Kit trataba de dominar el pánico. Su brillante plan se había venido abajo como un castillo de naipes. Ahora era imposible que el robo pasara desapercibido, tal como había planeado, hasta que el personal del laboratorio volviera al trabajo después de las vacaciones. Como mucho, seguiría siendo un secreto hasta las seis de la mañana de aquel mismo día, cuando llegara el siguiente turno de guardias. Pero si Toni Gallo iba hacia el Kremlin, el tiempo disponible era incluso menor.
Si su plan hubiera funcionado correctamente no habría habido necesidad de recurrir a la violencia. Ni siquiera ahora resultaba estrictamente necesaria, pensaba con impotente frustración. Podían haber apresado y atado a la guardia sin hacerle daño. Por desgracia, Daisy no podía resistirse a ejercer la violencia. Kit deseaba con todas sus fuerzas que pudieran neutralizar a los demás guardias sin más derramamiento de sangre.
Mientras se dirigían corriendo a la sala de control, Nigel y Daisy empuñaron sendas pistolas. Kit los miró horrorizado.
—¡Habíamos dicho que nada de armas! —protestó.
—Menos mal que no te hicimos caso —replicó Nigel.
Se detuvieron frente a la puerta. Kit miraba las armas de hito en hito, sumido en el estupor. Eran pequeñas pistolas automáticas con gruesas culatas.
—Esto nos hace culpables de robo a mano armada, lo sabéis, ¿verdad?
—Solo si nos cogen. —Nigel giró la empuñadura y abrió la puerta de una patada.
Daisy irrumpió en la habitación gritando:
—¡Al suelo los dos! ¡Al suelo, he dicho!
Hubo un instante de vacilación, mientras los dos guardias de seguridad pasaban de la perplejidad y el desconcierto al temor, pero enseguida obedecieron.
Kit se sentía impotente. Su intención era entrar primero en la sala y decirles «Por favor, mantened la calma y haced lo que se os dice, y no os pasará nada». Pero había perdido el control. Ahora no podía hacer nada excepto seguir los acontecimientos y hacer todo lo que estuviera en su mano para impedir que las cosas se acabaran de torcer.
Elton asomó por la puerta de la sala de máquinas. Un vistazo le bastó para comprender lo ocurrido.
—¡Boca abajo, las manos en la espalda, los ojos cerrados! —gritó Daisy a los guardias—. ¡Daos prisa si no queréis que os vuele los huevos!
Los guardias obedecieron sin rechistar, pero aun así Daisy pateó el rostro de Don con su pesada bota. El hombre soltó un grito y se encogió de dolor, pero no se movió del suelo.
Kit se interpuso entre Daisy y los guardias.
—¡Basta ya! —gritó.
Elton movía la cabeza en señal de negación, estupefacto.
—Esta tía está como una puta cabra.
El alegre sadismo de Daisy asustaba a Kit, pero se obligó a mirarla a los ojos. Había demasiado en juego para dejar que lo echara todo a perder.
—¡Escúchame! —le gritó—. Todavía no estamos en el laboratorio, y a este paso nunca llegaremos. Si quieres presentarte ante tu cliente a las diez con las manos vacías, vas por buen camino. —Daisy volvió la espalda a su dedo acusador, pero él la siguió—. ¡Basta de violencia!
Nigel se puso de su parte.
—Tómatelo con calma, Daisy —le aconsejó—. Haz lo que él dice. A ver si consigues atar a estos dos sin romperles el cráneo de una patada.
—Los pondremos con la chica —indicó Kit.
Daisy ató las manos de los guardias con cable eléctrico, y luego Nigel y ella los hicieron salir de la habitación a punta de pistola. Elton se quedó atrás, controlando los monitores y vigilando a Steve, que seguía en recepción. Kit siguió a los prisioneros hasta el NBS4 y abrió la puerta. Dejaron a Don y Stu en el suelo, junto a Susan, y les ataron los tobillos. Don tenía una herida en la frente que sangraba profusamente. Susan parecía consciente pero aturdida.
—Queda uno —recordó Kit mientras salían—. Steve, en el vestíbulo principal. ¡Y no os paséis ni un pelo!
