Ordenaba a reyes, y aunque no buscó ningún imperio, se volvió más grande que todos los habidos.
Está sucediendo algo, pensó Vin, sentada entre las brumas en el tejado de la fortaleza Venture.
Sazed no era dado a exageraciones. Era meticuloso, y eso se notaba en sus gestos, su limpieza, incluso en la forma en que hablaba. Y era todavía más meticuloso cuando se trataba de sus estudios. Vin se sentía inclinada a creer en sus descubrimientos.
Y, desde luego, ella había visto cosas en las brumas. Cosas peligrosas. ¿Podía el espíritu de bruma explicar las muertes que relataba Sazed? Pero, si ése es el caso, ¿por qué no habló Sazed de figuras en la bruma?
Suspiró, cerró los ojos y quemó bronce. Podía oír al espíritu, acechando cerca. Y también podía oír el extraño latido en la distancia. Abrió los ojos, dejando su bronce encendido, y sacó algo del bolsillo y lo desplegó: una hoja del libro. A la luz del balcón de Elend, y con estaño, pudo leer fácilmente el texto.
Apenas duermo unas horas cada noche. Debemos continuar adelante, viajando cuanto podamos cada día, pero cuando finalmente me acuesto, el sueño me elude. Los mismos pensamientos que me perturban durante el día aumentan en la quietud de la noche.
Y, por encima de todo, oigo el golpeteo de las alturas, los pulsos de las montañas. Atrayéndome con cada latido.
Vin se estremeció. Le había pedido a Clubs que quemara bronce, y él le dijo que no había oído nada en el norte. O bien era el kandra, y le mentía sobre su habilidad para quemar bronce, o Vin podía oír un ritmo que nadie más captaba. Nadie excepto un hombre muerto hacía mil años.
Un hombre que todo el mundo suponía era el Héroe de las Eras.
Te estás comportando como una tonta, se dijo, volviendo a doblar el papel. Sacas conclusiones precipitadas. A su lado, OreSeur se tumbó y contempló la ciudad.
Y, sin embargo, ella seguía pensando en las palabras de Sazed. Algo estaba sucediendo con las brumas. Algo malo.
Zane no la encontró en el tejado de la fortaleza Hasting.
Se detuvo en las brumas, silencioso. Pensaba que iba a encontrarla esperando, pues aquél había sido el lugar de su último combate. Sólo pensar en ello le hacía envararse expectante.
Durante los meses de entrenamiento siempre se habían reunido en el lugar donde él acababa por perderla. Sin embargo, había regresado a ese lugar varias noches y no la había encontrado nunca. Frunció el ceño, pensando en las órdenes de Straff, y en la necesidad.
Con el tiempo, probablemente le ordenarían que matara a la muchacha. No estaba seguro de qué le molestaba más: si su creciente reticencia a considerar esa posibilidad o su creciente preocupación por no poder derrotarla.
Podría ser ella, pensó. Lo que finalmente me permita resistir. Lo que me convenza de… dejarlo.
No podía explicar por qué necesitaba un motivo. Una parte de sí mismo simplemente lo achacaba a su locura, aunque su faceta racional lo consideraba una excusa patética. En el fondo, admitía que Straff era todo cuanto había conocido. Zane no podría marcharse hasta que supiera que tenía a otra persona en quien confiar.
Se alejó de la fortaleza Hasting. Ya había esperado suficiente: era hora de buscarla. Arrojó una moneda y recorrió la ciudad un rato. Y, naturalmente, la encontró en el tejado de la fortaleza Venture, vigilando a su necio hermano.
Zane rodeó la fortaleza, manteniéndose lo suficientemente apartado para que ni siquiera los ojos amplificados por el estaño pudieran verlo. Aterrizó en la parte posterior del tejado y avanzó con sigilo. Se acercó a ella, que estaba sentada en el borde. El aire permanecía en silencio.
Finalmente, ella se dio la vuelta con un leve respingo. Zane hubiese jurado que podía sentirlo cuando no tendría que haber podido hacerlo. Fuera como fuese, lo había descubierto.
—Zane —dijo Vin llanamente, identificando su silueta. Él iba vestido de negro, como de costumbre, sin capa de bruma.
—He estado esperando. En el tejado de la fortaleza Hasting. Esperando a que vinieras.
Ella suspiró, sin quitarle ojo de encima, pero se relajó levemente.
—No estoy de humor para entrenar ahora mismo.
—Lástima —dijo él, después de observarla. Se acercó, obligando a Vin a ponerse cautelosamente en pie. Se detuvo junto al borde del tejado, y contempló el balcón iluminado de Elend.
Vin miró a OreSeur. Estaba tenso, observándolos alternativamente a ella y a Zane.
—Te preocupas mucho por él —susurró Zane.
—¿Por Elend? —preguntó Vin.
Zane asintió.
—Aunque te utiliza.
—Ya hemos tenido esta discusión, Zane. No me está utilizando.
Zane la miró a los ojos, su postura recta y confiada en la noche.
