04.15

Toni llamó a Stanley a su casa tan pronto como encontró un momento libre. No podía hacer nada para remediar la situación, pero al menos estaría al tanto de lo ocurrido. Lo último que quería Toni era que se enterara del robo por las noticias.

Temía aquella conversación. Debía confesarse responsable de una calamidad que podía arruinar su vida. ¿Cómo no iban a cambiar sus sentimientos hacia ella después de algo así?

Marcó el número, pero no había línea. Stanley debía de tener el teléfono estropeado. Era posible que la tormenta hubiera provocado un fallo en las líneas. Se sintió aliviada por no tener que darle la terrible noticia de viva voz.

Stanley no tenía móvil, pero en su Ferrari había un teléfono. Llamó a ese número y dejó un mensaje.

—Stanley, soy Toni. Malas noticias: han entrado a robar en el laboratorio. Por favor, llámame al móvil en cuanto puedas.

Era posible que no escuchara el mensaje hasta que fuera demasiado tarde, pero por lo menos lo había intentado.

Toni miraba con impaciencia por las ventanas del vestíbulo principal. ¿Dónde se había metido la policía con el quitanieves? Venían desde Inverburn —es decir, desde el sur, por la carretera principal. Toni había calculado que la máquina quitanieves avanzaría a unos veinticinco kilómetros por hora, dependiendo de la profundidad de la nieve que debía despejar a su paso, así que el viaje les tomaría entre veinte y treinta minutos Ya tendrían que haber llegado. «¡Venga, daos prisa!»

Esperaba que, nada más llegar a Oxenford Medical, la policía saliera hacia el norte en busca de la furgoneta de Hibernian Telecom. Seguramente sería fácil de localizar gracias a las grandes letras blancas impresas sobre el fondo oscuro del chasis.

Pero los ladrones podían haber pensado en eso, se dijo de pronto. Seguramente tenían previsto cambiar de vehículo al poco de abandonar el Kremlin. Eso es lo que ella habría hecho en su lugar. Habría elegido un coche del montón, un Ford Fiesta o similar, que se parecía a muchos otros modelos, y lo habría dejado en un aparcamiento cualquiera, a las puertas de un supermercado o de una estación de tren. Los ladrones se irían derechos al aparcamiento y, pocos minutos después de haber dejado la escena del crimen, huirían en un vehículo completamente distinto.

La idea era desoladora. Si estaba en lo cierto, ¿cómo se las iba a arreglar la policía para identificar a los ladrones? Tendrían que inspeccionar todos los coches y comprobar si sus ocupantes eran tres hombres y una mujer.

Se preguntó con nerviosismo si podía hacer algo para acelerar el proceso. Suponiendo que la banda hubiera cambiado de vehículo en algún punto cercano al laboratorio, tampoco disponían de tantas alternativas. Necesitaban un sitio en el que pudieran dejar un vehículo aparcado durante varias horas sin llamar la atención de nadie. No había estaciones de ferrocarril ni supermercados en los alrededores. ¿Qué había? Se fue a mostrador de recepción, cogió un bloc de notas y un bolígrafo y confeccionó una lista:

Toni no quería que Carl Osborne se enterara de lo que estaba haciendo. El periodista había vuelto de su coche para resguardarse del frío en el vestíbulo principal y no perdía detalle de cuanto ocurría a su alrededor. Lo que ignoraba era que a no podía hacer llamadas desde su coche, pues Steve había huido a hurtadillas y había sacado las llaves del contacto. Aun así, Toni prefería no arriesgarse.

Se dirigió a Steve en voz baja:

—Tengo un pequeño trabajo de investigación para ti. —Rasgó en dos la hoja de papel en la que había apuntado la lista y le dio una de las mitades—. Llama a estos sitios. Estará todo cerrado, pero supongo que habrá algún conserje o guardia de seguridad para coger el teléfono. Explícales que hemos sido víctimas de un robo, pero no digas qué han robado. Solo diles que el vehículo utilizado para la fuga puede haber sido abandonado en las inmediaciones. Pregunta si ven una furgoneta de Hibernian Telecom aparcada fuera.

Steve asintió.

—Bien pensado. Quizá podamos seguirles la pista y poner a la policía en el buen camino.

—Exacto. Pero no uses el teléfono de recepción. No quiero que Carl se entere. Ve al otro extremo del vestíbulo, desde allí podrás hablar sin que te oiga, y usa su móvil.