Daisy emitió un gruñido a modo de respuesta.
—Kit, trata de no decir nada más sobre el cliente y nuestra cita de las diez delante de los guardias —le advirtió Nigel—. Si les cuentas demasiado, quizá nos veamos obligados a matarlos.
Solo entonces cayó Kit en la cuenta de lo que había hecho. Se sintió como un perfecto imbécil.
Su móvil empezó a sonar.
—Puede que sea Toni —dijo—. Voy a comprobarlo.
Volvió corriendo a la sala de máquinas. La pantalla de su portátil mostraba el mensaje: «Toni llamando al Kremlin». Pasó la llamada al teléfono de recepción y permaneció a la escucha.
—Hola, Steve. Soy Toni. ¿Alguna novedad?
—Los de mantenimiento siguen aquí.
—Por lo demás, ¿va todo bien?
Con el teléfono pegado al oído, Kit pasó a la sala de control y se puso detrás de Elton para ver a Steve por el monitor.
—Sí, eso creo. Susan Mackintosh ya debería haber vuelto de su ronda, pero a lo mejor ha ido al lavabo.
Kit soltó una maldición.
—¿Cuánto hace que debería haber vuelto?
En el monitor en blanco y negro, se vio a Steve consultando su reloj de muñeca.
—Cinco minutos.
—Dale cinco más y luego ve a buscarla.
—De acuerdo. ¿Dónde estás?
—No muy lejos, pero acabo de tener un accidente. Un coche lleno de borrachos me ha dado por detrás.
«Lástima que no te mataran», pensó Kit.
—¿Estás bien? —preguntó Steve.
—Perfectamente, pero mi Porsche no tanto. Por suerte, venía otra persona detrás de mí, y ahora vamos hacia ahí en su coche.
«¿Quién coño será?», se preguntó Kit.
—Mierda —dijo en voz alta—. Lo que faltaba.
—¿Cuándo llegarás?
—En veinte minutos, quizá treinta.
Kit sintió que le flaqueaban las piernas y fue a sentarse en la silla del guardia. ¡Veinte minutos, treinta como mucho! ¡Necesitaba veinte minutos solo para vestirse antes de entrar en el NBS4!
Toni se despidió y colgó el teléfono.
Kit cruzó la sala de control a toda prisa y enfiló el pasillo.
—Estará aquí en veinte o treinta minutos —anunció—. Y viene alguien más con ella, no sé quién. Hay que darse prisa.
Recorrieron el pasillo a la carrera. Daisy, que iba delante, entro de sopetón en el gran vestíbulo principal gritando:
—¡Al suelo!
Kit y Nigel entraron justo después de ella y frenaron en seco. La habitación estaba desierta.
—Mierda —dijo Kit.
Veinte segundos antes, Steve estaba detrás del mostrador. No podía haber ido lejos. Kit miró a su alrededor en medio de la penumbra reinante. Sus ojos recorrieron las sillas dispuestas para las visitas, la mesa de centro sobre la que descansaban revistas científicas, el expositor con folletos sobre Oxenford Medical la vitrina con maquetas de complejas estructuras moleculares. Alzó la vista hasta el esqueleto débilmente iluminado de la bóveda de abanico, como si Steve pudiera estar escondido entre las nervaduras de las vigas.
Nigel y Daisy corrían por los pasillos adyacentes al vestíbulo, abriendo todas las puertas que encontraban a su paso.
Dos pequeñas siluetas, masculina y femenina, recortadas sobre una puerta llamaron la atención de Kit. Los lavabos. Cruzó el vestíbulo a la carrera. Un corto pasillo conducía a los lavabos de hombres y mujeres. Kit entró en el primero. Parecía vacío.
—¿Señor Tremlett? —preguntó, y empezó a abrir las puertas de todos los cubículos. No había nadie.
Al salir, vio a Steve regresando al mostrador de recepción. Habría entrado en el lavabo de señoras en busca de Susan, comprendió entonces.
Steve oyó los pasos de Kit y se dio la vuelta.
—¿Me buscaba?
