30

Cuando llegaron a una sala donde había unas enormes cubas, el hombre les explicó que allí el vino se trasvasaba de unas cubas a otras para aclararlo. También les indicó que en esas instalaciones se elaboraban varios tipos de vinos: cabernet sauvignon, chardonnay, merlot, etcétera, todos almacenados en barricas de roble francés o americano. Al final de la visita, pasaron a una sala que ellos llamaban de cata, una estancia donde los clientes probaban los vinos que allí se elaboraban.

—¿Les han gustado las bodegas? —preguntó Marco, que en ese momento apareció y Celine, al verle, se tensó.

—Me han encantado —comentó muy campechana Rocío mirando a su amiga—. Son una maravilla. A mi madre le encantaría ver todo esto.

—Traiga a su madre la próxima vez que me visite —dijo Marco mirándola, y dirigiéndose hacia Celine, señaló sorprendiendo a Rocío—: Celine, no se te ocurra encenderte otro cigarro. Fumas demasiado.

—¡Por favor, qué pesado! —protestó ésta contrariada.

Rocío, sorprendida por el comentario y para quitarle importancia, dijo:

—Dudo que mi madre venga. Ella no se sube a un avión ni loca.

Al oírla, Marco sonrió y, dejando de mirar a Celine, que aún protestaba, dijo:

—Seguro que si la invito yo, vendría.

—Lo dudo —respondió Rocío mirando a Celine, que puso los ojos en blanco.

—No voy a apostar con usted. Perdería la apuesta —rió Marco mirando a Rocío, que comprobó que éste tenía unos ojos color avellana rasgados, muy bonitos.

—Lo dudo —insistió Rocío.

—No lo dude, perdería la apuesta —dijo acercándose a ella y, tras mirar a Pierre, añadió—: Si vienen conmigo las acompañaré a casa. Me consta que Angelita nos ha preparado una estupenda cena.

Aquella noche tomaron unas verduras al vapor riquísimas y un pato con mermelada de arándanos excelente. Acabada la cena pasaron a una confortable sala donde continuaron hablando con tranquilidad.

—¿En serio que es Codorníu? —preguntó Rocío.

—Sin duda alguna —afirmó Marco—. Si mal no recuerdo, en el año 1991 directivos de Codorníu crearon una gran bodega aquí, en Napa. Poseen bastantes hectáreas de viñedos en Estados Unidos. Mañana cuando salgamos les llevaré hasta donde empiezan sus tierras. Su viticultor, Brandon Mckerrigan, es amigo mío, y estoy seguro de que les enseñará las bodegas.

—Aquí se llaman Codorníu Napa —aclaró Celine. Conocía la historia sobre aquella famosa firma del Penedés.

—Yo creía que sólo fabricaban en el Penedés sus vinos y cavas —comentó Rocío con una encantadora sonrisa.

—Durante sus primeros años aquí en Napa sólo elaboraron vinos espumosos, pero luego dieron un giro a su producción y hoy elaboran más tipos de vinos. De todas formas, entre Napa y Sonoma hay más de doscientas cincuenta bodegas. No crea que aquí somos los únicos que hacemos vino.

Marco, levantándose, se acercó hasta Celine, y rápidamente le quitó el pitillo que ésta iba a encender.

—¿No ves las campañas en la televisión? —Celine maldijo y éste, con gesto de guasa, murmuró—: Fumar mata.

—Si no le importa, señor Depinie, creo que puedo elegir cómo morir, ¿no cree? —maldijo sacando un nuevo cigarro para encenderlo.

Rocío, testigo de aquel juego extraño que se traían entre los dos, dijo al ver salir a Celine al jardín con una mala leche de aúpa.

—Por lo que veo, señor Depinie, usted entiende bastante sobre vinos, cavas y todo lo que sea el líquido espumoso.

—Lo primero que vamos a solucionar esta noche, querida amiga, es nuestro ridículo léxico —dijo Marco mirando a Rocío—. Por favor, a partir de este momento, si no tienes inconveniente, preferiría que me llamaras Marco y me permitieras llamarte por ese nombre tan bonito que tienes, Rocío. Creo que sería más cómodo para todos.

—Uff… encantada. Los formulismos no son lo mío —dijo sonriente.

—Sobre lo que decías antes —comentó Marco observando a Celine, que miraba hacia un rincón del jardín con curiosidad—, piensa que Depinie es una empresa familiar. El primer Depinie fue mi tatarabuelo, y así progresivamente hasta llegar a mí. En todos estos años ha sido una empresa que ha dado trabajo en Italia, Francia y aquí, en Estados Unidos. Cultivamos uvas para fabricar vino en la falda de la colina. Sólo aquí hay zinfatel, una variedad de uva que sólo se puede encontrar en California. Con esa uva conseguimos un vino rojo agradable al paladar, y también el zinfatel blanco que ofrecen en casi todos los restaurantes de la zona. —Y observando a Celine, que seguía mirando hacia el jardín, preguntó—: Celine, ¿qué es lo que te mantiene tan atenta?

