Al día siguiente, acompañadas nuevamente por Pierre, dieron un gran paseo en jeep por los campos repletos de viñedos. Pierre les comentó que los valles de Napa y Sonoma, eran las regiones más famosas de California en lo referente a la producción de vinos. En Washington se producían también unos caldos excelentes, aunque éstos eran similares a los finos vinos alemanes. Les comentó que en la subasta que se organizaba cada año para recaudar dinero para los hospitales se ofrecían grandes sumas por algunos lotes de vinos. Celine asintió. Había leído un artículo sobre aquella subasta hacía un año en The Wall Street Journal, cosa que hizo sonreír a Rocío. Aquel viaje le estaba sirviendo para ver dónde tenía su amiga aparcado su corazón, aunque todavía no se hubiera dado cuenta.
Pierre les habló sobre el valle de Napa. Les comentó la importancia del invierno frío y húmedo para las viñas, que dormían durante la estación fría para, más tarde, dar una estupenda cosecha. Les describió la tranquilidad que en febrero tenían los viticultores y que, sin embargo, a partir de marzo todo se volvía ajetreo y bullicio cuando empezaba la vendimia.
Cuando llegaron a las bodegas del día anterior, se encontraron con Marco. En ese momento salía con Delfín, una empleada y amiga que llevaba junto a él toda la vida.
—¡Delfín! ¿Cómo estás? —saludó Celine, regalándole una espléndida sonrisa.
—Señorita Celine, no sabía que estuviera aquí. —Se alegró de verla. La conocía de cuando su jefe tuvo una aventura con ella y, mirándole de reojo, preguntó—: ¿Cuándo ha llegado?
—Vaya, qué alegría da encontrarse con un buen amigo —comentó con sarcasmo Marco al ver lo contenta que estaba Celine por ver a Delfín—. Ahora si nos disculpan, tenemos cosas importantes que hacer.
—Por mí como si te rompes una pierna —susurró Celine mientras se metía en la bodega dejando a todos atónitos por aquella respuesta.
Tras resoplar, Marco sujetó a Rocío y Pierre, que pensaban seguir a Celine y, sin necesidad de hablarles, les indicó que esperaran a que él saliera de las bodegas. Y con una fuerza que sorprendió a todo el mundo, Marco abrió la puerta de la bodega y se introdujo en ella. Allí, a grandes zancadas, buscó a Celine. La encontró frente a un libro de anotaciones.
—¿Cuándo volverás a ser amable conmigo? —dijo Marco de pronto.
—No tengo ninguna intención de volver a serlo —respondió sin volverse.
Acercándose a ella, la cogió del brazo y haciendo que se diera la vuelta para mirarla de frente, dijo:
—Estamos perdiendo el tiempo con este absurdo juego.
—Lo estarás perdiendo tú —comentó mirándole—. ¿Qué te ocurre? ¿Qué quieres?
Marco no respondió, sólo se limitó a mirarla. Su fragancia, su cercanía, todo en ella, le excitaba. Aquella mujer le enloquecía. Celine, consciente de que sus defensas se derretían ante su proximidad, se puso a gritar mostrando todo su enfado:
—¡Aquí me tienes, Marco! Obligaste a mis jefes a que yo llevara tu maldita cuenta y, con eso, me has obligado a mí a venir aquí. ¿Qué más quieres?
—Te quiero a ti, maldita cabezona. ¿Todavía no te has enterado? —susurró para su desconcierto. No esperaba aquel arranque de sinceridad.
Con las pulsaciones a cuatro mil por minuto, Celine intentó alejarse de él y con voz dura repuso:
—Siento decirte que yo no estoy en venta. Habrás comprado a mis jefes, pero no me podrás comprar a mí. —Aquel comentario no gustó a Marco, que resopló—. Como profesional de la publicidad, aquí estoy para ayudarte en lo que necesites, pero no esperes otro tipo de favores, porque no estoy dispuesta a hacértelos.
—Te equivocas, Celine.
—¡No!
Marco, acercándose más a ella, le susurró cerca de la boca:
—Sí. —Y pasando su dedo por el óvalo de su cara, prosiguió—. Tenemos que hablar. Esto es absurdo.
A Celine se le puso el vello de punta al sentir aquella tierna caricia. Alejándose de él, dijo:
—Absurdo es que sigas intentando algo conmigo. Te dejé claro hace tiempo que no quería saber nada de ti. Olvídate de mí, porque entre tú y yo nunca habrá nada, ¿me has oído?
