14

El viaje de regreso a Sanction fue tan largo y complicado como el de la ida, pero, en cierto modo, para Linsha resultó más fácil. Sabía lo que podía esperar y cómo dosificar sus fuerzas, lo que le permitió prepararse tanto mental como físicamente para el peligroso periplo a través de la cámara de lava. Atravesó la caverna de fuego sin un tropiezo y sólo tuvo el consabido dolor de cabeza provocado por el calor y las emanaciones.

También lord Bight estaba más a sus anchas y se pasó las horas que duró la travesía por los pasadizos oscuros e interminables hablándole. Le encantaba contar historias sobre los primeros años de Sanction, cuando los ciudadanos tuvieron que acostumbrarse a su forma de hacer las cosas y se reconstruyó la ciudad.

—Un cargamento de enanos llegó a la deriva al puerto de Sanction —dijo con voz divertida—. Tenían una maquinaria de lo más compleja montada sobre una barcaza sin ancla ni timón. Esa cosa chocó contra la escollera sur apenas dos días después de que hubiéramos terminado de reconstruirla —se rió silenciosamente al recordarlo—. Estaban tan preocupados que no pude seguir enfadado mucho tiempo, de modo que los puse a trabajar para pagar los daños. Estábamos tratando de limpiar los barrios bajos del norte y les pedí que construyeran un equipo para ayudarnos en esa tarea. Estaban tan entusiasmados que anduvieron enredando y experimentando varios días y, cuando por fin terminaron una máquina que en realidad no sé qué se suponía que debía hacer, se les fue de las manos, incendió un antiguo edificio y redujo a cenizas la mitad del barrio de chabolas.

Linsha se imaginó la escena y se rió con él.

—Supongo que eso era precisamente lo que queríais.

—Claro. Les pagué generosamente y, agradecidos, quemaron la otra mitad —siguió hablando sobre los tenderos y su permanente enfrentamiento con los kender, los enanos que se ofrecieron a construir el acueducto, los mercaderes y los barcos que transportaban sus mercancías.

Con voz evocadora habló sobre su amigo, el capitán de puerto, que audazmente lo había abordado en el malecón muchos años antes diciéndole que los muelles eran un desastre y preguntándole qué tenía pensado hacer al respecto.

—Lo contraté en el acto —dijo lord Bight con un deje de tristeza en la voz.

Linsha escuchaba fascinada cada una de sus palabras. En un día aprendió tanto sobre la historia de Sanction, de su pueblo y de su gobernador, como había aprendido en todos los años que llevaba en las calles. Las historias de lord Bight, así como el sincero placer y la fascinación que transmitía su voz, no hacían más que confirmar su convicción de que nunca se traicionaría a sí mismo ni a la ciudad dejándola en otras manos. Deseó fervientemente que el Círculo Clandestino hubiera estado allí para oír sus historias. Era posible que después de escucharlo entendieran la verdad y lo dejaran tranquilo. Aunque también era posible que no fuera así. El Círculo era desconfiado por naturaleza y necesitaba cantidades apabullantes de pruebas para cambiar de idea. Unas cuantas historias contadas en la oscuridad por el hombre al que no tenían ni la menor simpatía ni confianza no conseguirían desterrar la idea de su perversión absoluta.

Linsha y lord Bight hicieron una pausa esa noche y otra durante el largo y oscuro día para descansar y comer. Iban a buen ritmo y ya habían pasado el volcán y estaban cerca de las salas del pueblo de las sombras a la puesta del sol.

Cuando se acercaban al túnel que pasaba por debajo del antiguo Templo de Duerghast, lord Bight dijo:

—Ya estoy cansado de túneles de piedra. Vamos a contemplar Sanction al aire libre.

Tras la respuesta afirmativa de Linsha, la condujo por un pasadizo diferente y luego por otra escalera de piedra en espiral. Ésta salía a una puerta secreta en las ruinas del templo negro dedicado otrora al culto de la Reina Takhisis. El templo estaba solo, abandonado, sobre una alta loma, a la sombra del monte Ashkir.

—El único motivo por el que dejo el templo donde está es que sirve muy bien para disimular la puerta secreta —le confesó lord Bight a Linsha—. También tiene una vista espectacular de Sanction.