Es tan fuerte…, pensó ella. Está tan seguro de sí mismo. Es tan diferente de… Frenó sus pensamientos.
Zane se dio la vuelta.
—Dime, Vin, cuando eras más joven, ¿deseaste alguna vez tener poder?
Vin ladeó la cabeza y frunció el ceño. Era una extraña pregunta.
—¿Qué quieres decir?
—Creciste en las calles. Cuando eras más joven, ¿deseaste tener poder? ¿Soñabas con ser capaz de liberarte, de matar a aquellos que te maltrataban brutalmente?
—Por supuesto que sí.
—Y ahora tienes ese poder —dijo Zane—. ¿Qué diría la niña Vin si pudiera verte? ¿Una nacida de la bruma que se doblega y se inclina ante la voluntad de otro? ¿Poderosa y al mismo tiempo servil?
—Ahora soy una persona diferente, Zane. Me gustaría pensar que he aprendido cosas desde que era una niña.
—He descubierto que los instintos de los niños son a menudo los más sinceros —dijo Zane—. Los más naturales.
Vin no respondió.
Zane se volvió a contemplar la ciudad, sin que al parecer le preocupara darle la espalda. Vin lo observó, luego lanzó una moneda. Chocó contra el tejado de metal, y él de inmediato se volvió a mirarla.
No, pensó Vin, no se fía de mí.
Se volvió de nuevo, y Vin lo observó. Comprendía lo que quería decir, pues una vez había pensado como lo hacía él. Se preguntó en qué clase de persona podría haberse convertido si hubiera ganado acceso pleno a sus poderes sin, al mismo tiempo, aprender de la banda de Kelsier lo que era la amistad y la confianza.
—¿Qué harías, Vin? —preguntó él, girándose hacia ella—. Suponiendo que no tuvieras ninguna restricción, suponiendo que tus acciones no tuvieran ninguna repercusión.
Ir al norte. No tuvo que meditarlo. Descubrir cuál es la causa de esos latidos. Sin embargo, no lo dijo.
—No lo sé —dijo en cambio.
—Veo que no me tomas en serio.
—Te pido disculpas por hacerte perder el tiempo.
Zane se volvió para marcharse, caminando directamente entre OreSeur y ella. Vin lo miró y sintió una súbita puñalada de preocupación. Había ido a buscarla, dispuesto a hablar en vez de a luchar… y ella había desperdiciado la oportunidad. Nunca iba a ganarlo para su causa si no hablaba con él.
—¿Quieres saber qué haría? —preguntó; su voz resonó en las silenciosas brumas.
Zane se detuvo.
—Si pudiera utilizar mis poderes como quisiera… ¿Sin repercusiones? Lo protegería.
—¿A tu rey? —preguntó Zane, volviéndose.
Vin asintió bruscamente.
—Estos hombres que vienen contra él con sus ejércitos… tu amo, ese hombre llamado Cett. Los mataría. Usaría mi poder para asegurarme de que nadie pudiera amenazar a Elend.
Zane asintió en silencio, y ella vio respeto en sus ojos.
—¿Y por qué no lo haces?
—Porque…
—Veo confusión en tu mirada —dijo Zane—. Sabes que tus instintos son acertados… y sin embargo te contienes. A causa de él.
—Habría repercusiones, Zane. Si yo matara a esos hombres, sus ejércitos podrían atacar. Ahora mismo, la diplomacia todavía puede dar frutos.
—Tal vez. Hasta que él te pida que mates a alguien.
Vin hizo una mueca.
—Elend no actúa así. No me da órdenes, y a las únicas personas que mato es a las que intentan matarlo a él.
—¿Sí? —dijo Zane—. Puede que no actúes obedeciendo sus órdenes, Vin, pero te abstienes de hacerlo. Eres su juguete. No lo digo para insultarte: verás, soy un juguete tanto como lo eres tú. Ninguno de los dos puede liberarse. No solo.
De repente, la moneda que Vin había arrojado saltó al aire, volando hacia Zane. Ella se tensó, pero simplemente se posó en la mano que la esperaba.
—Es interesante —dijo él, haciendo girar la moneda entre sus dedos—. Muchos nacidos de la bruma dejan de ver el valor de las monedas. Para nosotros, simplemente se convierten en algo que utilizamos para saltar. Es fácil olvidar el valor de algo cuando lo ves tan a menudo. Cuando se convierte en algo corriente y conveniente. Cuando se convierte… en sólo una herramienta.
Lanzó la moneda hacia arriba e hizo que se perdiera en la noche.
—Debo irme —dijo, volviéndose.
Vin alzó una mano. Verlo usar la alomancia la hizo darse cuenta de que había otro motivo por el que quería hablar con él. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había hablado con otro nacido de la bruma, con alguien que comprendiera sus poderes. Alguien que fuera como ella.
Pero le pareció que deseaba con demasiada desesperación que él se quedara. Así que lo dejó marchar, y continuó su vigilancia.