un lugar para posarse en una viga del techo justo encima del nido que se había hecho Linsha entre la paja. Levantó una pata que ocultó entre las plumas y se dedicó a esperar en una paz contemplativa. De repente abrió bien los ojos y las plumas de la cabeza se le pusieron de punta. Había oído movimiento abajo, en el establo. Parecía un hombre, tal vez un mozo de cuadra pasando una última revista a los caballos. Unos pasos pesados atravesaron la nave lateral y se detuvieron justo al lado de la escalera que subía al pajar. Varia permaneció alerta, escuchando. No sucedió nada. El hombre no se alejó, pero tampoco subió la escalera. Lo único que se oía eran los ruidos nocturnos del granero.
Algo se movió junto a la escalera. Una pequeña forma oscura saltó con gracilidad al pajar y empezó a caminar por el suelo. Varia lo miró. Era otro gato, uno grande, de color naranja, al que nunca había visto por allí. La lechuza se preparó a lanzarse sobre él si planteaba problemas.
El gato grande notó su presencia. Se sentó en el heno cerca de Linsha y sostuvo la mirada de los ojos redondos y amarillos de Varia con sus propios ojos dorados.
Varia se enderezó de repente. Su mente lo entendió todo. Empezó a ulular divertida y a punto estuvo de caer de la viga. Recordando a la mujer dormida bajó el tono de su diversión reduciéndolo a unos gorgoteos guturales mientras veía al gato olisquear la cara de Linsha que estaba echada de lado en el camino hacia la gata. Ésta levantó una vez la cabeza, maulló y volvió a dormirse.
Los animales del pajar se dispusieron a pasar la noche.
Cuando la luz del alba se filtró por las ventanas del granero, el gato color naranja había desaparecido. Varia ni siquiera lo mencionó, sabía guardar un secreto, y la gata del barco tenía una expresión inescrutable.
Los golpes de las tapas de los pesebres y los relinchos de los caballos hambrientos despertaron a Linsha del todo y le hicieron tomar conciencia de su propia hambre. Se valió de los dedos para sacarse del pelo los restos de paja y polvo, se sacudió el sucio uniforme y bajó rápidamente la escalera para ir a desayunar.
Shanron la encontró en el patio y la saludó con serena cordialidad, pero tras echar una mirada a su uniforme la llevó de vuelta a los barracones donde le puso en los brazos ropa limpia y la puso en camino del pabellón de baños.
—Si entráis en el comedor con ese aspecto tendréis que pasar una semana ayudando en la cocina —le dijo—. Dejad el uniforme en el pabellón de baños. Los asistentes se encargarán de lavarlo.
El día ya se anunciaba pesado y no corría ni la más leve brisa. El pabellón de baños estaba solitario en medio del umbrío bosquecillo, como un oasis de paz, y Linsha pensó que Shanron había tenido una gran idea. Se despojó de su mugriento uniforme que conservaba restos de suciedad, hollín, sangre y sudor, se lo dio a una asistente perpleja y se metió en el estanque como una niña de tres años.
Al cabo de unos minutos apareció Shanron con una jarra de cerveza fría y un plato de pan, carne, queso y dos ciruelas.
—Le dije al cocinero que habíais vuelto y que no habíais cenado y se desvivió por encontraros algo que comer. Supongo que alguien le habrá hablado de vos, ya que no suele ser tan solícito.
—Gracias —dijo Linsha con sinceridad—, y gracias también por dar de comer a la gata.
Shanron sonrió con una dulzura poco habitual en sus facciones duras.
—Es un encanto. No me extraña que el capitán pidiera que la salvaran. ¿Puedo seguir dándole de comer? Ya se ha convertido en un hábito para ella, para el cocinero y para mí.
—Claro, pero no le deis tanto. El ayudante de los establos se queja de que ya no caza ratones —Linsha omitió el hecho de que el ayudante era una lechuza.