Después de salir por la puerta oculta, se fueron abriendo camino entre ripios y pilas de detritos acumulados por el viento en la sala del altar principal del templo y salieron al exterior. La luz del sol ya se había ocultado del todo y la noche había caído sobre el valle de Sanction. Un delgado velo de nubes cubría el cielo y del oeste soplaba un viento cálido. Después del frío de los túneles subterráneos, casi se agradecía el calor de la noche de verano.

Linsha comprobó que el gobernador tenía razón. La vista de Sanction era espectacular. Desde la alta loma podía verse la extensión del puerto hacia la izquierda y las luces de la larga escollera meridional dispuestas como un collar de diamantes. Ante ellos y hacia la derecha estaba la ciudad, un hervidero de luces y de tráfico en movimiento ya que era la hora en que los ciudadanos aprovechaban el alivio del intenso calor diurno. Los diques de lava resplandecían como una cinta de oro rojizo que atravesara la oscuridad aterciopelada del valle.

Aunque estaban demasiado lejos para oír el ruido de la ciudad, un ruido largo y estridente penetró la húmeda oscuridad: la señal de un cuerno que venía del extremo sur del distrito del puerto.

Lord Bight soltó un juramento.

—¿Dónde? ¿Podéis verlo? —preguntó Linsha. Conocía bien esas señales de la guardia de la ciudad y reconoció que era una alarma de incendio.

—Allí —dijo lord Bight señalando un gran almacén cerca de la escollera meridional. Una columna de humo, apenas visible debido a las luces de la ciudad, empezaba a elevarse hacia el cielo desde el tejado.

—Dioses —suspiró Linsha—. Al menos no está junto al hospital de campaña, pero como el incendio se descontrole…

No fue necesario que terminara de decirlo. Ambos llegaron a la misma y terrible conclusión. Lord Bight rompió a correr por un antiguo camino de piedra que serpenteaba bajando la loma. En una época había estado pavimentado, pero la naturaleza y los agricultores que buscaban piedras para construir habían hecho que se llenara de hierbajos y de agujeros. Hacía varias revueltas y luego se curvaba entre algunas granjas nuevas donde se cultivaban vides en bien trazadas terrazas. Allí el camino mejoraba ya que se usaba más, y las cabañas y pequeños edificios se fueron haciendo más numerosos cuanto más se acercaban Linsha y el gobernador a la ciudad.

No tardaron en llegar a otro camino que llevaba al puente sur sobre el foso de lava. Había guardias de la ciudad apostados junto al alto puente de arcos y cruzaron sus lanzas para cerrar el camino. A una orden de lord Bight, los sorprendidos guardias se hicieron a un lado de inmediato.

Linsha casi no se dio cuenta del aumento de calor y del olor a roca fundida mientras atravesaba detrás del gobernador el puente y entraban en los prados comunes. Después llegaron a los populosos barrios que quedaban justo al oeste de la nueva muralla de la ciudad.

Linsha, más familiarizada con los callejones y travesías, era la que llevaba ahora la delantera, con la espada suelta en su vaina y la mirada atenta por si surgían problemas. Llegaron a una pequeña poterna en la muralla de la ciudad donde un pelotón de la guardia de la ciudad montaba guardia con evidente nerviosismo. Lo raro era que la puerta estaba cerrada y atrancada.

—¿Qué significa esto? —preguntó lord Bight saliendo de la oscuridad y poniéndose a la luz de una docena de antorchas.

Linsha tuvo que identificarse. Los sorprendidos guardias se pusieron de inmediato en situación de alerta y saludaron al gobernador sin atropellarse ni hacer preguntas ociosas. Su sargento se adelantó y se presentó.

—Excelencia, no os esperábamos. El comandante Durne dijo que estabais retenido en palacio.

Lord Bight dio una respuesta evasiva.

—¿Por qué están cerradas las puertas? —preguntó a continuación.

El sargento se sorprendió de que lord Bight no estuviera enterado.

—Órdenes señor. La enfermedad se ha extendido tanto que el Consejo de la Ciudad decidió que se cerraran las puertas la noche pasada cuando la ciudad estaba tranquila. A la gente no le ha sentado nada bien, os lo puedo asegurar, señor.

El gobernador entrecerró los ojos y las arrugas de su cara se volvieron de piedra.

—Pero ¿qué pasa con los guardias de la ciudad que patrullaban el malecón y el distrito del puerto? —preguntó Linsha.

—Los que no estaban enfermos o muertos fueron retirados por orden del comandante Durne —replicó el sargento que, al reconocer a Lynn, la saludó con una inclinación de cabeza—. La parte oeste de la ciudad ha quedado casi librada a su suerte y la gente está asustada.

