Debían de haber pasado dos horas cuando Linsha se despertó sobresaltada. Aunque todavía estaban enterrados entre la piedra y la oscuridad, su reloj interno le dijo que la mañana estaba cerca en el mundo exterior. Se sentó, rígida, dolorida y disgustada por haber faltado a su deber. Se había quedado dormida estando de guardia, un delito punible en muchas órdenes y sin duda también en el cuerpo de guardaespaldas de lord Bight.
Se puso de pie y se frotó la cara con una mano. Se sorprendió al sentir dolor. Con un yesquero que llevaba en su mochila encendió una antorcha que le proporcionó luz para examinarse las manos. Las tenía raspadas y laceradas por la caída, y un examen más atento le permitió ver un desgarrón en la pierna de sus calzas nuevas y magulladuras en las piernas y el abdomen.
—Estupendo —gruñó entre dientes.
—¿Qué pasa? —preguntó el gobernador incorporándose—. Esta cama de piedra no se ha llevado nada bien con mi espalda.
Linsha resopló. Al menos tenía la decencia de tener agujetas por la mañana. Su resistencia y su fuerza la hacían sentir como una anciana.
—Ya me he roto el uniforme —dijo irritada señalando el desgarro—. Y lo peor de todo, excelencia, es que me dormí estando de guardia.
Lord Bight se encogió de hombros aunque secretamente se alegraba de que lo hubiera confesado.
—Os lo dije, ¿no os acordáis? No os empeñéis —no le reveló que él había hecho algo por ayudarla a dormir.
Comieron algo, encendieron una segunda antorcha y reanudaron su marcha por las profundidades de la montaña. La caverna del fuego quedó muy atrás; su ruido sordo fue sustituido por un silencio trémulo, y su calor se transformó en un frío que calaba hasta los huesos. Linsha calculaba que debían de haber superado ya el monte Ashkir y estaban en algún punto debajo de las montañas meridionales, pero todavía lord Bight no quería decir adónde iban. Caminaron y treparon durante horas por el sendero subterráneo dirigiéndose siempre hacia el sur. Cuando, según sus cálculos, debía de ser mediodía, hicieron un alto para comer y descansar y a continuación se pusieron en marcha apretando aún más el paso. Como si tuviera la sensación de que se estaba cumpliendo un plazo, lord Bight iba cada vez más rápido, y por la facilidad con que encontraba el camino a través de pasadizos y cuevas desconcertantes, Linsha dedujo que ya había hecho antes ese camino, quizá muchas veces.
Casi se había puesto el sol cuando lord Bight llegó a un pasadizo que llevaba hacia arriba y condujo a Linsha hacia la superficie. Entraron en una caverna larga, de techo plano y base amplia y vieron el resplandor de la luz del día que entraba por una rendija en el otro extremo. Los dos corrieron ansiosos de dejar atrás la opresiva oscuridad. La luz se hacía más brillante a medida que se acercaban y, haciendo a un lado las antorchas, empezaron a correr cada vez más rápido hasta que, riendo aliviados, salieron al sol y al viento del ocaso.
Linsha abrió los brazos y se dejó caer sobre el suelo tapizado de hierba. Aspiró el perfume de la hierba caliente por el sol y de las flores silvestres y el aroma a pino y cedro. Una brisa movía el follaje de los árboles y los insectos cantaban sus ruidosas canciones entre la maleza.
La cueva salía a un estrecho valle en el que había trozos de piedra y bosquetes de pino de montaña. Se extendía aproximadamente de norte a sur por los flancos de un pico rojizo que todavía resplandecía con destellos broncíneos bajo la luz rubicunda del poniente. Linsha no reconocía la montaña, pero por la distancia que habían recorrido tenían que estar del lado meridional de la cadena que bordeaba Sanction. Y lo único que había a ese lado de las montañas eran los cenagosos dominios del dragón negro Onysablet.
Toda su alegría desapareció. Sintió una opresión de temor en la boca del estómago. Se sacudió las briznas de hierba que se le habían pegado a la ropa y se puso de pie. Lord Bight había caminado hasta un promontorio y desde allí miraba hacia el sur.
