11

Los pasos que sonaron en el pasillo hicieron que Linsha se despertara sobresaltada de un sueño que no había tenido intención de soñar. Se incorporó, con el corazón galopante, y miró en torno a sí la habitación oscurecida justo en el momento en que Shanron asomó la cabeza por la cortina.

—¡Estáis aquí! He buscado por todas partes. ¡Vamos, lord Bight os está esperando!

Linsha se puso de pie de un salto y se frotó los ojos. Todavía estaba atontada y furiosa por haber sido sorprendida de aquella manera. Ya era de noche. No había comido ni había avisado a Varia ni se había cambiado la camisa húmeda de sudor. Ni siquiera sabía si debería haber preparado provisiones o ensillado el caballo.

Se pasó los dedos por el pelo desordenado, colocó en su sitio la espada y la daga y cogiendo la clámide de su uniforme que estaba sobre la cama corrió escalera abajo detrás de Shanron.

El gobernador y el comandante Durne la esperaban en el patio junto a la entrada de los barracones. Linsha contestó con un gruñido al gesto de desagrado de Durne. Ya no quería más enfrentamientos con él ni por ese día ni por muchos años.

Durne la miró furioso al ver su aspecto desaliñado y su expresión desconcertada.

Sin embargo, lord Bight no parecía disgustado. Había cambiado su túnica por un par de calzas lisas, ajustadas, unas simples botas de montañismo, una túnica de manga larga en su color dorado favorito y un chaleco de cuero. Como única arma llevaba una daga en el cinturón, y todo su equipo era una simple caja de madera del tamaño de un joyero.

—Señor gobernador, realmente debo protestar… —oyó decir Linsha a Durne al acercarse.

—Amigo mío, lleváis toda la tarde protestando —le replicó lord Bight con una carcajada. Ya sabéis que no iría si no pensara que es importante. Sanction estará bien en vuestras manos.

Durne no respondió. Señaló a Linsha con gesto rígido.

—Pero ¿por qué llevar sólo un guardia? ¿Y precisamente éste? ¡Ni siquiera ha hecho su juramento de lealtad! ¡Llevaos a Shanron o a Morgan o a mí mismo!

—Os necesito aquí. En cuanto a la mujer, me interesa. Puede que tenga algo pensado para ella y este viaje me dará ocasión de conocer su verdadero temple —aceptó tranquilamente el saludo de Linsha y le dijo—: Id a la cocina. El cocinero ha preparado provisiones y unas cantimploras con agua. Es todo lo que necesitamos.

Linsha se apresuró a obedecer preguntándose qué habría querido decir exactamente con «puede que tenga algo pensado para ella». Shanron fue con ella y la ayudó a recoger las provisiones y las cantimploras que le dio el cocinero. La guardia no parecía en absoluto sorprendida de que lord Bight hubiera elegido a Linsha para acompañarlo. Dio una palmada a la nueva recluta en la espalda y le deseó que volviera con bien. Incluso le prometió llevar raspas de pescado a la gata del establo y sacar a Catavientos a hacer ejercicio. Linsha le dio las gracias de todo corazón antes de volver a donde estaba lord Bight. Pensó que le iba a resultar fácil hacer amistad con esta mujer del sur, aunque resultase que a ambas les interesaba Ian Durne.

Shanron se despidió de ella rápidamente y desapareció en los barracones para disfrutar del tiempo libre que le quedaba. Linsha pasó su clámide por una de las correas, se puso las provisiones a la espalda y salió corriendo para alcanzar al gobernador que ya iba andando hacia la puerta abierta. Sólo esperaba que Varia la estuviera viendo desde el establo y entendiera su ausencia.

—Vigilad bien al consejo —le dijo lord Bight a Durne—. No permitáis que descuiden sus obligaciones, especialmente Vanduran. Suele poner a su gremio por delante de la ciudad. Los mercaderes deben respetar los nuevos planes de trabajo y mantenerse alejados del muelle sur. Aseguraos de que se pongan más hombres a trabajar en el acueducto. Tenemos que terminarlo lo antes posible.