La rabia hizo que Marco la atrajera de nuevo hacia sí. Sujetándola con fuerza por los brazos, la obligó a besarle. Al principio ella se resistió. Pero la lucha de Celine cedió y su boca le respondió con auténtica pasión. Separándose unos centímetros, se miraron. Marco, sin darle tiempo a pensar, la condujo hasta un pequeño despacho. Al entrar, cerró la puerta. Celine soltó los papeles que llevaba en las manos y se lanzó a besarle. Con una sonrisa en los labios, Marco la acogió y con pasión la abrazó, mientras el calor de sus cuerpos subía. La excitación que sentían podía con la razón. Rodeándola con sus brazos Marco se acercó con ella hasta el borde de una mesa y, sin pensárselo dos veces, tiró todo lo que en ella había y la posó allí.
—Esto no es buena idea —jadeó ella, incapaz de detenerse.
Pero Marco ya le había quitado la blusa que llevaba y le estaba chupando los pechos con avidez. Los mismos que adoraba y que siempre le habían sabido a gloria.
—Te equivocas. Es una fantástica idea —corrigió él mientras ella le quitaba la camiseta y él le desabrochaba su precioso sujetador.
Con una sonrisa que desarmó a Celine, Marco la tumbó en la mesa y la devoró. Comenzó por su boca, luego bajó a su cuello, para seguir hasta sus pechos y finalizar en su ombligo, mientras ella, jadeante, notaba cómo él le desabrochaba el cinturón de los pantalones. Cuando lo consiguió, tiró de ellos y la dejó semidesnuda encima de la mesa, sólo con el tanga y el sujetador. Al ver cómo la miraba, Celine llevó sus manos a los pantalones de él. Percibió la tensión que Marco contenía entre las piernas y que pugnaba por salir. Le desabrochó los pantalones y, sin apartar su mirada de él, metió la mano dentro del calzoncillo y le asió los testículos con suavidad.
—No deberíamos hacer esto, Marco, creo que… —susurró.
Sin embargo, él no la dejó terminar de hablar. Volvió a atacar aquellos labios que adoraba sin piedad y comenzó a morderlos y succionarlos como sabía que a ella le gustaba mientras le bajaba los tirantes del sujetador para pellizcarle los pezones. Hacía tiempo que Celine no disfrutaba tanto. Ambos gimieron de placer.
Sin mediar palabra, la tumbó de nuevo sobre la mesa, le subió las piernas y se las abrió para dejar aquel sexo húmedo, delicioso y caliente ante él. Con delicadeza, Marco se arrodilló ante ella y pasando sus manos por debajo de sus piernas, la atrajo hacia sí y comenzó a chuparle el clítoris hasta que ella, entregada, se contrajo de placer.
La boca de Marco abarcaba todo su sexo para jugar con él. Succionó, chupó, lamió, mordió e introdujo su cálida lengua en ella, mientras Celine se abría y gemía extasiada para que él continuara. La excitación era tal que ella se incorporó y, pasando las piernas por encima de los hombros de él, empujó su sexo contra la cálida boca de Marco. Éste sonrió al sentirla así.
—Sí, sí… No pares —susurró ella al sentir cómo en su interior explosionaba algo caliente que la hacía vibrar.
Cuando ella gritó, Marco se levantó y guiando su pene al interior de la vagina de Celine, la penetró. Ella, agarrándose a su cuello, fue la que dio el primer empujón.
—Dime qué quieres, pequeña —susurró él disfrutando del momento—. Qué quieres que te haga… Dímelo.
Celine, totalmente entregada, seguía moviéndose con torpeza en busca de su placer. Pero al oírle le miró y, sonriendo como llevaba tiempo sin hacer, le susurró, tumbándose de nuevo en la mesa:
—Marco… haz conmigo lo que quieras.
Con una sonrisa que puso la carne de gallina a Celine, éste la asió por las piernas y allí abierta ante él, con su pene dentro de ella, comenzó un particular y lento bombeo que enloqueció una y otra vez a Celine, hasta que la oyó gemir de placer y jadear como una loca. Sin poder aguantar más, la besó y asiéndola por el cuello la inmovilizó y comenzó a empujar con rapidez, una y otra vez, hasta que no pudo soportarlo más y, antes de llegar al clímax, sacó su pene de ella y se corrió.
Fuera de las bodegas, mientras tanto, Rocío bromeaba con Delfín sobre la pelea que debían mantener aquellos dos en esos momentos. Nunca se hubieran imaginado que pudieran estar haciendo el amor de aquella manera tan pasional. Cuando Marco quedó tendido encima de Celine, el calor le subía hasta la cabeza de una manera increíble. Celine, bajo él, respiraba con agitación. Llevaba tiempo sin hacer el amor de aquella manera. Aunque con Joel era salvaje, no lo sentía como cuando lo hacía con Marco. Las miradas de los dos se encontraron. Él se levantó y Celine comenzó a vestirse con rapidez, sin mediar palabra hasta que Marco dijo:
—Celine, te necesito. Te quiero y tengo muchas cosas que decirte, que contarte y…
Asustada por cómo latía su corazón, hizo regresar su máscara de frialdad. Apenas sin mirarle, susurró:
—No, no puede ser. Tú no entras en mis planes. No quiero volver a sufrir.