En ese momento, un perro se levantó de entre los matorrales y salió corriendo.

—¡Malditos perros! —protestó Marco al verlo—. No soporto a esos animales babeantes que ensucian todo lo que tocan con su saliva y sus pelos.

—Eso no es cierto —dijo Celine llevándole la contraria, algo normal entre ellos.

—El perro es un animal, y como tal, sucio y desagradable.

—Estás muy equivocado, Marco —señaló Rocío—. Parece mentira que vivas en el campo y no sepas que los perros no son los que lo ensucian todo.

Con gesto agrio y sin explicarles que en su familia había ocurrido una desgracia años atrás por culpa de un perro, gruñó:

—¡Nunca me han gustado esos bichos! Por más que intentamos que salgan de mis tierras, no lo conseguimos.

—Eres un exagerado con los animales —susurró Celine.

—¿Por qué crees que exagero? —preguntó él mirándola directamente a los ojos.

De pronto, Rocío al percatarse de la mirada desafiante en los ojos de su amiga y la sonrisa sensual en los labios de él lo entendió todo. «Estos dos han estado liados», pensó.

—En esta vida, señor Depinie, no hay que exagerar cuando uno no posee la información necesaria sobre ciertas cosas.

Con una sonrisa, Marco la miró de frente y susurró:

—Por fin veo a la Celine que conozco. Me gusta cuando hablas así y me encanta que no seas como los imbéciles de tu empresa, que sólo dicen lo que yo quiero oír. Eres la diseñadora de mi campaña porque me atrae tu empuje. Aunque lo que más me gusta de ti es que me haces pensar.

—Soy una profesional de la publicidad —susurró ésta con una pequeña sonrisa que no pudo evitar—. Ya te dije una vez que tú en lo tuyo serías un as, pero yo en lo mío soy la mejor.

Rocío, incrédula, les miraba consciente de que Celine tendría mucho que explicarle.

—No lo dudo —sonrió Marco con sensualidad, comiéndosela con los ojos—. Eso siempre me gustó de ti. Eres como yo. No te conformas con poco y siempre quieres ser la mejor, aunque lo mejor no sea un idiota llamado Joel.

Al escuchar aquello, Celine blasfemó y Rocío se encogió de hombros.

—¡Eres un maldito engreído! ¿Cómo se te ocurre hablar de Joel? Pero bueno, ¿quién te has creído que eres? Tú eres lo peor que he conocido en mi vida.

—Vaya, vaya. Aquí está de nuevo la Celine que conozco.

—¡Cierra el pico, Marco!

En ese momento, Celine se dio cuenta de que Rocío la miraba con una media sonrisa en los labios y maldijo en silencio. Su amiga se había dado cuenta de todo y no le apetecía dar explicaciones a nadie. Rápidamente, buscó una salida.

—Estoy cansada. Si no os importa, me retiro —dijo de pronto Celine, levantándose—. Rocío, quédate un rato más y no te preocupes por mí. Voy a caer rendida en la cama.

«Vaya manera de dejarme colgada, guapa», pensó Rocío.

—Ve a descansar, Celine —comentó Marco levantándose para besar la mano de ésta—. Hasta mañana. Rocío y yo daremos un paseo por el jardín.

Celine se dio la vuelta y, sin mirar atrás, se marchó. Desde la ventana, semiescondida tras las cortinas, vio a Rocío y Marco caminar mientras charlaban.

—No me gusta meterme donde no debo —comenzó a decir Rocío, que ya no podía aguantar más—. Pero aquí pasa algo y te lo voy a preguntar directamente. Entre Celine y tú hay algo más que trabajo, ¿verdad?

Marco sonrió y más relajado desde que Celine había desaparecido, contestó:

—Yo soy el que paga la publicidad y ella es quien la elabora.

—¡Venga ya, Marco! —dijo Rocío dejando a éste sin saber qué decir—. Conozco a mi amiga. Bueno, da igual. Le preguntaré a ella.

—Pregúntale —sonrió éste— y luego me lo cuentas.

—Te juro que nunca la he visto así. Somos amigas desde hace casi veinte años y nunca, y cuando te digo nunca te lo digo en serio, la he visto tan fuera de sus casillas.

—Quizá ha dado con la horma de su zapato —añadió Marco mirándola. En ese momento, los ojos de Rocío brillaron.