—Excelencia ¿por qué estamos aquí? —se atrevió a preguntar.
—Para reunimos con un contacto —respondió sin dejar de mirar hacia el sur—. No temáis. Mientras estéis conmigo no sufriréis daño alguno.
—¿Qué contacto?
Se volvió, la alegría se transformó en cenizas en sus ojos. Su cara despejada se había transformado en una máscara sombría.
—Voy a invocar a un dragón hembra. Una que se considera algo así como un científico.
—Sable —dijo Linsha entre dientes. Instintivamente oteó el horizonte hacia el sur en busca de una señal del monstruoso dragón negro.
El hombre, que seguía cargando su caja de madera, comenzó a descender por el valle.
—Dejad la mochila y seguidme. Tenemos que darnos prisa.
—Lord Bight… esto es una locura. Aunque el dragón negro venga, no nos ayudará —gritó Linsha corriendo tras él.
—Mujer —le respondió gritando a su vez—, ¡confiad en mí!
Linsha vaciló un instante, lo suficiente para que varias alternativas pasaran por su mente y fueran rechazadas frente a otras tantas verdades. La había llevado hasta allí, le había salvado la vida y ella todavía era su escudero y el honor la comprometía a defenderlo por muchas locuras que hiciera. Eso sin mencionar el hecho de que el Círculo Clandestino vendería su alma colectiva por saber cómo se las ingeniaba lord Bight para mantener a Sable fuera de su territorio. Presenciar ese encuentro podría ser la oportunidad que estaba esperando.
Hablando entre dientes dejó la mochila y las antorchas entre unos arbustos junto al promontorio y salió corriendo tras él. El gobernador marchó ladera abajo a toda prisa más de un kilómetro y medio mientras Linsha se esforzaba por seguirle la marcha. Se dedicó a sopesar la posibilidad de que él hubiera sufrido un repentino ataque mental. ¿Invocar a Sable? Era descabellado.
El valle terminaba abruptamente donde empezaba una ancha planicie desarbolada. Lord Bight la cruzó y se detuvo en el borde, donde el terreno se hundía de golpe en un acantilado de vértigo. Cientos de metros más abajo, la base del acantilado formaba la pared de un pequeño cañón en el que había un torrente oscuro y salobre.
Al llegar junto a él, Linsha miró hacia abajo y vio el punto donde el torrente salía del cañón, formando meandros, internándose entre una serie de colinas de poca altura. Se aproximaba la noche y por el cielo se extendía una luz suave que cubría de un pálido resplandor el lóbrego paisaje. El gobernador señaló hacia el sur y Linsha, siguiendo la dirección de su brazo miró más allá de las colinas, hacia las lindes profundas del húmedo dominio del dragón Onysablet. Sable, el mayor de los dragones negros que habían sobrevivido a la Purga, reclamó el derecho sobre esas tierras, otrora las estribaciones y verdes praderas de Blöde, y transformó el paisaje a su antojo, comprimiendo el nivel de la tierra y trayendo las aguas. Los ogros que allí vivían habían sido empujados hacia sus fortalezas en las Khalkist. Ahora, cuando habían transcurrido más de veinte años de su llegada, sólo quedaban unos cuantos puntos altos de tierra seca en la ciénaga más extensa de Krynn, y las que antes habían sido las estribaciones de las Khalkist meridionales no eran más que promontorios rocosos que sobresalían de las tierras anegadas.
Linsha se estremeció. La destrucción y el deterioro de un área tan inmensa llenó su alma de rabia. Cruzando los brazos dirigió una mirada furiosa a lord Bight.
—¿Y cómo vais a llamar a un dragón que probablemente se encuentre a muchos kilómetros de aquí, ocupado en hacer más ciénagas?
—Así —tiró de una fina cadena que ocultaba debajo de su túnica y le mostró un delgado silbato de plata. Cerró los ojos y su rostro se cubrió de una tensa máscara de profunda concentración. Respiró hondo unas cuantas veces y luego emitió una nota prolongada con el silbato.