—Sí, excelencia —respondió Durne sin mucha convicción. Miró a Linsha y pareció a punto de decir algo pero luego cambió de idea. Al llegar a la puerta hizo una reverencia a lord Bight y luego se hizo a un lado mientras ellos pasaban.

Linsha miró hacia atrás y lo vio allí, solo, bajo la luz de la antorcha, con la luz vacilante que hacía brillar su pelo oscuro mientras dejaba su rostro en la sombra. Estuvo a punto de alzar la mano y decirle adiós, pero se contuvo antes de hacer semejante tontería. A él no le importaría. No la veía con buenos ojos.

Acomodó sus hombros a la carga y caminó vivamente en pos de lord Bight. Ya era noche cerrada y el aire era caliente y húmedo. Un velo de nubes ocultaba las estrellas y oscurecía la luna pálida y solitaria. El viento de la tarde había desaparecido y ahora la oscuridad se abatía sobre la tierra, jadeante y silenciosa. Más abajo se veían titilar las luces de la ciudad a través de una delgada capa de humo y polvo.

De repente, el gobernador se apartó del camino principal y tomó un sendero que bajaba la ladera penetrando entre los árboles.

—¿Adónde vamos, excelencia? —preguntó Linsha jadeando mientras trataba de seguirle el paso. A pesar de lo oscuro que estaba, él seguía el sendero como un podenco sigue el olor de la sangre.

—Paciencia, mi joven escudero —replicó en voz baja—. Con paciencia todo os será revelado.

El sendero era apenas visible entre las densas sombras de los árboles, pero Linsha se dio cuenta de que no era difícil seguirlo. Iba recto como la trayectoria de una flecha entre los árboles colina abajo, atravesando un estrecho valle y subiendo a otra colina. No tardó en adivinar adónde conducía. Lo único que había en esa dirección que mereciera un sendero como aquél era el Templo del Corazón situado en la otra colina.

Salieron por entre los árboles a una amplia pradera de hierba y Linsha vio que sus suposiciones eran ciertas. Ante ellos se elevaba el templo sobre la cima de la colina. Su blanca forma pétrea era un destello fantasmal sobre el fondo negro del monte Grishnor. A ambos lados de la puerta de entrada habían colocado antorchas, pero lord Bight evitó la puerta iluminada y, ciñéndose a las sombras, se abrió camino hacia la parte trasera, donde los dormitorios y los pabellones exteriores se arracimaban debajo de un bosque de altos pinos. Linsha lo siguió, curiosa. Todavía era suficientemente temprano para que hubiera gente levantada y brillaban muchas luces en las ventanas de los dormitorios mientras otras circulaban entre los árboles acompañando a los estudiantes, místicos y sirvientes que realizaban sus tareas nocturnas.

Lord Bight hizo caso omiso de todas ellas. Llevando siempre la caja de madera bajo el brazo, se puso en cuclillas entre unos arbustos y se concentró en la parte trasera del templo.

Linsha sabía que el antiguo templo estaba formado por tres bloques rectangulares que formaban una «U» en torno a una estancia central cuadrada cuyo tejado se elevaba bastante por encima de los árboles. Hacía siglos, antes del Primer Cataclismo, la estancia central se había usado como altar para honrar a los dioses del Bien. Durante el reinado de la Reina Takhisis había quedado vacío y lo habían dejado desmoronarse, rodeado por leyendas de espíritus vengativos. Ahora el templo estaba totalmente reparado y reconstruido para alojar a los misioneros místicos de la Ciudadela de la Luz. Si quedaban en él espíritus airados, no parecía que les importara la intrusión.

Linsha esperó con el gobernador sin hacer preguntas durante un tiempo que le pareció muy largo hasta que por fin él le tocó el brazo y salió rápidamente de su escondite. Ella avanzó detrás de él lo más silenciosa posible, pues parecía que lord Bight quería pasar inadvertido, aunque no podía entender por qué merodeaba así en torno a un templo donde siempre se lo había recibido con honores.