Toni se situó a una distancia prudente de Carl y saco su móvil. Llamó al teléfono de información y pidió el número del club de golf. Marcó el número solicitado y esperó. El teléfono sonó durante más de un minuto, hasta que al fin una voz somnolienta contestó:

—Club de golf, ¿diga?

Toni se presentó y explicó lo ocurrido. —Estoy tratando de localizar una furgoneta con el rotulo de la empresa Hibernian Telecom impreso en un costado. ¿Podría decirme si está en su aparcamiento?

—Ah, ya entiendo… es el vehículo en el que se han dado a la fuga, ¿no?

Toni contuvo la respiración.

—¿Está ahí?

—No, o por lo menos no lo estaba cuando empezó mi turno. Hay un par de coches aquí fuera, pero son los que dejaron los clientes que no se atrevieron a echarse a la carretera ayer después de comer, ya sabe…

—¿A qué hora empezó su turno?

—A las siete de la noche.

—¿Es posible que desde entonces hubiera llegado una furgoneta y hubiera aparcado delante del club, a eso de las dos de la mañana, por ejemplo?

—Pues… quizá, sí. No puedo saberlo.

—¿Le importaría salir a comprobarlo?

—¡Claro, puedo salir a comprobarlo! —Por su tono de voz, se diría que la idea le parecía digna de un genio—. Espere un segundo, no tardo nada.

El hombre posó el auricular.

Toni esperó. Oyó el ruido de pasos alejándose y luego regresando.

—Me parece que no hay ninguna furgoneta ahí fuera.

—De acuerdo.

—Tenga en cuenta que los coches están todos cubiertos de nieve. Es imposible verlos con claridad. ¡Ni siquiera estoy seguro de poder reconocer el mío!

—Me hago cargo, gracias.

—Pero si hubiera una furgoneta destacaría entre los demás coches por ser más alta, ¿no cree? Vamos, que saltaría a la vista.

—No, no hay ninguna furgoneta ahí fuera.

—Ha sido usted muy amable. Se lo agradezco de veras.

—¿Qué han robado?

Toni fingió no oír la pregunta y colgó. Steve estaba hablando por teléfono, y era evidente que tampoco había conseguido nada. Marcó el teléfono del hotel Drew Drop.

—Vincent al habla, ¿en qué puedo ayudarle? —dijo un joven en tono alegre y servicial.

Toni pensó que sonaba como el típico recepcionista que parece desvivirse por los clientes hasta que a estos se les ocurre pedirle algo. Repitió su exposición de los hechos.

—Hay muchos vehículos en nuestro aparcamiento, no cerramos por Navidad —le comunicó Vincent—. Ahora mismo estoy mirando el monitor del circuito cerrado de televisión, pero no veo ninguna furgoneta. Claro que, por desgracia, la cámara no abarca todo el aparcamiento.

—¿Le importaría asomarse a la ventana y echar un vistazo? Es muy importante.

—La verdad es que estoy bastante ocupado.

«¿A estas horas de la noche?», pensó Toni. Luego, empleando su tono de voz más amable y considerado, añadió:

—Verá, así la policía no tendría que desplazarse hasta ahí para comprobarlo y de paso entrevistarle.

El truco funcionó. Lo último que quería Vincent era que su tranquilo turno de noche se viera alterado por la llegada de varios coches patrulla y agentes de policía.

—Un momento, por favor.

Se fue y volvió al cabo de pocos minutos.

—Sí, está aquí —dijo.

—¿De veras?

Toni no daba crédito a sus oídos. Apenas recordaba la última vez que la suerte se había puesto de su parte.

—Una furgoneta Ford Transit azul, con la inscripción «Hibernian Telecom» impresa a un lado en grandes letras blancas. No puede llevar aquí mucho tiempo, porque no está tan cubierta de nieve como los demás coches. Por eso he podido leer la inscripción.

—No sabe usted la alegría que me da, muchas gracias. Ya puestos, ¿no se habrá fijado si falta otro coche, posiblemente el que han usado para darse a la fuga?

—No, lo siento.

—De acuerdo, ¡gracias de nuevo! —Toni colgó y buscó la mirada de Steve— ¡He encontrado el vehículo en que se dieron a la fuga!

Steve asintió al tiempo que volvía el rostro hacia la ventana.

—Y la máquina quitanieves ya está aquí.