—Echa un vistazo —dijo Moore, echando la carta escrita a mano en el escritorio de Pryor.
Querido Salomón:
No pretendo mostrarme desagradecido por los años que he trabajado para ti, pero me parece que todo está escrito. Soy judío y no puedo seguir enfrentándome al hombre que se diría es la culminación viviente de mis creencias religiosas.
He estado en contacto constante con Moira Rallings durante la última semana, y se me ha concedido una especie de amnistía a cambio de la promesa de fidelidad a su causa. He hecho esta promesa voluntariamente.
No revelaré ninguno de tus planes, los que yo conozco, ni explicaré detalles de tus actos anteriores relacionados con Jeremías.
Te deseo lo mejor, pero te insto a desistir de tu venganza antes de que sea demasiado tarde. Sé que eres un hombre de recursos, pero enfréntate a los hechos, Salomón: ¡Jeremías es el Mesías!
Abraham Bernstein
—No es precisamente una sorpresa —comentó Pryor mientras dejaba la carta en el escritorio.
—Supongo que no —admitió Moore—. ¡Pero, maldita sea, Ben, me disgusta perder otro miembro importante de nuestra organización en provecho de Jeremías!
—Lo sé. ¿Cuánto tiempo crees que mantendrá su palabra de guardar silencio?
—Veinte minutos, como mucho —dijo Moore—. No importa. No puede hacernos daño. Llama a Piper Black, quiero hablar con él.
Moore regresó a su despacho, donde fue de un lado a otro, muy nervioso, hasta que la luz del teléfono se encendió.
—Hola, Piper —dijo.
—Salomón…
—¿Cómo van las cosas por ahí?
—Debes estar bromeando, ¿no?
—Hablo muy en serio —respondió Moore—. Debemos iniciar una campaña de relaciones públicas.
—No me vengas con eso, Salomón —dijo Black—. Tuviste a ese hijo de puta en tus manos y lo soltaste. No sólo eso, además Jeremías va por ahí diciendo que le torturaste hasta que firmó la entrega de la mitad de su dinero.
—Imposible demostrar eso ante un tribunal —dijo Moore—. Lo hice únicamente para inmovilizar sus fondos mientras nos enfrentábamos a él.
—Claro que sí, Salomón —dijo Black—. ¡Escúchame, bastardo! Hicimos un trato y tú lo incumpliste al intentar engañarme. ¡Enfréntate solo a él!
—Muy bien, Piper —dijo Moore—. Intenté engañarte. ¿Y qué?
—¿Qué es eso de «y qué»?
—¿Qué ha cambiado? —inquirió Moore—. ¿Va mejor tu negocio? ¿Es menos amenaza Jeremías? Debemos continuar trabajando juntos, a menos que esperes que él desaparezca por las buenas.
—Oh, podemos seguir trabajando juntos, Salomón —dijo Black—. Pero esta vez yo fijaré el trato.
—Pon tus condiciones —dijo Moore.
—Cuarenta por ciento para mí, veinte por ciento para ti y cuarenta por ciento para los demás.
—Hecho.
—¿Qué has dicho?
—Estoy de acuerdo.
—Demasiado rápido, Salomón. ¿Cuál es la trampa?
—No hay trampa —respondió Moore—. Quizá es que deseo arruinar a Jeremías más que a ti.
Se produjo una larga pausa.
—Muy bien. Puedo aceptar eso —dijo por fin Black—. Pero explica nuestro acuerdo a esa sanguijuela que tienes por ahí, a Pryor. Diré a mi hermano que se ponga en contacto con él mañana para ocuparse de los detalles. Todo estará por escrito y guardado bajo llave… y que Dios te ayude si intentas hacer alguna tontería.
—Dios no es exactamente el motivo de mi preocupación —dijo Moore, y colgó.