12

Linsha abrió bien los ojos. Para los habitantes de la superficie de Krynn, el pueblo de las sombras formaba parte de los mitos y las leyendas. Callados y esquivos, vivían bajo tierra, en comunidades subterráneas, casi sin contacto con otras razas. Se creía que eran benevolentes y muy afectuosos dentro de sus propios clanes, pero podían ser fieros defensores de su reino cuando se veían amenazados. También recordó que los seres de las sombras eran capaces de comunicarse por telepatía. Deliberadamente, apartó la mano de la espada y extendió ambos brazos en señal de paz.

Tres figuras se apartaron de la oscuridad y se movieron lentamente hasta colocarse justo en el borde de la zona iluminada por la antorcha. Aunque tenían una forma similar a la de un hombre, eran menos altos que los humanos ya que Linsha les llevaba una cabeza. Tenían el cuerpo cubierto por un pelaje suave, en tonalidades marrones y negro grisáceas, y los brazos y las piernas unidas por una gruesa membrana de planeo. En sus grandes cabezas destacaban unas narices chatas y respingonas y unos ojos enormes que irradiaban una luminiscencia verde y sobrenatural.

Un macho, apenas más grande que los otros dos, avanzó un poco más hacia la luz. Linsha vio que tenía garras largas en las manos y los pies y un par de colmillos que sobresalían del borde de su labio superior. Estudió a Linsha antes de indicar a sus compañeros que se acercaran con un leve silbido. Los otros dos se colocaron detrás de él y los tres inclinaron las cabezas ante lord Bight en señal de reconocimiento.

—Solicito vuestra autorización para atravesar vuestras cavernas —dijo lord Bight en voz alta después de devolverles el saludo—. Tengo prisa y vuestros senderos me serían muy útiles.

El primer macho, un anciano de pelaje canoso, habló directamente al gobernador en la silenciosa privacidad de su mente.

—A vos os conocemos y podéis pasar como queráis, pero no conocemos a la mujer.

—Ella es mi compañera. Respondo por ella.

Las criaturas semejantes a murciélagos se quedaron mirando a Linsha durante un tiempo demasiado largo, luego gruñeron algo entre ellos antes de responder.

—Percibimos que os es leal, pero guarda demasiados secretos. Como queráis. No percibimos maldad en ella, de modo que también puede pasar.

—Gracias —dijo lord Bight en voz alta, pero los seres de las sombras ya habían desaparecido entre el pensamiento y la palabra hablada.

—¿Qué fue todo eso? —preguntó Linsha que no había participado en la conversación telepática.

—Nos han dado permiso para usar sus túneles —repuso lord Bight reanudando la marcha.

Linsha echó una mirada nerviosa a la cámara de piedra y a la noche permanente.

—¿Vos no gobernáis aquí abajo?

—Sólo con cooperación y respeto. Eso es todo lo que quieren: habitar en este lugar en paz. Viven aquí desde tiempos muy remotos. Son parte de Sanction con tanto derecho como los mercaderes que practican el trueque o los enanos gully que ayudan a recoger la basura, y me alegro de tenerlos.

Su voz resonó de tal modo que llamó la atención de Linsha. Era un tono de orgullo y de afecto que había oído antes en la voz de su abuelo cuando hablaba de su posada y en la de su padre al referirse a su escuela.

—Sois realmente leal a Sanction —murmuró Linsha sorprendida por el inesperado sentimiento que había percibido en él.

—Me fascina —se detuvo ante ella tan de repente que Linsha tuvo que pararse en seco y hacer a un lado el brazo para no darle con la antorcha. La dominaba desde su altura, y su figura poderosa se veía amenazante en el enfrentamiento parpadeante de la sombra con la luz.

Una risa profunda, retumbante hizo que se le pusiera de punta el vello de los brazos. Alerta y a la defensiva, Linsha se mantuvo quieta y miró al gobernador con aire inquisitivo mientras éste la rodeaba formando un círculo y volvía a detenerse ante ella, tan cerca que podía sentir el calor de su cuerpo. Tuvo que hacer acopio de todo el autocontrol que tanto le había costado aprender para dominar el impulso de saltar hacia atrás y sacar la daga. En lugar de eso, enarcó las cejas y trató de respirar normalmente.

