El tráfico a esas horas era fluido. Serían más o menos las cuatro de la tarde y hacía aproximadamente dos horas que habían salido del hospital. Cuando llegó hasta la zona residencial donde vivía Javier, Elsa aminoró la marcha. La seguridad que la acompañaba momentos antes comenzaba a disiparse. Vio el vehículo de Javier aparcado en la entrada de la casa. Apagó el motor y se quedó sentada dentro de su coche, pensando qué decirle. En ese momento se abrió la puerta, y vio a un sonriente Javier despidiéndose de una espectacular morena. Elsa se escondió dentro de su coche, esperando no ser vista. Sin embargo, Javier lo reconoció al instante. Elsa vio cómo aquella mujer se montaba en un Chevrolet azul y desaparecía y creyó morir cuando vio a Javier acercándose hasta ella. Maldiciendo en voz baja, decidió dejar de esconderse y dar la cara.
—¿Ocurre algo? —preguntó él al verla salir del coche.
Sin tomar apenas aire, ella dijo:
—Quería hablar contigo, pero quizá llegue en mal momento.
Javier, sorprendido, la miró y preguntó:
—¿Sobre qué querías hablar conmigo?
—Sobre nosotros —murmuró ella apenas con un hilo de voz.
Con sarcasmo, él cruzó los brazos y dijo:
—¿Has dicho nosotros? O quizá quieras decir que hablaremos de mí y de lo mal que lo hice.
Elsa resopló y, tras pensar en la conversación que había mantenido con Shanna, repitió:
—Quiero que hablemos de nosotros.
Javier la miró unos instantes mientras luchaba para que su autocontrol le permitiera no abalanzarse sobre ella y empezar a besarla. Así las cosas, se dio la vuelta y comenzó a andar hacia su casa:
—Muy bien. Pasa, te invitaré a un café —dijo.
Elsa cerró el coche y le siguió. No le gustaba el gesto serio de él. Al entrar, vio la casa como siempre: recogida, con todo en su lugar. Le siguió hacia la terraza que estaba frente al mar.
—Carlos está durmiendo —dijo Javier mirándola con dureza mientras le servía un café—. Procura no levantar demasiado la voz.
Molesta por aquel comentario, le soltó rápidamente:
—No tengo ninguna intención de gritar.
—Muy bien —asintió él sentándose—. Habla. Dime qué te ha hecho venir hasta mi casa.
Y entonces, por primera vez en su vida, Elsa no supo qué decir. Cuanto más le miraba, más confundida estaba y más se le pegaba la lengua al paladar.
—Estoy cansado, Elsa —dijo Javier levantándose—. He tenido una guardia muy movida y estoy agotado. Quizá no sea el mejor momento para hablar de nada.
—Pero yo necesito hablar contigo —dijo ella mirándole con ojos suplicantes.
Él le devolvió la mirada con gesto duro y murmuró tras apoyar sus manos en la mesa:
—¿Que tú necesitas hablar conmigo? —gritó levantando la voz.
—No grites. Carlos está durmiendo —le recordó ella, pero él ni la escuchó.
—Mira, Elsa. He estado durante cinco jodidos meses, día y noche, necesitando hablar contigo. He ido a tu casa. A tu trabajo. Te he seguido como un puñetero perro sin conseguir absolutamente nada de ti, y ahora ¿crees que porque tú vengas una sola vez a mi casa vas a conseguir lo que yo no he logrado contigo?
—Tienes razón, pero yo quisiera…
Javier estaba furioso, e interrumpiéndola dijo:
—No quiero hablar contigo ahora. Necesito descansar. Te rogaría que pospusieras tu intención de hablar conmigo para otra ocasión en que yo me encuentre mejor, ¿vale?
En ese momento, la puerta de la casa se abrió y volvió a entrar la morena que poco antes había salido abriendo con su propia llave. Eso hizo que la sangre de Elsa hirviera de rabia, mientras se levantaba de la silla y miraba a aquella bonita mujer.