—Hay un incendio en el distrito de los almacenes —dijo lord Bight con evidente enfado—. ¿Ha quedado alguien para apagarlo?

—No lo sé, excelencia. La brigada de bomberos voluntarios debería atender a las llamadas, pero si hay o no hombres suficientes para apagar un incendio, no lo sé.

—Entonces será mejor que vaya a comprobarlo. Vamos, Lynn —ordenó el gobernador.

—¡Esperad, excelencia! —protestó el sargento—. No necesitáis pasar al otro lado de la muralla. La peste se ha extendido en la ciudad extramuros.

—En este momento, lo más peligroso es el incendio —replicó lord Bight dándole la espalda.

—Entonces, permitid que os acompañemos, señor. Necesitaréis toda la ayuda que podáis encontrar —ofreció el sargento.

—Gracias, sargento —respondió lord Bight ya en movimiento—, aprecio vuestra oferta. Sin embargo, hasta que conozca mejor la situación vos debéis obedecer vuestras órdenes y vigilar esta puerta. Puede que necesite que alguien me franquee la puerta al regresar.

El sargento y sus hombres saludaron. Se quedaron con la mochila de Linsha para guardarla, le dieron una pequeña bota de vino y observaron con mirada preocupada mientras los dos desaparecían en la oscuridad de las calles.

Linsha paladeó agradecida el vino mientras seguía a lord Bight. Era un blanco de cosecha local, ligero y refrescante, ideal para una noche calurosa. Le pasó la bota al gobernador que tomó un buen trago antes de devolvérsela. Linsha se la colgó en bandolera reservándola para más tarde.

No es que no le hubiera gustado beber más, pero necesitaba estar despierta. Había algo anormal en esas calles que conocía tan bien. Las tabernas y tiendas estaban abiertas, pero prácticamente vacías, y todas las casas por las que pasaron estaban cerradas y atrancadas a pesar de que la noche era calurosa. En las calles se veían los habituales enanos gully y perros callejeros que revolvían en los montones de basura y algunos kender en animada charla, pero muy pocas personas de cualquier raza. También notó en el viento un leve hedor a muerte que no estaba allí hacía unos cuantos días.

Poco después, otro olor se superpuso al de la muerte, el de un humo espeso y negro. Salía del almacén en llamas y llenaba las calles en la dirección del viento con una neblina enceguecedora que además no dejaba respirar. Linsha decidió que ya no quería más emanaciones y arrastró al gobernador en otra dirección. Dieron un rodeo por el distrito de los almacenes para poder aproximarse al edificio en llamas por el norte, donde el humo no era tan espeso. Algunas personas, hombres en su mayoría, corrían en la misma dirección.

Para cuando Linsha y lord Bight llegaron al almacén, una estructura de dos plantas construida de madera y estuco, el luego estaba fuera de control. Una línea desordenada de personas provistas de cubos hacían lo que podían por evitar que se propagara a un almacén vecino, pero el fuego era tan intenso que la pared del edificio cercano empezaba a humear. El viento tampoco ayudada ya que avivaba el fuego y transportaba chispas y brasas hacia otras construcciones. El verano había sido demasiado caluroso y seco, y la ciudad era como una pila de yesca que esperase a ser quemada.

El gobernador hizo una evaluación rápida de la emergencia, pero antes de que pudiera hacer nada, un hombre alto, cubierto de hollín lo reconoció y se salió de la línea de cubos.

—Lord Bight —le gritó frenéticamente—. Tenéis que ayudarnos. Ese almacén está vacío, pero el que está a punto de incendiarse está lleno de barriles de vino y de aceite para lámparas —era Vanduran Lor, jefe del Gremio de Mercaderes. Tenía el rostro alargado surcado por un sudor aceitoso y enrojecido por el calor del fuego.

El gobernador hizo un gesto de contrariedad. ¿Podría haber un almacén en el distrito con contenido más inflamable?

—Vanduran ¿qué estáis haciendo aquí? —gruñó lord Bight—. Creía que el consejo había votado por cerrar las puertas de la ciudad. ¿No deberíais estar intramuros?

El mercader adoptó una postura digna.

—Yo no voté por eso, excelencia. Mi negocio y mis trabajadores están aquí. Me quedé para cuidar de ellos —se inclinó hacia adelante con las manos juntas en actitud de súplica—. Por favor, esta tarde tuvimos que trasladar el hospital a ese almacén más grande de la calle siguiente. Está precisamente en la dirección del viento y de las chispas.