—También me fascinan las personas —dijo lord Bight en voz tan queda como un susurro de acero—. Me gusta saber quiénes son y por qué hacen las cosas que hacen. Especialmente aquéllas a las que permito acercarse a mí.

—Es un hombre sabio el que conoce a sus amigos y enemigos —pontificó Linsha citando a un antiguo filósofo cuyo nombre no podía recordar. Oyó otra risa que le recordó al rugido de un león que se dispone a atacar.

—¿Qué resultaréis cuando llegue el momento de decidir?

Linsha sintió un escalofrío que no tenía nada que ver con la temperatura del aire. Abrió la boca como para protestar, pero él le apoyó un dedo en los labios.

—Las palabras no prueban nada —sentenció—. Son vuestros hechos los que observo.

Giró sobre sus talones tan abruptamente como antes y siguió andando mientras Linsha jadeaba mentalmente. Con actitud dubitativa lo siguió, mientras en su mente repasaba una y otra vez aquel breve enfrentamiento. Por los poderes de Paladine, pensó ¿qué había querido decir? ¿Había tratado de sorprenderla con la guardia baja o sabía de ella más de lo que decía? ¿Habría revelado más de lo que pretendía?

Lord Bight no la miró siquiera, sino que siguió atravesando rápidamente la gran caverna. Al otro extremo de ella se introdujo por otra abertura en un túnel similar al anterior. Sin embargo, más allá de la sala imaginaria el túnel se abría en un laberinto de túneles, pasajes y estancias. A izquierda y derecha, unos arcos daban paso a túneles que iban en todas direcciones. Una escalera semioculta bajaba hacia la oscuridad más absoluta, y las incontables vueltas e intersecciones dejaron a Linsha totalmente atónita. Menos mal que tenía un guía que parecía saber adónde iba y en el fondo de su alma confiaba en que no dejaría que se pudriera aquí abajo. No tenía la menor duda de que jamás podría encontrar el camino de regreso por sí misma.

El aire era frío y húmedo en los túneles y a veces atravesaban hondas estancias que olían fuertemente a hongos. Varias veces cruzaron por encima de corrientes de agua poco profundas donde unos peces ciegos nadaban en las aguas cristalinas. Aunque no volvieron a ver a un solo representante del pueblo de las sombras, Linsha sentía que las criaturas estaban cerca. Tenía la impresión fantasmagórica de que la vigilaban, y de vez en cuando oía un débil gruñido en las tinieblas o el sonido distante de una garra sobre la piedra.

Llevaban casi dos horas recorriendo el laberinto de túneles cuando lord Bight rompió el silencio.

—Nos encontramos debajo de las ruinas del Templo de Duerghast. A partir de aquí el camino se hace más difícil.

Linsha no supo qué decir cuando sus tripas eligieron aquel momento para rugir, protestando por la omisión de la cena.

—Supongo que será mejor que hagamos un descanso para comer —dijo lord Bight sacudiendo la cabeza—. No me haría ninguna gracia que mi escudero se desmayara de hambre. —Encajó su antorcha en una hendidura de la pared y se sentó en el suelo de piedra con la caja entre las piernas.

Dudando todavía de sus intenciones, Linsha se sentó fuera de su alcance. Su propia antorcha vaciló y luego se apagó, con lo cual quedaron a la débil luz de una sola. Se apresuró a encender otra y luego se lanzó sobre el envoltorio de la comida. Lord Bight estaba sentado sin pronunciar palabra, con una mirada entre divertida y cómplice.

Ella consiguió comer una rebanada de pan y queso y algunos higos antes de perder la paciencia.

—¿Por qué me miráis? —preguntó.

—Sois más bonita que la pared de piedra —respondió él con naturalidad.