Cuando ella dejaba que aquella frialdad se adueñara de su rostro a Marco se le helaba la sangre de indignación. ¿Por qué hacía eso? Enfadado y sin quitarle la vista de encima gruñó.
—En tus planes entra el imbécil con el que sales. ¿Llena más tu vida y te hace vibrar más que yo?
Levantando la mirada de sus zapatos, le miró con dureza y, muy enfadada, le gritó:
—Lo que yo haga y con quién lo haga, a ti no te importa.
Incapaz de entender por qué ella negaba lo que sentía por él, vociferó molesto:
—¡Me importa y mucho! Tú me importas más de lo que te imaginas. Odio ver cómo ese tío te besa y te toca, mientras que yo no puedo hacerlo.
Al entender lo que Marco quería decir, Celine abrió los ojos aún más.
—Pero ¿qué dices? —exclamó—. No me lo puedo creer. ¿Me estás espiando? No tienes bastante con obligarme a venir aquí para que me ocupe de la publicidad de tu maldita empresa, sino que, además, ¡me espías!
Furioso, Marco abrió la puerta del despacho y salió.
—Oh, Celine, sinceramente, no entiendo cómo puedes hacer el amor conmigo así —gritó— y luego tener la sangre fría de decirme que no entro en tus planes. ¡Eso se acabó! A partir de este momento tú ya no entrarás en los míos.
A grandes zancadas, se alejó de ella.
—¡Quieres hacer el favor de estarte quieto mientras hablamos! —gritó ella.
En ese momento, todos les oyeron desde fuera y sonrieron. Aunque Rocío se encogió de hombros al pensar lo furiosa que debía de estar su amiga para gritar así. Marco, sin hacerle caso, abrió la puerta de salida de la bodega con gesto de enfado, se montó en su jeep y, dejando a todo el mundo con la boca abierta por el acelerón que pegó, se marchó. Todos estaban mirando el coche cuando Celine salió de las bodegas. Nadie, a excepción de Rocío, se percató de que en los ojos de Celine había lágrimas. Ella se las secó con rapidez. No pensaba dejar que los demás vieran que estaba llorando.
Aquella tarde, mientras Celine hablaba con Pierre sobre él catálogo que querían preparar para la subasta, Marco buscó a Rocío para despedirse de ella.
—¿Cómo que te vas? —preguntó incrédula—. Pero si ésta es tu casa. Somos nosotras las que deberíamos irnos.
Marco la miró con una sonrisa y respondió:
—No te preocupes por eso. Pierre y Celine están terminando de trabajar en el catálogo de la subasta. Creo que hoy lo terminarán y yo necesito ir a ver a mi pequeña Sabrina. Esta noche no regresaré. Me quedaré en casa de mi hermana. Necesito empezar a poner mi vida en orden y creo que hoy puede ser un buen día.
Tocándole el pelo con cariño, cosa que el hombre agradeció con una sonrisa triste, Rocío preguntó:
—¿Estás bien, Marco?
Tras resoplar, éste se encogió de hombros.
—Es difícil responder a esa pregunta, y más cuando uno debe asumir que hay cosas en la vida que aunque uno se empeñe, no se pueden tener.
—Yo no lo veo así —dijo Rocío—. Creo que os hace falta tiempo. Mira, conozco a Celine y te puedo asegurar que lo que he visto en sus ojos estos días no lo había visto nunca.
Eso le hizo sonreír y, tocándose la incipiente barba susurró:
—Nos hace falta un milagro y eso, querida Rocío, creo que no va a ocurrir. —Dándole un beso en la mejilla añadió—: Quiero que sepas que me ha encantado conocerte y que, siempre que necesites algo, aquí estaré. Toma —dijo dándole una tarjeta—, aquí tienes mis teléfonos y mi correo electrónico, por si alguna vez quieres traer a tu madre o venir para visitar a un viejo amigo. Siempre serás bien recibida.
—Es una pena que estés enamorado de la Tempanito —bromeó ella haciéndole sonreír—, porque te puedo asegurar que mi madre moriría porque un hombre como tú se enamorara de mí.
Tras aquel comentario, se abrazaron. Sólo se conocían desde hacía dos días, pero habían llegado a conectar tan bien que supieron que entre ellos había comenzado una bonita y sana amistad. Minutos después, Marco se despidió de ella y se perdió por el valle al volante de su jeep.