—No había pensado en eso —admitió la guardia—. Bueno, que lo disfrutéis. No puedo quedarme. El comandante Durne me encargó que os dijera que os presentéis al maestro de armas. Todavía tenéis que completar vuestra instrucción. Yo tengo que hacer guardia en la puerta de entrada —y, tras saludarla con la mano, salió del pabellón.
Aunque el agua fresca estaba deliciosa, Linsha decidió no prolongar demasiado el baño. Comió con premura, se secó y se puso una túnica limpia y unas calzas. Tenía otra túnica de uniforme, pero hacía demasiado calor y la colocó plegada sobre su brazo esperando a que el maestro de armas le dijera si debía o no ponérsela. Con la espada colgando de su costado entró en la sala de instrucción y se dispuso a cumplir con su obligación.
Pasó el resto de la mañana con el maestro de armas practicando defensa cuerpo a cuerpo y el uso de una pica corta, un arma con la que no estaba familiarizada. Almorzó en el comedor y por la tarde estuvo de guardia en la puerta trasera con otro escudero y trabajó en los establos. En todo el día no vio ni a lord Bight ni al comandante Durne y, para su sorpresa, descubrió que los echaba de menos. Cuando preguntó le dijeron que lord Bight había salido con un pelotón para ver el cráter del monte Thunderhorn, y que el comandante Durne estaba ocupado organizando un hospital en el campamento de la guardia.
Al llegar la noche, Linsha estaba agotada, pero por fin tenía unas cuantas horas libres y decidió cumplir con su deber para con otra organización. Ensilló a Catavientos y dijo al mozo de cuadra que sacaría a la yegua a hacer un poco de ejercicio. Aunque se suponía que no podía dejar el recinto del palacio sola, confiaba en poder escabullirse un rato metiéndose entre los árboles que había por encima de los campos de equitación del palacio y dirigirse hasta la casa franca. Según sus cálculos, la pequeña granja debía de estar a escasos kilómetros.
—¿Que Bight le dio qué? —preguntó uno de los jefes del Círculo con tono de incredulidad.
—Una babosa de cutthrull —repitió Linsha—. Le lleva a Sable especímenes para su colección a cambio de información.
La Dama cruzó las manos a la espalda y se quedó mirando a los tres caballeros que tenía ante ella. Estaban sentados otra vez ante la pequeña mesa, como magistrados en un tribunal, e incluso Linsha tuvo que admitir que parecían tan sudorosos y cansados como ella misma se sentía. Lady Karine les había advertido que Linsha acudiría y habían estado esperando casi todo el día para oír su informe sobre lord Bight, pero no respondió en absoluto a sus expectativas y la entrevista no fue como debía. Linsha les repitió una y otra vez el relato del viaje para ver a Sable y todavía no parecían dispuestos a aceptarlo.
Juntaron sus cabezas y estuvieron murmurando durante un minuto. Entonces el mayor se volvió hacia Linsha.
—Nos resulta difícil creer que Bight controle a Sable sólo por llevarle unos cuantos especímenes. ¿Estáis segura de que no ha mencionado o aludido a otra cosa?
—Lord Bight —replicó Linsha acentuando marcadamente el «lord». Ya se estaba cansando de que el Círculo pasara por alto su título—. Y no controla al dragón negro. Creo que tienen algún tipo de acuerdo, pero todavía no sé en qué se basa. No obstante, puedo decirles que estoy convencida de que lord Bight no está dispuesto a dejar el control de Sanction en manos de nadie, y eso incluye a los Caballeros Negros y a los de Solamnia.
—Nunca pensamos que sería fácil —le espetó uno de los caballeros. Tenía la cara enrojecida y daba la impresión de que no se sentía bien—. ¿Habéis encontrado algún punto débil? ¿Algo de lo que podamos valemos?
Linsha lo observó pensativa y se preguntó si los jefes habrían estado en la ciudad. Sabía que visitaban a otros grupos clandestinos de la zona y que se desplazaban con frecuencia, pero sólo ellos sabían adónde. Pensó con amargura que si hubiesen pasado más tiempo en Sanction habrían llegado a comprender mejor las complicadas características de la ciudad y de su gobernador.