Linsha pronunció entre dientes unos cuantos juramentos de los muelles y se quedó callada. No había forma de discutir con él. Se las arreglaba tan bien como Ian Durne para sacarla de quicio. ¿Qué tenían esos dos hombres que la hacían actuar como una tímida doncella? Tomó un trago de agua, volvió a poner todo en su sitio y se puso de pie con un salto ágil y furioso. Él la imitó más lentamente, con expresión divertida, y volvió a iniciar la marcha.

El túnel por el que iban se dirigía al sur y luego giraba hacia el este por debajo de las estribaciones del monte Ashkir. Las intersecciones con otros túneles fueron escaseando hasta que el túnel que recorrían pasó a ser el único, dejando atrás el reino de las sombras. Linsha dejó de sentirse vigilada, y los ecos de las voces se retiraron hacia las oscuras profundidades de la tierra. Ahora sólo se oía el roce de sus pies sobre el suelo y el sofocado crujido de sus ropas. El propio túnel también dejó de ser un sendero pulido y se transformó en una áspera oquedad que más se parecía a una grieta en la roca. Se estrechó y el suelo pasó a ser más desigual, haciendo más difícil la marcha. Encontraban rocas y piedras en el camino. Delante de ellos se abrían fisuras, algunas humeantes de vapor sulfuroso. El aire se volvió bastante más cálido. Cuando Linsha puso su mano sobre la pared, sintió un estremecimiento en la roca como un lejano temblor que sacudía las entrañas del volcán.

El monte Ashkir era todavía un volcán activo, y años después de su erupción primaria seguía soltando vapor y cenizas y de vez en cuando un torrente de lava. Pero su fuerza principal se había disipado y el río de lava que en una época había amenazado con engullirse la parte sur de Sanction había desaparecido, en gran medida gracias a la magia de lord Bight, al menos eso era lo que se decía en la ciudad. Todo lo que quedaba en la ladera del monte Ashkir era un pequeño torrente en el lado oriental que alimentaba los diques defensivos que protegían la ciudad de cualquier invasión desde el Paso del Este.

Linsha intentaba tener presente todo eso mientras el sendero penetraba más y más en el interior del pico. Lord Bight estaba con ella y era capaz de manejar a un volcán recalcitrante, pero el monte Ashkir estaba tranquilo en el presente; no había nada de que preocuparse. No importaba que el aire se hubiera vuelto caliente y pesado y que el temblor se hubiera intensificado hasta convertirse en un ruido sordo y constante que Linsha podía sentir a través de sus botas a cada paso. Todo iría bien.

Tuvo ganas de volver a quitarse la túnica, pero lord Bight no se detenía ni reducía la marcha, y Linsha le iba pisando los talones. A poco, el camino se introdujo en una caverna larga y estrecha con una empinada pendiente hacia arriba. El ruido era todavía más audible y resonaba en todo el túnel como si fuera un trueno lejano.

Treparon por la negra ladera valiéndose de ambos pies y manos para conservar el equilibrio sobre las piedras sueltas. Al llegar arriba, el camino volvía a bajar hacia otra abertura que Linsha reconoció como un tubo de lava. Aunque de antigüedad incalculable, el tubo permitía todavía el paso de un hombre a gatas y tenía una trayectoria recta de algunos cientos de metros.

En la boca del tubo, lord Bight hizo a un lado su antorcha usada y se volvió a mirar a Linsha con una sonrisa.

—Aquí no necesitaremos antorchas.

Linsha lo siguió de cerca, tratando de no hacer caso del nerviosismo que le atenazaba el estómago. Cuando penetró en el tubo detrás de lord Bight espió por encima de su hombro y vio por qué no eran necesarias las antorchas. En el extremo opuesto brillaba un resplandor rojo y palpitante en el que parpadeaban unas llamaradas amarillas. El ruido sordo que había oído durante tanto tiempo ahora le llegaba atronador a través del tubo, retumbando en sus oídos. Se le secó la boca mientras su cara brillaba con el sudor. Reptó rápida en pos de lord Bight sin hacer caso de las piedras afiladas que le cortaban las manos y le hacían daño en las rodillas. La luz se intensificó y el calor le azotó el rostro como al abrir un horno.