—¡Virgencita, cuando se enteren las otras! ¡Esto es un bombazo! —rió mirándole—. ¿Y esta manera vuestra de ligar cuánto dura?

—Cuatro años —resopló al decirlo—. Nos conocimos cuando contraté la campaña de Navidad para la empresa hace cuatro años. En seguida me atrajo su manera de ser. No se conformaba con nada, y consiguió que aquella campaña fuera todo un éxito. Desde ese momento, exigí que Celine se encargara de todas las campañas de la empresa. —Rocío asintió. Eso le había contado Celine—. Cuando acabó la primera, la invité una noche a cenar, pero ella me rechazó, y así estuvimos hasta —rió al recordarlo— que lo conseguí.

—Es muy testaruda —sonrió Rocío—. Pero por lo poco que he visto he comprobado que tú tampoco te quedas corto, amigo.

Ambos rieron y Marco continuó:

—Por aquel entonces se estaba reponiendo de lo ocurrido con un tal Bernard.

—¡Oh, Dios! El gran error de su vida —comentó Rocío—. Pero no lo entiendo, Marco. ¿Qué pasó entre vosotros para que ella este así contigo?

—Cuando la conocí hace cuatro años me estaba separando de mi mujer, Brianda. Se lo dije la primera noche que cenamos juntos en Bruselas. Quería que lo nuestro fuera especial y allí iniciamos una relación que duró unos once meses.

Rocío casi gritó al escuchar aquello. Nunca había oído el nombre de Marco y estaba segura de que el resto de sus amigas tampoco.

—¿Que has tenido una relación de casi un año con Celine y la muy… la muy… guarra no me lo ha contado?

Al ver la indignación de la muchacha, Marco sonrió y, sólo cuando Rocío dejó de blasfemar, continuó:

—La verdad es que fue uno de los mejores años de mi vida, aunque luego todo se torció tras un fin de semana que pasamos en mi casa de Francia.

—Mira, Marco, voy a ser indiscreta y voy a preguntar: ¿qué pasó?

—Estábamos en mi casa de Francia y llegó Brianda, mi ex, con unos amigos.

—Pero ¿no decías que estabas divorciado de ella?

—Y lo estaba, pero la relación entre Brianda y yo siempre fue buena. Celine lo sabía, pero aquel fin de semana Brianda me dijo que tenía que contarme algo y delante de Celine le pregunté qué ocurría. Entonces ella me comentó que estaba embarazada de cinco meses y que el bebé era mío.

—Pero… —susurró Rocío intentando entender.

—Espera, no saques conclusiones antes de tiempo. Te lo voy a contar —dijo Marco al ver la impaciencia en su rostro—. Durante los años que estuvimos casados, Brianda tuvo un problema de salud, y los médicos nos dijeron que no debía tener hijos hasta que pasaran por lo menos cinco años. Por aquel entonces, estábamos muy enamorados y decidimos congelar unos espermatozoides míos en un banco de esperma para cuando ella pudiera quedarse embarazada. Todo aquello se hizo en la clínica que su hermano dirigía en Londres. Los años pasaron y Brianda y yo, por problemas que no vienen al caso, decidimos separarnos, pero siempre nos unió un gran cariño.

—¡Virgencita! Pero entonces ¿me estás diciendo que ella no te preguntó nada antes de usar lo que teníais congelado?

Al ver el gesto tan gracioso de Rocío, Marco tuvo que sonreír y seguir contando:

—Si te soy sincero, cuando nos estábamos separando ella me comentó que estaba pensando utilizar el esperma congelado para quedarse embarazada, y la verdad es que yo le dije que no había problema. Es más, le firmé unos papeles para que pudiera hacerlo. Siempre he deseado tener hijos a los que dejar todo esto, como anteriormente hicieron mi padre o mi abuelo.

—Entonces, ella jugó limpio.

Marco asintió y, con una extraña tristeza en los ojos, dijo:

—Exacto. Ella siempre fue una gran persona, pero si te soy sincero, tras pasar los meses y no recibir noticias a ese respecto, me olvidé por completo del asunto, hasta que ocurrió lo que ocurrió.

—¡Virgen de la Candelaria! —susurró Rocío al imaginarse la reacción de su amiga—. Sinceramente, Marco, lo que no sé es cómo todavía estás vivo tratándose de la Tempanito.

—¿Tempanito? —preguntó sorprendido.

—Oh Dios… Ni se te ocurra llamarle eso. ¡Me mataría!

Ambos rieron hasta que él la miró y dijo:

—La verdad es que vivir como vivo no es recomendable. Amo a una mujer que no quiere saber nada de mí. Trabajo muchísimo y tengo una preciosa hija de dos años que continuamente me pregunta dónde está su mamá.