—Tienes razón —comentó Elsa—. Quizá no sea el mejor momento para hacerlo.
—Sin duda alguna —asintió él.
Después de mirar con gesto nada cordial a la morena, Elsa salió de casa de Javier sin volver la vista atrás. Con toda la dignidad que pudo, reprimió las lágrimas. Él, por su parte, no se movió. Simplemente, se quedó allí parado viendo cómo ella se marchaba y cerraba la puerta.
—¿Es ella? —preguntó la morena mirándole a los ojos.
—Sí —respondió escuetamente Javier, justo en el momento en que Carlos abría la puerta de su habitación con cara de sueño.
—¿Y vas a dejar que se vaya así? —preguntó Dolores, la preciosa mexicana novia de Carlos.
Javier, intentando no correr tras Elsa, dijo mientras se encaminaba hacia su habitación:
—Me temo que sí.
Luego se metió en su habitación, cerró la puerta y procuró dormir. Pero le resultó imposible. Elsa, con los ojos cargados de lágrimas, conducía en dirección a su casa. Sin embargo, al llegar al primer cruce, paró el coche y, tras pensárselo varias veces, dio la vuelta. Regresaba a la casa de Javier. Cuando aparcó el coche y se vio de nuevo frente a la puerta se quedó parada, sin saber qué hacer. Era la primera vez en su vida que ella volvía a un hombre. Ninguno se había merecido nunca una segunda oportunidad. Con toda la fuerza que pudo reunir, llamó a la puerta, y pocos segundos después abrió Dolores. Las miradas de ambas se encontraron, pero ninguna habló.
—Quiero ver a Javier —dijo Elsa tras un breve silencio—. Por favor, le puedes decir que estoy aquí.
La morena se apartó de la puerta y la dejó pasar.
—¿Por qué no le llamas tú misma? —dijo.
—No quisiera molestar y…
En ese momento apareció Carlos, todavía con cara de sueño y vestido con una camiseta y un pantalón gris. Al verla, se sorprendió.
—¡Elsa! Pasa, por favor —dijo—, avisaré a Javier. —Sin perder un segundo, fue en busca de su compañero de casa.
Con los nervios a flor de piel, Elsa entró y se dirigió hacia el ventanal desde donde se podía ver un precioso paisaje con la playa de fondo.
—Has hecho bien volviendo —comentó Dolores acercándose a ella.
Elsa, con gesto agrio, la miró y dijo:
—¿Cómo dices?
Dolores sonrió al darse cuenta de la confusión de aquella mujer y añadió:
—Te decía que aplaudo que hayas vuelto, y te aclararé que soy la novia de Carlos. Nada tengo que ver con Javier. Aunque te aseguro que si eres tan tonta como para perderlo, hay muchas esperando a que él las llame.
Elsa se sintió fatal por haberla tratado de aquella manera.
—Disculpa —susurró mirándola a los ojos con arrepentimiento.
—No pasa nada, mujer —sonrió Dolores tocándole el brazo—. Yo en tu lugar te habría sacado ya los ojos y los había cocinado con frijoles.
Aquello hizo reír a ambas, aunque la risa se le cortó cuando Elsa vio aparecer a Javier con gesto furioso, acompañado por Carlos.
—Creo que nosotros —dijo Dolores cogiendo a Carlos de la mano— vamos a comprar café, azúcar y algo más que seguro que hace falta.
Dos segundos después, salían por la puerta. Dejaron a solas a un Javier ojeroso y cansado y a una Elsa insegura.
—¿A qué has vuelto, Elsa? —preguntó Javier tras unos minutos de silencio.
Mirándole a los ojos, cosa que él no hacía, Elsa se acercó.
—Escucha —dijo—. Sé que he actuado mal. Debería haber venido antes. Sobre todo para pedirte disculpas por haberme comportado tan mal contigo y haber hecho que te echaran de mi casa como lo hicieron.
