15

E hizo ver a un niño ciego y andar a una

paralítica, y cuando la gente le vio y supo

quién era y qué era, en verdad entonces

corrió la Voz por la tierra desolada.

El Evangelio de Moira

El despacho de Pryor estaba tan desordenado como desprovisto el de Moore. Era mucho más espacioso, y hasta el último centímetro cuadrado de pared estaba cubierto por pantallas de ordenador, con algunos monitores de televisión como única interrupción. El despacho contenía una alargada mesa de reuniones, un bar con bebidas alcohólicas, un par de sofás de cuero y un enorme escritorio de caoba con un sillón de juez igualmente de cuero.

Moore entró en el despacho, fue derecho al escritorio de Pryor y dejo caer en él un ejemplar de El Evangelio de Moira.

—Bien, ¿qué opinas? —preguntó.

—Ella no va a obtener el Premio Nobel de Literatura —replicó Pryor—. Es uno de los peores tostones que he leído en mi vida. —Abrió un cajón del escritorio y sacó un ejemplar.

—Además es uno de los tostones más peligrosos que has leído en tu vida —dijo Moore—. Mira encima del copyright.

—Mi edición es la quincuagésimo tercera —repuso Pryor, sin abrir el libro—. ¿Y la tuya?

—La quincuagésimo séptima —replicó Moore—. Deben estar deshojando bosques enteros para satisfacer la demanda de este libro. —Tomó asiento en uno de los sofás—. Y, mientras tanto, nuestros ingresos han descendido el cuarenta y dos por ciento este mes, y acabamos el último trimestre con más números rojos que nunca. Creo que deberemos abandonar totalmente Kentucky y Tennessee.

—Lo sé —dijo sombríamente Pryor—. Hasta las empresas legales están viniéndose abajo.

—Cuesta imaginar que es tan rematadamente difícil matar a Jeremías —dijo Moore con un profundo suspiro—. Al fin y al cabo, al último Mesías lo mataron sin dificultad.

—Conoces la respuesta a eso: si lo mataran, no sería el Mesías. —Pryor cogió el nuevo Evangelio y pasó hojas rápidamente—. «Y Moira Rallings fue su concubina, y así fue ella bendita sobre todas las mujeres».

—Parece la idea de una epopeya bíblica que tendría un productor sin talento —dijo Moore en tono despreciativo.

Pryor siguió pasando hojas y leyendo algún retazo.

Y él fue a Egipto, como predijeron los profetas… E inició su ministerio mancillado y ultrajado, un proscrito entre los hombres… Y en la ciudad de Chicago, dominada por el pecado, moraba un siervo del Diablo llamado Moore… —Pryor alzó la cabeza—. Todo está aquí… todo excepto el Sermón de la Montaña. —Sonrió—. Supongo que Moira lo guarda para la segunda parte.

—No es tan divertido, Ben. Aunque la mitad de los compradores echen el libro a la basura, y aunque la mitad de los que lo conserven opinen que es bazofia, ella habrá ganado doce millones de conversos para Jeremías en seis semanas… y hasta el último de ellos pensará que Judas no fue tan mala persona comparado conmigo.

—No podemos quitarles los libros de las manos —replicó Pryor—. No pasan por nuestras agencias… y por lo que he podido averiguar, casi el cincuenta por ciento se vende por correspondencia.

—Lo sé —dijo Moore—. Además, con tantos ejemplares en venta, yo diría que es un poco tarde para conseguir una orden de restricción o un requerimiento judicial que prohíba la distribución. De todas formas, no creo que sirviera de nada. —Guardó silencio un momento y tamborileó con los dedos encima del brazo del sofá—. ¿Cuáles son las últimas noticias que tenemos de él?

Pryor se encogió de hombros.

—Desde ayer tenemos declaraciones juradas de que se encuentra en Albuquerque, Buenos Aires, el complejo de Manhattan e Islandia. Elige tú mismo.

—¡Maldito Macintosh! —exclamó de pronto Moore.

Xaviar Macintosh era el único agente de Moore que había logrado infiltrarse en la floreciente organización de Jeremías y obtenido un cargo importante en ella. Era incuestionable que habría podido conocer el programa de Jeremías, y tal vez estar en el secreto de los planes de éste para el futuro. Pero cuatro días antes Xaviar Macintosh había enviado un telegrama a Moore comunicándole su dimisión y explicándole que había visto la luz y tomado la decisión de ser discípulo de Jeremías.

—No es un hecho inaudito —dijo Pryor—. He estado en contacto con algunos de nuestros nuevos… eh… asociados, y han tenido problemas muy parecidos. En cuanto disponen de un infiltrado en situación de hacer algo útil, Jeremías… bueno, Jeremías lo convierte. No creo que haya otra palabra para expresarlo.