—Sí. —Kit se dio cuenta de que no podía apresar a Steve sin ayuda. Era más joven y atlético que el guardia, pero este tenía treinta y pocos años, estaba en buena forma y no se rendiría sin luchar—. Quería pedirle un favor —dijo Kit, intentando ganar tiempo. Forzó su acento escocés para asegurarse de que Steve no reconocía su voz.
El guardia levantó la solapa del mostrador y entró en el recinto ovalado.
—¿De qué se trata?
—Un segundo, por favor. —Kit se dio la vuelta y gritó—: ¡Eh, volved aquí!
Steve parecía alarmado.
—¿Qué ocurre? No tendríais que andar merodeando por el edificio.
—Se lo explicaré enseguida.
Steve lo miró con gesto severo, el ceño fruncido:
—¿Había venido por aquí antes?
Kit tragó saliva.
—No, nunca.
—Pues su cara me resulta familiar.
Kit tenía un nudo en la garganta que apenas le permitía articular palabra.
—Soy del equipo de mantenimiento.
«¿Dónde estaban los demás?»
—Esto no me gusta nada.
Steve descolgó el teléfono del mostrador.
¿Dónde se habían metido Nigel y Daisy? Kit los llamó de nuevo:
—¡Eh, vosotros dos, volved aquí!
Steve marcó un número y el móvil de Kit empezó a sonar en su bolsillo. Steve lo oyó. Frunció el ceño, pensativo, y de pronto se le desencajó el rostro con una mezcla de estupor e incredulidad.
—¡Habéis manipulado los teléfonos!
—Mantenga la calma y no le pasará nada —le advirtió Kit. No bien lo había dicho, se percató de su error: acababa de confirmar las sospechas de Steve.
Este reaccionó con rapidez. Saltó con agilidad por encima del mostrador y echó a correr hacia la puerta.
—¡Alto! —gritó Kit.
Steve tropezó, cayó al suelo y se levantó de nuevo.
Daisy entró corriendo en el vestíbulo, vio a Steve y se precipitó hacia la puerta para cortarle el paso.
Steve se dio cuenta de que no llegaría a la puerta, así que enfiló el pasillo que llevaba al NBS4.
Daisy y Kit fueron tras él.
Steve corría con todas sus fuerzas por el largo pasillo. Kit recordó que al fondo de éste había una puerta que daba a la parte trasera del edificio. Si Steve lograba salir, no sería fácil cogerlo. Daisy iba bastante por delante de Kit, balanceando los brazos vigorosamente como una velocista, y éste recordó sus poderosos hombros en la piscina. Pero Steve corría como alma que lleva el diablo, y la distancia que lo separaba de sus perseguidores aumentaba por momentos. Iba a escapar.
Entonces, justo cuando Steve estaba a punto de pasar por delante de la puerta que llevaba a la sala de control, Elton salió al pasillo. El guardia iba demasiado deprisa para intentar esquivarlo. Elton le puso la zancadilla, y Steve salió volando.
En el instante en que el guardia se dio de bruces en el suelo, Elton cayó sobre él, aprisionando su cintura entre las rodillas, y le puso el cañón de la pistola en la mejilla.
—No te muevas y no te volaré la cara —dijo. Sonaba tranquilo pero convincente.
Steve permaneció inmóvil.
Elton se levantó, sin dejar de apuntar a Steve.
—A ver si aprendes —le espetó a Daisy—. Ni una gota de sangre.
La interpelada lo miró con desdén.
Nigel llegó corriendo.
—¿Qué ha pasado?
—¡Déjalo! —dijo Kit a voz en grito—. ¡Vamos fatal de tiempo!
—¿Y qué pasa con los dos guardias de la garita? —replico Nigel.
—¡Olvídalos! No saben lo que ha pasado aquí, y no es probable que lo averigüen. Se pasan toda la noche en la garita. —Señalando a Elton, añadió—: Coge mi portátil y espéranos en la furgoneta. —Luego se volvió hacia Daisy—. Trae a Steve, átalo en el NBS4 y espera en la furgoneta. ¡Tenemos que entrar en el laboratorio ahora mismo!