—¿Por qué fue trasladado? —preguntó lord Bight, con el entrecejo fruncido y la mirada incrédula.

A Vanduran le pareció extraño que el gobernador no estuviera enterado.

—El anterior estaba atestado —explicó a lord Bight—. Los sanadores que había allí murieron y la peste se extendió por el distrito del puerto con tanta rapidez que ya no era posible controlarlo.

—¿En dos días? —preguntó Linsha atónita.

El mercader asintió con expresión cariacontecida.

—La enfermedad estalló como… como eso —dijo señalando al fuego—. En cuanto se cerraron las puertas no quedó nadie para obligar a cumplir la cuarentena, de modo que nos limitamos a sacar a todos los que estaban en el hospital y los trasladamos a un edificio más grande. Al menos la gente que necesita asistencia puede ir allí y recibir ayuda. Tenemos voluntarios que se ocupan de los enfermos, de mantener a los que están delirantes apartados de los demás, y también hay unos cuantos sanadores —hizo otra pausa, con los ojos desorbitados—, pero es terrible.

En ese momento, el ruido de los cascos de unos caballos atrajo la atención de todos. Un contingente de guardias de la ciudad y de los guardias del gobernador aparecieron por una esquina y cabalgaron hacia la línea de personas con cubos que luchaban por contener el fuego. Lo encabezaba el comandante Durne que, al ver a Linsha y a lord Bight sonrió con evidente expresión de alivio y de alegría.

—Lynn —le dijo lord Bight a Linsha en voz grave y con tono de urgencia mientras la cogía por el brazo—. Hay algo que quiero hacer, pero requiere tiempo y concentración. No puedo ser interrumpido constantemente. Decidle al comandante Durne que mantenga en funcionamiento la cadena de cubos y que haga lo que pueda para evitar que se extienda el fuego. Volveré.

—¿Adónde vais? Dejad que vaya con vos —insistió.

—No, esta vez no, no tardaré mucho —le oprimió levemente el brazo y, mientras los guardias se dirigían hacia ellos, se perdió entre la muchedumbre de voluntarios y mirones.

Vanduran se volvió a decir algo más al gobernador.

—Lord Bight, yo… ¿dónde está?

Irritada por no poder seguir al gobernador, Linsha hizo como si no lo hubiera oído. El rugido del fuego era cada vez más fuerte y hacía difícil mantener una conversación.

El comandante Durne y sus hombres llegaron cabalgando hasta donde estaban Linsha y el mercader del gremio en la acera de enfrente al incendio.

Un sonrojo de placer encendió el rostro de Linsha tomándola por sorpresa. Llevaba dos días fuera de Sanction e inundada por la presencia magnética de Hogan Bight. Había intentado deliberadamente no pensar en Ian Durne, con la esperanza de poder olvidar el insensato enamoramiento que sentía por él. Pero en el momento en que vio su figura alta y esbelta sentada con tanta apostura en su caballo, aquel anhelo volvió a apoderarse de ella y se sorprendió a sí misma mirándolo embobada a la cara.

Para ocultar su azoramiento no dio al comandante ni la menor oportunidad de empezar a hacer preguntas. Cuando desmontó le hizo el saludo de rigor y centró su atención en el emblema de la espada ardiente que lucía en la pechera de su uniforme.

—Señor —dijo con brusquedad—, el gobernador Bight os pide que organicéis la extinción del incendio de la mejor manera posible. Él volverá pronto.

Durne asintió como alguien acostumbrado a ese tipo de solicitudes.

—Buenas tardes, escudero, me complace que hayáis vuelto sana y salva.

Una calidez desusada en su voz la hizo volver a mirarlo a la cara y sus ojos se encontraron en un breve instante de unión silenciosa. Él enarcó una ceja diabólica y sonrió.

—¡Comandante Durne —llamó una voz insistente—, lord Bight ha vuelto a escabullirse! ¿Queréis hacer algo antes de que el fuego se propague al otro almacén? Hay una calle llena de viviendas justo al lado —Vanduran agitaba la mano apuntando hacia donde avanzaba el fuego.

—Y el hospital —añadió Linsha viéndose obligada a gritar para hacerse oír sobre el estruendo del fuego.