—¿Y cómo les va a nuestros nuevos asociados?

—No muy bien. Si Jeremías encomendara a sus fuerzas algún objetivo militar, ellos podrían ser útiles… pero tal como están las cosas ahora, no pueden infiltrarse en la organización con más éxito que nosotros. Seguramente nos iría mejor con espías industriales y saboteadores.

—Cierto —convino Moore—. Pero los monopolios industriales no ofrecen amnistía, al contrario que los gobiernos. Además, mira lo que ha pasado con nuestras finanzas el último año. Ninguna organización industrial se peleará con Jeremías. Tal vez haya métodos más sencillos para ir a la quiebra, pero no existe ninguno tan rápido. —Hizo una pausa—. En fin, nuestro problema inmediato es ese maldito libro que ha escrito Moira. Me señala como el mayor villano de la historia humana, y está dando a Jeremías más apoyo que todo lo que ha hecho él hasta ahora. —Se alzó de hombros—. ¿Sabes una cosa? Siempre es posible que ella tenga razón…, que yo sea el diablo encarnado por intentar acabar con Jeremías.

—Lo dudo —replicó seriamente Pryor—. Después de todo, mucha gente ha intentado liquidarlo. El único motivo de que estés señalado es que metiste a Moira en este asunto.

—Por el mismo motivo, deberían canonizarme, no condenarme —dijo Moore en tono irónico—. Nadie tenía la menor idea de lo que era Jeremías antes de que yo interviniera.

—Lo habrían adivinado tarde o temprano —respondió Pryor—. En realidad, si Jeremías es el Mesías, no se debe a que tú se lo comunicaras.

—Lo sé, Ben. ¡Pero es tan frustrante! A veces creo que todos estamos andando bajo el agua. Nuestras reacciones son tan lentas… Pensaba que Moira podía ser un punto débil, y ha sido más útil a Jeremías que el resto del grupo en conjunto.

—Sólo es un libro.

—Sí, y Adolfo Hitler sólo fue un pintor de brocha gorda.

El intercomunicador emitió un zumbido, y Pryor pulsó un botón.

—¿Qué ocurre?

—Ben, ¿está Salomón contigo? —Era la voz de Bernstein.

—Sí, Abe. ¿Quieres hablar con él?

—No. Dile que ponga el canal 9 de televisión si quiere ver a una vieja amiga.

Moore se acercó a un monitor y lo conectó.

Moira Rallings, con la piel más blanca que nunca, estaba sentada en un sofá para dos con un ejemplar de su Evangelio en las manos. Había engordado cinco kilos y mostraba una afición hasta entonces desconocida por los vestidos transparentes, pero por lo demás parecía la misma.

La estaba entrevistando Vendaval Norman Gorman (anteriormente Herbert Russell), un presentador de veinte años que había sido estrella musical durante un renacimiento del rock ácido hasta que la prolongada exposición a potencias sonoras de excesivos decibelios le provocó sordera. Sus millones de fans no le permitieron retirarse de los escenarios a los diecisiete años, por lo que Gorman aprendió a leer los labios y acabó presentando el programa de entrevistas del mediodía, el noveno de la nación en orden de audiencia.

—… cifras deben ser sumamente gratas para ti —estaba diciendo Gorman.

—Oh, lo son —replicó Moira. Moore jamás la había visto mostrar tanto entusiasmo por algo, salvo cuando se trataba de un cadáver—. El dinero va a los fondos de Jeremías, por supuesto. Yo estoy complacida y muy contenta sabiendo que muchas personas maravillosas han visto la luz ahora.

—Investiga esa transmisión, averigua si emiten en directo —ordenó Moore a Pryor.

—¿Y habrá otro Evangelio en años venideros? —preguntó Gorman.

—Ciertamente —dijo Moira—. Escrito por mí o por otra persona. La mediación de Jeremías sólo acaba de empezar, Norman. Aún le aguarda casi toda su tarea.

—¿Qué, exactamente, le aguarda? —preguntó Norman—. Él ha sido muy vago en ese punto, y estoy seguro de que a todos nuestros televidentes les gustaría saberlo.

—Jeremías no revela detalles a nadie, ni siquiera a mí —replicó Moira—. Pero es sabido que en último término cumplirá las profecías mesiánicas.

—¿Incluido el establecimiento de un reino en lo que actualmente es la nación israelita?

—Es posible.

—Estás eludiendo el problema —dijo Gorman—. Los profetas hebreos afirman explícitamente que el Mesías debe establecer su reino en Jerusalén.

Moira sonrió.

—¿Qué profetas hebreos?

—Isaías, por ejemplo.