Ahora el recinto parecía vacío. No se veía a nadie por los senderos ni cerca del templo. El gobernador cruzó rápidamente el espacio abierto hasta una puerta que había en la parte trasera del templo y se quedó inmóvil a la sombra del edificio. Había allí, separada del edificio, una cocina cuyas luces seguían encendidas porque los cocineros trabajaban hasta tarde limpiando las ollas de las comidas del día. Todavía flotaba en el aire quieto el olor a leña quemada, a pollos asados y a vegetales cocidos.

Linsha vigilaba atentamente la cocina mientras corría detrás de lord Bight por la hierba y los senderos de gravilla hacia la puerta. Por un instante se preguntó si estaría cerrada, pero se abrió con facilidad bajo la mano del gobernador, y ambos entraron en la habitación oscura a la que daba acceso. Vio que era un comedor con mesas montadas sobre caballetes y alacenas llenas de platos.

Pasando junto a las mesas, lord Bight llegó hasta el otro extremo de la larga sala y se introdujo en una antesala oscura donde había otra puerta. Linsha pensó que el gobernador parecía conocer este templo tan bien como su propio palacio. También esa puerta se abrió con una leve presión dejando al descubierto una escalera que bajaba.

Después de cerrar la puerta a sus espaldas, Linsha bajó a ciegas detrás del gobernador y deseó con vehemencia que su fe en él no se viera defraudada.

Una lucecita blanca brilló delante de ella y vio a lord Bight al pie de la escalera sosteniendo una pequeña lámpara.

—De aquí en adelante ya no hay antorchas —dijo en un susurro—, pero esto servirá —de pronto, en su atractivo rostro iluminado por la luz pálida se dibujó una sonrisa—. Aquí es donde la cosa se pone interesante. ¿Seguís teniendo curiosidad? ¿Tenéis miedo? ¿Pensáis que es una trampa?

Linsha se alarmó. Por los dioses que ese hombre era demasiado intuitivo para su gusto, pero ya no podía echarse atrás. Sintió que la excitación la inundaba y que la sangre de los Majere corría por sus venas.

—Estoy con vos, gobernador.

—Bien.

Con la lámpara en una mano y su caja bajo el brazo, lord Bight la condujo hacia el sótano del templo. Daba la impresión de que esa parte se usaba sólo como almacén ya que todo lo que se veían eran estancias llenas de cajones, muebles viejos, esteras y telas carcomidas, todo ello cubierto de una espesa capa de polvo y moho. El gobernador se fue abriendo camino entre aquel amontonamiento y desorden hasta una habitación que había en el extremo meridional del edificio y que Linsha calculó que debía de estar justo debajo del antiguo altar.

Sin detenerse, lord Bight movió una vieja mesa apolillada, insertó los dedos en una pequeña hendidura de la pared y tiró. La hendidura se ensanchó y alargó hasta llegar al techo y al suelo y, de repente, toda una sección de la pared se desplazó hacia atrás y un hueco negro se abrió ante ellos.

Linsha observó que casi no había polvo en esa extraña puerta ni en el marco, señal de que la puerta había sido usada antes, y hacía muy poco tiempo.

—Tened cuidado. Los escalones son muy empinados —le advirtió el gobernador introduciéndose por el hueco.

Y no bromeaba. Linsha dio un paso detrás de él, esperando encontrar el primer escalón y estuvo a punto de caer en aquella oscuridad sin fondo. La puerta se abría en medio de una escalera de piedra tan empinada que era casi como una escala, y tan estrecha que dio con la cabeza en la pared de enfrente. Luchando por recuperar el equilibrio, apoyó ambas manos en las paredes de uno y otro lado y cuidadosamente volvió a ponerse de pie. Aspiró hondo y exhaló el aire con alivio. Por encima de su cabeza, la negra escalera continuaba hasta lo que probablemente sería una puerta oculta que daba al recinto del altar. Muy por debajo de ella, la pequeña luz que llevaba lord Bight le marcaba el camino descendente por una cerrada escalera de caracol hasta unas honduras que sólo podía adivinar.

—¡Cerrad la puerta! —le llegó la voz de lord Bight desde las profundidades de la escalera.

