EPÍLOGO. LOS COMUNEROS HOY

La historia tiende a desmitificar. Desde hace veinticinco años ha ofrecido de las Comunidades de Castilla una interpretación coherente. El riesgo sería que los avances de la ciencia, como ocurre a menudo, contribuyeran a fosilizar el pasado y a despojarlo de su carga emocional. No ha sido así. Los comuneros siguen siendo de actualidad en la España contemporánea.

Todos los años concentraciones populares se reúnen en Villalar, en el mismo sitio en el que perecieron los jefes del movimiento; los que allí acuden se emocionan todavía ante la evocación de los héroes de 1521. Claro que en aquellas conmemoraciones no faltan presupuestos políticos, pero esta consideración es ya muy interesante de por sí: da a entender que los comuneros no yacen sepultados en los libros de historia. Si Villalar atrae es probablemente porque el lugar todavía tiene fuerza emocional. Allí se ventiló el destino de España.

En 1974 se estrenó en el Teatro Nacional María Guerrero la obra dramática de Ana Diosdado, Los comuneros. Juan de Padilla y el joven Carlos de Gante, futuro emperador, saltan así al escenario con una tensión que difícilmente pueden dar los libros de historia. La función épica se mezcla con ternura y da vida a unos personajes y temas que no son únicamente ni mucho menos objeto de investigación histórica, sino que forman parte del patrimonio cultural de la nación.

Mucho más significativo es el largo romance que, en 1972, Luis López Álvarez dedicó a los comuneros[71]. La información histórica es de primerísima calidad, pero el libro no es por eso poesía erudita. Luis López Álvarez ha sabido captar la esencia vital de un acontecimiento que tanto influyó en la suerte de su patria. Tiene versos y coplas de pasión para evocar a la gente menuda, el común, que seguía a sus héroes. A un rey cuerdo, pero que parecía indiferente a los problemas de su pueblo, los comuneros opusieron una reina loca, y hacía falta, en efecto, unos toques de locura para abrazar el partido de los comunes:

se aferran a reina loca

por no asirse ya a el rey cuerdo,

loca estuviera la reina

para juntarse a su pueblo.

Contra los privilegiados y los tiranos los comuneros exigían igualdad y justicia; pedían para el pueblo lo que le pertenecía:

Comunes el sol y el viento,

común ha de ser la tierra,

que vuelva común al pueblo

lo que del pueblo saliera.

Clamaban por la libertad, que es lucha que no debe cesar:

La lucha larga ha de ser

por la libertad del reino,

que no fuera libertad

lo que los reyes le dieron,

que libertad concedida

no es libertad, sino fuero.

Éstos son algunos de los motivos que corren a lo largo del poema. Como se ve, estamos muy lejos de la fría objetividad académica, pero íntimamente unidos a los sentimientos, pasiones, esperanzas de los comuneros de 1520. No se trata de erigir un monumento póstumo para héroes de otro tiempo, sino de mantener viva el alma de un episodio capital, de una lucha que tenía el sentido de una guerra de liberación:

Desde entonces, ya Castilla

no se ha vuelto a levantar,

en manos de rey bastardo,

o de regente falaz,

siempre añorando una junta,

o esperando a un capitán.

Quién sabe si las cigüeñas…