—¿Es cierto? —dijo ella, todavía risueña.

—Por supuesto —repuso Gorman—. ¿Quieres que cite el capítulo y el versículo?

—¿De qué? —preguntó Moira—. ¿Del profeta Isaías mismo, o de las diez generaciones de judíos que repitieron sus profecías alrededor de la hoguera, o de los sabios hebreos que finalmente lo escribieron en el Torah, o de los griegos que lo reescribieron, o de los monjes de la Edad Media que lo reescribieron otra vez, o de los hombres que lo escribieron en la versión autorizada actual?

—¿Afirmas pues que Jerusalén no es el objetivo de Jeremías?

—No estoy afirmando nada sobre sus objetivos —replicó Moira—. Estoy segura de que los dará a conocer a su debido tiempo. Lo único que digo es que cumplir una profecía y cumplir lo que la gente cree es una profecía no siempre es lo mismo.

Pryor, que había estado hablando por teléfono en voz baja, colgó el aparato y se acercó a Moore.

—Grabado ayer en Filadelfia —musitó—. Moira se presentó, pasó el día grabando veinte entrevistas para programas televisivos y desapareció. Seis agencias intentaron seguirla en secreto, y ella logró despistar a los detectives antes de diez minutos.

Moore asintió, sin apartar los ojos de la pantalla.

—Veo que casi ha concluido nuestro tiempo —dijo Gorman—. ¿Deseas decir algo más a nuestros telespectadores?

—Sí —contestó Moira—. Tengo un mensaje de Jeremías.

—Estoy seguro de que a todos nos encantará oírlo.

¡Salomón Moody Moore! —recitó Moira, mirando hacia la cámara con ojos oscuros y fieros—. ¡Judas! ¡Encarnación de Satán! Si estás mirando o escuchando, te lo ruego: ¡Cesa en tu persecución del Mesías Verdadero! —Miró hacia otra cámara—. Miembros de la Nueva Fe, creyentes de la Nueva Verdad: ¡Un hombre que podría ser el asesino de Cristo está entre vosotros! ¡Se apellida Moore y quiere abatir al Mesías! ¡Uníos! ¡No le permitáis que cometa este acto espantoso!

La cámara se acercó a ella hasta que los ojos de Moira llenaron la pantalla. Moore creyó que aquellos ojos estaban fijos en él.

—¡Arrepiéntete, Judas Moore, antes de que sea demasiado tarde!

La imagen se disolvió en negro y empezó un anuncio.

—Una mujer encantadora —dijo Moore mientras apagaba el televisor.

—Será mejor que reforcemos la vigilancia del edificio —añadió Pryor.

—Cierto. Así parecerá que sigo estando aquí.

—¿No estarás?

—Ben, has pasado demasiado tiempo jugando con tus amiguitas —dijo Moore—. ¿No comprendes lo que acaban de decir? Jeremías se dispone a marchar sobre Jerusalén, o como mínimo a iniciar su campaña militar.

—¿Por qué se te ha ocurrido eso? —preguntó Pryor, francamente desconcertado.

—¿Para qué otra cosa iba a poner Moira una pantalla de humo como ésa? Apuesto a que si obtienes grabaciones de los otros diecinueve programas, descubrirás que ella ha explicado la misma patraña, eso de que las profecías mesiánicas no se refieren por fuerza a Jerusalén.

—No te comprendo.

—Ben, muchos textos de los dos testamentos se reescribieron, muchos párrafos se suprimieron por razones políticas y muchos más se inventaron para que Jesús fuera el Mesías… Pero hay un detalle que no podemos olvidar.

—¿Cuál es?

—El concepto en sí. El rabino de Abe me explicó que el significado literal de «Mesías» es «ungido» o «rey». Por definición, un mesías es el rey de los judíos… y por definición, el rey de los judíos reina en Jerusalén. Si Moira intenta convencer a todo el mundo de que todo esto es falso, es porque Jeremías se dispone a actuar y quiere que la gente, tanta como sea posible, mire en otra dirección.

—¿Qué me dices de los piropos que te ha echado? —preguntó Pryor.

—Con eso me será dificilísimo moverme —admitió Moore—, y seguramente miles de fanáticos saldrán en busca de mi cuero cabelludo. Reforzaremos la seguridad aquí para disimular, pero creo que es hora de abandonar Chicago una temporada.

—¿Adónde iras?

Moore hizo un gesto de indiferencia.

—No tiene demasiada importancia… pero pienso celebrar una reunión con algunos de nuestros asociados, así que prepárame algo más elegante que de costumbre.

—De acuerdo —dijo Pryor.

—Y otra cosa, Ben.

—¿Sí?

—Ofrece una recompensa por la cabeza de Moira Rallings.