Sin mirarla y dirigiéndose hacia la cafetera, Javier respondió:
—Me dolió mucho lo que hiciste. Yo nunca me hubiera comportado así contigo. Nunca.
De nuevo, ella se acercó a él, pero el hombre se alejó dejándola desconcertada.
—Lo sé —prosiguió—. Soy una mujer terrible y te pido disculpas por eso y…
—Elsa, estoy cansado y no me apetece pensar ni hablar. ¿No te has dado cuenta?
Ella se sintió fatal, pero si había ido allí era por algo, así que echándole valor de nuevo, intentó seguir hablando.
—Entiendo que estés cansado y enfadado conmigo pero, por favor, escúchame. Necesito que me escuches. Necesito que entiendas que te quiero —susurró sorprendida por sus propias palabras. En cambio, él ni se movió—. No quiero seguir viviendo así, porque te necesito y quiero estar contigo.
—Nunca pensé que llegaría a oírte decir eso —dijo mirándola a los ojos por primera vez, pero sin acercarse a ella.
—Yo tampoco pensé que llegaría a hacer algo así —comentó ella intentando no llorar, pues veía y notaba la frialdad de él—, pero, Javier, no puedo seguir negando algo que siento y que no puedo controlar.
Javier apenas podía respirar. Ante él tenía a la mujer que le había robado el corazón diciéndole que no podía vivir sin él. Era incapaz de reaccionar. Esperaba cualquier cosa de ella menos aquello. Y sin saber por qué, dejó el café en la mesa y se acercó a la puerta de la calle para decir:
—Vale, Elsa. Ya he escuchado cómo te sientes tú. Ahora, dime: ¿qué buscas en mí?
Comenzando a perder la paciencia, pues Elsa odiaba suplicar, dijo:
—Busco que me escuches, que me perdones y que me quieras.
Javier sonrió con frialdad al oír aquellas palabras.
—¡Qué curioso! Es lo mismo que yo buscaba en ti hace meses. Pero ¿sabes? No lo conseguí. —Y acercándose a ella sin tocarla, preguntó—: ¿Qué te hace suponer que tú lo lograrás?
Elsa, sin atreverse a nada a pesar de lo cerca que estaba, susurró:
—Tu sentido común y tu capacidad para no olvidar.
Durante unos segundos, Javier la miró y Elsa creyó haberlo conseguido. Entonces, él se dio la vuelta y acercándose a la puerta de la calle la abrió.
—Eres muy graciosa, Elsa. Sin embargo, permíteme que te diga que el sentido común que yo tenía lo perdí hace tiempo y la capacidad para olvidar desaparece cuando uno no quiere recordar. —Y moviendo la cabeza, añadió—: Ahora te pediría de nuevo que me dejases tranquilo. No tengo guardias en mi puerta que te puedan echar, aunque yo solo me valgo para hacerlo.
Humillada, salió por la puerta con las lágrimas corriéndole por las mejillas, mientras él la miraba con un gesto duro como la piedra.
—Javier, me gustaría…
—Adiós, Elsa —dijo él empujando la puerta hasta que se cerró.
Durante unos segundos, los dos se quedaron parados a ambos lados de la puerta. Las lágrimas corrían por las mejillas de Elsa, mientras Javier se maldecía por lo que acababa de hacer, sin salir en su busca. Pasados unos instantes, Elsa se limpió los ojos y como pudo volvió a su coche, arrancó muerta de dolor y se sumergió en el trafico de la ciudad.
Javier, tras permanecer un rato detrás de la puerta, enfadado consigo mismo, volvió a la cama con la intención de descansar, pero no lo consiguió. Daba vueltas y más vueltas y en su pensamiento siempre estaba la misma persona, Elsa. Recordaba sus ojos al pedirle una nueva oportunidad. Un grito de desesperación surgió de su garganta cuando recordó cómo le había dado con la puerta en las narices. Finalmente, como no consiguió dormir se levantó, se duchó y, sin saber adónde dirigirse, se fue de nuevo para el hospital.