Con mucho cuidado tendió la mano por la abertura para tirar de la puerta de piedra y cerrarla perfectamente detrás de sí. Manteniendo ambas manos firmemente pegadas a las paredes de piedra húmeda, fue bajando escalón por escalón detrás del gobernador. Ahora le llevaba mucha ventaja y su luz se veía como una diminuta estrella en la oscuridad estigia. Poco después desapareció en la curva de la espiral y dejó a Linsha totalmente a oscuras. Intentó darse prisa, pero su bota resbaló en una piedra y estuvo en un tris de caer escalera abajo. Después fue descendiendo con cuidado, casi al tacto, con la esperanza de que lord Bight la estuviera esperando al final. Lo único que oía era el ruido de su respiración y el roce de sus botas sobre la piedra y, de vez en cuando, el choque de su espada sobre las paredes. Fuera de esos ruidos, nada osaba interrumpir el pesado silencio.

El aire se hacía más frío cuanto más bajaba, y el olor a polvo y a cimientos antiguos fue dejando lugar a los de la piedra antigua y el aire de otros tiempos.

La primera advertencia que tuvo de que había llegado al final de la escalera fue una ráfaga fría que barrió el embudo de la escalera e hizo que se le erizara el vello de los brazos. Bajó dos escalones más y aterrizó pesadamente sobre un suelo de piedra. La repentina transición entre los empinados escalones y el suelo llano la hizo caer hacia adelante, y hubiera dado en el suelo de no ser por unas manos fuertes que la cogieron por los brazos y tiraron de ella hacia arriba haciéndola chocar con un cuerpo alto y sólido.

El calor de las manos del hombre sobre su piel helada y la fuerza con que la apretó la tomaron por sorpresa. Aunque no podía ver nada, pudo identificar al hombre que la sostenía por el tacto de sus mangas sobre los brazos y por el aroma cálido, casi picante de su cuerpo. Lo que no sabía era qué pensaba hacer a continuación, de modo que tensó los músculos y se dispuso a luchar si era necesario.

Una risita profunda, gutural sonó junto a su oído.

—Cuidado con ese último escalón —le dijo lord Bight un poco tarde. Sus manos la soltaron, pero sus dedos buscaron los suyos—. Escudero, sois sorprendente. Cualquiera habría gritado al sentir que alguien lo agarraba en la oscuridad.

—Olvidáis, excelencia, que estaba acostumbrada a robar en la oscuridad antes de renunciar a mi mala vida.

Los labios de lord Bight se crisparon ante su mordaz respuesta.

—Vamos. No quiero perderos en este lugar —sus dedos la guiaron por lo que parecía un túnel estrecho.

Linsha sentía mentalmente el peso opresivo de gruesas capas de roca por encima de su cabeza y la estrechez de las paredes de piedra a uno y otro lado. Por suerte no tuvieron que andar mucho. Lord Bight giró en una esquina, y Linsha vio la luz mortecina de su lámpara encima de la caja de madera.

—Las antorchas están ahí —dijo el gobernador—. Dejé la lámpara aquí cuando fui a buscaros porque está casi extinguida.

—¿Podéis ver tan bien en la oscuridad? Yo casi no puedo encontrar mis pies, y mucho menos el suelo.

Él se encogió de hombros, soltándole la mano.

—Ya he estado aquí antes —buscó en un pequeño recoveco y sacó algunas antorchas—. Éstas no van a durar tanto, de modo que es mejor que llevemos varias. ¿Os importa llevarlas?

—No, si eso significa que vamos a tener luz —dijo Linsha con convicción. Se despojó de la carga para añadir las antorchas mientras él encendía dos con la lámpara moribunda. Linsha miró alrededor y, parpadeando por la súbita luminosidad, vio a lord Bight de pie con una antorcha en cada mano. Su cuerpo musculoso estaba bañado por la luz y sus ojos relumbraban como el bronce, luego como el oro, por la luz de la antorcha reflejada en sus profundidades.