Sus palabras se perdieron en medio de un repentino bramido producido por la caída del techo hacia el interior del edificio con el consiguiente estallido de chispas y llamaradas. Desechos ardientes fueron a caer sobre edificios cercanos amenazando con provocar nuevos incendios. Linsha oyó el estruendo atronador del torturado maderamen dentro del almacén moribundo.

—Vamos —ordenó el comandante Durne a voz en cuello. Rápidamente organizó a sus hombres en otras dos filas con los cubos y ordenó que hicieran uso de cuanto barril, cubo, caja o recipiente pudieran encontrar. Se obligó a los curiosos a colaborar, ya fuese accionando las bombas públicas de agua o transportando cubos o sofocando el fuego de los escombros candentes que se desprendían del edificio.

Otro estrépito indicó la caída de lo que quedaba del techo en una lluvia de ascuas incandescentes. El humo y el calor se hicieron más intensos. De pronto, alguien gritó señalando el tejado del almacén del vino. Los aleros de la esquina más próxima al incendio estaban chamuscados y humeantes. En el momento en que la gente se volvió a mirar, el tejado se prendió fuego. El maestro del gremio, Vanduran, gritó horrorizado y organizó rápidamente un pequeño grupo con el que se dirigió al interior del otro almacén. Poco después empezaron a sacar barriles de vino para ponerlos fuera de peligro.

Linsha se encontró en la línea de apagafuegos pasando frenéticamente cubos adelante y atrás para apagar las llamas del segundo foco. Un instante apenas se preguntó adónde habría ido lord Bight y por qué, pero su pensamiento volvió al amenazado edificio y a la necesidad desesperada de agua.

—Lynn, gracias a los dioses, estáis bien. ¿Dónde habéis estado? —murmuró una voz familiar junto a ella.

Linsha miró hacia un lado y vio a la Dama Karine Thasally que ocupaba el puesto siguiente en la línea con la cara sudorosa y llena de hollín y el pelo manchado de ceniza. Intercambió un cubo vacío por el lleno que tenía Linsha en la mano.

Linsha volvió la cabeza para que sólo Karine pudiera oírla.

—Lord Bight me llevó a ver a Sable —respondió en el tono más bajo posible y que resultase audible sobre el rugido del fuego.

—¿Qué? —Karine estuvo a punto de derramar el agua.

La excursión por las profundidades valió la pena sólo por ver la expresión en el rostro de su superior.

—Será mejor que informéis de esto en persona. El Círculo está empezando a desconfiar de vuestro silencio.

Linsha hizo como si no la hubiera oído.

—¿Os va bien? —preguntó.

—Por el momento —respondió Karine con una mueca—. Pero hemos perdido a otros dos. Buenos hombres. Lynn, tened mucho cuidado. Hay feos rumores en la ciudad extramuros que culpan a lord Bight de esta catástrofe. Los ciudadanos están furiosos por el cierre de las puertas de la ciudad. Temen que el Consejo de la Ciudad los deje morir aquí fuera.

—Eso es absurdo —dijo Linsha cortante mientras le pasaba un cubo.

—Vos y yo lo sabemos, pero todos están aterrorizados. Quieren culpar a alguien. Los rumores se extienden.

Linsha recordó al hombre que había incitado a los muchachos a arrojar botellas contra lord Bight y la multitud.

—¿Hay alguna posibilidad de que los rumores estén vinculados a una persona o a un grupo?

Karine quedó sorprendida por la pregunta.

—No que yo sepa. ¿Por qué?

—Algo que se me ocurrió —estaba a punto de pedir a Karine que lo hiciera investigar por alguien cuando un feo presentimiento la hizo desistir. Los tres jefes del Círculo Clandestino querían desacreditar a lord Bight. ¿Acaso no era posible que enviaran a sus secuaces a sembrar algunos comentarios y opiniones o supuestos rumores bien escogidos en alguna taberna llena de gente o en las calles? Nadie sabría cuál era la fuente de esos rumores. Se preguntó si Varia habría conseguido dar con el hombre de andar extraño. Sería muy interesante tener una charla con él.

Otra idea, menos peligrosa, le vino a la cabeza.

—¿Sabéis algo de Elenor? —preguntó—. Estoy preocupada por ella.

—Todavía no —repuso lady Karine—. Si puedo enviaré a alguien a preguntar por ella.

Siguieron trabajando en silencio codo con codo, pasando cubos hasta que les dolían los brazos y la espalda y les ardían los ojos y la garganta por el humo.

—¡Cuidado con las paredes! —gritó alguien.