O al menos eso fue lo que supuso Linsha, porque no oyó absolutamente nada.
—Estáis de bromas.
Él la miró, volvió a entrecerrar los ojos y volvió a tocar el instrumento.
—Este silbato es más de lo que parece. Ahora mirad hacia allá —dijo señalando un punto hacia el sudeste.
El disco rojo del sol se deslizó hacia la línea del horizonte que tenían a su derecha y las sombras empezaron a flotar sobre las aguas estancadas. El viento arreció sobre la planicie, trayendo el olor a podredumbre y barro que recogía en la ciénaga.
Linsha esperó, con el corazón palpitando violentamente y los ojos fijos en la línea del cielo que se iba oscureciendo. El sol se hundió más y una cuantas estrellas, como añicos diminutos de cristal, empezaron a titilar en el cielo oscuro del crepúsculo.
Un pequeño punto negro apareció precisamente encima de la difusa línea oscura del horizonte de la ciénaga. Linsha tuvo que mirar dos veces para verlo. A lo lejos parecía un pájaro, pero a medida que se iba acercando se iba haciendo más y más grande hasta que la sombra oscura se convirtió en un dragón que rugía sobre el pantano como una nube de tormenta. Monstruosa y oscura como el pantano del que había salido, Sable dejó atrás las fronteras de su reino cenagoso, atravesó la línea de las colinas y sobrevoló la meseta. Empezó a describir círculos en lo alto, balanceando la enorme cabeza para mirar a los humanos que habían tenido la audacia de molestarla. El aire que removía al pasar aplastaba la hierba de la planicie y levantaba remolinos de polvo y arena.
Linsha mantuvo los brazos a ambos lados del cuerpo, apretó los puños y reprimió sus ansias instintivas de gritar y de sacar su espada. Sabía que contra el monstruo de ébano su diminuta espada nada podía, y tal vez lo único que conseguiría era irritar a Sable. Lo único que podía hacer era rogar fervorosamente que lord Bight supiera lo que estaba haciendo.
El gobernador se quedó inmóvil, con la cabeza echada hacia atrás para observar al dragón, y sus manos y la caja de madera bien a la vista.
Sable volvió a volar en círculo, luego planeó con sus grandes alas y aterrizó sobre la llana pradera. El suelo tembló bajo su enorme peso, y su gigantesco cuerpo tapó la luz del poniente. Plegó las alas a los lados del tenebroso cuerpo y examinó a las dos personas desde una distancia de apenas seis metros. Sus ojos amarillos refulgían como dos fuegos a la tenue luz del crepúsculo.
—Hogan Bight —dijo con voz sibilante—. ¿No estás muerto todavía?
—Onysablet, qué alegría veros —dijo el gobernador riendo y dibujando una reverencia.
El dragón bajó su alargada cabeza acercándola a Linsha. Sus cuernos de marfil se crisparon de irritación. El hedor a podredumbre y basura infecta llenaron sus fosas nasales y el aliento ardiente del dragón la abofeteó como si hubiera abierto un horno caliente. Sin embargo, ni se movió ante la criatura, aunque tuvo que hacer acopio de todo su valor para reprimir su miedo al dragón.
—¿Quién es este insignificante desecho? Espero que sea una nueva aportación a mi zoo —dijo Sable maliciosamente—. Tengo escasez de hembras.
Un estremecimiento recorrió a Linsha de los pies a la cabeza y a punto estuvo de salir corriendo. El zoo de Sable no era más que una colección de espantosas criaturas creada por sus asquerosos experimentos con parásitos, esclavos, criaturas de los pantanos y cualquier ser que tuviera la desgracia de ser sorprendido en sus dominios.
Lord Bight negó con la cabeza. Puso una mano sobre el hombro de Linsha y su contacto y la fuerza de su proximidad la tranquilizaron.
—Lo siento, poderosa señora —dijo con tono ligero—, ésta no está disponible. No obstante, os he traído algo que creo apreciaréis más —abrió la cerradura de la caja de madera, levantó la tapa y sacó cuidadosamente un frasco de cristal muy bien protegido por una capa de algodón. Lo levantó para que Sable pudiera examinarlo. El frasco contenía un agua sucia que ocultaba parcialmente una criatura repugnante que nadaba en su interior.
