Moore robó un Land Rover aparcado cerca del edificio y se dirigió hacia el suroeste. Entró en Egipto y continuó otras cuatro horas antes de que se agotara la gasolina. Después se apeó, echó el vehículo por un precipicio y echó a andar.
A mediodía el calor se hizo agobiante y Moore, ligeramente deshidratado, subió por la falda de una montaña cercana en busca de las sombras que iban desplazándose poco a poco. Al caer la noche decidió hacer un alto allí antes que correr el riesgo de toparse con sus perseguidores a pie en el desierto. La temperatura descendió bruscamente, y Moore recogió zarzas e hizo una pequeña hoguera. Después se acuclilló junto al fuego para calentarse.
Finalmente se echó en el suelo, usó el brazo derecho como almohada y se dispuso a dormir.
Algún tiempo más tarde despertó sobresaltado. La luna estaba en lo alto, las estrellas brillaban mucho y ni siquiera soplaba una brisa. Pero algo le había despertado, y Moore se puso en pie, dispuesto a toparse con algún intruso.
En ese momento vio que una de las zarzas que había quemado horas antes seguía ardiendo, y se acercó al fuego. Las llamas despedían un frío fulgor y parecían vibrar de energía.
Y de pronto, en el interior de su cabeza, Moore oyó una voz estentórea.
¿POR QUÉ MATASTE A MI MESÍAS?
—¿Quién eres? —preguntó Moore.
SOY EL QUE SOY.
—Debo estar soñando —murmuró Moore. Contempló las sombras más allá del fuego en busca de señales de vida.
SALOMÓN MOORE, ¿POR QUÉ DERRAMASTE LA SANGRE DEL QUE YO ENVIÉ?
El brillo de la zarza aumentaba con cada palabra.
—¿Dónde estás?
ESTOY AQUÍ, DONDE SIEMPRE HE ESTADO, PORQUE ESTE LUGAR FUE EL MONTE HOREB ANTES DE SER EL MONTE SINAÍ, Y AQUÍ FUE DONDE HABLÉ CON MOISÉS.
—¿Por qué no enviaste alguien como Moisés? —dijo amargamente Moore—. ¿Por qué un loco sanguinario como Jeremías?
NO TE DEBO NINGUNA EXPLICACIÓN. BASTABA CON QUE ÉL FUERA EL ELEGIDO, Y TU LE MATASTE.
—¡Y volvería a hacerlo! —exclamó Moore—. ¿Dónde estabas cuando te necesitábamos? ¿Por qué no enviaste ayuda durante la Inquisición, por qué no salvaste al pueblo elegido del yugo de los nazis? ¿Qué te lo impidió?
TÚ LE MATASTE.
La fuerza de las palabras aumentó, y la luz de la hoguera se hizo tan brillante que Moore tuvo que apartar los ojos.
—¡Sí, yo le maté! —gritó Moore con fría furia—. ¡Pero tú elegiste a Jeremías! ¿Quién de los dos es más culpable?
¡ANULO MI PACTO CON EL HOMBRE! ¡NUNCA MÁS ME PREOCUPARÉ POR VUESTROS ASUNTOS!
—¡Nos las arreglaremos! —gritó Moore en dirección al cielo—. ¡Nos las apañamos cuando tú estabas demasiado ocupado para preocuparte por nosotros, y nos las apañaremos ahora!
No hubo respuesta y Moore, incapaz de conciliar el sueño, erró por la falda de la montaña durante el resto de la noche. Después, con la salida del sol, se adentró en el desierto.
Los días y meses siguientes no iban a ser fáciles. Pryor controlaba los restos de la organización y seguramente habría enviado cincuenta asesinos a sueldo en busca de Moore. Black había enviado otros cincuenta. En Israel, una nación entera estaría movilizando su ejército con el único objetivo de localizar y ejecutar al asesino. Treinta millones de personas estarían pidiendo a gritos su sangre al otro lado del planeta.
Pero, a pesar de que fueran muchos, eran simplemente hombres, y Moore se había hecho rico gracias a su capacidad para manipularlos. Pensó en los hechos de los dos últimos días, en sus actos y en las personas que había visto, y alzó los ojos y miró el horizonte.
Allí, en alguna parte, al otro lado de la vasta extensión del desierto, se hallaba el golfo de Akaba. Y más lejos todavía el mar Rojo, y el Canal de Suez, y una ruta de regreso. A lo largo del camino Moore tendría que esquivar decenas de miles de enemigos y reclamar un imperio financiero. Pero como mínimo no se moriría de aburrimiento… y en esos tiempos, en el mundo que él había contribuido a configurar sin saberlo, eso era suficiente.
Moore inhaló profundamente, dejó escapar el aire poco a poco e inició la marcha.
Aguardaba con interés el desafío.