El movimiento comenzó con tanta lentitud que Moore, aislado en sus oficinas de Chicago, ni siquiera lo advirtió durante varios meses… Pero finalmente empezaron a llegar los informes.
Jeremías había devuelto la vista milagrosamente (y sin cámaras que filmaran la hazaña) a un niño ciego de Newark.
Jeremías había sido aceptado como el Mesías verdadero por cuatro sectas protestantes de poca importancia, y posteriormente por otra importante.
Doscientos rabinos de la Iglesia Reformada Norteamericana proclamaban que la profecía de Isaías estaba cumpliéndose.
Los hombres de Moore tuvieron otras dos veces en sus manos a Jeremías, y en ambas ocasiones logró huir, no ileso pero sí vivo. Si tenía alguna vivienda, estaba en paradero desconocido. Si su nueva religión tenía nombre, también éste era desconocido. En realidad, los motivos, la filosofía religiosa, el paradero y los objetivos a largo plazo de Jeremías eran otros tantos misterios.
La prensa y las emisoras de televisión iniciaron el juego de contar los discípulos de Jeremías. Una secta antaño risiblemente pequeña pronto pasó a tener un millón de miembros. El hecho no constituía aún una amenaza al orden establecido, pero las autoridades hicieron números por su cuenta y decidieron investigar el fenómeno de Jeremías el G.
Y mientras la noción de un Mesías, aunque no se creyera en ella, iba calando en la conciencia pública, el descontento aumentó por primera vez en cincuenta años. La innovación y la movilidad de la sociedad permanecían inalteradas desde hacía décadas, puesto que la apatía y el hastío enterraban el sueño de una vida y un mundo mejores con más eficacia que las mil guerras anteriores. Pero en ese momento la gente empezó a comprender que, aunque Jeremías fuera un fraude, las cosas podían mejorar, que era posible manipular la maquinaría del cambio y el progreso aunque nadie supiera todavía cómo hacerlo.
Pese a tocar esta cuerda sensible, Jeremías no hacía promesas, predicciones o profecías. Moore estaba firmemente convencido de que Jeremías, Mesías o no, carecía de cerebro para hacer algo con la masa de sus partidarios, no sabía cómo o adónde conducirlos.
Y sin embargo, la oleada de creencia en Jeremías aumentó. Primero atravesó el Atlántico, después se extendió por Europa y Asia e hizo culebrear sus tentáculos en África. Tan sólo Israel condenó abiertamente a Jeremías como fraude… pero Israel sabía mejor que nadie dónde nacería el reino de Jeremías, si él tenía realmente la intención y el poder para establecerlo.
No tardó en producirse una lluvia de solicitudes para que Jeremías apareciera en televisión, ante comités y en audiencias privadas concedidas por líderes políticos y religiosos. El supuesto Mesías accedió a grabar varios videos para llenar sus arcas, pero rechazó cualquier otra confrontación pública o privada tras declarar tajantemente que el Mesías no precisaba esa clase de relaciones.
Y más tarde, aún necesitado de dinero, Jeremías se introdujo en el único negocio del que sabía algo: el pecado. Con el número de sus partidarios rozando la barrera de los tres millones, disponía de influencia y contactos suficientes para participar en el negocio de la pornografía y la prostitución, y para iniciar la compra de ciertos políticos de segunda categoría.
Moore percibió el golpe muy despacio al principio. La pornografía perdió un tres por ciento de beneficios, la prostitución un siete por ciento, el tráfico doméstico de drogas un seis por ciento. Pero al cabo de pocos meses sus principales negocios sufrieron pérdidas del treinta por ciento o más, y Sueños Hechos Realidad, que había florecido hasta convertirse en saludable fuente de ingresos con sucursales en once estados, se hallaba prácticamente en bancarrota, puesto que el populacho prefería comprar sueños a un Mesías antes que a un rey del crimen.
Cuando los ingresos quedaron reducidos a la mitad, Moore triplicó la recompensa y pronunció de nuevo la sentencia de muerte. Muchos empleados que normalmente habrían sido despedidos dada la desastrosa baja de los beneficios, conservaron su empleo para colaborar en la destrucción del imperio financiero que Jeremías erigía a expensas de Moore. Éste cerró sus empresas distribuidoras a los productos de su rival… y Jeremías fundó otras. Moore ordenó a políticos y policías a su servicio que tomaran medidas drásticas contra la red de prostitución de su enemigo… y descubrió que Jeremías disponía en su nómina de políticos y polizontes suficientes para que sus chicas continuaran trabajando. Moore obstruyó todas las posibles rutas de los narcóticos… y Jeremías creó nuevos caminos con idéntica rapidez.