Había en él una poderosa majestad que le recordó a su padre, Palin Majere, cuando se ponía sobre el pináculo de la magnífica Torre del Mundo en su Escuela de Hechicería. Los dos hombres se parecían mucho, sentenció, poderosos en su determinación de triunfar, dedicados con pasión a sus causas, sabios y a menudo distantes. La diferencia entre ambos estaba en la percepción que cada uno tenía de sí mismo. Aunque había fundado la renombrada academia, Palin seguía considerándose un estudioso de la magia y había en él una sutil humildad que le permitía tratar con amabilidad hasta al mago más difícil. Lord Bight, en cambio, era una de las personas más seguras, más satisfechas de sí mismas que Linsha había conocido. Batallador, duro y a menudo pícaro, gobernaba su reino como si se lo hubieran ordenado los dioses antes de marcharse. Daba la impresión de que el mundo y sus habitantes eran para él una fuente inagotable de diversión, y de que sólo una máscara de urbanidad impedía que se riera de todo.

Lord Bight interrumpió sus meditaciones.

—Deberíais poneros la túnica. Ya tenéis la piel helada y todavía nos queda mucho camino.

Linsha siguió su consejo y se puso la túnica antes de volver a cargar el fardo a su espalda. El gobernador le alcanzó una antorcha.

—¿Queréis decirme adónde vamos? —preguntó levantando la antorcha para verle la cara.

—Como ya dije antes, voy a hablar con una de mis fuentes.

Eso no respondía exactamente a su pregunta, de modo que probó otra táctica.

—¿Por qué no trajisteis a otros guardias?

—Sólo necesito a los guardias en Sanction, donde hay demasiada gente capaz de distraerme —respondió mirándola deliberadamente—. Aquí abajo no los necesito.

—Entonces ¿por qué me habéis traído a mí?

—Ya oísteis lo que le dije al comandante Durne. Tengo pensado algo para vos, pero necesito conoceros mejor antes de asignaros una función.

Linsha lo miró enarcando las cejas durante un largo minuto. Aunque daba la impresión de que decía la verdad, sus respuestas tenían poca sustancia. Linsha se cruzó de brazos.

—Supongo que no vais a decirme cuáles son sus planes.

—Paciencia —dijo en voz baja.

—De acuerdo —añadió Linsha con disgusto—. Si no queréis decirme adónde vamos, al menos decidme en qué lugar estamos.

—Debajo del templo —respondió con tono amable.

Linsha lo miró furiosa.

—Ya sabéis a qué me refiero, excelencia.

—Vamos, dejad que os enseñe. Hay todo un nivel de Sanction del que la mayoría no ha oído hablar siquiera. —Continuó por el túnel, alejándose de la escalera y del mundo exterior.

Linsha se dio cuenta inmediatamente de que este túnel no era un tubo de lava ni una grieta natural. El pasaje era obra de manos cualificadas. Las paredes eran lisas y el piso, muy bien nivelado, era lo bastante ancho para que pasaran dos personas una junto a otra. Inconsciente, alargó el paso hasta colocarse al lado de lord Bight. Sus ojos escudriñaron la oscuridad que había ante ellos y su mano se apoyó levemente sobre la empuñadura de su espada.

Él la observaba con el rabillo del ojo, con una media sonrisa detrás de su barba prolijamente cortada. Sólo les permitía estar tan cerca a sus guardaespaldas leales o a sus amigos, pero lord Bight permitió que se quedara. El túnel daba unas cuantas vueltas y luego seguía hacia adelante en dirección sur, descendiendo continuamente debajo de la ciudad. No había aperturas laterales ni intersecciones con otros túneles. Daba la impresión de ser un pasaje con un objetivo definido, pero ¿quién había hecho este túnel y adónde iba?

Linsha quería preguntar, pero no lo hizo. Al parecer, lord Bight quería mantenerla en suspenso. Él no decía nada que pudiera romper el profundo silencio que se cernía en torno a ellos. Daba la impresión de que estaba a la espera de oír algo, porque llevaba la cabeza ligeramente ladeada y tenía la mirada fija en algo que Linsha no podía ver.