Respiró hondo y trató de expresar sus pensamientos con palabras.
—Señores, les pido que piensen bien y largamente antes de hacer nada que pueda perjudicar la autoridad de lord Bight. Sanction es un lugar muy peculiar. Tiene sus propios problemas y facciones que no se encuentran en otros lugares, y aunque lord Bight emplee a veces métodos dictatoriales y actúe con mano dura, es el más adecuado para ocuparse de las cuestiones de la ciudad. Controla los volcanes, conoce la ciudad desde el subsuelo hasta la superficie y respeta profundamente a sus ciudadanos. Si intentan controlar Sanction en este momento sin lord Bight, podrían abocarse a un desastre —se detuvo en esa palabra viendo en sus caras pétreas su absoluta falta de disposición a aceptarlo. Se preguntó si habrían oído algo de lo que había dicho.
El mayor de los caballeros sacudió la cabeza.
—Está claro, Dama, que vuestra apreciación de la situación no coincide con la nuestra. Bight ya no es necesario para el gobierno de Sanction.
Abrió la boca para protestar, pero el primer caballero la interrumpió levantando una mano.
—Os relevaríamos de vuestra misión ahora mismo si no fuerais el agente mejor situado de cuantos tenemos. Es nuestra intención eliminar a Bight para reemplazarlo por un gobierno solámnico que favorezca nuestros intereses en esta región y rompa los vínculos con los Caballeros de Takhisis. Necesitamos que desempeñéis vuestro papel.
Linsha hubiera querido gritar que Sanction no necesitaba un gobierno solámnico, pero se limitó a estar allí de pie, con los dedos apretados tras la espalda intentando parecer arrepentida. La amenaza de retirarla le había llegado a lo hondo.
—Otra cosa —intervino el segundo caballero—. Creemos que podría haber un caballero negro infiltrado en el círculo más próximo a Bight. Por desgracia no sabemos quién es ni qué posición ocupa. Tened cuidado. Como sabéis, a los Caballeros de Takhisis se les prometió el control de Sanction hace casi treinta años. Cuanto más tiempo los mantenga Bight apartados de él, tanto más empeño pondrán en conseguirlo. Los Caballeros Negros recurrirán a cualquier cosa para recuperar el control de la ciudad y, si es posible, destruir a Hogan Bight.
—Pero nosotros no lo haremos —dijo Linsha entre la inquietud y el sarcasmo.
—Nosotros haremos lo que sea necesario.
Linsha asintió brevemente con un movimiento de cabeza y sin ninguna convicción, luego saludó con el brazo extendido.
—Señores, tienen ustedes mi informe. ¿Puedo retirarme y volver a palacio antes de que se note mi ausencia?
El primer caballero se puso de pie y avanzó hasta colocarse frente a ella. Su cara arrugada se distendió en una expresión de simpatía impersonal.
—Lynn de Gateway, sabemos que vuestra posición en la ciudad es difícil. Recordad el Código y vuestro deber y haréis lo que debe hacerse. Podéis retiraros.
Linsha tuvo que recurrir a todo su autocontrol para, sin demostrar su desaliento, girar sobre sus talones y abandonar el lugar. La semilla de frustración que había empezado a germinar durante su primera entrevista con los jefes se arraigó aún más en sus indignados sentimientos y se convirtió en una maraña de emociones y lealtades confundidas.
Maldiciendo tras su máscara silenciosa, condujo a Catavientos de vuelta a los campos de equitación dentro del recinto del palacio. No habló con nadie, ni siquiera con Varia en el pajar mientras desensillaba a la yegua, le ponía heno en el pesebre y la preparaba para pasar la noche. Aunque todavía era temprano, no quiso pasar por el comedor y se fue directamente a su cuarto, pero pasó mucho tiempo antes de que se durmiera.