Todos se volvieron a mirar hacia el primer almacén. Había perdido el tejado y el interior había sido engullido por las llamas. El almacén parecía una cáscara en llamas, y las paredes exteriores, debilitadas por el calor y la ausencia de apoyos, empezaron a combarse. Lo peligroso era que nadie podía prever hacia dónde caerían. Dos de ellas daban la impresión de ceder hacia adentro, pero las otras dos amenazaban con caer sobre las calles atestadas de voluntarios y de curiosos.

Linsha sintió un temblor extraño bajo sus pies, un temblor que le recordó el paso por debajo del monte Ashkir donde la tierra temblaba por el poder del volcán. Pero ahora no estaban cerca del cráter de un volcán. La sacudida se hizo cada vez más violenta hasta el punto de hacer temblar sus piernas. También otras personas la notaron y hubo gritos de terror.

El comandante Durne fue el primero que lo identificó.

—Terremoto —gritó—. ¡Un terremoto! Que todo el mundo se aparte de los edificios.

Gritando y chillando, la gente echó a correr mientras los temblores se intensificaban. Los improvisados bomberos retrocedieron alejándose de los edificios en llamas. El primer almacén se sacudió violentamente y luego se derrumbó formando un montón de maderas y escombros incandescentes. De repente, el fuego del segundo almacén se elevó hacia el cielo al abrirse en dos la estructura, permitiendo que el aire penetrara en el interior. Ambos fuegos rugían, y sus resplandores rojizos se destacaban nítidamente en el cielo nocturno. La tierra retumbó y se sacudió como un animal dolorido.

Linsha y Karine tiraron sus cubos y se disponían a salir corriendo cuando de repente Karine agarró a Linsha por el brazo y señaló algo con dedo tembloroso.

—¡Lynn! ¡Mirad!

Apenas a cinco pasos de donde ambas se encontraban, las piedras del pavimento de la calle empezaron a sacudirse con tanta fuerza que la vibración hizo que se salieran de su sitio. Linsha miró con atención y vio que lo peor del temblor partía del centro de la manzana donde se encontraban los dos almacenes en llamas. Todo lo comprendido dentro de un área más o menos ovalada se sacudía como vapuleada por un gigante, mientras la tierra circundante a la zona afectada sólo parecía temblar por la impresión. Rodeada por las interminables sacudidas, el terreno se convirtió muy pronto en un tembladeral inestable y ávido.

Con repentina ferocidad, un enorme pozo abrió sus fauces por debajo de los dos almacenes. Escombros, maderas encendidas, trozos de mampostería, barriles de vino, cráteras de aceite y los restos en llamas de los dos edificios cayeron estrepitosamente en el agujero, levantando hacia el cielo nocturno una nube de humo y polvo.

Los restos del siniestro se fueron precipitando progresivamente hacia las profundidades. El pavimento de las calles, las vigas de sujeción, los cubos y una carreta de carga temblaron al borde del monstruoso hoyo y luego se deslizaron hacia las retorcidas llamas y los escombros.

Karine y Linsha miraban paralizadas hacia la sima abierta tan cerca de sus pies, hasta que alguien tiró de ellas hacia atrás.

—No me gustaría que os cayerais ahí dentro —gritó el comandante Durne sobreponiéndose a la cacofonía de los edificios que se derrumbaban.

Disparando una mirada a Linsha, Karine agradeció al comandante con una inclinación de cabeza y salió corriendo.

Durne se quedó de pie junto a Linsha. Sus ojos claros centelleaban con los reflejos del fuego.

Lo que quedaba de los dos edificios había desaparecido de la vista de los estupefactos espectadores, y el fuego, sofocado por la tierra y los escombros, se extinguió. La oscuridad, tórrida y humeante, se cerró sobre la zona, desgarrada sólo por unas cuantas antorchas y por pequeños restos encendidos.

El temblor se fue debilitando hasta desaparecer. Poco a poco la tierra fue recuperando la normalidad.

En medio del silencio repentino, conmovido, alguien gritó:

—¡Fantasmas sufrientes de la perdición! Eso es lo que yo llamo extinguir un incendio.

Unas cuantas risas ayudaron a aliviar la tensión del miedo.

—Abramos los barriles de vino —gritó Vanduran Lor—. Vamos a brindar por eso.

Hubo un coro desigual de vítores y carreras hacia la pequeña pila de barriles rescatados. El maestro del gremio se hizo a un lado y dejó que los que habían participado en la extinción del incendio tuvieran su recompensa.