Sable bajó la cabeza para mirar aquella cosa de cerca.
—¿Qué es? Casi no puedo distinguirlo.
—Es una babosa de cutthrull —anunció con mal disimulado orgullo.
El dragón alzó la cabeza y sus ojos resplandecieron de entusiasmo.
—¿De las cavernas del monte Thunderhorn?
—Así es. El pueblo de las sombras lo encontró para mí. Lo tenía reservado para una ocasión especial.
Atónita, Linsha apartó los ojos del dragón para mirar a lord Bight, preguntándose si realmente lo entendía.
—Quiero apelar a vuestra naturaleza científica —replicó lord Bight—. Me he topado con una enfermedad interesante y pensé que tal vez vos, con vuestros enormes conocimientos y vuestros años de investigación seríais capaz de identificarla.
Intrigada y un tanto halagada, Sable se acercó más al suelo. Cruzó sus patas delanteras y miró a Bight desde detrás de su largo morro.
—Descríbela —dijo.
Así lo hizo, en términos claros y precisos, sin mencionar una sola vez que la enfermedad amenazaba a Sanction.
La expresión de Sable se volvió pensativa, un efecto que a Linsha le pareció desconcertante.
—¿Dónde has visto esa enfermedad?
—En un barco de Palanthas. Mató a la mayor parte de la tripulación.
El dragón hembra siguió meditando.
—Como pocas veces abandonas esa pequeña guarida a la que llamáis Sanction, debe de haber entrado en tu puerto —hizo una pausa como si estuviera diseccionando la información—. Me sorprende que el barco haya conseguido burlar a esos barcos negros que hay cerca de la bahía. Los piratas siempre andan a la caza de una presa fácil. Veamos… déjame pensar —quedó con la mirada perdida en la distancia, ajena a las gotas de ácido que caían de sus dientes al suelo—. Se parece a una peste que observé antes del último Cataclismo. Atacaba especialmente a los humanos. Por desgracia se extinguió antes de que me interesase lo suficiente como para estudiarla.
—¿Cómo? ¿Cómo se extinguió? —preguntó lord Bight intentando no parecer demasiado interesado.
—No lo recuerdo. Como estalló de forma tan repentina, algunos pensaron que había sido inducida por magia. —Sable resopló y se puso de pie—. Es todo lo que recuerdo. Ya he hablado bastante, Bight. ¿Puedo coger el frasco o prefieres que derrita a tu hembra transformándola en un charco insignificante?
—Atrévete a intentarlo, Sable —rió—, y no volveré a traerte especímenes para tu colección.
—¡Ja! De todos modos la mayoría de ellos no valen nada. No sé por qué me molesto en venir.
A pesar de sus palabras, no dejaba de observar con mirada codiciosa mientras lord Bight volvía a colocar el frasco con la criatura en la caja y cerraba la tapa. Con una delicadeza que Linsha no hubiera creído posible en un dragón de semejante tamaño, la hembra negra cogió con tres dedos la caja y la levantó con cuidado. Tomó carrera hasta el borde de la meseta antes de abrir las alas y levantar vuelo con un fuerte aleteo. El aire que desplazó derribó a Linsha y a lord Bight al suelo. Sin pronunciar una sola palabra más y sin despedirse siquiera, Sable se sumergió en la creciente oscuridad y desapareció en un vuelo silencioso.
Sobrevino un largo silencio.
Linsha estaba tan atónita que no sabía qué decir. Se puso de pie y miró a lord Bight que parecía absorto en sus pensamientos. En su interior luchaban mil sentimientos encontrados: descreimiento, desconcierto, decepción, alivio, sorpresa, confusión.
—¿Esto es todo? —explotó por fin con la primera idea que fue capaz de expresar—. Hemos salido de Sanction en medio de una crisis y caminado todo un día para dar a un dragón un frasco de agua emponzoñada. ¿Y todo para qué?