Finalmente Moore decidió que, puesto que no podía atacar directamente los negocios de Jeremías, pondría en práctica el segundo plan: intentar desacreditarlo ante sus partidarios. A tal fin, Moore contrató varios equipos de investigadores y periodistas. No fue difícil presentar a Jeremías como un necio inculto, grosero y mujeriego, puesto que en realidad era así. Ni siquiera fue complicado investigar sus finanzas y mostrar al mundo que el supuesto Mesías había acumulado ya casi doscientos millones de dólares. Jeremías no sólo lo admitió, sino que además declaró que planeaba duplicar esa cantidad cada seis meses durante los dos años siguientes. Fue hecha pública su juventud de pordiosero sin necesidad y estafador… y lejos de negarlo, Jeremías mostró cierto orgullo al facilitar a los equipos reporteriles de Moore parte de los detalles más salaces que habían pasado por alto.
Pero cuando llegó el momento de probar que Jeremías era un fraude, el avance se hizo más difícil. Jeremías había impuesto sus manos sobre las piernas de una paralítica (tras recibir un sustancioso donativo del abuelo de la enferma) y logró que andará de nuevo. En una aventura totalmente impropia de un Mesías, Jeremías había saltado, sin paracaídas, de un helicóptero que volaba a quinientos metros de altitud ante un público de pago formado por cientos de millares de personas… y aunque había tenido que ser trasladado al hospital con las piernas fracturadas, roturas múltiples de la columna vertebral y varias hemorragias internas, el accidentado abandonó el centro médico tan campante nueve días después, completamente sano. Jeremías visitó un pueblo agonizante de California, y mientras se hallaba allí los depauperados campesinos conocieron la lluvia por primera vez desde hacía más de un año.
Todos los domingos, pastores y sacerdotes subían al púlpito para proclamar que Jesús era el único Mesías, y todos los domingos había menos fíeles en sus congregaciones. Mil autores y biógrafos abordaron el enigma de Jeremías, y acabaron ofreciendo mil conclusiones distintas.
Jeremías se recreaba con la publicidad. Lo único que insistía en no hacer era codificar su filosofía. Era suficiente, declaraba una y otra vez, con que él fuera el Mesías. Todo lo demás, incluso sus creencias personales, era insignificancias en comparación con esa realidad.
Al cabo de otro año sus discípulos superaron la cifra de doce millones, y sus finanzas crecieron al mismo ritmo. Posteriormente se supo que Jeremías estaba erigiendo un aparato militar, y los gobiernos mundiales, que en su mayoría se habían desentendido de él con la esperanza de que desapareciera, se sobresaltaron y actuaron. Espías de todas nacionalidades y credos religiosos se infiltraron en la organización de Jeremías. Tuvieron éxito, hasta cierto punto: él tenía tantos hombres, tantas armas y tal y cual capacidad militar. Pero respecto a por qué precisaba un ejercito y dónde pretendía desplegar sus fuerzas, no consiguieron respuesta alguna.
Puesto que había investigado a Jeremías más que nadie, Moore obtuvo el indulto por todos los delitos cometidos en el pasado (y también, indirectamente, por los futuros delitos) a cambio de su colaboración con las diversas agencias comprometidas en la eliminación de Jeremías, que además eran muchas, puesto que casi todas las instituciones religiosas veían amenazada su existencia por la posibilidad de un Mesías de carne y hueso.
Con los recursos financieros y los servicios de espionaje de prácticamente el mundo entero en sus manos, Moore acosó a Jeremías con una venganza. Asesinó a sacerdotes y lugartenientes de su rival, interrumpió sus discursos y programas televisivos, embargó buena parte de sus fondos… y a pesar de todo la cifra de sus partidarios siguió aumentando.
Y entonces se produjo el incidente que alteró la marea de hechos en favor de Jeremías por primera vez. Lo provocó una fuente totalmente inesperada, pero su efecto fue enorme e inmediato.
Era El Evangelio de Moira, escrito por Moira Rallings, y las ventas ascendieron a cuarenta millones de ejemplares durante los dos primeros meses de publicación.