—Pero ¿por qué vive contigo la niña?

—Mi ex mujer, Brianda, sufrió un accidente de coche hace un año y murió.

—¡Oh, Dios mío! Lo siento. Lo siento mucho. Disculpa mi indiscreción.

—No te preocupes, te entiendo —murmuró mirando al suelo.

Rocío, tras tocarle el brazo para hacerle saber que estaba con él, preguntó:

—Pero ¿dónde está la niña? —Y clavándole la mirada añadió—: ¿No me digas que la has escondido cuando llegamos nosotras aquí?

—No, tranquila. Se la llevó mi hermana a su casa hace unos días. Vive a unos kilómetros de aquí y tiene la casa llena de niños, y mi pequeña Sabrina se divierte mucho con sus primos y su tía. Es una niña encantadora.

—¡Dios mío! —susurró al enterarse de aquello y, mirando a Marco, preguntó—: Y la Tempanito ¿sabe algo de lo que me has contado?

—Le expliqué de todas las maneras que pude lo que ocurría con el asunto del embarazo, pero ella no quiso escucharme. Nos distanciamos, el tiempo pasó y no sé si ella sabrá algo de lo que te acabo de contar.

Rocío, confundida por todo, le contestó como pudo:

—No lo sé. Te juro que ni yo ni las chicas sabíamos nada de todo esto.

—Ella siempre me habló de la gran amistad que os une a las cinco. Os aprecia muchísimo y me hablaba a menudo de vosotras.

—Pues siento comunicarte que no puedo decir lo mismo —comentó Rocío, algo enfadada con Celine—. Por cierto, siempre que os veis ¿os tratáis con tanto cariño?

—Más o menos —sonrió Marco al responder—. Aunque tengo que decirte que la situación empeoró el año pasado, cuando coincidimos en una fiesta de fin de año en París. Ella iba acompañada de un estúpido al que he visto en la oficina, un tal Joel.

—Sobre ése sí he oído hablar —asintió al recordar la descripción que Celine le había hecho, aunque, para su gusto, Marco era un tipo no excesivamente guapo, pero sí tremendamente interesante y atractivo.

—¡Maldición! —soltó al oír aquello y, tras mesarse el cabello, dijo—: Coincidimos en aquella fiesta. Yo iba acompañado por una publicista, una tal Claudia y…

—¿Claudia? —gritó Rocío incrédula—. ¿Una publicista que trabaja en la misma empresa que Celine?

Marco asintió y ésta le explicó que la tal Claudia primero entró en su vida llevándose a Bernard y luego volvió a hacerlo con él.

—Ahora lo entiendo —murmuró Marco al comprender la bronca que tuvo con ella.

—Y yo, Marco, y yo —susurró Rocío. Aquello le aclaraba situaciones que a veces había vivido con Celine.

—Mira, Rocío, te pido que no le comentes nada de lo que hemos hablado. Me odiaría más —dijo mirándola—. Sé que ha intentado librarse de mi cuenta en la oficina, pero he presionado a sus jefes para que no lo haga. De esta manera sigo viéndola aunque sé que me detesta. Por cierto, he comprobado que fuma demasiado.

Rocío, conmovida, le miró a los ojos y preguntó:

—¿De veras estás enamorado de ella?

—Como un bobo, Rocío, pero no me sirve de nada. Ella está enamorada de Joel.

—¿Y tú cómo lo sabes?

—Porque me informo sobre su vida y sé que tiene una relación algo más extensa con él fuera de la oficina. Van al teatro, a los museos, e incluso un par de veces a la semana se ven en la casa de Celine.

—¿La estás espiando? —preguntó escandalizada.

—Durante un tiempo la investigué para saber qué hacía, y fue cuando supe que ella mantenía una relación con Joel. Lo que no sé es si ella sabe que ese idiota ofrece sus favores a dos personas más de esa oficina. Por cierto, una de ellas es la famosa Claudia.

—¡La madre que los parió! —susurro ésta—. Eso me encargaré de decírselo yo.

—¡Ni se te ocurra! Sufriría muchísimo.

—Pero, Marco, ¿qué puedo hacer para ayudaros? Tengo muy claro que entre vosotros más que una chispa hay un cortocircuito. ¡Madre mía, cuando se lo cuente a las chicas! Pocahontas va a alucinar.

—Ten cuidado con lo que cuentas. Algunas cosas pueden hacer más daño que beneficio —dijo regresando a la casa.

—Tranquilo, no diré nada que no deba. Buenas noches, Marco. —Tras aquello, Rocío se fue a dormir con una sonrisa en los labios.