Frente a ella, la luz de la antorcha se reflejó en una roca más clara justo donde terminaba su luminosidad. Al acercarse más, la luz permitió ver una pared que les cortaba el camino. Sobre la pared había un dintel tallado en una piedra pálida formando un arco de delicada gracia, un dintel que enmarcaba una puerta de piedra lisa. La puerta, si lo era, no tenía picaporte ni cerradura, ni señal alguna de línea, hendidura o abertura. Bloqueaba el extremo del túnel con tanta solidez como la pared en que estaba empotrada.

Imperturbable, lord Bight le pasó su antorcha a Linsha y colocó la palma de su mano derecha contra la parte central de la puerta.

—La piedra tiene incorporadas unas protecciones mágicas —le explicó—. Son tan antiguas como el túnel que nos rodea. Sin las palabras clave nada, salvo un terremoto, sería capaz de abrir esta entrada.

—Y por supuesto, vos conocéis las palabras —musitó Linsha.

Lord Bight emitió tres sonidos, casi como gruñidos animales y silbidos, y la puerta se movió al contacto de su mano.

—Por supuesto —dijo, empujando levemente la puerta.

Antes de que tuviera tiempo de hacer algún comentario, lord Bight le quitó la antorcha de la mano y la condujo a través de la puerta. Se detuvo en el umbral y levantó la antorcha bien alta. Linsha también levantó la suya y se quedó muda de sorpresa. Estaban en una cámara, alta y ancha, dividida por una formación natural de pilares de piedra creados cuando los Señores de la Muerte eran jóvenes. Los pilares iban desde el techo hasta el suelo y habían sido pulidos por amorosas manos de modo que sus colores blanco, gris y negro brillaban como cristal ahumado a la luz de las antorchas. Había grandes bloques de granito tallados en forma de bancos por toda la caverna. Una fina corriente de agua caía desde lo alto y caía en una larga cinta plateada hasta un estanque transparente que había en el suelo.

—Es hermoso —dijo Linsha casi sin aliento.

—Esto es una sala imaginaria —dijo lord Bight en voz baja.

Por supuesto.

Como una compuerta que se abre en un canal, la palabra «sala imaginaria» desencadenó un torrente de recuerdos olvidados hacía tiempo, recuerdos de una mujer elfo, Laurana, una amiga de sus abuelas, sentada junto a un fuego y contando historias de su hermano.

—Gilthanas —el nombre brotó de sus labios con tanta naturalidad que ni siquiera se dio cuenta de haberlo dicho en voz alta. Gilthanas y su amor, Silvara. Ellos habían estado allí, en esos túneles hacía tanto tiempo. Habían visto el templo de la Reina de la Oscuridad, el Templo de Luerkhisis en el monte Thunderhorn, con sus cuevas sulfurosas y sus pilares de fuego. Habían encontrado las cámaras ocultas y los huevos robados del dragón con ayuda del esquivo pueblo de las sombras.

Lord Bight se volvió hacia ella, con la mano cerrada sobre la antorcha y el rostro impenetrable como el granito.

—Entonces conocéis la historia. Habéis oído de los innobles experimentos de Takhisis y del juramento a los Dragones del Bien que incumplió.

Las palabras de Linsha sonaron tensas.

—La he oído. También oí que mucha gente del pueblo de las sombras fue asesinada por ayudar a los elfos y al dragón plateado.

—Así fue —dijo lord Bight con voz sombría y triste—. Pero no todos. Cuando bajé aquí por primera vez para eliminar lo que quedaba del Templo de Luerkhisis, encontré a unos cuantos supervivientes. Llegamos a un acuerdo, ellos y yo, y se quedaron para reconstruir su reino.

—¿Dónde están ahora?

—Esperad —dijo quedamente.

Se pusieron otra vez en marcha y atravesaron la caverna, alertas a cualquier peligro. No habían ido muy lejos cuando un leve ruido los hizo detenerse. Era una especie de chirrido, como de garras sobre la piedra, proveniente de la oscuridad que había en lo alto. Una sombra oscura se movía por el techo de la caverna. Entonces otra figura, negra e informe, se ocultó detrás de un pilar no muy distante. Algo gruñó amenazador.

El gobernador detuvo a Linsha con el brazo.

—No os mováis —dijo—. No saquéis las armas. Están aquí.