El gobernador volvió la vista una vez para comprobar que lo seguía. Cuando su mirada se encontró con la de Linsha asintió una vez y siguió adelante sin pronunciar palabra.

A Linsha le pareció que habían llegado demasiado rápido al extremo del tubo cuando se encontró sobre una ancha repisa que daba a la caverna más grande que hubiese visto jamás. Era inmensa, una vasta oquedad debajo de la montaña donde la lava líquida se elevaba desde las profundidades por una sima oculta. La roca fundida se juntaba en el fondo de la cueva en un río borbotante, hirviente que llenaba la cámara de una luz y un calor feroces.

Las emanaciones acres y corrosivas le hacían arder la garganta y asomar lágrimas a sus ojos. Su primera reacción fue echarse atrás para apartarse del intenso calor. Linsha cortó un trozo de su túnica, lo empapó con el agua de su cantimplora y se lo ató cubriendo la boca y la nariz. Lord Bight hizo otro tanto.

El gobernador le indicó que lo siguiera y se dirigió con cuidado hacia la derecha por una estrecha repisa de piedra. Áspera y desigual, la repisa se extendía por toda la pared superior de la gran caverna, serpenteando por encima del lento río de lava hasta que el torrente se precipitaba nuevamente hacia abajo perdiéndose de vista en otra sima oculta e ignota.

Linsha se colocó la mano sobre la máscara y siguió al gobernador. Mantenía los ojos fijos en la repisa que se extendía frente a ella, intentando no pensar en el vertiginoso torrente del que la separaba apenas un paso. El intenso calor hacía que sus movimientos fueran lentos, pero seguía adelante, sabiendo que detenerse equivalía a una muerte segura. Pensó que ahora sabía cómo se sentía una mosca atrapada en una estufa.

Habrían recorrido las tres cuartas partes del camino cuando Linsha vio una abertura estrecha y oscura al final del sendero. Se pasó la mano por los ojos llorosos para volver a mirar y se tocó la máscara. Se había secado por el intenso calor, de modo que tironeó del nudo para desatarla y volver a empaparla con agua. El vértigo se apoderó de ella e hizo que golpeara contra la pared. Dio con el codo en algo lacerante y el dolor le subió por el brazo. Medio ciega, ahogada por las emanaciones y mareada por el calor y el dolor, intentó enderezarse pero lo único que consiguió fue inclinarse aún más hacia el otro lado. Su bota se metió pesadamente por una grieta de la piedra y, antes de que pudiera recuperar el equilibrio, la grieta cedió y su pierna izquierda se deslizó por el borde de la repisa.

Frenéticamente echó el cuerpo hacia adelante para aferrarse a la repisa. El impacto de la caída la dejó sin aliento, y la carga que llevaba a la espalda se deslizó hacia un lado haciendo su equilibrio aún más precario. Sus dedos arañaron el borde que se desmoronaba, pero sus brazos eran demasiado débiles para parar el ímpetu de la caída. Su pierna y su cadera derechas resbalaron por el borde y sintió que se le aflojaba la mano.

—¡Socorro! —le gritó a lord Bight. En su lucha desesperada por mantener su posición, no podía verlo, y en su mente estaba sola mientras la parte superior de su cuerpo se deslizaba totalmente fuera de la repisa de piedra y sus brazos caían inexorablemente hacia el borde.

Una mano la aferró por la muñeca y paró en seco su caída.

—Quedaos quieta —le dijo lord Bight entre dientes mientras intentaba agarrarla por el otro brazo.

El deslizamiento de Linsha hacia abajo se detuvo de repente y levantando la cabeza miró directamente esos ojos dorados.

—No me soltéis —rogó—. Por favor no me dejéis caer.

Una extraña emoción se reflejó en la cara del hombre, pero los ojos de Linsha estaban demasiado borrosos para notarlo. Él sacudió la cabeza como para sacudirse algo molesto.

—Bah, escuderos —dijo con burlona severidad—. No se los puede llevar a ninguna parte.