Él se puso de pie y respondió con calma:
—En realidad no era agua emponzoñada, era una babosa de cutthrull, un parásito muy raro y especialmente viscoso que a Sable le ha venido muy bien para su colección.
—¿Así es como conseguís que se mantenga alejada de Sanction? ¿Un parásito raro hoy, un esclavo mañana? No puedo creer que lo acepte. Tiene que haber algo más.
—¿Por qué?
Linsha percibió cierto retintín en su pregunta y se dio cuenta de que su pregunta había trascendido los límites de lo que podía esperarse de un simple escudero. De modo que bajó el tono de sus preguntas y volvió a ser Lynn. Levantó las manos con gesto de desesperación.
—Lo siento, excelencia. El miedo al dragón me dejó tonta. Creo que mi reacción fue excesiva.
—Suele producir ese efecto.
—Pero todavía no entiendo cómo puede ser que un dragón mayor como Sable no os deje frito y se adueñe de Sanction.
Lord Bight enarcó una ceja y en sus labios se dibujó una sonrisa enigmática.
—Sable y yo tenemos una relación diplomática. Las criaturas que le traigo son sólo una parte.
Una relación diplomática. Al Círculo Clandestino le encantaría esa respuesta ambigua. Linsha no veía la hora de comunicársela. Durante años, a los Caballeros de Solamnia les había parecido extraño que el gobernador dedicara tantos esfuerzos a desbaratar los planes de Sable mientras los Caballeros Negros seguían acampando en su puerta trasera. Se preguntaban por qué no hacía nada para librar a Sanction de ellos para siempre. Incluso algunos temían que estuviera sentando secretamente las bases para un ventajoso tratado con los Caballeros Negros.
Claro que, pensó Linsha, tampoco tenía mucho sentido librarse de un enemigo cuando había otro más poderoso que amenazaba con instalarse y transformar en una ciénaga todo el trabajo realizado. Lord Bight no era todopoderoso, aunque a veces actuaba como si lo fuera, y sus recursos no eran ilimitados. A lo mejor decidía resolver primero sus problemas con el peor de los enemigos mientras mantenía a los demás a raya hasta que estuviera en condiciones de dedicarles toda su atención. No podía creer que estuviera dispuesto a dejar que un dragón, un Caballero o un volcán incluso, tomaran el control de su ciudad. Lord Bight se enfrentaría con los Caballeros de Takhisis cuando estuviera listo. Por desgracia, nada de esto explicaba por qué Sable respetaba su presencia en Sanction.
Linsha respiró hondo. Se sentía desazonada y confundida y no estaba segura de que lord Bight hubiera sacado algo en limpio de la conversación con Sable.
Cuando se lo preguntó, se pasó la mano por la barba y respondió con sequedad:
—Sable sabe que no puede mentirme. Eso cortaría su abastecimiento de especímenes. Pero pocas veces me dice las cosas directamente. Esa referencia a barcos negros y piratas, por ejemplo. Podría haber uno o muchos. No ha habido piratas en la bahía de Sanction desde hace años, pero no lo habría mencionado si no hubiese algo de verdad en sus palabras. Cuando volvamos tengo pensado enviar a algunos exploradores para averiguarlo.
—¿Y la enfermedad?
—Ah, sabe lo que es. Por eso se fue tan rápido, para no tener que decírmelo. Pero dejó caer unos cuantos datos útiles. Existen antecedentes de esta peste, puede que encontremos algo en crónicas antiguas. Y la teoría de que fue desencadenada por medios mágicos. Es interesante. Tengo que hablarlo con Mica.
—Está bien —suspiró Linsha—. La verdad es que me alegro de que haya terminado. ¿Adónde vamos ahora?
—Volvemos a Sanction.
—¿Por donde vinimos? —preguntó con tono quejumbroso.
—A menos que queráis escalar las montañas, lo cual nos llevaría tres días más.
Linsha pensó en Varia y en Catavientos, en su cama en la pequeña cámara, el pabellón de baños en el jardín, y de algún recoveco de su mente surgió el recuerdo provocador de Ian Durne.
—No, gracias —dijo—. Estoy con vos, señor.