Afirmando sus pies contra la piedra sólida, el gobernador dio un tirón sobrehumano y alzó el cuerpo de Linsha volviéndola a la repisa de piedra. Sin darle tiempo para recuperarse, la puso de pie de un tirón, le pasó sus brazos por encima de sus hombros y la cargó a la espalda.

—Vamos, un poco más adelante podréis descansar donde el calor es menos intenso.

Linsha no respondió. Cerró los ojos y depositó totalmente su confianza en el hombre que la había salvado. En realidad, no tenía fuerzas para hacer otra cosa, pero, a buen seguro, si hubiera querido matarla no se hubiera molestado en rescatarla de la lava.

Con paso lento y seguro, lord Bight recorrió con la muchacha a hombros la última parte del camino hasta llegar a una ancha grieta en la pared de la caverna. El feroz río de lava describía una curva en sentido contrario y desaparecía en las entrañas de la montaña. Una frescura maravillosa bañó el rostro de Linsha y llenó sus agradecidos pulmones. El aire seguía siendo caliente y acre, pero después de la atmósfera letal de la caverna el aire del túnel de piedra era un alivio. Él se introdujo por la grieta hacia otra caverna mucho más pequeña que se extendía, oscura y quieta, más allá del fuego y del atronador ruido del recinto de la lava. Al llegar a unos grandes trozos de roca caída la dejó deslizar hasta que quedó sentada sobre la piedra. Linsha se arrancó la máscara, se inclinó hacia adelante, apoyando los codos sobre las rodillas y trató de recuperar el aliento. Observó, disgustada, que lord Bight apenas parecía cansado.

Se sentó junto a ella y desató una cantimplora para que bebiera.

—Vamos a descansar aquí un rato. Es muy tarde y creo que a los dos nos vendría bien dormir un poco.

—Yo haré guardia —dijo Linsha automáticamente luchando con su mochila. Las emanaciones de la cueva le habían producido un feroz dolor de cabeza. Dudaba mucho de que pudiera dormir aunque quisiera.

El gobernador gruñó algo y se echó de espaldas sobre la roca desnuda con la cabeza apoyada en las manos.

—Haced como queráis. No creo que eso sea necesario aquí. Necesito que estéis fresca por la mañana, de modo que es mejor que durmáis un poco —dicho esto, cerró los ojos.

Linsha intentó mantenerse despierta. Durante un rato consiguió concentrarse en la palpitación de su cabeza y en la leve iluminación roja que todavía se veía a través de la grieta distante. Lord Bight parecía feliz en su lecho de roca, y todo estaba tranquilo. A medida que pasaba el tiempo, el dolor de cabeza fue cediendo afortunadamente y se transformó en una punzada sorda. Empezaron a pesarle los párpados. Se apoyó contra la pared de piedra sintiéndose tan cansada como un nadador que acaba de salir de un temporal. Con el ruido sordo de la lava de fondo, empezó a canturrear una melodía que parecía fundirse con el atronador ruido. En un momento dado olvidó las palabras y sólo quedó la música flotando suavemente en su mente, como la flauta de un pastor en una ladera azotada por el viento.

Los ojos de Linsha se cerraron y su mano se apartó de la espada. Las melodías siguieron sonando, apaciguantes, hasta que por fin se desvaneció y Linsha se durmió.

Lord Bight abrió los ojos con cuidado, reparó en su respiración acompasada y su postura relajada y luego giró las piernas hacia un lado y fue a sentarse junto a ella. La estudió de cerca un momento. Con suavidad, casi como una caricia, su mano apartó esos rizos rebeldes de su frente y se apoyó levemente sobre su piel. Se concentró en su rostro durmiente y con habilidad extendió su poder alrededor de ella para examinar la naturaleza de su aura.

Una sonrisa satisfecha curvó sus labios carnosos. Casi de mala gana retiró la mano y dejó que el poder místico volviera a su ser. Complacido, volvió a acomodarse sobre la roca y no tardó, también él, en quedarse dormido.